Plinio Corrêa de
Oliveira
La víspera de la Navidad y el
nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo debe ser el objeto de nuestra
meditación. Sugiero que tratemos de discernir el estado de espíritu de Nuestra
Señora en la noche de Navidad.
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¿Cuáles eran los pensamientos de la Virgen al adorar al Niño la noche de la Navidad? |
Ella ya estaba llevando a Nuestro
Señor en su interior. Ella lo llevó como un tabernáculo y tenía la mayor
intimidad posible con Él, una relación profunda de alma. Ciertamente Nuestro
Señor tenía pleno uso de su razón en el seno materno. Él pudo pensar desde el
primer instante de su ser, tan pronto como se realizó la Encarnación. No sólo Él
podía pensar, sino también tenía voluntad. Por lo tanto, se estableció una
intensa interacción de almas entre Él y Nuestra Señora que creció continuamente
hasta el momento de su nacimiento.
Antes de la Encarnación, la Virgen
tenía una gran unión del alma con Dios y, por lo tanto, una unión con la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Pero después de la Encarnación, ella
comenzó a tener un tipo diferente de unión - la unión del Dios-Hombre con su
Madre. Sabiendo esto, no podemos pensar que la Virgen no tuviera conocimiento
alguno de su Hijo hasta su nacimiento y no haya entrado en contacto con él desde
la primera vez. Ella ya tenía una unión muy íntima y ardiente del alma con Él.
Entonces, ¿qué representó la
Navidad para Nuestra Señora?
Es obvio que el momento en que
Nuestro Señor dejó el claustro materno —sin dañar su virginidad de ninguna
manera— debió haber sido muy elevado. Ese momento en que Nuestra Señora trajo a
Cristo al mundo debió haber sido de una manifestación extraordinaria de su
júbilo y amor por Él, así como una extraordinaria unión del alma con Él.
Simultáneamente, el acto de su
nacimiento —que incluyó la participación de las tres personas de la Santísima
Trinidad— fue conmemorado por todos los ángeles en el cielo con cánticos de
alegría. El nacimiento de Nuestro Señor es sin duda una de las más grandes
fiestas en el cielo y uno de los momentos más gloriosos de la historia. Por lo
tanto, podemos ver cuán trascendental e importante fue para ella ese momento.
Yo creo, sin embargo, que hubo
algo más que la Virgen habría experimentado. Ella aún no había visto el rostro
de Nuestro Señor. La realidad física es un símbolo y expresión de la realidad
espiritual. En las características de la Santa Faz de Nuestro Señor, uno podría
distinguir perfectamente su alma impecable. Su cuerpo sería la expresión de su
alma, unida a la Segunda Persona de la Trinidad.
Así al contemplar su mirada, su
santo rostro y su cuerpo, la Virgen adquirió un nuevo conocimiento de su Hijo
que incrementó en ella la comprensión de la mentalidad de Jesús. Ella pudo
amarlo y unirse con Él en esta nueva forma, que sin duda inspiró la adoración
que ella le ofreció en la noche de Navidad.
La mirada humana es el signo más
expresivo de la mentalidad de una persona, pero no es el único. La mentalidad
es expresada también por el cuello, los hombros, las manos, los pies, sobre
todo, por el conjunto. Si tenemos en cuenta esto, entonces podemos imaginar a la
Virgen contemplando esas manifestaciones psicológicas y sobrenaturales de Él y,
a la vista de esto, su profunda adoración por Él.
La iconografía del Renacimiento
deformó completamente un aspecto de Nuestro Señor. Se presentó el Niño Jesús
como un bebé tonto con el fin de dar una idea de su pureza. Los artistas de esa
época a menudo lo presentan como un niño inexpresivo sin mostrar ninguna señal
de su mentalidad divina. No puedo pensar que tal cosa es cierta. Por el
contrario, creo que todo lo que admiramos en Nuestro Señor como un hombre —su
bondad, el equilibrio, la distinción, la afabilidad y la fuerza, y
especialmente su trascendencia—ya estaba manifiesta en el rostro y el cuerpo
del Divino Niño.
Todas esas perfecciones que hacen
de Él un hombre superior a todos los otros fueron expresados por primera vez en
Navidad y fueron objeto de la adoración de la Virgen y también de San José, que
estaba allí con ella y compartió ese acto de adoración como su esposo y el padre
de hijo Jesús.
Podemos imaginarnos la ternura, el
respeto, la veneración y adoración de San José mientras miraba a aquel Niño de
quien sabía era Hijo del Espíritu Santo y de la Virgen, pero que también era legalmente
su Hijo. Era como su Hijo que Él se hizo el Hijo de David y cumplió las
profecías de las Escrituras. Al contemplar a aquel Niño, San José estaba
considerando que el Niño era su Dios y el Dios de toda la humanidad y, sin
perjuicio de ello, Él era su Hijo, como el Hijo de su esposa. Podemos imaginar
el acto de adoración de San José, cuando vio la santidad del Divino Niño
expresada en su Persona y que iluminaba toda la gruta de Belén.
Esta idea de la forma en que se
expresa su santidad en su persona —en su rostro y cuerpo— manifestando la unión
hipostática de Dios y del Hombre, esto es lo que podemos contemplar en la noche
de Navidad.
Hay muchas estampas que
representan la escena del pesebre con un Niño Jesús con una cara tonta y rayos
de luz que emanan de la paja del pesebre. Yo creo que están equivocados: la luz
no venía de la paja, sino de la santísima Santa Faz y de la Persona del Niño
Jesús.
Quizás esto podría ser un tema de
nuestra meditación en esta Nochebuena y Navidad. Pidámosles a la Virgen y a San
José que nos ayuden a comprender este misterio y nos den una Navidad de
verdadero recogimiento y piedad.