Plinio Corrêa de Oliveira
Otra
clase en la sociedad medieval, además del clero, era la clase militar. Tenía la obligación de derramar su sangre por
la defensa de la sociedad. En esa época, la gente no entendía la clase militar
como una carrera, como cualquier otra, como a menudo lo hacemos hoy. En la Edad
Media hubo una diferencia muy marcada entre los que tomaban las armas como una
vocación de proteger a la sociedad y los mercenarios que vendían su sangre al
Estado por dinero.
La fidelidad de las tropas mercenarias
Las tropas mercenarias siempre existieron en la Edad Media. Eran hombres que
amaban la guerra, que se sentían incómodos fuera del peligro de la guerra. Por
esta razón, cuando su país estaba en paz ellos podrían anunciar: “Somos 400
suizos, o 500 alemanes, o 300 italianos, que estamos dispuestos a vender
nuestro servicio de guerrear a un señor para entrar en cualquier guerra que él
escoja”.
Caballeros en un vitral en la Sainte Chapelle |
Entonces,
un príncipe que necesitaba soldados podía contratar esas tropas para que fueran
a pelear para él. La palabra mercenario no tenía un sentido peyorativo. Ellos
eran hombres a los que les gustaba pelear; eran contratados por quienes no les
gustaba pelear y estaban dispuestos a pagarles para que lucharan por ellos.
Cuando
los pueblos pacíficos se daban cuenta de que tendrían que entrar en una guerra,
ellos contrataban mercenarios para proteger sus ciudades o sus fronteras contra
los enemigos que los amenazan. En la Edad Media, las tropas mercenarias eran
muy fieles a sus amos. No fue sino hasta el Renacimiento que se hizo más
frecuente que los mercenarios se cambiaran de bando; pero en la Edad Media, ellos
combatían con fidelidad.
Encontramos
un ejemplo posterior de la fidelidad medieval de uno de esos cuerpos cuando
cayó la monarquía francesa. En aquella ocasión, los soldados mercenarios suizos
lucharon hasta el final para el rey Luis XVI en 1792 cuando los revolucionarios
tomaron por asalto el Palacio de las Tullerías en París. Ellos fueron los
últimos en permanecer fieles al rey, luchando contra la Revolución hasta el
punto de que todos ellos murieron por el rey.
Este monumento rinde homenaje a la lealtad y valentía de los guardias suizos que murieron defendiendo al rey Luis XVI |
Hoy
en día hay un Monumento del León en Lucerna, Suiza, en conmemoración de ese
acontecimiento heroico. En una concavidad tallada en un acantilado de una de
las montañas suizas hay un león herido de muerte con un pie sosteniendo un
escudo con la flor de lis. Detrás de él, hay otro escudo con el escudo de armas
de Suiza. La inscripción de arriba dice: “A la lealtad y valentía de los suizos”
[Helvetiorum fidei ac Virtuti]; debajo
del león están los nombres de los oficiales suizos que dieron sus vidas y el
número de los soldados suizos que murieron, que suman 760.
Es
un homenaje del pueblo suizo a esas tropas mercenarias que lucharon con gran
fidelidad por el rey francés.
El
último vestigio de una tropa mercenaria de hoy es la Guardia Suiza del Papa.
Todo el mundo sabe que los miembros de la Guardia Suiza pontificia son soldados
de Suiza. Ellos van a Roma para ser guardias del Vaticano, reciben un salario
determinado, y sirven muy bien.
Con
esos ejemplos, podemos ver que la ocupación del soldado mercenario era honesta
y respetable en la Edad Media.
El coraje del guerrero medieval
Muy
diferente era la clase militar real del país. Un militar medieval era un hombre
que renunciaba en favor del bien común a todo lo bueno que la vida puede ofrecer.
Considero que la Edad Media fue la época más combativa de la historia, el
período que produjo el mayor número de grandes guerreros, hombres de gran
valor, la época en que más se glorificó el coraje. Es curioso ver que esa época
estaba muy consciente de lo que es más pungente y dramático en el medio militar
para quienes se entregaban en cuerpo y alma al combate.
Detrás
de esta actitud se expone toda la teoría católica de la valentía.
Una
vez un sacerdote alemán me describió cómo Hitler seleccionaba a los hombres
para que sirvieran en sus tropas de asalto de elite superior. Él colocaba todo
tipo de obstáculos en una enorme pista de carreras y había un número de jóvenes
que pasaban por ella. Había todo tipo de obstáculos: fuego, charcos, torres,
agujeros y muchas otras cosas difíciles de superar. Cuando un joven recorría
sin titubear todos los obstáculos y los conquistaba, esta era una prueba de que
él era lo suficientemente bueno para pertenecer a ese cuerpo de asalto. Pero si
el joven se detenía a pensar antes de seguir pasar por un obstáculo, aunque
después él conseguía realmente pasar por ellos, él no lo consideraba lo
suficientemente valiente para ese cuerpo.
Las estatuas de caballeros medievales expresan su estabilidad y coraje viril |
La
concepción del coraje detrás de esas pruebas es errónea, totalmente basada en los
impulsos. El sacerdote alemán que me contó esto, por cierto, observó claramente
este defecto. El coraje no consiste en saltar hacia el peligro sin pensar en él.
El coraje consiste en la evaluación completa del peligro y, a continuación,
decidir enfrentarlo con un acto deliberado de la voluntad.
El
ejemplo perfecto de esto es Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto de los
Olivos. Cristo es el modelo, el prototipo del heroísmo. En el Huerto de los
Olivos, Él no asumió la actitud de un hombre impulsivo; ello no estaría acorde
con su infinita santidad.
Él
midió todas las penas y dolores que sufriría; Él tuvo tanto miedo de los
sufrimientos que llegó a sudar sangre. Pero, a pesar de esa repulsión, porque
era su deber hacer frente a esos sufrimientos para cumplir la misión que el
Padre Eterno le había encomendado, Él lo enfrentó todo, Él llevó su cruz hasta
la cima del Calvario, permitió ser crucificado y murió. Ello fue un acto
deliberado de la voluntad de gobernar sus acciones.
El
caballero católico medieval era un hombre que tenía esta concepción del valor. Estaba
plenamente consciente del peligro que enfrentaba. La literatura medieval nos
describe muchas manifestaciones de la tristeza del caballero que iba a la
guerra. Él lloraba cuando se despedía de su familia. A menudo, su familia lo
seguía por un tramo determinado de la carretera. Luego, en el último adiós, ellos
se prometían rezar por los demás en un momento determinado del día.
En
estas descripciones se comprende el profundo sentido de los peligros que ellos
tenían que enfrentar —el riesgo de muerte, de ser herido, de caer prisionero en
manos del enemigo, etc.— así como el dolor de la separación. El caballero
medieval sufría esto. Hoy en día, de acuerdo con un modelo pagano en moda, un
hombre debe ser insensible frente a cualquier sentimiento: si llegara a perder
a su padre, madre o hijo, él debe permanecer insensible, sin emoción. En la
Edad Media, esta actitud sería considerada estúpida.
El
caballero medieval tenía sentimientos y sufría cuando ellos eran heridos. El
hombre naturalmente tiene emociones y es normal expresarlas. Por lo tanto, a
veces esos caballeros eran lo suficientemente valientes como para partir a un
turco en dos o abrirse camino en una ciudad por sí solo para llegar a la mezquita
sólo para tener el placer de ser el primero en destruir el culto a Mahoma. En
otras ocasiones, uno de esos mismos hombres podía ser tocado por la situación
de una viuda y llorar abundantemente. ¿Cómo se pueden explicar estos
sentimientos aparentemente opuestos?
El
equilibrio interno de un hombre que enfrenta el dolor y el peligro era
diferente de lo que es hoy: era un equilibrio muy católico. El caballero
medieval estaba familiarizado con la idea del deber. A pesar que tenía una idea
clara de los riesgos de la guerra, él tenía motivaciones sobrenaturales —deducidas
de la fe y la revelación católica— que lo llevaban a correr esos riesgos. Por
estas razones él se expondría al combate y a la lucha.
Continuará. La siguiente publicación de esta
serie se titula: La condición militar, alma de la
nobleza medieval