CAPÍTULO
II
REALEZA,
NO “DE ESTE MUNDO”, SINO SOBRE ESTE MUNDO
LECCIÓN DEL EVANGELIO
En
verdad no nos parece inútil consagrar un capítulo entero al estudio de las
palabras de Nuestro Señor: “Mi reino no
es de este mundo”. No porque la exacta determinación de su sentido parezca
difícil. Una sola frase del cardenal Pie y hasta un elemental conocimiento del
latín bastarían con creces para fijar lo esencial.
“Su
reino, ciertamente, comenta el obispo de Poitiers, no es de este mundo, es
decir, no proviene de este mundo: non est
de hoc mundo, non est hoc mundo: y porque viene de arriba y no de abajo: regnum meum non est hinc, ninguna
mano terrestre podrá arrancárselo”.
Dicho
de otro modo, la fórmula “de este mundo”
no significa en modo alguno que Jesús se niegue a reconocer el carácter de
realeza social a su soberanía. La frase “de
este mundo”, “de hoc mundo”,
expresa aquí el origen y ningún latinista lo ha negado nunca.
Mi
reino no es de este mundo; es decir, mi realeza no es una realeza según este mundo,
no es mi reino como los reinos de la tierra, que están limitados, sujetos a mil
contratiempos… Mi realeza es mucho más que esto. Mi reino no reconoce
fronteras; no depende de un plebiscito ni del sufragio universal. La buena o la
mala voluntad de los hombres no puede nada contra él.
Mi
realeza no es una realeza que pasa. Mi trono no es un trono que tenga necesidad
de soldados para conservarse, ni que una revolución pueda derrocar. Ningún
exceso, ni las ideas nuevas, pueden turbar este reino de orden eterno.
No
soy un rey de este mundo, porque los reyes de este mundo pueden engañar y ser
engañados; se puede uno librar de ellos; se puede huir de su justicia… Nada de
esto es posible a mi respecto. No soy un rey de este mundo, los jefes políticos
de este mundo, pueden ser crueles, perversos, insensatos, tiránicos, altaneros,
así como lejanos, inabordables. Por el contrario, Mi soberanía es el reino del
Amor, el reino de Mi Sagrado Corazón; Mi gobierno es el de la Eterna Sabiduría;
Mi reino es, en fin, el de una Misericordia siempre pronta a derramarse en
torrentes de gracia.
Tal
es el sentido de la fórmula evangélica.
Jesús
trata aquí de lo relativo al origen y no se refiere a territorio ni a
competencia. Nada que signifique que Su reino no sea o esté en este mundo o sobre este mundo. “De ningún modo resulta de estas palabras, ha podido
escribir el P. Théotime de Saint-Just, que Jesucristo no deba reinar
socialmente, es decir, imponer sus leyes a los soberanos y a las naciones”.
* * *
Si
consideramos necesario insistir sobre este punto a pesar de estas explicaciones
rápidas, pero suficientes, es porque conocemos por experiencia la tozudez
liberal.
Prueba
de ello es que no hay fiesta de Cristo-Rey en la que no se encuentre, en alguna
hoja, una alusión a estas palabras de Nuestro Señor, mas siempre con un sentido
restrictivo y como queriendo dar a entender que esta realeza es una realeza
exclusivamente espiritual, realeza sobre las almas, y no realeza sobre los
pueblos, las naciones, los gobiernos.
Dar
un buen golpe, pues, no es suficiente. Es necesario “machacar” la posición,
perseguir al error en sus menores escondrijos. Y ante todo demostrar que es
imposible que la frase “mi reino no es de este mundo” pueda significar lo
que los más quisieran ver en ella, ya que si esto fuese así, sería colocar el
absurdo en el corazón mismo de uno de los más importantes capítulos de la
teología, y hasta sembrar la contradicción en la Sagrada Escritura.
Puede
decirse que con ello se pone en juego lo que podríamos llamar la coherencia del
Espíritu Santo.
Si
“mi reino no es de este mundo”
significara que la realeza de Nuestro Señor
no sobrepasa el orden de la vida interior de las almas, sería necesario admitir
que aquella otra frase de Jesús “todo
poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra” no es nada más que una amable jactancia. Sería preciso decir que otros muchos
pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento son fórmulas huecas y sin valor. Habría
que decir, sobre todo, que la Iglesia no ha cesado, desde hace veinte siglos,
de equivocarse en este punto.
EL
DIOS-HOMBRE: REY DE REYES
Además
de esto, volvamos a la sinopsis de los cuatro evangelios en el capítulo del interrogatorio
de Pilato…
Una
simple ojeada nos permite comprobar la unanimidad de los cuatro textos.
A
la pregunta: “¿Eres tú el rey de los
judíos?” del gobernador, Cristo respondió inmediatamente con la afirmación:
“Tú lo has dicho”.
Extremadamente
breve en San Lucas, San Marcos y San Mateo, el relato es más largo en San Juan.
A
una primera pregunta de Pilato: “¿Eres tú
el rey de los judíos?”, nos informa que Jesús respondió primeramente: “¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho
otros de mí?”, y Pilato exclama, como romano orgulloso que afecta ignorar
las disputas intestinas de ese pueblo al que menospreciaba: “¿Soy yo acaso judío? Tú nación y los
pontífices te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”.
Pilato
con esta pregunta demuestra claramente que no piensa más que en un posible
complot, en una simple agitación del tipo político más sórdido. Y es para
tranquilizarlo por lo que Jesús responde entonces: “Mi reino no es de este mundo”. Y para dar de ello un argumento
particularmente claro: “Si mi reino fuese
de este mundo, mis gentes habrían combatido para que no cayese en manos de los
judíos”…. “Nunc autem regnum meum non
est hinc”… “Nun autem”… Dicho de
otra manera, lo estás viendo ahora claramente, tras lo que acabo de decir y por
el mismo hecho de que no haya habido motín, maquinación ni revueltas políticas…
“Nunc autem”… Mi reino no es de los
que se ven aquí abajo.
Pero
la sorpresa de Pilato aumenta.
En su pobre cerebro de romano positivista y pragmático, no alcanza a comprender
que en tales condiciones se pueda persistir en declararse rey. E insiste en la
pregunta: “Ergo rex est tu…” “Ergo”, es decir: Luego, no obstante, a
pesar de todo…, ¿tú eres rey…?, ¿tú te llamas rey?
Entonces
Jesús, ante esta alma que se interesa y que busca, responderá yendo directamente
a lo esencial con soberana dignidad: “Tú
lo has dicho, yo soy rey. Ego
in hoc natus sum et ad hoc veni in mundum, ut testimonium perhibeam veritate:
Omnis qui est ex veritate, audit vocem meam. Dicit ei Pilatus: Quid est
veritas? Et cum hoc dixisset, iterun exivit…”.
“Tú lo has dicho, yo soy rey”. Jesús
rehusa servirse de todo término. “He
nacido para esto y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la
verdad. Todo aquel que es de la verdad escucha mi voz”.
“He nacido para esto”… ¡Ha nacido para
esto!... Lo que Jesús reclama aquí ya no es tanto el derecho de soberanía
divina de la segunda persona de la Santísima Trinidad; es más bien el derecho
soberano que Daniel, en su visión, vio entregar a ese Hijo de hombre por el
anciano misterioso.
“Natus sum…” Para esto ha nacido. Y lejos
de hallarnos en contradicción con el menor pasaje de la Escritura o de la
enseñanza de la Iglesia, ésta es la enseñanza unánime de los Santos Padres,
admirablemente condensada por los dos grandes doctores escolásticos. “Natus sum…”. En cuanto hombre, escribe
San Buenaventura, el Salvador ha sido magnificado por encima de todos los reyes
de la tierra a causa de la asunción de su humanidad en la unidad de una persona
divina…”.
Y Santo Tomás de Aquino “El alma de Cristo es un alma de rey, la cual rige
todos los seres, porque la unión hipostática la coloca por encima de toda
criatura”.
REINO DE LA VERDAD
¿Pero
qué significa, pues, “dar testimonio de la
verdad”, sino restablecerla? ¿Acaso no se dice del testigo veraz, en un
proceso, que por su declaración ha restablecido la verdad?
Jesús,
pues, ha nacido para esto. Y su realeza consiste esencialmente en eso mismo: el
restablecimiento de la Verdad. Restablecimiento tanto en el orden natural como
en el orden sobrenatural. Su realeza es, por esencia, la realeza de la Verdad…
Realeza universal de una doctrina, de una enseñanza. Realeza universal de la
doctrina católica. Realeza universal de la enseñanza de la Iglesia. Doctrina y
enseñanza que tienen repercusiones sociales y políticas.
Todo
esto está incluido en la explicación de Jesús a Pilato.
“Mi reino no es de este mundo”. Y con
ello Jesús se ha esforzado en tranquilizar al funcionario que tenía ante sí. Conoce
el miedo que invadió a Herodes cuando los Magos vinieron a preguntarle dónde
había nacido el “rey de los judíos”.
Herodes dedujo que muy pronto daría al traste con su corona. Y ello porque
Herodes pensaba que la realeza de este “rey
de los judíos” no podía ser sino una realeza como la suya, una realeza “de este mundo”.
“Crudelis Herodes, Cruel Herodes”, canta
la Iglesia en la fiesta de la Epifanía, “¿por
qué temes el advenimiento de un Dios Rey? No arrebata los tronos mortales Quien
da el reino celestial”.
Un
temor semejante al de Herodes es el que Jesús quiso ahorrar a Pilato. No pudo,
sin embargo, ocultarse su realeza. Realeza no de este mundo, sino sobre este
mundo, o sea sobre las naciones y los príncipes, por la sumisión a la Verdad
que Jesús vino a restablecer. Realeza sobre las naciones y los príncipes por la
sumisión de estos últimos a la doctrina de Su Iglesia.
REINO DE LA VERDAD, REINO
DOCTRINAL
El
orden, el único orden que existe, el verdadero orden, el orden bienhechor, el
orden divino, es el reino de Jesucristo sobre los Estados y sobre los
individuos. “Para esto —escribe monseñor Pie— vino al mundo. Debe reinar
inspirando las leyes, santificando las costumbres, iluminando la enseñanza,
dirigiendo los consejos, regulando tanto las acciones de los gobernantes como
las de los gobernados. Donde Jesucristo no ejerce este reino hay desorden y
decadencia”.
Y
Pío XI, en Ubi arcano Dei enseña:
“Cuando los Estados y los gobiernos consideren deber sagrado y solemne suyo el
someterse en su vida política, interior o exterior, a las enseñanzas y mandatos
de Jesucristo, entones y solamente entonces gozarán, en lo interior, de una paz
provechosa… No puede existir paz alguna verdadera —esa paz de Cristo tan
deseada— mientras todos los hombres no sigan fielmente las enseñanzas, los
preceptos y ejemplos de Cristo, tanto en la vida pública como en la privada; de
tal suerte que, una vez instituida así la sociedad humana, pueda la Iglesia,
finalmente, cumpliendo su divina misión, defender frente a los individuos y
frente a la sociedad todos y cada uno de los derechos de Dios. Tal es el
sentido de Nuestra breve consigna: EL REINO DE CRISTO”.
Así
es en verdad: Porque es esto lo que Jesús ha expresado ante Pilato.
Precisamente para esto ha nacido, para establecer el reino de la Verdad.
Y
todo el que está con la Verdad, como Él mismo añadió, escucha su Voz.
Como
si dijéramos: quien ame la verdad, quien la busque realmente con generoso
arrojo, con abandono de sí mismo, con una sumisión total del “sujeto” al
“objeto”, quien “quiera la verdad con violencia”, como decía Psichari, escucha
la voz de Jesucristo o no tarda en oírla.
EL ENEMIGO IRREDUCTIBLE:
EL LIBERALISMO
Por
tanto, es harto evidente que en las perspectivas de este reino doctrinal, de
este reino de verdad, de este reino de la enseñanza de la Iglesia, el grande,
el irreductible enemigo, es el liberalismo, puesto que es un error que ataca la
noción misma de la verdad y en cierta manera la disuelve…
¿Qué
es la verdad para un liberal? “Quid est
Veritas?”. Se ve que la misma fórmula de Pilato surge espontáneamente en
los labios desde que se evoca al liberal.
Y
con el conocido orgullo de la ignorancia que se toma por certidumbre, Pilato no
espera siquiera la respuesta de Jesús.
“Dicit et
Pilatus: Quid est veritas? Et cum hoc dixisset iterum exivit ad Judaeos”. “Y
Pilato exclama: ¿Qué es la verdad? Y, diciendo esto, salió de nuevo a los
judíos…”.
Jesús
desde entonces guardará silencio. La verdad, en efecto, no se manifiesta a los
que, por principio, rehúsan creer incluso en su posibilidad. Exige ese mínimum
de humildad que debiera implicar la conciencia de la ignorancia.
Y
así, cuando más tarde Pilato vuelve hacia Jesús, San Juan nos dice que no le
será dada ninguna respuesta.
* * *
“Quid es veritas?...”. Desde hace veinte
siglos la fórmula no ha cambiado.
“Quid es veritas?...”. Lo que significa:
¡Todavía otro que cree en ella! ¡Otro iluminado, otro pobre loco!
Un
pobre loco. En efecto, Herodes arrojará sobre Jesús la túnica blanca de los
locos. Y así se sellará la reconciliación de Herodes y Pilato… En eso coinciden
ambos… ambos son liberales.
Herodes
representa el liberalismo crapuloso del libertinaje; Pilato el liberalismo de
la gente correcta, amiga de “lavarse las manos”, respetar las formas. Pilato es
el liberalismo de la gente tenida por honorable. Pilato es el cristiano liberal
que, en el fondo, trata de salvar a Jesús, pero que empieza por hacerle
flagelar, para enviarlo luego a la muerte, ante el creciente tumulto que tanto
su demagogia como su falta de carácter fueron incapaces de contener.
De
hecho, hasta el fin de los tiempos, Jesús continúa siendo torturado,
ridiculizado, enviado a la muerte, de Pilato a Herodes y de Herodes a Pilato.
“Quid es veritas?...”. ¡Otro iluminado!
¡Otro de esos maniáticos que acuden a la “tesis”, a la doctrina, en los
momentos más inoportunos!
“Y, diciendo esto, salió de nuevo a
los judíos. Iterum exivit ad Judaeos”.
Se concibe, ¡Pilato es un hombre “comprometido”! Entregado a la acción. ¡Tiene
cosas más importantes que hacer que escuchar a un doctrinario!
“Iterum exivit”… “Iterum”: Puesto que estaba perfectamente seguro de ello. Hacía
tiempo que estaba ya decidido. Antes de actuar, no ha perdido su tiempo en
reflexionar acerca de las terribles responsabilidades de su cargo. ¡Naturalmente!
¡Cómo iba a rehusarse semejante situación!
“Iterum exivit ad Judaeos”. Que no es
tanto como decir: Pilato se vuelve de nuevo, “iterum”, hacia el problema concreto del momento, “ad Judaeos”. Hacia esos judíos que están
ahí, bajo el balcón, que gritan… Y esto sí que es más importante que las
respuestas de ese Jesús. Eso es lo primero de todo.
“Exivit ad Judaeos”. Pilato se volvió
hacia los judíos. Pero —y este es su pecado— sin haberse tomado la molestia de
esperar y de oír la respuesta y las directrices del Señor. Dicho de otra
manera, Pilato vuelve a sumergirse en la “hipótesis”, lo único que le interesa.
Pero sin esperar la respuesta de la doctrina, las luces de la “tesis” y de la
verdad.
Dios
hará, sin embargo, que esta verdad sea dicha en toda su integridad.
Un
poco más tarde, cuando en su delirio la multitud exija la muerte de Jesús,
lanzará a Pilato el último argumento que es también la explicación suprema: “quia Filium Dei se fecit…, porque se ha
dicho del Hijo de Dios…”.
¡Hijo
de Dios! He aquí la clave de todos los enigmas contra los cuales Pilato no cesa
de tropezar.
¡Hijo
de Dios! He aquí lo que explica todo y lo que, en su misericordia, Nuestro
Señor ha querido que Pilato oiga, por lo menos una vez.
Se
concibe el enloquecimiento del romano. Desde que tiene ante sí a este “rey de
los judíos”, va de asombro en asombro. Todas sus concepciones de pragmático
tortuoso quedan atropelladas, derribadas…
Jesús
llama desesperadamente a la puerta de esta alma por todos los medios posibles…,
hasta los sueños de su mujer… ¿Comprenderá al fin este liberal? ¡No! Solamente
está asustado…, preso del pánico.
“Cum ergo audisset Pilatus hunc sermonem,
magis timuit”. “Cuando Pilato oyó
esta palabra, temió más…”.
Esta
vez, quiere saber: “¿De dónde eres tú?...”.
Dicho de otro modo: ¿Quién eres? Pero… ¿de qué vienes, hombre extraordinario?
Dime cuál es tu misterio para que yo comprenda de una vez.
Jesús
guarda silencio. Después de todo lo que ha dicho, tras esa flagelación que
Pilato acaba de ordenar, la verdad no tiene por qué responder a tales
intimidaciones.
Ante
el silencio de este singular prisionero el temor de Pilato se acrece. Tiene
miedo como todos los débiles. Y como todos los débiles que tienen miedo, ¿mostrará
su fuerza a esta turba ululante dando orden a los soldados de dispersarla? ¡No!
Hará alarde de su fuerza ante este hombre condenado y al parecer impotente.
Amenazará al Justo en nombre de lo que él cree “su autoridad”.
“¿No me respondes? ¿No sabes que tengo poder
para soltarte y para crucificarte?”, y Jesús responde: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no te
hubiera sido dado de lo Alto”.
“No
tendrías…” tú…, Pilato… Es decir: tú, hombre político cualquiera investido de
una parcela de autoridad…, quienquiera que seas, simple funcionario, juez,
diputado, ministro, gobernador, príncipe o rey…, no tendrías ningún poder si no
lo hubieras recibido de lo alto, es decir: de Dios, es decir, de Mí.
Y
puesto que tu poder es un poder político, jurídico, social, el solo hecho de
que acabe de afirmar, que este poder viene de Mí, prueba, sin posible discusión,
que la realeza que yo reivindico, aunque no es de este mundo, se ejerce, a
pesar de todo, sobre él, sobre los individuos como sobre las naciones. Y esto
porque yo me llamo “Hijo de Dios”.
* * *
Para
lo sucesivo, y a través de Pilato, Jesús ha querido dar la lección completa a
los políticos de todos los tiempos. Explicación suprema que corona y confirma todo
lo que se ha dicho.
Observemos
cuidadosamente la admirable progresión de esta lección divina.
En
primer lugar, y por caridad, Jesús se esfuerza en disipar el equívoco
fundamental que podría asustar y, por esto mismo, cerrar el corazón al mismo
tiempo que entenebrecer el espíritu: “Mi
reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mis gentes habrían
combatido… etc.”.
Esto
como preámbulo es un poco negativo… La explicación positiva viene en segundo
lugar: “Tú lo dices, yo soy rey. Yo para
esto he nacido, para dar testimonio de la Verdad”.
Por
esta segunda respuesta Jesús explica cuál es la naturaleza de esa realeza. Realeza,
no como las otras, sino reinado espiritual, reinado doctrinal, reinado de la
verdad en todos los órdenes.
Y
esto lo precisa la tercera parte que da la clave del enigma. Porque es Hijo de
Dios, porque es Principio del orden universal, Su reino es algo humanamente
inaudito: el reino de la verdad…, el restablecimiento del orden fundamental.
En
cuarto lugar, la última respuesta de Jesús, nos da la confirmación concreta: “No tendrás ningún poder sobre mí, si no te
hubiera sido dado de lo Alto”.
En
adelante, ya no es posible la duda; la realeza del Hijo de Dios no es sólo una
realeza sobre las almas: es también una realeza social; puesto que está en el
origen mismo del poder de Pilato. Prueba cierta, pues, de que el poder civil no
escapa de ningún modo a su imperio.
Por
propia confesión Jesús es, pues, rey en este dominio, como todos los demás. Su reino
no conoce límites. Llena el universo.
REINADO SOCIAL DE NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO
Tal
es la lección del Evangelio.
Sólo
una lectura superficial unida a mucha ignorancia, puede dar a entender que en
esta ocasión Jesús niegue a su soberanía el carácter de realeza social.
No
hay duda posible. La doctrina es de una coherencia perfecta. ¿La doctrina y la enseñanza del Pater Noster, no es idéntica? En él, como en las respuestas de
Pilato, se distingue en primer lugar la afirmación del reinado: “Venga a
nosotros Tu Reino”… En seguida, la sumisión a su voluntad, a su enseñanza: “Hágase
tu voluntad…”. Porque en esto precisamente consiste tu Reinado social, en que,
sobre la tierra, tu voluntad sea respetada y observada como lo es en el cielo.
Próxima
la Ascensión, la víspera del día en que, en cuanto hombre, Nuestro Señor va a
tomar posesión de su reino de gloria, la afirmación será aún más explícita.
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en
la tierra. Id, y enseñad a todas las gentes…”.
¡Siempre
la misma relación! El “poder” afirmado por un lado, la “enseñanza” por el otro.
Dicho
de otro modo, comenta admirablemente el R. P. Félix…, “En virtud de este poder
se nos envía, id, enseñad a todas las naciones… Que todos acepten y se sometan
al legítimo imperio de mi doctrina. Docete.
Enseñadles a observar todos los preceptos que yo os he dado; pues las leyes que
os confié, es la legislación que impongo a todos. Id, pues, por doquier. Id a
imponer mis leyes a todas las naciones. Todas me deben obedecer y exaltar mi
realeza”.
Salta
a la vista que con estas palabras Jesús daba a entender que por su Iglesia, por
su enseñanza, por su doctrina, quería ejercer su Reinado en la práctica.
En
realidad, la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo no es otra cosa que la
aplicación de la doctrina social de la Iglesia.
Cerremos
nuestras filas más que nunca, en torno a la Iglesia. No sólo tiene promesas de
vida eterna, sino que su doctrina social tiene además las promesas de la Paz de
Cristo en el Reino de Cristo.
Aprendamos
a expensas nuestras lo que cuesta el rechazar esta soberanía. “El mundo —decía monseñor
Pie— perdonaría a Dios su existencia con tal que se le permitiera desenvolver
su acción sin Él; y ese mundo no es sólo el mundo impío, sino cierto mundo político
cristiano. En cuanto a nosotros apliquémonos a sentir y acentuar cada vez más y
mejor, las tres primeras peticiones del Padrenuestro. Y mientras dure el mundo
presente, no nos conformemos con confinar el Reino de Dios al cielo o si acaso
al interior de las almas: “sicut in coelo
et in terra”. “El destronamiento de Dios es un crimen; no nos resignemos
jamás a ello”.