sábado, 9 de julio de 2011

FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN, Cap. 14, primera parte

Nota: este libro lo iremos publicando por capítulos semanalmente. Los interesados en recibir los capítulos publicados en sus correos, por favor escriban al email de contacto colocando en asunto solamente: deseo recibir los capítulos del libro Fuera de la Iglesia No hay Salvación.

Capítulo 14

EL BAUTISMO DE SANGRE Y EL BAUTISMO DE DESEO – TRADICIONES ERRÓNEAS DE LOS HOMBRES (PRIMERA PARTE)

En este documento, he demostrado que la Iglesia católica enseña infaliblemente que el sacramento del bautismo es necesario para la salvación. También he demostrado que sólo por la recepción del sacramento del bautismo es que uno se incorpora a la Iglesia católica, fuera de cual no hay salvación. También he demostrado que la Iglesia católica enseña infaliblemente que las palabras de Jesucristo en Juan 3, 5 – En verdad, en verdad te digo, que quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios – deben ser entendidas literalmente: según están escritas. Esta es la enseñanza infalible de la Iglesia y excluye cualquier posibilidad de salvación sin haber renacido del agua y del Espíritu Santo. Sin embargo, a través de la historia de la Iglesia, muchos han creído en las teorías llamadas bautismo de deseo y bautismo de sangre, esto es, que el deseo por el sacramento del bautismo o el martirio de por la fe suple la falta de renacer del agua y del Espíritu Santo. Aquellos que creen en el bautismo de sangre y en el bautismo de deseo plantean algunas objeciones a la necesidad absoluta de recibir el sacramento del bautismo para la salvación. Por consiguiente, con el fin de ser exhaustivo, responderé a todas las principales objeciones hechas por los defensores del bautismo de deseo y del bautismo de sangre, y en el proceso, voy a dar una visión general de la historia de los errores del bautismo de deseo y del bautismo de sangre. Al hacer esto, demostraré que ni el bautismo de sangre, ni el bautismo de deseo son una enseñanza de la Iglesia católica.

LOS PADRES SON UNÁNIMES DESDE EL PRINCIPIO SOBRE EL BAUTISMO DE AGUA

En el primer milenio de la Iglesia vivieron cientos de hombres santos que son llamados “Padres de la Iglesia”. Tixeront, en su obra Handbook of Patrology [Manual de la Patrología], abarca más de quinientos cuyos nombres y escritos han llegado hasta nosotros[1]. Los Padres (o los primeros prominentes escritores cristianos católicos) desde el principio son unánimes en que nadie entra en el cielo o se libera del pecado original sin el bautismo en agua.

En la carta de Bernabé, de fecha tan temprana como el año 70 d.C., se lee:

“… nosotros bajamos al agua rebosando pecados y suciedad, y subimos llevando fruto en nuestro corazón…”[2].

En 140 d.C., el Padre primitivo de la Iglesia, Hermas, cita a Jesús en Juan 3, 5, y escribe:

“Ellos tenían que salir a través del agua, para que pudieran recibir la vida; porque de otro modo no habrían podido entrar en el reino de Dios”[3].

Esta afirmación es obviamente una paráfrasis de Juan 3, 5; lo que demuestra que, desde el comienzo de la era apostólica, era creído y enseñado por los Padres que nadie podía entrar en el cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu fundamentándose específicamente en la declaración de nuestro Señor Jesucristo en Juan 3, 5.

En 155 d.C., el mártir San Justino escribe:

“… los llevamos a un lugar donde hay agua, y allí ellos renacen del mismo modo de renacimiento en que renacimos… en el nombre de Dios, ellos reciben el lavatorio de agua. Porque Cristo dijo: ‘Si no renaciereis, no entraréis en el reino de los cielos’. La razón para hacer esto lo aprendimos de los apóstoles”[4].

Nótese que San Justino Mártir, como Hermas, también cita las palabras de Jesús en Juan 3, 5, y, en base a las palabras de Cristo, enseña que es de la tradición apostólica que nadie en absoluto puede entrar al cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu Santo en el sacramento del bautismo.

En su diálogo con el judío Trifón, también el 155 d.C., San Justino Mártir escribe:

“… apresuraos en aprender de qué forma obtendrás el perdón de los pecados y una esperanza de la herencia. No hay otra manera que esta: reconocer a Cristo, ser lavado en el lavatorio anunciado por Isaías [el bautismo]…”[5].

En 180 d.C., San Ireneo escribe:

“…dando a los discípulos el poder de la regeneración en Dios, Él les dijo: «Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas… Al igual que el trigo seco sin humedad no puede convertirse en masa o pan, así también, nosotros, siendo muchos, no podemos ser uno en Jesucristo, sin el agua del cielo Nuestros cuerpos logran la unidad a través del lavado… las almas, sin embargo, por medio del Espíritu. Ambos son, pues, necesarios”[6].

Aquí vemos de nuevo un claro anuncio de la tradición constante y apostólica de que nadie se salva sin el sacramento del bautismo, nada menos que del gran padre apostólico San Ireneo, en el siglo segundo. San Ireneo conoció a San Policarpo y San Policarpo conoció al mismo apóstol San Juan.

En 181 d.C., San Teófilo continúa la tradición:

“…aquellas cosas que fueron creadas de las aguas fueron bendecidas por Dios, para que esto pudiera ser también un signo de que los hombres en el futuro recibirán el arrepentimiento y el perdón de los pecados a través del agua y el baño de la regeneración…”[7].

En 203 d.C., Tertuliano escribe:

“… de hecho, está prescrito que nadie puede alcanzar la salvación sin el bautismo, especialmente en vista de la declaración del Señor, que dice: Si uno no renaciere del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos [Juan 3, 5]…”[8].

Nótese cómo Tertuliano afirma la misma tradición apostólica de que nadie se salva sin el bautismo en agua basada en las palabras de Jesús mismo.

Tertuliano escribe además en 203 d.C.:

“Un tratado sobre nuestro sacramento de agua, por el cual son lavados los pecados de nuestra ceguera anterior… ni podemos ser salvos de otra manera, sino permaneciendo permanentemente en el agua[9].

El bautismo también se ha llamado desde los tiempos apostólicos el sello, el signo y la iluminación, porque sin este sello, signo o iluminación a nadie se le perdona el pecado original o es signado como miembro de Jesucristo.

“Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha signado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones (2 Cor. 1, 21-22)”.

Ya en 140 d.C., Hermas había enseñado esta verdad – que el bautismo es el sello – transmitida por los Apóstoles de Jesucristo.

Hermas, 140 d.C.: “…antes que un hombre lleve el nombre del Hijo de Dios, está muerto; pero cuando recibe el sello, deja a un lado la mortalidad y recibe de nuevo la vida. El sello, por tanto, es el agua. Ellos se sumergen muertos en el agua y salen vivos de ella”[10].

En la famosa obra titulada La Segunda Epístola de Clemente a los Corintios, 120-170 d.C., Hermas dice:

“Para aquellos que no han llevado el sello del bautismo, ‘su gusano no morirá, y su fuego no se extinguirá’”[11].

San Efraín, 350 d.C.: “… somos ungidos en el bautismo, por el que tenemos su sello”[12].

San Gregorio de Nisa, 380 d.C.: “¡Apresuraos, oh ovejas, hacia el signo de la cruz y el sello [bautismo], que os salvara de vuestra miseria!”[13].

San Clemente de Alejandría, 202 d.C.:

“Cuando somos bautizados, somos iluminados. Al ser iluminados, somos adoptados como hijos… Esta obra se llama indistintamente gracia, iluminación, perfección, lavado. Se trata de un lavado por la que somos limpiados de los pecados…”[14].

Orígenes, 244 d.C.:

“La Iglesia ha recibido de los Apóstoles la tradición de dar el bautismo, incluso a los niños… en todos están las manchas innatas del pecado, que deben ser lavadas por el agua y el Espíritu[15].

San Afraates, el mayor de los Padres sirios, escribe en el 336 d.C.:

“Esta, entonces, es la fe: que el hombre cree en Dios… en su Espíritu… en su Cristo… También, que el hombre cree en la resurrección de la muerte, y, además, cree en el sacramento del bautismo. Esta es la creencia de la Iglesia de Dios”[16].

Además, el mismo Padre sirio escribe:

“Pues por el bautismo recibimos el Espíritu de Cristo… Porque el Espíritu está ausente de todos los que han nacido de la carne, hasta que lleguen a las aguas del renacimiento[17].

Aquí vemos, en los escritos de San Afraates, la misma enseñanza de la tradición sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación, basada en las palabras de Cristo en Juan 3, 5.

San Cirilo de Jerusalén, 350 d.C.:

“Él dice, “El que no renaciere” – y agrega las palabras “del agua y del Espíritu – no podrá entrar en el reino de Dios… si un hombre es virtuoso en sus actos, pero no recibe el sello a través del agua, no entrará en el reino de los cielos. Un dicho audaz, pero no el mío, porque es Jesús el que lo ha declarado[18].

Vemos que San Cirilo continúa la tradición apostólica de que nadie entra al cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu; nuevamente en una comprensión absoluta de las propias palabras de nuestro Señor en Juan 3, 5.

San Basilio Magno, 355 d.C.:

“¿De dónde es que somos cristianos? A través de la fe, responderán todos. ¿Cómo somos salvos? Renaciendo en la gracia del bautismo... Porque es la misma pérdida para cualquiera que deja esta vida sin haber sido bautizado, que recibir un bautismo en que se ha omitido alguna cosa que ha sido trasmitida”[19].

San Gregorio de Elvira, 360 d.C.:

“Cristo es llamado la Red, porque a través de Él y en Él la diversa multitud de los pueblos son reunidos del mar del mundo, a través del agua del bautismo y en la Iglesia, de donde se hace una diferencia entre el bueno y el malo”[20].

San Efraín, 366 d.C.:

“Esto es lo que profesa la sagrada Iglesia católica. En esta misma Santísima Trinidad ella bautiza hacia la vida eterna[21].

Papa San Dámaso, 382 d.C.:

“Esta, entonces, es la salvación de los cristianos: creer en la Trinidad, es decir, en el Padre, y en el Hijo y en el Espíritu Santo, y bautizados en ella…”[22].

San Ambrosio, 387 d.C.:

“… nadie asciende al reino de los cielos, sino por el sacramento del bautismo”[23].

San Ambrosio, 387 d.C.:

Quien no renace del agua y del Espíritu Santo, no podrá entrar el reino de Dios. Nadie está exento: ni el infante, ni el que está impedido por alguna necesidad”[24].

San Ambrosio, De mysterii, 390-391 d.C.:

“Habéis leído, por tanto, que los tres testigos en el bautismo son uno: el agua, la sangre y el espíritu, y si se retira uno de ellos, el sacramento del bautismo no es válido. Porque, ¿qué es el agua sin la cruz de Cristo? Un elemento común sin ningún efecto sacramental. Por otra parte, tampoco hay misterio alguno de la regeneración sin el agua: porque «si no renacéis del agua y el Espíritu, no podéis entrar en el reino de Dios» [Juan 3, 5]. Hasta un catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, por la cual él también es signado, pero, a menos que fuere bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir la remisión de los pecados ni ser beneficiario del don de la gracia espiritual”[25].

San Juan Crisóstomo, 392 d.C.:

“¡Llorad por los incrédulos; llorad por los que no difieren de ellos un ápice, aquellos que van, por lo tanto, sin iluminación, sin el sello!… Ellos están fuera de la magnífica ciudad… con los condenados. En verdad, os digo, que quien no renace del agua y el Espíritu, no entrará en el reino de los cielos’”[26].

San Agustín, 395 d.C.:

“… Dios no perdona los pecados, excepto a los bautizados”[27].

Papa San Inocencio, 414 d.C.:

“Puesto que vuestra fraternidad hace valer la predicación de los pelagianos, de que incluso sin la gracia del bautismo los niños pueden ser premiados con las recompensas de la vida eterna, es bastante estúpido”[28].

Papa San Gregorio Magno, 590 d.C.:

“El perdón del pecado se nos ha dado únicamente por el bautismo de Cristo[29].

Teofilacto, patriarca de Bulgaria, 800 d.C.:

“El que creyere y fuere bautizado, será salvo. No basta creer; el que cree, y aún no está bautizado, sino sólo es un catecúmeno, aún no ha adquirido la salvación”[30].

Podrían citarse muchos otros pasajes de los Padres, sin embargo es un hecho que los Padres de la Iglesia son unánimes desde el comienzo de la era apostólica – basados en las palabras de Jesucristo en Juan 3, 5 –, de que nadie en absoluto puede ser salvo sin recibir el sacramento del bautismo. El eminente erudito patrístico, el P. William Jurgens, quien literalmente ha leído miles de textos de los Padres (a pesar que cree en el bautismo de deseo), en sus tres volúmenes sobre los Padres de la Iglesia, se vio obligado a admitir lo siguiente:

P. William Jurgens: “Si no hubiese una tradición constante en los Padres de que el mensaje evangélico de ‘Quien no renaciere del agua y el Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios’ debe ser tomado en absoluto, sería fácil decir que nuestro Salvador simplemente no consideró oportuno mencionar las excepciones obvias de la ignorancia invencible y de la imposibilidad física. Pero la tradición, de hecho está ahí, y es bastante probable que se encuentre tan constante como para constituir revelación[31].

El eminente erudito P. Jurgens está admitiendo aquí tres cosas importantes:

1. Los padres son constantes en su enseñanza de que Juan 3, 5 es absoluta y sin excepciones, es decir, absolutamente nadie entra en el cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu;

2. Los padres son tan constantes en este punto que probablemente constituye revelación divina, sin siquiera considerar la enseñanza infalible de los Papas;

3. La enseñanza constante de los Padres, de que todos deben recibir el bautismo de agua para la salvación – a la luz de Juan 3, 5 –, excluye las excepciones para los casos de “ignorancia invencible” o “imposibilidad material”.

Y basada en esta verdad, declarada por Jesucristo en el Evangelio (Juan 3, 5), trasmitida por los Apóstoles y enseñada por los Padres, la Iglesia católica – como ya hemos visto – ha definido infaliblemente como dogma que absolutamente nadie entra en el cielo sin el sacramento del bautismo.

Papa Pablo III, Concilio de Trento, sesión 7, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex cathedra: “Si alguno dijere que el sacramento del bautismo es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema”[32].

Pero, como ocurre con muchas otras materias, no todos los Padres permanecían consistentes en sus propias afirmaciones acerca de la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación.

NO TODOS LOS PADRES SE MANTENÍAN SIEMPRE CONSISTENTES CON SUS PROPIAS AFIRMACIONES Y LA TRADICIÓN UNIVERSAL SOBRE LA NECESIDAD ABSOLUTA DEL BAUTISMO DE AGUA

A pesar que existe desde el principio una tradición constante de que en absoluto no hay salvación sin el bautismo de agua, no todos los Padres fueron siempre consistentes con sus propias afirmaciones sobre este punto. Y ahí es donde nos topamos con las teorías del “bautismo de sangre” y del “bautismo de deseo”, cada una de las cuales se discutirá en su momento. Pero hay que entender que los Padres de la Iglesia en muchos aspectos se equivocaban y eran inconsistentes con sus propias enseñanzas y la tradición apostólica; ya que eran hombres falibles que cometieron algunos errores.

P. William Jurgens: “… Hay que destacar que un texto patrístico particular [una declaración particular de un Padre] en ningún caso debe considerarse como una ‘prueba’ de una doctrina particular. Los dogmas no se ‘prueban’ por las declaraciones patrísticas, sino por los instrumentos de la enseñanza infalible de la Iglesia. El valor de los Padres y escritores es este: que en su conjunto [es decir, en su totalidad], ellos demuestran lo que la Iglesia cree y enseña; y además, en su conjunto [en su totalidad], ellos dan un testimonio del contenido de la tradición, esa tradición que es en sí misma un vehículo de la revelación”[33].

Los Padres de la Iglesia sólo son testigos ciertos de la tradición cuando expresan un punto creído universal y constantemente o cuando expresan algo que está en consonancia con el dogma definido. Pero, tomados individualmente o incluso de a varios, existe la posibilidad que ellos puedan estar equivocados o incluso ser peligrosos en algunas opiniones. San Basilio Magno dijo que el Espíritu Santo está en segundo orden y dignidad después del Hijo de Dios en un intento fallido e incluso herético de explicar la Santísima Trinidad.

San Basilio, 363: “El Hijo no está, sin embargo, en segundo lugar al Padre en naturaleza, porque la divinidad es una en cada uno de ellos, y claramente también, en el Espíritu Santo, aun cuando en el orden y la dignidad, Él es segundo al Hijo (¡sí, esto lo admitimos!), aunque no de esa manera, es claro, que Él sea de otra naturaleza”[34].

Cuando San Basilio dice aquí que la divinidad es una en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, él está afirmando la tradición universal y apostólica de manera correcta. Pero cuando dice que el Espíritu Santo es el segundo en dignidad, deja de seguir siendo coherente con esta tradición y cae en el error (de hecho, en herejía material). Y es un hecho que los Padres cometieron algunos errores al tratar de defender o expresar la fe.

San Agustín escribió un libro entero de correcciones. San Fulgencio y una multitud de otros, entre ellos San Agustín, declaró que él estaba seguro que los niños que mueren sin el bautismo descienden a los fuegos del infierno, una posición que más tarde fue condenada por el Papa Pío VI. El Papa Pío VI confirmó que los niños no bautizados van al infierno, pero van un lugar en el infierno donde no hay fuego[35].

Pero San Agustín era tan abierto a favor de este error que se convirtió en la enseñanza común y básicamente incuestionada durante más de 500 años, según The Catholic Encyclopedia [Enciclopedia Católica, edición inglesa].

Enciclopedia Católica, vol. 9, “El Limbo”, p. 257: Sobre la cuestión especial, sin embargo, del castigo del pecado original después de la muerte, San Anselmo junto con San Agustín consideraba que los niños no bautizados compartían los sufrimientos positivos de los condenados, y Abelardo fue el primero en rebelarse contra la severidad de la tradición agustiniana sobre este punto[36].

Por esta razón es que los católicos no forman conclusiones doctrinarias definitivas a partir de la enseñanza de un Padre de la Iglesia o de un puñado de Padres. Un católico debe seguir la enseñanza infalible de la Iglesia, proclamada por los Papas, y un católico debe asentir a la enseñanza de los Padres de la Iglesia cuando ellos se encuentran en conformidad universal y constante desde el principio y de acuerdo con la enseñanza católica dogmática.

Papa Benedicto XIV, Apostolica, # 6, 26 de junio de 1749: La sentencia de la Iglesia es preferible a la de un Doctor conocido por su santidad y enseñanza”[37].

Papa Alejandro VIII, contra los errores de los jansenistas, #30: Siempre que uno hallare una doctrina claramente fundada en Agustín, puede mantenerla y enseñarla absolutamente, sin mirar a bula alguna del Pontífice” – Condenado[38].

Papa Pío XII, Humani generis, # 11, 12 de agosto de 1950: Y el divino Redentor no ha confiado, la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de los fieles, ni aun a los teólogos, sino sólo al magisterio de la Iglesia”[39].

La Iglesia católica no reconoce infalibilidad en ningún santo, teólogo o Padre de la Iglesia primitiva. Sólo un Papa operante con la autoridad del magisterio está protegido por el Espíritu Santo de enseñar error en la fe o las costumbres. Por tanto está demostrado cómo es 100% consistente con la enseñanza de la Iglesia (que siempre ha reconocido que todo eclesiástico, no importa cuán grande sea, puede cometer algunos errores, incluso importantes) el que algunos eclesiásticos hayan errado en los temas del bautismo de deseo y de sangre. Finalmente, después de lidiar con el bautismo de deseo y de sangre, voy a citar a un Papa, quien también es uno de los primeros Padres de la Iglesia, cuya enseñanza pone fin a todo el debate sobre el tema. Ahora voy a discutir el bautismo de sangre y el bautismo de deseo.

LA TEORÍA DEL BAUTISMO DE SANGRE – UNA TRADICIÓN DEL HOMBRE

Un pequeño número de los Padres – aproximadamente 8 de un total de cientos – son citados a favor del llamado “bautismo de sangre”: la idea de que el catecúmeno, es decir, quien se prepara para recibir el bautismo católico, que derrama su sangre por Cristo puede salvarse sin haber recibido el sacramento del bautismo. Es fundamental tener primero en cuenta de que ninguno de los Padres consideraba a nadie más que a un catecúmeno como la posible excepción a la recepción del sacramento del bautismo: todos ellos condenarían y rechazarían como herética y ajena a la enseñanza de Cristo la herejía moderna de la “ignorancia invencible”, que salva a los que mueren en las otras religiones. Por lo tanto, de todos los Padres, sólo unos 8 se citan a favor del bautismo de sangre para los catecúmenos. Y, sólo un Padre de cientos, San Agustín, puede citarse enseñando de la manera más clara lo que hoy se llama “bautismo de deseo”: la idea de que un catecúmeno pueda salvarse por su deseo explícito por el bautismo en agua. Esto significa que todos, de los pocos Padres que creían en el bautismo de sangre, excepto San Agustín, rechazaron el concepto del bautismo de deseo. Por ejemplo, tomemos a San Cirilo de Jerusalén.

San Cirilo de Jerusalén, 350 d.C.: “Si alguno no recibe el bautismo, no obtiene la salvación. Sólo se exceptúan los mártires…”[40].

Aquí vemos que San Cirilo de Jerusalén creía en el bautismo de sangre pero rechazaba el bautismo de deseo. San Fulgencio expresó lo mismo.

San Fulgencio, 523: “A partir del momento en que nuestro Salvador dijo: ‘Si alguno no renace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos’, nadie puede [salvarse], sin el sacramento del bautismo, con excepción de aquellos que, en la Iglesia católica, sin el bautismo derraman su sangre por Cristo…”[41].

Aquí vemos que San Fulgencio creía en el bautismo de sangre, pero rechazaba la idea del bautismo de deseo. Y lo irónico y particularmente deshonesto es que los apologistas del bautismo de deseo (como los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X) citan estos textos patrísticos (como los dos anteriores) en sus libros escritos para probar el bautismo de deseo, sin señalar a sus lectores que estos pasajes realmente niegan el bautismo de deseo, porque podemos ver que San Fulgencio, mientras expresa la creencia en el bautismo de sangre, rechaza el bautismo de deseo, permitiendo sólo a los mártires como una posible excepción de recibir el bautismo. (¿Qué diría San Fulgencio acerca de la versión moderna de la herejía del bautismo de deseo, también enseñada por los sacerdotes de la FSSPX, SSPV, CMRI, etc. por el cual los judíos, los musulmanes, los hindúes y los paganos pueden salvarse sin el bautismo?).

San Fulgencio, Sobre el Perdón de los Pecados, 512 d.C.: “Cualquiera que esté fuera de esta Iglesia, que recibió las llaves del reino de los cielos, está caminando un camino no en dirección al cielo, sino al infierno. Él no se está dirigiendo a la casa de la vida eterna, sino que se apresura al tormento de la muerte eterna”[42].

San Fulgencio, La Regla de la Fe, 526 d.C.: “Mantengan muy firmemente y nunca duden en lo más mínimo que no sólo todos los paganos, sino también todos los judíos y todos los herejes y cismáticos que terminan esta vida presente fuera de la Iglesia católica están a punto de ir al fuego eterno que fue preparado para el diablo y sus ángeles”[43].

Podemos ver que San Fulgencio hubiera condenado severamente – como todos los otros Padres – a los herejes modernos que sostienen que pueden salvarse los que mueren como no católicos.

Pero lo más interesante de esto es que en el mismo documento en el que San Fulgencio expresa su error sobre el bautismo de sangre (ya citado), él comete un error diferente y significativo.

San Fulgencio, 523: “Mantengan muy firmemente y nunca duden en lo más mínimo que no solamente los hombres que tienen el uso de la razón, sino incluso los niños que… de pasar de este mundo sin el sacramento del santo bautismo… han de ser castigados en el tormento eterno del fuego eterno[44].

San Fulgencio dice “Mantengan muy firmemente y nunca duden” que los niños que mueren sin el bautismo han “de ser castigados en el tormento eterno del fuego eterno”. Esto es incorrecto. Los infantes que mueren sin el bautismo descienden al infierno, pero a un lugar en el infierno donde no hay fuego (Papa Pío VI, Auctorem fidei)[45]. Por lo tanto, San Fulgencio demuestra que su opinión en favor del bautismo de sangre es bastante falible al cometer un error diferente en el mismo documento. Es muy notable, de hecho, que en casi todos los casos, cuando un Padre de la Iglesia u otra persona expresa su error sobre el bautismo de sangre o el bautismo de deseo, ese mismo Padre o esa misma persona comete, como veremos, otro error significativo en su misma obra.

También es importante señalar que algunos de los Padres utilizan el término “bautismo de sangre” para describir el martirio católico de quien ya está bautizado, no como un posible reemplazo para el bautismo en agua. Este es el único uso legítimo del término.

San Juan Crisóstomo, El Panegírico de San Luciano, siglo 4 d.C.:

“No se sorprendan que yo llame a un martirio como un bautismo, porque aquí también el Espíritu viene a toda prisa y hay una remisión de los pecados y una limpieza maravillosa y admirable del alma, y así como los que son bautizados se lavan en agua, así también los que son martirizados se lavan en su propia sangre”[46].

San Juan describe aquí el martirio del sacerdote San Luciano, una persona ya bautizada. Él no está diciendo que el martirio reemplaza el bautismo. San Juan Damasceno lo describe de la misma manera:

San Juan Damasceno:

“Estas cosas fueron bien comprendidas por nuestros santos e inspirados Padres; ellos se esforzaron, después del santo bautismo, en mantenerlo… sin mancha y sin mácula. De dónde algunos de ellos también creyeron estar en condiciones de recibir el otro bautismo: quiero decir de aquel que es por la sangre y el martirio”[47].

Esto es importante porque muchos estudiosos deshonestos de hoy (como los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X) distorsionan la enseñanza en este punto; ellos citan un pasaje sobre el bautismo de sangre donde San Juan simplemente habla del bautismo de sangre como un martirio católico para aquel que ya ha sido bautizado, y ellos lo presentan como si estuviera enseñando que el martirio puede reemplazar el bautismo – cuando tal cosa no es declarada en ninguna parte.

Algunos pueden preguntarse por qué fue utilizado el término bautismo de sangre. Creo que la razón del uso del término “bautismo de sangre” por algunos de los Padres era porque nuestro Señor describe su Pasión como un bautismo en Marcos 10, 38-39.

Marcos 10, 38-39: “Jesús les respondió: ¡No sabéis lo que pedís! ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con que yo he de ser bautizado? Le contestaron: Sí que podemos. Les dijo Jesús: El cáliz que yo he de beber, lo beberéis, y con el bautismo con que yo he de ser bautizado, seréis bautizados vosotros”.

Vemos en el pasaje mencionado, que nuestro Señor, si bien ya había sido bautizado por San Juan en el Jordán, se refiere a otro bautismo que Él ha de recibir. Éste es su martirio en la cruz, y no un sustituto del bautismo de agua. Es su “segundo bautismo”, si se quiere, no el primero. Por lo tanto, nuestro Señor describe el bautismo de sangre de la misma forma como lo hace San Juan Damasceno, esto es, no significa un sustituto del bautismo de una persona no bautizada, sino más bien un martirio católico, que remite toda la culpa y el castigo por el pecado.

El término bautismo se utiliza en una variedad de maneras en las Escrituras y por los Padres de la Iglesia. Los bautismos: de agua, de sangre, del espíritu, de Moisés y de fuego son todos términos que han sido implementados por los Padres de la Iglesia para caracterizar ciertas cosas, pero no necesariamente para describir que un mártir no bautizado puede alcanzar la salvación. Léase el versículo de la Escritura que dice cómo el término bautismo era usado por los antepasados del Antiguo Testamento:

1 Cor. 10, 2-4: “Y todos bajo Moisés fueron BAUTIZADOS en la nube y en el mar; todos comieron el mismo manjar espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual (porque ellos bebían agua que salía de la misteriosa roca, y los iba siguiendo y la roca era Cristo)”.

Creo que esto explica el por qué un número de los Padres erraron al creer que el bautismo de sangre suplía el bautismo de agua. Ellos reconocían que nuestro Señor se refería a su propio martirio como un bautismo, y ellos concluyeron erróneamente que el martirio por la verdadera fe podía servir como un sustituto de renacer del agua y del Espíritu Santo. Pero la realidad es que no hay excepciones en las palabras de nuestro Señor en Juan 3, 5, como la enseñanza infalible de la Iglesia católica lo confirma. Toda persona de buena voluntad que esté dispuesta a derramar su sangre por la verdadera fe no será privada de estas aguas que salvan. No es nuestra sangre, sino la sangre de Cristo en la Cruz, que se nos ha comunicado en el sacramento del bautismo, la que nos libera del estado de pecado y nos permite entrar en el reino de los cielos (más sobre esto más adelante).

Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, ex cathedra: Y que nadie, por más limosnas y obras de caridad que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica”[48].

LAS DOS PRIMERAS DECLARACIONES SOBRE EL BAUTISMO DE SANGRE

Dos de las pocas declaraciones de Padres que pueden citarse a favor del bautismo de sangre como posible sustituto del bautismo real vienen de San Cipriano y Tertuliano.

San Cipriano, a Jubaianus, 254 d.C.: Los catecúmenos que sufren el martirio antes de haber recibido el bautismo con agua no son privados del sacramento del bautismo. Más bien, son bautizados con el más glorioso y grandioso bautismo de sangre…”[49].

Examinemos este pasaje. Si bien enseña el bautismo de sangre, nótese que San Cipriano comete un error significativo en la misma frase. Él dice:

“Los catecúmenos que sufren el martirio antes de haber recibido el bautismo con agua no son privados del sacramento del bautismo”.

Esto es completamente erróneo, incluso desde el punto de vista de los defensores del bautismo de sangre y de deseo. Todos los defensores del bautismo de deseo y de sangre admiten que ninguno de los dos es un sacramento, porque no confieren el carácter indeleble que imprime en el alma el sacramento del bautismo. Por lo tanto, incluso los defensores más firmes del bautismo de sangre admitirían que las palabras de San Cipriano aquí están erradas. Por lo tanto, en la misma frase en que San Cipriano enseña el error del bautismo de sangre, comete un error significativo al explicarlo – él lo llama “sacramento del bautismo”. ¿Qué otra prueba más se necesitaría para demostrar a los liberales que la enseñanza individual de los Padres no es infalible y no representa la tradición universal e incluso puede ser peligrosa, si se mantiene obstinadamente? ¿Por qué citan estos pasajes tan erróneos para intentar “enseñar” a los fieles cuando ni siquiera están de acuerdo con ellos?

Por otra parte, ¡los errores de San Cipriano en este mismo documento (a Jubaianus) no terminan aquí! En el mismo documento, San Cipriano enseña que los herejes no pueden administrar el bautismo válido.

San Cipriano, a Jubaianus, 254: “… con respecto a lo que yo podría pensar sobre el asunto del bautismo de los herejes… Este bautismo no podemos reconocerlo como válido…”[50].

Esto también es completamente erróneo, ya que el Concilio de Trento definió que los herejes, siempre y cuando cumplan la materia y la forma correcta, confieren válidamente el bautismo. ¡Pero en realidad San Cipriano sostuvo que era de tradición apostólica que los herejes no podían conferir un bautismo válido! Y esta falsa idea fue rechazada en aquel entonces por el Papa San Esteban y más tarde condenada por la Iglesia católica. ¡Esto en cuanto a la afirmación de que la carta a Jubainaus de San Cipriano es una representación segura de la tradición apostólica! De hecho, San Cipriano y otros 30 obispos declararon en un concilio regional, en 254 d.C.:

“Nos… juzgamos y mantenemos como cierto que nadie más allá de los límites [es decir, fuera de la Iglesia] es capaz de ser bautizado…”[51].

Esto demuestra una vez más el punto: Jesucristo sólo le dio la infalibilidad a San Pedro y sus sucesores (los Papas).

Lucas 22, 31-32: “Simón, Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido confirma a tus hermanos”.

Jesucristo no dio la fe indefectible a los obispos, a los teólogos ni a los padres de la Iglesia, Él sólo la prometió a Pedro y a sus sucesores cuando hablan desde la Cátedra de Pedro o cuando proponen una doctrina que debe ser creída como divinamente revelada por todos los fieles.

Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cathedra:

“Así, pues, este carisma de la verdad Y DE LA FE NUNCA DEFICIENTE, FUE DIVINAMENTE CONFERIDO A PEDRO Y A SUS SUCESORES EN ESTA CÁTEDRA…”[52].

Otro Padre primitivo que se cita con frecuencia a favor del bautismo de sangre es Tertuliano. Su declaración es la más antigua que se registra del la enseñanza del bautismo de sangre.

Tertuliano, Sobre el Bautismo, 203 d.C.: “Si ellos pueden ser lavados en agua, ellos necesariamente deben serlo por la sangre. Este es el bautismo, que sustituye al de la fuente, cuando no se ha recibido, y lo restaura cuando se ha perdido”[53].

Pero adivine qué. En la misma obra en que Tertuliano expresa su opinión a favor del bautismo de sangre, él también comete un error diferente y significativo. ¡Él dice que los bebés no deben ser bautizados hasta que sean adultos!

Tertuliano, Sobre el Bautismo, 203 d.C.: “De acuerdo a las circunstancias y la disposición e incluso la edad de la persona individual, puede ser mejor retrasar el bautismo, y sobre todo en el caso de los niños pequeños… Que vengan, pues, cuando crezcan…”[54].

Esto contradice la tradición católica universal, recibida de los Apóstoles, y después enseñada infaliblemente por los Papas de que los niños deben ser bautizados lo más pronto posible.

Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, ex cathedra: En cuanto a los niños… no ha de diferirse el sagrado bautismo…”[55].

Pero además de esto, en la misma obra Sobre el Bautismo, Tertuliano en realidad afirma la enseñanza universal de la tradición sobre la necesidad absoluta del bautismo en agua, que es contraria a la idea del bautismo de sangre.

Tertuliano, Sobre el Bautismo, 203: “… está, de hecho, prescrito que nadie puede alcanzar la salvación sin el bautismo, especialmente en vista de esa declaración del Señor que dice: Si uno no renaciera del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos [Juan 3, 5]…”[56].

Por lo tanto, aquellos que piensan que el bautismo de sangre es una enseñanza de la Iglesia católica, sólo porque este error fue enseñado por algunos Padres, están simplemente equivocados, al igual que los Padres que declararon que los niños no bautizados sufren el fuego del infierno y que los herejes no pueden bautizar válidamente. La teoría del bautismo de sangre no fue enseñada universal o constantemente en la tradición católica y nunca ha sido enseñada o mencionado por ninguno Papa, concilio o en alguna encíclica papal.

Continuará…

Próxima publicación: Cap. 14, segunda parte: ¿SANTOS NO BAUTIZADOS? – LAS ACTAS DE LOS MÁRTIRES



[1] Tixeront, Handbook of Patrology «Manual de la Patrología», edición inglesa, St. Louis, MO: B. Herder Book Co., 1951.

[2] Jurgens, The Faith of the Early Fathers «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, Collegeville, MN, The Liturgical Press [Prensa Liturgica], 1970, vol. 1: 34.

[3] Jurgens, The Faith of the Early Fathers «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 92.

[4] Jurgens, The Faith of the Early Fathers «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 126.

[5] Jurgens, The Faith of the Early Fathers «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 135ª.

[6] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 219; 220.

[7] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 181.

[8] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 306.

[9] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 302.

[10] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 92.

[11] Apostolis Fathers «Los Padres Apostólicos», edición inglesa, traducido por Kirsopp Lake, Cambridge MA: Harvard University Press, vol. 1, p. 139.

[12] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 712.

[13] Patrologiae Cursus Completus, Serie Graecae, 46:417b, el P. J.P. Migne, Paris: 1866; citado en la obra de Michael Malone, The Only-Begotten «El Unigenito», edición inglesa, Monrovia, CA: Catholic Treasures, 1999, p. 175.

[14] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 407.

[15] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 501.

[16] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 681.

[17] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 683.

[18] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 810ª.

[19] The Sunday Sermons of the Great Fathers «Los Sermones Dominicales de los Grandes Padres», edición inglesa, vol. 3, p. 10.

[20] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 899.

[21] The Sunday Sermons of the Great Fathers «Los Sermones Dominicales de los Grandes Padres», edición inglesa, vol. 2, p. 51.

[22] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 910r.

[23] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 2: 1323.

[24] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 2: 1324.

[25] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 2: 1330.

[26] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 2: 1206; The Nicene and Post-Nicene Fathers «Los Padres Nicenos y Pos Nicenos», edición inglesa, New York: Charles Scribener’s Sons, 1905, vol. XIII, p. 197.

[27] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 1536.

[28] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 2016.

[29] «Los Sermones Dominicales de los Gran Padres», edición inglesa, vol. 1, p. 89.

[30] «Los Sermones Dominicales de los Gran Padres», edición inglesa, vol. 2, p. 412.

[31] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3, pp. 14-15 nota 31.

[32] Denzinger 861; «Los Decretos de los Concilio Ecuménicos», edición inglesa, vol. 2, p. 685.

[33] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1, p. 413.

[34] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 2: 940.

[35] Denzinger 1526.

[36] The Catholic Encyclopedia «La Enciclopedia Católica», edición inglesa, volumen 9, “Limbo”, 1910, p. 257.

[37] «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 1 (191740-1878), p. 29.

[38] Denzinger 1320.

[39] «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 4 (1939-1958), pp. 178-179.

[40] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 811.

[41] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 2269

[42] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 2251a.

[43] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 2275.

[44] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 2271.

[45] Denzinger 1526.

[46] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 2: 1139.

[47] Barlam y Josaphat, Woodward & Heineman, trad., pp. 169-171.

[48] Denzinger 714.

[49] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 598.

[50] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 593.

[51] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 591.

[52] Denzinger 1837.

[53] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 309.

[54] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 310a.

[55] Denzinger 712; «Los Decretos de los Concilio Ecuménicos», edición inglesa, vol. 1, p. 576.

[56] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 1: 306.

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