Los reproches de la Pasión - II
Por Plinio Côrrea de Oliveira
El tercer reproche es el siguiente:
“¿Qué más debí hacer por ti que no lo haya hecho? Yo te planté como viña mía hermosísima; y tú has sido para mí muy amarga, pues apagaste mi sed con vinagre, y abriste con una lanza el costado a tu Salvador.”
“¿Qué más debí hacer por ti que no lo haya hecho? Yo te planté como viña mía hermosísima; y tú has sido para mí muy amarga, pues apagaste mi sed con vinagre, y abriste con una lanza el costado a tu Salvador.”
Este reproche está dirigido al pueblo Judío. Dios plantó al pueblo electo en la Tierra Prometida como un viñedo de gran excelencia. Dios no plantó una viña común, Él escogió cultivar una de gran calidad. Esta viña estaba destinada a convertirse en dulces uvas y en un vino superior, pero en cambio produjo un fruto amargo, amargo más allá de toda imaginación.
Él da dos ejemplos. Cuando tuvo sed, no le dieron buen vino o incluso simple agua para beber, sino que le dieron vinagre. Cuando Él estaba muerto y colgando de la Cruz, en lugar de recibir algún consuelo de sus hijos, ellos enviaron a un hombre para perforar el costado de su Salvador. Aquella lanza atravesó el Corazón del Nuestro Señor, el símbolo del amor para con ellos, y la última gota de sangre fluyó de su Sagrado Cuerpo. Es decir, la crueldad alcanzó su ápice. Esta fue la ingratitud del pueblo Judío.
Este reproche no es hecho sólo para los Judíos, sino también para nosotros. ¿Cómo debemos entenderlo? Cada uno de nosotros es una viña especial que Nuestro Señor plantó en el más precioso terreno de la Iglesia Católica. Después de la Sede de San Pedro, el lugar que más quiero es la pila bautismal por medio del cual he entrado en la Iglesia Católica. Allí recibí la más preciosa gracia de mi vida, que es ser plantado por Nuestro Señor en la viña de la Iglesia Católica. Esto es mucho más que entrar en la Tierra Prometida. La Iglesia es la patria de mi alma.
Habida cuenta de este gran beneficio, yo debería haber producido la más dulce fruta, yo debería haber seguido sus mandamientos, yo tenía que haberlo amado y obedecido completamente a Él. Yo nunca debía haberme desviado de Él siquiera un minuto. Pero mi vida no fue así. Hice cosas que lo ofendieron, he pecado. Me convertí en una uva amarga que mal paga el cuidado de Quien solícitamente la plantó. Peor que eso, Nuestro Señor necesitaba mi ayuda, cuando Él necesitaba la pura y limpia agua de una honesta reparación, yo estaba tibio e indiferente. Le di a beber vinagre.
Después que Él murió por mí, yo pequé. Mi pecado le atravesó el corazón con la frialdad de mi egoísmo y la dureza de mi impenitencia. Me convertí en la lanza del soldado que atravesó el Corazón del Redentor. Yo extraje la última gota de sangre de su Sagrado Cuerpo.
La tradición nos cuenta que Longinus, el soldado romano que introdujo la lanza en el corazón de Nuestro Señor, estaba casi ciego. Después que él empujó su lanza en el Corazón de Cristo, brotó un poco de sangre y agua que le cayó en el rostro y tocó sus ojos. El fue curado inmediatamente de su ceguera y se convirtió como consecuencia. Se convirtió en un santo, durante toda su vida San Longinus se arrepintió por este hecho.
Así como Él perdonó la crueldad y curó la ceguera de Longinus, debemos pedir a Nuestro Señor que perdone nuestra dureza, frialdad, ceguera e ingratitud y nos de la gracia del arrepentimiento y ser santos para amarlo y servirlo correctamente.
Él da dos ejemplos. Cuando tuvo sed, no le dieron buen vino o incluso simple agua para beber, sino que le dieron vinagre. Cuando Él estaba muerto y colgando de la Cruz, en lugar de recibir algún consuelo de sus hijos, ellos enviaron a un hombre para perforar el costado de su Salvador. Aquella lanza atravesó el Corazón del Nuestro Señor, el símbolo del amor para con ellos, y la última gota de sangre fluyó de su Sagrado Cuerpo. Es decir, la crueldad alcanzó su ápice. Esta fue la ingratitud del pueblo Judío.
Este reproche no es hecho sólo para los Judíos, sino también para nosotros. ¿Cómo debemos entenderlo? Cada uno de nosotros es una viña especial que Nuestro Señor plantó en el más precioso terreno de la Iglesia Católica. Después de la Sede de San Pedro, el lugar que más quiero es la pila bautismal por medio del cual he entrado en la Iglesia Católica. Allí recibí la más preciosa gracia de mi vida, que es ser plantado por Nuestro Señor en la viña de la Iglesia Católica. Esto es mucho más que entrar en la Tierra Prometida. La Iglesia es la patria de mi alma.
Habida cuenta de este gran beneficio, yo debería haber producido la más dulce fruta, yo debería haber seguido sus mandamientos, yo tenía que haberlo amado y obedecido completamente a Él. Yo nunca debía haberme desviado de Él siquiera un minuto. Pero mi vida no fue así. Hice cosas que lo ofendieron, he pecado. Me convertí en una uva amarga que mal paga el cuidado de Quien solícitamente la plantó. Peor que eso, Nuestro Señor necesitaba mi ayuda, cuando Él necesitaba la pura y limpia agua de una honesta reparación, yo estaba tibio e indiferente. Le di a beber vinagre.
Después que Él murió por mí, yo pequé. Mi pecado le atravesó el corazón con la frialdad de mi egoísmo y la dureza de mi impenitencia. Me convertí en la lanza del soldado que atravesó el Corazón del Redentor. Yo extraje la última gota de sangre de su Sagrado Cuerpo.
La tradición nos cuenta que Longinus, el soldado romano que introdujo la lanza en el corazón de Nuestro Señor, estaba casi ciego. Después que él empujó su lanza en el Corazón de Cristo, brotó un poco de sangre y agua que le cayó en el rostro y tocó sus ojos. El fue curado inmediatamente de su ceguera y se convirtió como consecuencia. Se convirtió en un santo, durante toda su vida San Longinus se arrepintió por este hecho.
Así como Él perdonó la crueldad y curó la ceguera de Longinus, debemos pedir a Nuestro Señor que perdone nuestra dureza, frialdad, ceguera e ingratitud y nos de la gracia del arrepentimiento y ser santos para amarlo y servirlo correctamente.
El cuarto reproche es el siguiente:
“Pueblo mío, ¿qué te hice Yo? O ¿en qué te he contristado?, respóndeme. Yo por ti descargué mi azote sobre el Egipto y sus primogénitos; y tú, habiéndome azotado, me entregaste.”
Cuando los Judíos estaba en Egipto, Dios envió una plaga para convencer al Faraón que liberase al pueblo Judío. Dios mató a todos los primogénitos de Egipto. Fue un flagelo que castigó a la nación más importante y rica de ese tiempo. Fue el mayor milagro que Dios ordenó realizar a los ángeles a través de Moisés, y también fue decisivo, porque después de aquello el Faraón dejó al pueblo Judío en libertad.
Es interesante ver cómo Dios considera este castigo que Él hace sobre un pueblo como una misericordia para su pueblo. De acuerdo con la actual errónea noción sentimental de Dios, Él nunca enviaría un castigo a nadie porque eso sería contra la “bondad divina”. Esto no es lo que enseña la Iglesia Católica en estos reproches de la Pasión. Dios fue infinitamente bueno cuando castigó a los Egipcios, tanto es así, que este hecho se presenta como uno de los hitos de su conmovedor amor por su pueblo. Es útil ver, de paso, cómo el liberalismo está corrompiendo nuestras mentes.
Dios fue extremadamente misericordioso en la liberación de su Pueblo elegido y les permitió ir libres para cumplir con su misión, que era prepararse para la venida del Mesías. Sin embargo, cuando Nuestro Señor vino, en lugar de recibirlo como debería haber sido, lo entregaron para ser azotado por los romanos.
Es una contradicción conmovedora: Dios azotó al pueblo más poderoso de ese tiempo, los egipcios, para liberar a los Judíos; y los Judíos encarcelan a Nuestro Señor y lo entregan a los romanos, el pueblo más poderoso de ese tiempo, para ser azotado.
¿Cuántas veces nuestro respeto humano y miedo servil a la opinión pública nos lleva a comprometer los principios católicos? ¿Cuántas veces hemos dejado de lado y reído de las costumbres católicas a fin de acomodarnos en el mundo revolucionario? ¿Cuántas veces hemos atacado las costumbres tradicionales de la Cristiandad, a fin de seguir la moda del momento?
Cada vez que hicimos una de esas cosas fueron azotes contra Nuestro Señor; laceramos su purísima carne; hacíamos que su sangre divina se derramara sobre el suelo; ridiculizamos su realeza como Señor del universo. Debemos estar convencidos de nuestra cobardía, arrepentirnos y pedir a la Virgen que nos de fuerza y valentía para afirmar los principios católicos ante el mundo.
“Pueblo mío, ¿qué te hice Yo? O ¿en qué te he contristado?, respóndeme. Yo por ti descargué mi azote sobre el Egipto y sus primogénitos; y tú, habiéndome azotado, me entregaste.”
Cuando los Judíos estaba en Egipto, Dios envió una plaga para convencer al Faraón que liberase al pueblo Judío. Dios mató a todos los primogénitos de Egipto. Fue un flagelo que castigó a la nación más importante y rica de ese tiempo. Fue el mayor milagro que Dios ordenó realizar a los ángeles a través de Moisés, y también fue decisivo, porque después de aquello el Faraón dejó al pueblo Judío en libertad.
Es interesante ver cómo Dios considera este castigo que Él hace sobre un pueblo como una misericordia para su pueblo. De acuerdo con la actual errónea noción sentimental de Dios, Él nunca enviaría un castigo a nadie porque eso sería contra la “bondad divina”. Esto no es lo que enseña la Iglesia Católica en estos reproches de la Pasión. Dios fue infinitamente bueno cuando castigó a los Egipcios, tanto es así, que este hecho se presenta como uno de los hitos de su conmovedor amor por su pueblo. Es útil ver, de paso, cómo el liberalismo está corrompiendo nuestras mentes.
Dios fue extremadamente misericordioso en la liberación de su Pueblo elegido y les permitió ir libres para cumplir con su misión, que era prepararse para la venida del Mesías. Sin embargo, cuando Nuestro Señor vino, en lugar de recibirlo como debería haber sido, lo entregaron para ser azotado por los romanos.
Es una contradicción conmovedora: Dios azotó al pueblo más poderoso de ese tiempo, los egipcios, para liberar a los Judíos; y los Judíos encarcelan a Nuestro Señor y lo entregan a los romanos, el pueblo más poderoso de ese tiempo, para ser azotado.
¿Cuántas veces nuestro respeto humano y miedo servil a la opinión pública nos lleva a comprometer los principios católicos? ¿Cuántas veces hemos dejado de lado y reído de las costumbres católicas a fin de acomodarnos en el mundo revolucionario? ¿Cuántas veces hemos atacado las costumbres tradicionales de la Cristiandad, a fin de seguir la moda del momento?
Cada vez que hicimos una de esas cosas fueron azotes contra Nuestro Señor; laceramos su purísima carne; hacíamos que su sangre divina se derramara sobre el suelo; ridiculizamos su realeza como Señor del universo. Debemos estar convencidos de nuestra cobardía, arrepentirnos y pedir a la Virgen que nos de fuerza y valentía para afirmar los principios católicos ante el mundo.
El quinto reproche es el siguiente:
“Pueblo mío, ¿qué te hice Yo? o ¿en qué te he contristado?, respóndeme. Yo te saqué de Egipto sumergiendo a Faraón en el Mar Rojo; y tú me entregaste a los príncipes de los sacerdotes.”
“Pueblo mío, ¿qué te hice Yo? o ¿en qué te he contristado?, respóndeme. Yo te saqué de Egipto sumergiendo a Faraón en el Mar Rojo; y tú me entregaste a los príncipes de los sacerdotes.”
El Faraón era considerado el símbolo del Diablo, porque él fue el mayor poder terrenal de aquel tiempo y quiso destruir al pueblo elegido, que tenía la semilla de la promesa, el Masías. Los Judíos fueron liberados por Dios del Faraón, que los persiguió. Dios ahogó a los egipcios en el Mar Rojo. En vez de ser agradecidos por ello y por la Redención que Nuestro Señor traería en breve a toda la humanidad, los Judíos entregaron a Nuestro Señor a los sumos sacerdotes para ser asesinado. Es decir, tanto los sumos sacerdotes como el pueblo elegido actuaron como partidarios del Diablo. El pueblo había sido simbólicamente liberado del Diablo por el ahogamiento del Faraón en el Mar Rojo, al igual como ellos serían liberados de hecho cuando Nuestro Señor ahogase el poder del Diablo por su Redención.
Es otro conmovedor y contradictorio ejemplo de ingratitud. Que también tiene una aplicación para nosotros hoy.
¿Cuántas veces, en nuestro deseo de complacer a los sacerdotes del mal, nos olvidamos de seguir a Dios? ¿Cuántas veces seguimos sus teorías progresistas y su moral relajada sin el menor análisis, sólo porque eran los sacerdotes? ¿Cuántas veces hemos hablado en contra e incluso difamado a los buenos católicos que representan la causa de Nuestro Señor Jesucristo para complacer a este o aquel eclesiástico que odia a los buenos católicos? ¿Cuántas veces hemos obedecido ciegamente a los malos sacerdotes en lugar de Nuestro Señor?
Por una parte, debemos recordar siempre que los sacerdotes son otros Cristos y los Obispos son príncipes de la Iglesia, sucesores de los Apóstoles. Como tales, merecen el máximo respeto y obediencia. Por otro lado, no podemos olvidar que muchas veces en la historia fueron los líderes de las herejías y los que hicieron compromisos morales que dejaron a los fieles a las peores consecuencias. El ejemplo de los sumos sacerdotes de la Sinagoga tramando la muerte de Nuestro Señor está ahí para enseñarnos esta lección.
Por lo tanto, no es suficiente para nosotros seguir a los eclesiásticos sin importar lo que son o enseñan, sino que es necesario discernir lo que no merece ser seguido. De lo contrario vamos a entregar nuestra alma a la muerte, y vamos a entregar a Nuestro Señor a otra crucifixión.
Inspirados en este reproche, debemos pedir a la Virgen que nos dé todo el respeto posible al Clero y a la Jerarquía, pero que también nos dé una vigilancia coherente y una fuerte determinación de no seguir sus errores, en el caso de que existan.
Es otro conmovedor y contradictorio ejemplo de ingratitud. Que también tiene una aplicación para nosotros hoy.
¿Cuántas veces, en nuestro deseo de complacer a los sacerdotes del mal, nos olvidamos de seguir a Dios? ¿Cuántas veces seguimos sus teorías progresistas y su moral relajada sin el menor análisis, sólo porque eran los sacerdotes? ¿Cuántas veces hemos hablado en contra e incluso difamado a los buenos católicos que representan la causa de Nuestro Señor Jesucristo para complacer a este o aquel eclesiástico que odia a los buenos católicos? ¿Cuántas veces hemos obedecido ciegamente a los malos sacerdotes en lugar de Nuestro Señor?
Por una parte, debemos recordar siempre que los sacerdotes son otros Cristos y los Obispos son príncipes de la Iglesia, sucesores de los Apóstoles. Como tales, merecen el máximo respeto y obediencia. Por otro lado, no podemos olvidar que muchas veces en la historia fueron los líderes de las herejías y los que hicieron compromisos morales que dejaron a los fieles a las peores consecuencias. El ejemplo de los sumos sacerdotes de la Sinagoga tramando la muerte de Nuestro Señor está ahí para enseñarnos esta lección.
Por lo tanto, no es suficiente para nosotros seguir a los eclesiásticos sin importar lo que son o enseñan, sino que es necesario discernir lo que no merece ser seguido. De lo contrario vamos a entregar nuestra alma a la muerte, y vamos a entregar a Nuestro Señor a otra crucifixión.
Inspirados en este reproche, debemos pedir a la Virgen que nos dé todo el respeto posible al Clero y a la Jerarquía, pero que también nos dé una vigilancia coherente y una fuerte determinación de no seguir sus errores, en el caso de que existan.
El sexto es el siguiente:
“Pueblo mío, ¿qué te hice Yo? o ¿en qué te he contristado?, respóndeme. Yo te abrí el paso por el mar; y tú abriste con una lanza mi costado.”
Las observaciones formuladas en el tercer reproche se pueden aplicar también a esta.
El séptimo es el siguiente:
“Pueblo mío, ¿qué te hice Yo? o ¿en qué te he contristado?, respóndeme. Yo en forma de una columna de nube te guié por el desierto; y tú me llevaste al pretorio de Pilatos.”
“Pueblo mío, ¿qué te hice Yo? o ¿en qué te he contristado?, respóndeme. Yo te abrí el paso por el mar; y tú abriste con una lanza mi costado.”
Las observaciones formuladas en el tercer reproche se pueden aplicar también a esta.
El séptimo es el siguiente:
“Pueblo mío, ¿qué te hice Yo? o ¿en qué te he contristado?, respóndeme. Yo en forma de una columna de nube te guié por el desierto; y tú me llevaste al pretorio de Pilatos.”
Dios guió al pueblo Judío en el desierto con un pilar de nubes durante el día y un pilar de luz en la noche. Es decir, nunca lo dejó sin orientación; ellos siempre sabían dónde ir para llevar a cabo la voluntad de Dios.
La ingratitud de los Judíos fue flagrante cuando ellos condujeron al Mesías al pretorio para ser juzgado por Pilatos, un hombre que no tenía conocimiento de la verdad. El era absolutamente incapaz de juzgar a nadie, mucho menos a la misma Verdad, el Verbo Encarnado.
Esto tiene una aplicación a nuestras vidas. Dios nos dio la Revelación y su segura interpretación por el Magisterio tradicional de la Iglesia católica. Es una columna de nubes durante el día, el tiempo normal en la vida de los católicos, y una columna de luz durante la noche, en los tiempos difíciles, cuando es difícil distinguir entre la verdad y el error. Está siempre ahí para mostrarnos lo que es la verdad impecable y el correcto camino para seguir la voluntad de Dios.
¿Cuántas veces he negado esta clara y constante enseñanza de la Santa Madre Iglesia? ¿Cuántas veces he adherido a las novedades modernista y progresista movido por la pereza de reaccionar contra la corriente? ¿No conduje a Nuestro Señor – la fe católica – a ser juzgado por Pilatos, ante personas que no tienen noción de la verdad?
La ingratitud de los Judíos fue flagrante cuando ellos condujeron al Mesías al pretorio para ser juzgado por Pilatos, un hombre que no tenía conocimiento de la verdad. El era absolutamente incapaz de juzgar a nadie, mucho menos a la misma Verdad, el Verbo Encarnado.
Esto tiene una aplicación a nuestras vidas. Dios nos dio la Revelación y su segura interpretación por el Magisterio tradicional de la Iglesia católica. Es una columna de nubes durante el día, el tiempo normal en la vida de los católicos, y una columna de luz durante la noche, en los tiempos difíciles, cuando es difícil distinguir entre la verdad y el error. Está siempre ahí para mostrarnos lo que es la verdad impecable y el correcto camino para seguir la voluntad de Dios.
¿Cuántas veces he negado esta clara y constante enseñanza de la Santa Madre Iglesia? ¿Cuántas veces he adherido a las novedades modernista y progresista movido por la pereza de reaccionar contra la corriente? ¿No conduje a Nuestro Señor – la fe católica – a ser juzgado por Pilatos, ante personas que no tienen noción de la verdad?
Debemos pedir a Nuestra Señora de los Dolores, que siguió los pasos de la Pasión de manera ejemplar, que aumente nuestro amor a la verdad y nos dé fidelidad al Magisterio tradicional de la Iglesia, sin importar quien está en contra de ella. Incluso si los jueces más altos de la tierra condenasen ese Magisterio, debemos seguir, como Nuestra Señora siguió a Nuestro Señor hasta el final.