En el curso de este video responderemos a una objeción que recibimos muy a menudo. Algunas personas tratan de argumentar haciendo referencia a Rodrigo de Borja, quien fue el Papa Alejandro VI. Alejandro VI fue uno de los papas más notorios en la historia de la Iglesia. Cuando era cardenal, Rodrigo de Borja tuvo hijos. Más tarde cuando fue Papa se involucró en un nepotismo escandaloso, y actuó inmoralmente en varias otras formas. Sin embargo, Alejandro VI nunca fue un hereje público. Así que no hay comparación alguna con el Antipapa Francisco, ya que este Francisco es un hereje manifiesto.
Sin comunicar en sus obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas y reprobadlas (Efesios 5, 11)
sábado, 25 de octubre de 2014
Papa Alejandro VI (Borja) vs. Anti-Papa Francisco (Bergoglio)
miércoles, 22 de octubre de 2014
La herejía del Vaticano II sobre los judíos
vaticanocatolico.com
Hno. Pedro Dimond
Los Antipapas del Vaticano II participando en el culto judío: Juan Pablo II en la sinagoga de Roma en 1986, Benedicto XVI en la sinagoga de Colonia, Alemania en el 2005, y Francisco en una sinagoga de Buenos Aires, Argentina en 2012
Ver en YouTube: La herejía del Vaticano II sobre los judíos (14 minutos)
En Nostra Aetate #4, el Vaticano II habla sobre los judíos. Téngase cuenta que en este pasaje el Vaticano II se refiere específicamente a los judíos que no son parte de la Iglesia y no aceptan el Evangelio. Respecto a ellos, el Vaticano II declara:
“Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras”[1].
El Vaticano II declara que los judíos que no aceptan a Jesucristo y no pertenecen a la Iglesia, no deben ser considerados como reprobados por Dios, como si esto se dedujera de las Escrituras. Eso es totalmente herético. La enseñanza de la Sagrada Escritura, la Tradición católica y el dogma católico es exactamente lo contrario. En el Evangelio Jesús declara que quienes no lo aceptan a Él son, de hecho, reprobados por Dios y no se salvarán.
Mateo 10, 33: “Más a quien me negare delante de los hombres, yo también le negaré [o reprobaré] delante de mi Padre que está en los cielos”.Juan 3, 36: “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la ira de Dios”.
También véase Juan 8, 24, Juan 14, 6, Marcos 16, 16, 1 Juan 5, 11-12, Hechos 3, 23, Hechos 13, 46 y muchos otros pasajes. Es un dogma católico que debemos creer en Jesucristo y tener la fe católica para la salvación o ser aceptados por Dios. La declaración del Vaticano II constituye un nuevo falso evangelio.
De hecho, cuando el Vaticano II declara que no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios, en el latín original utiliza la palabra ‘reprobati’. ‘Reprobati’ (que literalmente significa, haber sido rechazado por haberse probado ser indigno) es un participio presente pasivo perfecto del verbo latino reprobo, yo repruebo.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, 1441: “A cuantos, consiguientemente, sienten de modo diverso y contrario, [la Iglesia] los condena, reprueba y anatematiza, y proclama que son ajenos al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia”[2].
El Concilio dogmático de Florencia, en la solemne bula Cantate Domino de 1441, utilizó el mismo verbo en latín, reprobo, para enseñar exactamente lo opuesto de lo que el Vaticano II enseña. En Florencia se utilizó ‘reprobat’ (que significa ‘reprueba’) para enseñar solemnemente que la Iglesia Católica de hecho reprueba a todas las personas, incluyendo los judíos, que piensen o sienten de modo diverso y contrario a su enseñanza. La declaración del Concilio de Florencia, de que la Iglesia reprueba a todos quienes sienten de modo diverso y contrario a su enseñanza, viene inmediatamente después de numerosas declaraciones dogmáticas acerca de Jesucristo y la Santísima Trinidad. Por lo tanto, en su contexto, el Concilio de Florencia se estaba refiriendo a los que niegan la verdad católica sobre Jesús y la Santísima Trinidad. El Concilio de Florencia declaró dogmáticamente que la Iglesia los reprueba. Es por lo tanto un dogma que los judíos que no aceptan a Cristo son reprobados por Dios y por la Iglesia. Los judíos necesitan convertirse para ser aceptados por Dios y salvarse.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, 1441, ex cathedra: “La Santa Iglesia Romana firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica”[3].Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, 1441, ex cathedra: “La Santa Iglesia Romana Firmemente cree, profesa y enseña que las legalidades del Antiguo Testamento, o sea, de la Ley de Moisés, que se dividen en. ceremonias, objetos sagrados, sacrificios y sacramentos, como quiera que fueron instituidas en gracia de significar algo por venir, aunque en aquella edad eran convenientes para el culto divino, cesaron una vez venido nuestro Señor Jesucristo, quien por ellas fue significado, y empezaron los sacramentos del Nuevo Testamento. Y que mortalmente peca quienquiera ponga en las observancias legales su esperanza después de la pasión, y se someta a ellas, como necesarias a la salvación, como si la fe de Cristo no pudiera salvarnos sin ellas. No niega, sin embargo, que desde la pasión de Cristo hasta la promulgación del Evangelio, no pudiesen guardarse, a condición, sin embargo, de que no se creyesen en modo alguno necesarias para la salvación; pero después de promulgado el Evangelio, afirma que, sin pérdida de la salvación eterna, no pueden guardarse. Denuncia consiguientemente como ajeos a la fe de Cristo a todos los que, después de aquel tiempo, observan la circuncisión y el sábado y guardan las demás prescripciones legales y que en modo alguno pueden ser partícipes de la salvación eterna, a no ser que un día se arrepientan de esos errores”[4].
En la misma bula solemne Cantate Domino, el Concilio de Florencia declaró que todos los que mueren como judíos irán al infierno, y que pecan mortalmente los que practican el judaísmo u observan la Ley de Moisés después de la promulgación del Evangelio. No cabe duda que, según la enseñanza católica, en cuanto los judíos permanezcan sin convertirse a Cristo y a su Iglesia, ellos son reprobados por Dios. Aun así, el Vaticano II enseña exactamente lo contrario, y utiliza el mismo verbo latino que el Concilio de Florencia utilizó para enseñar exactamente lo opuesto. El fuerte contraste entre la enseñanza católica y la enseñanza del Vaticano II es sorprendentemente capturado en esta cita de San Ambrosio. Nótese su uso de la palabra reprobar.
San Ambrosio, Sermón 37, Las dos barcas: “La infidelidad de la Sinagoga es un insulto al Salvador. Por eso Él [Cristo] eligió la barca de Pedro, y abandonó la de Moisés, es decir, Él reprobó a la sinagoga infiel, y adoptó la Iglesia creyente”.
No es un secreto el hecho de que la enseñanza del Vaticano II sobre los judíos sea nueva y revolucionaria. Nostra Aetate #4 ha sido citada innumerables veces por los líderes judíos y por las más altas autoridades en la secta del Vaticano II, como un documento histórico que supuestamente cambió las relaciones de la ‘Iglesia Católica’ hacia los judíos. Siguiendo la promulgación de Nostra Aetate, los antipapas del Vaticano II aprobaron la falsa religión del judaísmo en muchas declaraciones y acciones. De hecho, estas declaraciones y acciones son verdaderamente tan numerosas (hay literalmente cientos) que sólo podemos resumirlas. Nuestro libro y sitio web vaticanocatolico.com contienen abundante documentación sobre este tema, con citas completas y referencias específicas.
Basándose en la nueva enseñanza del Vaticano II sobre los judíos, los antipapas del Vaticano II han enseñado repetidamente la herejía de que el Antiguo Testamento no ha sido revocado por Dios, y que los judíos, a pesar de rechazar a Cristo, tienen una alianza irrevocable con Dios. Véase por ejemplo, el discurso de Juan Pablo II ante los judíos en Mainz, Alemania Occidental[5], el 17 de noviembre de 1980; su mensaje al Rabino Jefe de Roma[6], del 23 de mayo de 2004; y su encuentro de 1997 sobre las “Raíces del Antijudaísmo”, en cual declaró: “Este pueblo persevera a pesar de todo, porque es el pueblo de la alianza...”[7]. Eso es una completa herejía.
Papa Pío XII, Mystici corporis, # 12, 29 de junio de 1943: “… a la Ley Antigua abolida sucedió el Nuevo Testamento… Jesús abolió la Ley con sus decretos (Ef. 2, 15)… Pues, como dice San León Magno, hablando de la Cruz del Señor, ‘de tal manera en aquel momento se realizó un paso tan evidente de la Ley al Evangelio, de la Sinagoga a la Iglesia, de los muchos sacrificios a una sola hostia, que, al exhalar su espíritu el Señor, se rasgó inmediatamente de arriba abajo aquel velo místico que cubría a las miradas el secreto sagrado del templo’. En la Cruz, pues, murió la Ley Vieja, que en breve había de ser enterrada y resultaría mortífera …”.
Para subrayar aún más la enseñanza del Vaticano II que no se ha de señalar a los judíos como reprobados, los antipapas del Vaticano II han expresado su estima por la religión judía en sí misma, aunque ella niega a Cristo y la Trinidad. Eso es apostasía. Ellos han alentado a los rabinos en “su misión”[8]. Les han dedicado un Día al judaísmo con el fin de estimar el judaísmo. Ellos han enseñado repetidamente que los judíos pueden salvarse sin creer en Cristo. Juan Pablo II incluso conmemoró el centenario de la sinagoga judía en Roma. Los antipapas del Vaticano II han nombrado obispos que abiertamente enseñan que la Iglesia Católica no busca convertir a los judíos, y que la Iglesia Católica cambió su enseñanza acerca de los judíos en el Vaticano II.
‘Arzobispo’ Joseph Doré, discurso a la B’nai B’rith, 2003: “En el Vaticano II, la Iglesia Católica finalmente revisó esta enseñanza...”.
Los antipapas han citado repetidamente Nostra Aetate como base para su nueva actitud hacia el judaísmo después del Vaticano II.
Ellos han permitido el culto judío (que la enseñanza católica prohíbe bajo pena de pecado mortal) en el Vaticano y en otras así llamadas ‘iglesias católicas’. En repetidas ocasiones han visitado sinagogas y toman parte activa en el culto judío – que son actos de apostasía. De hecho, en el 2005, cuando Benedicto XVI participó en un servicio judío en una sinagoga de Colonia, Alemania él habló sobre Nostra Aetate y su enseñanza acerca de los judíos[9]. Cuando Juan Pablo II fue a una sinagoga en 1986, él inclinó su cabeza con los judíos mientras ellos rezaban por la venida del ‘Mesías.’ En los años posteriores al Segundo Concilio Vaticano, los antipapas del Vaticano II también aprobaron e incluso publicaron libros que de hecho enseñan que los judíos no tienen que considerar a Jesús como el Mesías profetizado, y que es válida una lectura de las Escrituras que rechace a Jesús como el Mesías e Hijo de Dios[10]. Los ‘obispos’ estadounidenses, siguiendo la iniciativa de los antipapas, emitieron una declaración repudiando la conversión necesaria de los judíos . Los antipapas del Vaticano II también han aprobado las declaraciones de líderes judíos, tal como las de los rabinos David Rosen y Alan Solow, quienes ambos se dirigieron a Benedicto XVI. Ellos declararon, basados en Nostra Aetate, que la Iglesia Católica ya no busca más convertir a los judíos y que la alianza judía con Dios es eterna.
El 30 de octubre de 2008, el rabino David Rosen del Comité Internacional Judío se dirigió a Benedicto XVI. El citó Nostra Aetate y agradeció a Benedicto XVI, a través del ‘cardenal’ Kasper, por las garantías de que la Iglesia ya no intenta convertir a los judíos. La declaración de Rosen a Benedicto XVI fue publicada en el periódico del Vaticano.
El 12 de febrero de 2009, Alan Solow Presidente de la Conferencia de las Mayores Organizaciones Judías de Estados Unidos, afirmó directamente a Benedicto XVI: “... como es confirmado en Nostra Aetate – la alianza entre Dios y el pueblo judío es eterna”[12]. Benedicto XVI le agradeció por sus comentarios de los cuales fueron publicados en el periódico del Vaticano.
En la implementación de la nueva enseñanza del Vaticano II, Juan Pablo II y Benedicto XVI también asignaron al ‘cardenal’ Walter Kasper como presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con los judíos. Kasper enseñó abiertamente que los judíos son salvados sin la fe en Cristo y que la declaración del Vaticano II en Nostra Aetate abandonó la enseñanza católica tradicional de que la Nueva Alianza tomó el lugar de la Antigua Alianza.
‘Cardenal’ Walter Kasper, discurso a la Comité Internacional de Enlace Católico-Judío, Nueva York, 1 de mayo de 2001: “... la vieja teoría de la sustitución [esto es, la teoría de la Nueva Alianza sustituyendo la Antigua] ha desaparecido desde el Segundo Concilio Vaticano...”.
El Antipapa Francisco ha cometido un sinnúmero de actos apóstatas con los judíos. Él ha participado en el culto judío muchas veces e incluso ha ayudado a organizarlo. Él ha enseñado que los judíos tienen una alianza válida con Dios y que ellos han sido liberados de “todo mal”[13]. Francisco abierta y repetidamente rechaza convertir a los judíos y a otros no católicos. También le aseguró específicamente a su buen amigo, el rabino Abraham Skorka, que la Iglesia Católica no puede participar en el proselitismo con los judíos[14]. Es por eso que nombró al ‘cardenal’ Kurt Koch como el Presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con los judíos. En 2013 Koch repudió abiertamente la idea de que la Iglesia Católica tiene una misión de convertir a los judíos[15].
No hay duda al respecto: la enseñanza de la secta del Vaticano II sobre los judíos, que viene y está contenida en Nostra Aetate #4, es anticristiana. Es indudablemente herética. Es una negación de la enseñanza de Jesucristo y el dogma católico.
De hecho, es interesante considerar que el verbo en latín reprobo, que fue utilizado por el Concilio de Florencia y el Vaticano II para dos diferentes enseñanzas acerca de los judíos, es la fuente de la palabra en español: réprobo. En la estricta enseñanza dogmática un réprobo es alguien ajeno al estado de gracia. Un réprobo es alguien que Dios expulsa. Un réprobo no tiene derecho a la presencia de Dios, a su favor o a la salvación como resultado de creencias o acciones malvadas. Dios ‘reprobat’ (reprueba) a esa persona. Las personas que mueren en un estado de reprobación por supuesto se irán al Infierno, mientras que los réprobos que aún siguen con vida pueden dejar de ser réprobos por una verdadera conversión; sin embargo, ellos están actualmente en un estado de condenación. Así, cuando el Vaticano II declara que los judíos, a pesar de no aceptar a Cristo y su Iglesia, no deben ser señalados como reprobati, eso significa que ellos no son réprobos. Es una declaración formal de que ellos se pueden salvar: que ellos no deben ser considerados en un estado de condenación o reprobación, aunque ellos rechazan el Evangelio. Por supuesto, eso es herejía flagrante. Todos estos hechos demuestran que la enseñanza del Vaticano II sobre los judíos en Nostra Aetate #4 es contraria a la enseñanza de Jesucristo, la Tradición católica, el dogma católico y todos los Papas verdaderos.
Descargar PDF: La herejía del Vaticano II sobre los judíos
Notas:
[1] http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html
[2] Denzinger 704.
[3] Denzinger 714.
[4] Denzinger 712.
[5] http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1980/november/documents/hf_jp_ii_spe_19801117_ebrei-magonza_sp.html
[6] http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2004/may/documents/hf_jp-ii_spe_20040523_rabbino-segni_sp.html
[7] http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1997/october/documents/hf_jp-ii_spe_19971031_com-teologica_sp.html
[8] http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/january/documents/hf_ben-xvi_spe_20060116_rabbino-roma_sp.html
[9] http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2005/august/documents/hf_ben-xvi_spe_20050819_cologne-synagogue_sp.html
[10] http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/pcb_documents/rc_con_cfaith_doc_20020212_popolo-ebraico_sp.html
[11] http://web.archive.org/web/20021015093402/http://www.nccbuscc.org/comm/archives/2002/02-154.htm
[12] http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/chrstuni/information_service/pdf/information_service_131_en.pdf
[13] http://www.news.va/pt/news/francisco-felicita-pesach-al-rabino-jefe-de-la-c-2
[14] http://www.vaticanocatolico.com/iglesiacatolica/vatican-insider-francisco-y-el-rabino-skorka-hacen-historia-en-el-vaticano/
[15] “... los judíos estarían exentos de la misión evangelizadora de la Iglesia”. – http://www.alfayomega.es/noticias_digital/2013/05/20130513_cardenalKoch.php
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martes, 21 de octubre de 2014
domingo, 19 de octubre de 2014
Los católicos franceses en el siglo XIX - 20
Se dividen los campos
Enviado al Parlamento el proyecto de ley
de enseñanza, Louis Veuillot, que cumplió la promesa hecha a Falloux de
mantenerse en silencio hasta ese momento, pasó a comandar la oposición que
formaba la gran mayoría de los católicos.
Muchos católicos no liberales —como el
gran abad de Solesmes, Dom Guéranger— se sentían inclinados a apoyar el
proyecto, pues éste representaba una cierta mejoría para la situación de la
libre enseñanza, además por ser defendido por el propio jefe del partido católico,
el conde Montalembert. Pero Veuillot esclarecía los espíritus con éxito cada
vez mayor, mostrando que la ley concebida por Falloux chocaba de frente con los
principios hasta entonces defendidos por el Parlamento; y por tanto iría a
causar un profundo mal a Francia.
Montalembert, desesperado, pedía el
auxilio de los católicos de proyección, suplicándoles que defendiesen públicamente
el proyecto. Extrañando el silencio de Dom Guéranger, después de haber
divulgado por la prensa una carta que éste le había enviado, le escribió insistiéndole
para que volviese al asunto. En esa carta Montalembert desviaba completamente
la cuestión, procurando demostrar que el motivo de la oposición de Veuillot no
era la fidelidad a los principios, sino el espíritu de rebelión. Afirmaba que
los errores del mundo moderno y el virus revolucionario habían penetrado en el
seno de la Iglesia y eran la causa de toda la polémica, porque los católicos ya
no querían reconocer el principio de autoridad, y que éste, y no la ley de
enseñanza, era lo que estaba en juego. Acusaba a Veuillot de ser el responsable
de la situación, promoviendo la rebelión contra los antiguos jefes del partido católico
y los obispos que apoyaban la ley. Y alegaba que Dom Guéranger no podía ahora
retirar la aprobación que había dado al proyecto, puesto que su ejemplo había contribuido
para llevar a Montalembert a aprobarlo también.
En respuesta, Dom Guéranger comenzó defendiéndose,
definiendo muy bien su posición:
“Ahora,
conversemos sobre la ley de enseñanza. No os aconsejé atacarla; solamente
afirmé, si mal no recuerdo, que ella tenía aspectos que vos no podíais defender.
Me acusáis de haber cambiado; si me hubiese engañado cuando aprobé la ley, no estaría
por eso obligado a disculparme delante de vos, pues felizmente mis cartas no
tuvieron influencia en la aprobación de estas el proyecto: ellas son
posteriores.
“He aquí,
una vez más mi pensamiento. Si se aprueba la ley, como no colaboré en ella, consideraré
un bien, porque mejora la situación abriendo camino para las escuelas católicas,
y porque es tal vez la única ley posible, a pesar de sus deplorables
restricciones. Pero decir que ella es buena, que yo gustaría defenderla en
todos sus detalles, seguramente no. Vos mismo declarasteis que es una transacción; luego, debe contener
puntos poco agradables a ambas partes. Ahora, tomar la defensa directa de esos
puntos, yo no lo haría, y lamento ver que lo hacéis. No puedo ni concebir la
idea de veros consagrar para siempre la Universidad. Mi buen amigo, la
Universidad es el mal, es la revolución, es la incredulidad; vos mismo nos lo
demostrasteis elocuentemente.
“Cuando
apareció el proyecto de ley, quise ver de inmediato el extracto donde estaba
formulada la libertad de las escuelas católicas; y esperaba menos de lo que
encontré. Quedé tan contento, que ni pensé en profundizar el resto. Veía muy
bien que la Universidad continuaba de pie. No era insensato al punto de esperar
que eso no aconteciese. Me resigné de buena voluntad, y poco después os
escribí. Releyendo mis cartas no encontrareis nada que consagre el conjunto del
proyecto, con sus ‘consejos’, sus ‘aprobaciones’, etc. La carta que fue
publicada insiste solamente sobre el bien real de que caían las barreras que
hasta entonces habían impedido a la Iglesia de gozar del derecho de educar a
sus hijos, sobre la ceguera que habría en pretender tener todas las facilidades
para hacer el bien, sobre el tiempo perdido en luchas inútiles por una libertad
abstracta. Continuo pensando de ese modo, y lamento que el “Univers”, a pesar
de mis esfuerzos, no haya modificado su línea de conducta en ese sentido.
“En
mi viaje a París, sin renunciar a mi primer punto de vista, comprendí
finalmente la ley y medí los sacrificios necesarios para gozar de sus
beneficios. Eso me causó una gran pena, porque os vi comprometido. Para nosotros,
católicos que no somos periodistas ni diputados; una cosa es aceptar lo que hay
de bueno en la ley cuando ella hubiere sido aprobada; otra es, para un hombre
influyente como vos, tener que defender todo el proyecto de ley, que tiene
tanto de mal cuanto de bien”.
Más adelante el abad de Solemnes tomó la
defensa de Louis Veuillot, mostrando que realmente la actitud del redactor jefe
del Univers era la más perfecta:
“Mi
bien amigo, o no sois justo o estáis sumergido en una grave ilusión, cuando
decís que fui a París como monje y volví como periodista; que la atmosfera de
Veuillot y Du Lac causó en mí esa transformación. Sabed de una vez por todas
que esos dos hombres excelentes no tienen principios diferentes de los vuestros
y de los míos a respecto de la autoridad y del espíritu revolucionario, de la oposición
y de los peligros del espíritu moderno. Ellos son católicos, por tanto deben
ser amigos de la autoridad. Soy más viejo, sacerdote, religioso, y más teólogo que
ellos, y no tengo miedo de dejarme envolver por su influencia. Al contrario,
tal vez haya sido útil a ellos. Y si estuve en París cuando fue publicada la
miserable carta del presidente a Edgard Ney, considero que el artículo de
Veuillot sobre ella habría sido otro”.
“Pero,
querido amigo, no vamos a acusar de espíritu revolucionario a personas
honestas, sólo porque no piensan como nosotros en una materia tan delicada como
la ley de enseñanza. Decid antes que ellos permanecen hombres del pasado, que
la aversión que tienen por la Universidad y sus amalgamas testifica una
persistencia honrosa en los principios que en el fondo son más seguros, y cuyo
abandono, incluso para un buen fin, nos será funesto más temprano o más tarde.
Vos encontráis a esos hombres tales como los formasteis, no en vuestros cuartos
de hora de liberalismo, sino en vuestros más admirables momentos de celo e
impopularidad. Aun cuando considere que ellos van demasiado lejos, los amo en
esa actitud. Ellos conservan las antiguas máximas, tienen tradiciones; y “L’Ami
de la Religion”, quieto y contento con la ley, no las tienen”.
Dom Guéranger, como se ve, hizo
concesiones y estaba dispuesto a aceptar la ley, pero no a defenderla. Muchos otros
católicos adoptaron la misma línea de conducta; por ejemplo, Mons. Parisis,
obispo de Langres, que fue el jefe eclesiástico del partido católico. Todo ellos,
entre tanto, si no apoyaban en toda la línea la campaña de Veuillot contra la
ley, desaprueban radicalmente la actitud de Mons. Dupanloup, del conde de
Falloux y principalmente la de Montelembert. El rompimiento completo entre los
dos grupos se iniciaría, y la ley de enseñanza puede ser considerada la
divisora de aguas entre los católicos ultramontanos y los liberales.
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Católicos franceses del siglo XIX
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