ATAQUE CONTRA LA UNIDAD
E INTEGRIDAD DE LA FE
Robert P. Banaugh, Ph.D.
Advertencia
a nuestros lectores: el autor de este artículo no sostiene la postura
sedevacantista que sostenemos nosotros. Al publicar su artículo, no
pretendemos con ello darle la razón o dar a entender que creemos que su
posición no-sedevacantista es una segunda posición que se pueda admitir, tan
válida como la nuestra. Publicamos su artículo simplemente porque es
útil para dar a los lectores más conocimiento y elementos de juicio para que
lleguen a la conclusión de que esa Iglesia del Vaticano II no es y no
puede ser la verdadera Iglesia Católica fundada por Cristo. Para conocer
la respuesta a las objeciones más comunes en contra de la posición
sedevacante, por favor haga clic aquí. Nos hemos
permitido editar algunas pequeñas partes del original de este artículo que son irrelevantes y/o erróneas.
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En el artículo anterior vimos que el Concilio Vaticano II estableció una inversión
fundamental en los objetivos de la Iglesia. A partir de entonces su objetivo
sería la aspiración humanista de servir al hombre en la tierra, en lugar de la
meta sobrenatural de ayudarle a alcanzar la salvación eterna. Este artículo trata
acerca del ataque realizado contra la integridad y la unidad de la fe.
La Iglesia debe cambiar con los tiempos
Desde el momento de su creación
hace más de 2000 años, una característica definitoria de la Iglesia Católica
había sido la integridad y la unidad de su fe. Esta integridad y la unidad se debían
en gran medida a que la fe estaba estructurada de una manera rigurosa. Ese
método se perfeccionó y generó la filosofía escolástica de Santo Tomás de
Aquino, que a su vez contribuyó a fortalecer la unidad de la fe.
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La Iglesia se dirigió con seguridad y sólidamente
bajo la enseñanza de Santo Tomás |
Sin embargo, a comienzos del siglo
XIX, las filosofías del liberalismo, del modernismo y, en el siglo XX, del
progresismo, alcanzaron influencia cada vez mayor entre los intelectuales. Lo
que estas filosofías tienen en común es la idea de adaptar el catolicismo al mundo
moderno, que a su vez acepta el principio de una evolución universal.
Pronto los modernistas, y luego los
progresistas, defendieron que ninguna de las verdades de la Iglesia son
permanentes y, por lo tanto, éstas debían cambiar con los tiempos. Los teólogos
modernistas procedieron a desafiar tanto la fe católica tradicional como los
ritos litúrgicos.
Las consecuencias de estos nuevos
conceptos estaban tan en desacuerdo con la fe católica tradicional que, antes
de 15 años después de la clausura del Concilio Vaticano II, era obvio para
todos, incluso para los acatólicos, que la unidad e integridad de la fe estaban
severamente fracturadas. Era como si la fe tradicional católica hubiese sido
destrozada y abandonada.
Es más, menos de 20 años después de
la clausura del concilio, los desastrosos efectos de los cambios en el
bienestar eterno de las almas de los fieles se hizo tan evidente que el propio [antipapa]
Juan Pablo II declaró:
“Es necesario admitir de manera realista y con
profunda y sentida sensibilidad que los cristianos hoy, en gran parte,
se sienten perdidos, confundidos, perplejos y hasta desilusionados: fueron
divulgadas pródigamente ideas que contrastan con la Verdad revelada y
desde siempre enseñada; fueron difundidas verdaderas y propias herejías,
en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones y rebeliones;
se alteró incluso la Liturgia; sumergidos en el ‘relativismo’
intelectual y moral y por consiguiente en el permisivismo; los
cristianos son tentados por el ateísmo, por el agnosticismo, por el
iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin
dogmas definidos y sin moral objetiva (7 de febrero de 1981, en una conferencia acerca de las “Misiones entre
las poblaciones católicas”).
En 2003, casi un cuarto de siglo más tarde, el mismo Juan
Pablo II admitió:
“El tiempo en que
vivimos parece ser una época aberrante donde muchos hombres y mujeres parecen
desorientados” (Juan Pablo II, Ecclesia
in Europa, nº 7, DC nº 2296, 20 de julio de 2003, pp. 670-671).
Y, en el mismo discurso:
“Reina sobre Europa una ‘especie de agnosticismo práctico e
indiferentismo religioso’ a tal grado que la cultura europea da la impresión de
una ‘apostasía silenciosa’” (ibídem,
pp. 671-672).
Advertencias de la Virgen María
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Nuestra Señora se apareció en Lourdes para ayudar
a la salvación de la humanidad |
A lo largo de la historia de la
Iglesia, la Virgen María, en el papel de emisaria de Dios, se ha aparecido en
la tierra para dar mensajes a varias personas. En reconocimiento de que la
Iglesia necesitaría ayuda para enfrentar el más grave de los ataques, sus
mensajes hablaban de estos ataques y crisis.
Por ejemplo, uno de esos graves ataques
fue la acusación de que María, la Madre de Jesús, no fue inmaculadamente concebida
[esto es, que la Virgen no había sido concebida sin pecado original].
Para ayudar al Papa en la defensa de la enseñanza de la Iglesia sobre la
Inmaculada Concepción, en 1858 la Santísima Virgen se apareció a una simple, e
inocente niña sin educación, Bernardita Soubirous en Lourdes,
Francia.
La Santísima Virgen se reveló a Bernardita
diciéndole: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Para darle credibilidad tanto a
su mensaje como a su aparición, la Virgen le pidió a Bernardita que excavara en
el suelo; cosa que ella hizo, ganándose el desprecio de la gente del pueblo que
la observaba. Inmediatamente, sin embargo, comenzó a fluir agua desde ahí, y,
finalmente, afloró un pequeño arroyo que pareció crecer convirtiéndose en un
pequeño río cuya agua —cuando se
bañaba en ella o se bebía—ha logrado miles
de curaciones aparentemente imposibles de curar para los enfermos.
Los graves ataques a la fe católica
tradicional que comenzaron en el siglo XX fueron advertidos por la Santísima
Virgen varios siglos antes que comenzaran.
En Quito, Ecuador, el 2 de febrero
de 1594, casi 400 años antes de la clausura del Concilio Vaticano II, laVirgen se apareció una serie de veces a la madre Mariana de Jesús Torres,
una monja concepcionista del real Convento de la Inmaculada Concepción.
En su primera aparición, la Virgen
le dijo a la monja que a finales del siglo XIX y durante una gran parte del
siglo XX, aparecerían varias herejías, reinaría la impureza, se atacarían y
profanarían los sacramentos, los sacerdotes se apegarían a las riquezas y placeres
y las vocaciones se perderían.
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En Quito Nuestra Señora advirtió de una gran crisis
en la Iglesia a partir del siglo XX |
Una advertencia similar le fue dada
al Papa León XIII el 25 de septiembre de 1888 [véanse más detalles pulsando aquí]. Al final de la celebración de la
Misa, el Papa se asomó repentinamente pálido y tembloroso y dijo que escuchó
una conversación en la que Satanás le pedía a Dios le concediera 75 a 100 años
para destruir la Iglesia.
Otra advertencia fue dada a dos
niños, Melanie Calvet y Maximino Giraud, el 19 de septiembre de 1886, en La Salette, Francia, en la que la Virgen
les reveló que Roma perderá la fe y se convertiría en la sede del Anticristo y que
la Iglesia sería eclipsada [véanse más detalles pulse aquí].
La característica esencial de todos
los mensajes era su completo acuerdo con la finalidad para la que Jesús
estableció la Iglesia y con los medios que Él le dio para lograr ese propósito.
Es fundamental tener en cuenta que
una aparición de la Virgen es una manifestación directa de la voluntad de Dios,
y por lo tanto, sus mensajes son mensajes que Dios quiso dar. Consecuentemente,
estos mensajes constituyen una base válida para evaluar en qué grado los nuevos
cambios que impuso el Concilio Vaticano II están de acuerdo o no con el
propósito de Cristo para su Iglesia mediante la comparación de los numerosos
cambios del Vaticano II en la fe y la liturgia.
Esta comparación mostrará
rápidamente que muchas de las nuevas enseñanzas y acciones de la Iglesia
conciliar están en oposición a las palabras de Jesús y de su Madre, y por lo
tanto, están en contra de la finalidad para la que Jesús estableció su Iglesia.
Es el objetivo de estos artículos proporcionar tales comparaciones y por lo
tanto validar esta afirmación.
Cambios que no glorifican a Dios ni salvan las almas
Casi inmediatamente después de la
clausura del concilio, la controversia surgió a raíz de los numerosos cambios,
tanto en los ritos litúrgicos como en las enseñanzas tradicionales de la
Iglesia. Con el paso de los años la intensidad de la controversia se ha
incrementado y ahora, casi medio siglo después de su término, se habla cada vez
más de la necesidad de una reevaluación completa de las deliberaciones del concilio
[para un conocimiento pormenorizado de las escandalosas herejías enseñadas por
el apóstata Concilio Vaticano II pulse aquí].
Dado que es un dogma de fe un principio fundamental de la fe
católica que el propósito de la Iglesia Católica es dar honor y gloria a Dios y
salvar las almas, la verdadera medida de la aceptación de cualquier cambio en
los ritos litúrgicos o en las enseñanzas tradicionales de la Iglesia debe ser
el grado en que el cambio permite dar un mejor honor y gloria a Dios y favorezca
mejor la salvación de las almas.