sábado, 13 de septiembre de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 16

LEGITIMISTAS Y CATÓLICOS AL SERVICIO DEL BONAPARTISMO

Conde de Falloux
La Asamblea Constituyente de 1848 formó quince comités especiales destinados a orientar mejor sus trabajos, dentro de los cuales los de la instrucción pública y de la educación. Cada diputado escogía libremente el comité al que deseaba pertenecer. Los diputados católicos seguían la orientación de Montalembert, que deseaba el mayor número posible de miembros del partido católico en el comité de enseñanza, a fin de llevar adelante la reforma que era la razón de ser de su fundación. La indecisión de Montalembert, entretanto, minaba su autoridad. Y el conde de Falloux, a pesar de causarle el más vivo descontento, prefirió el comité del trabajo, destinado a tener una gran importancia política en la república que se inauguraba.
De hecho, el nuevo régimen ostentaba un programa de reforma social casi comunista, y sería en el comité del trabajo que se daría la lucha entre los elementos conservadores y la izquierda revolucionaria.
Luego después de victoriosa la revolución de febrero de 1848, el gobierno proclamó el derecho del trabajo y organizó, por decreto, los llamados talleres nacionales, destinados a acoger y a dar servicio a quien estuviese desempleado. Pasado el entusiasmo de las primeras horas, todos los desocupados y agitadores se dirigieron para los talleres, que en poco tiempo llegaron a tener 100.000 miembros. Éstos eran pagados por el gobierno a un franco por día, a fin de no hacer nada, pues no había trabajo para tan grande multitud. Los agitadores no dejaron pasar la ocasión, y transformaron los talleres en focos de agitación que amenazaban al gobierno y a la Asamblea, ponían en peligro la paz e incentivaban a los obreros a abandonar el trabajo. En realidad los talleres se constituyeron en una huelga permanente, sustentada por el poder público.
La Asamblea Constituyente y el propio gobierno tenían conciencia del creciente peligro representado por los talleres, pero no tuvieron el coraje de disolverlos, y procuraron una solución de compromiso. Esa fue una de las principales preocupaciones del comité del trabajo. El conde de Falloux fue incansable en el combate a los talleres, ya sea en el comité, ya sea en la tribuna de la Asamblea, pero sin resultado hasta el día 15 de mayo de 1848.
En ese día, los miembros de los talleres invadieron la Asamblea, la dominaron y quisieron revivir las escenas de la Revolución francesa. El gobierno, que a costo los subyugó, resolvió entonces crear coraje y solucionar de una vez el problema. Llegó la hora del conde de Falloux. Él fue el que combatió más tenazmente, propuso medidas, intentó ejecutarlas, trabajó, conversó, se convirtió por último en el líder de la campaña. Finalmente, el 21 de junio se promulgó un decreto obligando a los miembros de los talleres a escoger entre el servicio en el ejército o en el campo. Al día siguiente, no conformándose con la resolución del gobierno, los obreros se rebelaron y la insurrección estalló en París. Reprimida con la máxima energía, los talleres desaparecieron con ella, y el conde de Falloux se tornó en el héroe parlamentario de la victoria.
Delante de la amenaza socialista, los partidos conservadores se aliaron y formaron lo que se llamó el “partido del orden”. Sus jefes se reunían en la calle Poitiers, por lo que fueron apellidados de “notables de la calle Poitiers”. Entre ellos, Berryer, jefe legitimista, luchó lado a lado con Thiers, orleanista, y Odilón Varrot, uno de los promotores de la república, pues fue el organizador de los banquetes de la oposición. Montalembert representaba el elemento católico, sin embargo su liderazgo ya no era indiscutible, ya que, gracia a su creciente prestigio, el conde de Falloux se transformó en el verdadero jefe del partido católico entre los notables de la calle de Poitiers.
Por otro lado, Montalember, apartándose de Louis Veuillot, con sus relaciones con Dom Guéranger día a día más tensas, y cada día más próximo de la orientación de Mons. Dupanloup, abandonó insensiblemente la línea nítidamente católica que había observado hasta entonces y perdió la confianza de los católicos. En el rumbo político que entonces escogió, era él superado por el conde de Falloux, que se convertía así realmente jefe del “catolicismo liberal”. En carta a Dom Guéranger, el propio Montalembert reconoció esa situación: “Siento perfectamente el aislamiento que se hace en torno de mí, sea por la envidia de algunos, sea por la timidez de otros. Pero eso no me detendrá. Después de reflexiones tan prolongadas cuanto comporta el género de vida que llevo, mi partido está definitivamente tomado”.
Luis Napoleón Bonaparte
La insurrección de los talleres, mostrando la disposición de los partidos izquierdistas de tomar el gobierno por la fuerza, lanzó el pánico entre los notables. Se aproximaba la época de elección del presidente de la república, y entre los candidatos el príncipe Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I, apareció con gran electorado en el seno de la masa popular. El partido del orden, no deseando dividirse y queriendo aprovecharse del prestigio que reveló poseer el príncipe al elegirse diputado en cinco circunscripciones diferentes, adoptó su candidatura. Así, el 10 de diciembre de 1848, Luis Napoleón fue electo presidente de Francia por aplastadora mayoría de votos.
Habiendo vivido siempre fuera del país, Luis Napoleón era incapaz de formar un ministerio, y Thiers se encargó de la tarea. A no ser pocas indicaciones directas del príncipe-presidente, casi todos los nombres de ministros venían de la calle de Poitiers. Entre los candidatos de Luis Napoleón estaba uno que era para él el hombre ideal: el conde de Falloux. Notable de la calle de Poitiers, uno de los jefes ostensivos del partido legitimista, era Falloux un político respetado. Además de todas esas ventajas, traía para el gobierno el apoyo del partido católico, que maniobraba como entendía. Le fue ofrecida la cartera de educación. No se sabe muy bien qué fue lo que pasó, cuáles los motivos que lo llevaron a aceptar. El hecho es que el conde de Falloux aceptó e hizo parte del primer ministerio de Luis Napoleón.


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