Si en la era del romanticismo la opinión pública se inclinaba para las almas delicadas, sutiles, frágiles, exageradamente delicadas, exageradamente sutiles, diríamos exageradamente frágiles si la fragilidad ya no fuese en sí misma un defecto y una exageración, en nuestros días, cuando la lucha por la vida del alma y del cuerpo imponen un esfuerzo incesante, la admiración se vuelve más frecuentemente para las almas poderosas, fuertes, realizadoras, enérgicas. Y, como todo cuanto es humano está sujeto a la exageración, somos propensos no raras veces a glorificar las fuerza física de los boxeadores y atletas, o la fuerza casi hipnótica de ciertos dictadores, como valores absolutos y supremos.
En esto, como en todo, un sano equilibrio se impone. Y de este equilibrio la Iglesia Católica es maestra, fuente de toda virtud.
Entre la fuerza y la delicadeza de alma no hay incompatibilidad, desde que una como la otra sean entendidas rectamente. Y un alma puede al mismo tiempo ser delicadísima sin ninguna flaqueza y fuertísima sin ninguna brutalidad.
A bien decir, no hay en Brasil persona piadosa que no haya leído "El Alma de todo Apostolado", de Dom Chautard, el famoso abad trapista que vivió algún tiempo en nuestro país, donde intentó -en vano, infelizmente- fundar un monasterio de su orden en Tremembé, Estado de São
Paulo. Es imposible leer las páginas admirables de ese libro que tiene una unción que recuerda a veces la "Imitación de Cristo", sin sentir los tesoros de delicadeza que su gran alma encerraba. Dom Chautard fue, entre tanto, también un gran luchador. Contemplativo por vocación, las circunstancias permitidas por la Providencia exigieron que entrase en muchas luchas. Enfrentó con éxito a Clemanceau, el célebre ministro anticlerical de Francia que pasó para la historia con el apodo de "el tigre", y que durante la primera guerra mundial como que personificó todo el coraje y la capacidad de resistencia del pueblo francés. Y de tal manera su gran alma se impuso a la de Clemanceau, que éste prestaba a Dom Chautard un respeto que conservó hasta sus últimos días. La fuerza del hombre se ve en su poderosa personalidad, impregnada de toda la calma de un contemplativo, de toda la decisión de una voluntad de hierro, y de toda la majestad de un espíritu robusto, profundo, enteramente penetrado de las cosas de Dios. La mirada como que sintetiza todas estas cualidades. Mirada noble y dominante, con que Dom Chautard hacía proezas. Durante un viaje por el Oriente, encontró un león enjaulado, lo miró atentamente, e hipnotizó a la fiera...
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Todos los que convivieron con el gran Dom Fray Vital Maria
Gonçalves de Oliveira celebraron la extraordinaria dulzura de su trato, la gran delicadeza de su alma. A lo largo de su gloriosa lucha con las autoridades masónicas, Dom Vital reveló, sin embargo, una firmeza que hizo de él uno de los mayores obispos que la Iglesia ha tenido. Larga frente noble y como que vivificada
por el soplo de las grandes ideas, cejas vigorosas, de una línea implacablemente regular, ojos igualmente de una impresionante regularidad de
diseño y admirable nitidez, de los cuales se desprende una mirada calmada, fuerte y profunda, que ve a lo lejos y está habituado a considerar las cosas por sus
aspectos más altos, más trascendentes y, por lo tanto, más reales. Nariz que tiene una línea de indiscutible franqueza, barba espesa y varonil, porte erecto. Todo en Dom Vital indica al pastor que ama ardientemente cada una de sus ovejas, y que por esto mismo es capaz de luchar contra cualquier fiera, para expulsarla del aprisco.
Dom Chautard, trapista emérito, modelo de vida contemplativa,
Dom Vital, capuchino experto, modelo de vida activa, ambos obras primas de
equilíbrio entre la fuerza y la delicadeza del alma, bien muestran cuánto la fe puede vivificar con energías invencibles a los hombres, en este siglo de luchas de todos los momentos y todos los aspectos.
Plinio Corrêa de Oliveira
Catolicismo Nº 52 - Abril de 1955