Vencer los defectos propios con la ayuda de la gracia
tiene el perfume de las catacumbas romanas: el heroísmo
Plinio Corrêa de Oliveira
Santo do Día[i],
26 de enero de 1970
Louis Veuillot (1813-1883), escritor francés, eminente figura de la corriente ultramontana (defensora del Papa y sus derechos) |
Tenemos
aquí un extracto de Louis Veuillot para comentar hoy, extraído de su libro Parfum de Rome (Perfume de Roma – Livre
IX, XLI, Confession murale, Ed. Lethielleux, Paris, 1926, pág. 369-370). O sea,
se trata de notas de un viaje que él realizó a la “Ciudad Eterna”. Él encontró
en una iglesia pequeña de Roma, escrito en un muro exterior, como que un diario
espiritual de una persona y lo describe como sigue:
“En un barrio desierto, en los muros de una iglesia, Enrico (es
como Veuillot se refiere a sí mismo en esta obra suya), copió y tradujo para mí
las inscripciones siguientes, escritas a lápiz sobre la pared de una mano firme
y ejercitada:
“Día 14 de septiembre: yo me encuentro con mala saludo por mi
culpa, por la inquietud y desobediencia. A partir de este momento, once horas
de la mañana, decidí, con la ayuda de Dios y de María Santísima, no
atormentarme más y recuperar la verdadera paz. San José, ruega por nosotros.
“14 de octubre: hasta este momento yo aún no consigo, o mejor,
no obtuve lo que escribí el día 14 de septiembre, pero ahora yo me decidí a
hacer todo”.
Comentario
del Prof. Plinio: Nosotros conocemos eso, en los primeros días ―por lo menos―
de nuestra vida espiritual: la persona toma una decisión y se convierte de sus
defectos. Después de un mes, la persona hace un examen de conciencia y casi
nada de lo que se deseó fue realizado… Entonces, se toma nuevamente la misma decisión.
Sigue
el relato de Veuillot:
“15 de noviembre: yo renuevo todo aquello que prometí, a fin de
llegar a ejecutarlo.
“23 de noviembre: fallé, pero me prometí a mí mismo, con toda el
alma, de realizarlo.
“28 de diciembre: decidí ser bueno.
“31 de diciembre: quiero obedecer siempre, para agradar a María
Santísima hasta la muerte.
“28 de enero: no hay más inquietud, por amor a María Santísima;
y renuevo hoy aquello que me había propuesto el día 1 de febrero.
“1 de marzo: no, las inquietudes cesaron.
“29 de marzo: no me atormenta más, no pecar más verdaderamente.
“En las últimas fechas, la inscripción está rodeada de un diseño
que representa dos palmas formando una cruz. Debo confesar que esas
declaraciones hechas ingenuamente por un alma probada y al final
victoriosa no me tocaron menos que si las hubiese leído en las catacumbas, de
las cuales ellas parecen tener el perfume”.
¡Es
muy bonito el comentario! Los Sres. están viendo ahí la victoria de la gracia. Es
decir, se trata de un alma que varias veces hizo buenos propósitos, pero caía. Sin
embargo, después de renovaba los buenos propósitos y caía de nuevo. Por fin, a
fuerza de rezar ―porque se nota que era un alma piadosa, que entendía que
sin el auxilio de la gracia no se consigue nada; pero con el auxilio de la
gracia de Dios perseverantemente pedido la persona consigue todo― después de
mucho tiempo, de muchos fracasos, obtuvo finalmente la victoria en su vida espiritual.
Era
un alma atormentada por la ansiedad ―no se sabe si eran escrúpulos, pero se
trataba de algo en que ella consentía―, agitada, rebelada y que no obedecía a
una cierta autoridad a quien debía obedecer. Pero a costo de caídas y de
oraciones, acabó llegando en determinado momento, en poder decir que había logrado
llegar a ser obediente, y su alma quedó pacificada y tranquila.
Y
entonces esta persona ―que tenía facilidad de diseñar, sentido de lo artístico
y de la representación que caracteriza al italiano― adornó con dos palmas esas
dos fechas que representaban su victoria. Y después de esa confesión escrita en
los muros de una iglesia, desapareció.
Ahora
bien, ese proceso es una cosa tan común en la vida espiritual… ¿Por qué esa
alma había escrito eso en los muros de una iglesia? Posiblemente porque fue la iglesia
donde obtuvo una determinada gracia, que frecuentaba en horas furtivas, y como
que haciendo su confesión a Dios, escribía en la propia piedra de la iglesia. Naturalmente,
esa alma fue haciendo ahí su diario según el designio de la Providencia. Y este
consistía en que eso fuese copiado para tener ese comentario de Louis Veuillot.
Él dice: eso era digno de estar escrito en una pared de catacumba, porque tiene
el perfume de las catacumbas romanas.
Catacumba de Santa Priscila, Roma |
¿Por
qué? Porque eso nos muestra la eternidad de la Iglesia, que en las condiciones
de la vida de hoy es posible perfectamente repetir toda la gloria de la Iglesia
antigua. Un alma que es fiel, que lucha contra sus propios defectos, que reza
muchas veces, que tiene también infidelidades, pero que acaba, a fuerza de
pedir socorro a Nuestra Señora, por liberarse y escapar el imperio de sus
defectos, un alma en esas condiciones, ¡hace una cosa tan bonita cuanto un
romano que enfrenta en el Coliseo, o en cualquier otro lugar, los leones y los
tormentos!
Realmente,
ser serio, querer cumplir el deber, saber humillarse cuando se cae, tener el
deseo de levantarse de nuevo, confiar en la misericordia de Nuestra Señora con
toda confianza, eso tiene, en el fondo ―para quien sabe valorar las cosas
espirituales― un perfume admirable. ¿Cuál es ese perfume? Es el perfume del
esfuerzo humano aguantado con fe. Es un alma que sufrió, se mortificó para
conseguir eso, tuvo una de esas fe que mueven montañas para conseguir eso, pero
que de hecho, al final, la obtiene.
Y
ese sangrar del alma para realizar el cumplimiento de su deber, es un
martirio que tiene el perfume de todos los martirios. Puede que no de
testimonio del heroísmo en el mismo grado, pero no deja de tener un cierto
sentido de heroísmo. Y basta que ella tenga eso para tener algo del perfume
de las catacumbas, que es todo hecho de heroísmo de los primitivos católicos
que las frecuentaban.
¿Cuál
es la aplicación que podemos hacer de eso para la vida espiritual? Es
que comprendamos que cuando somos débiles y hacemos una serie de buenos propósitos
y después no conseguimos realizarlos, no por eso debemos desanimarnos.
Debemos
rezar de nuevo, y rezar una vez más incluso si fracasamos; confiar más, porque ―a
fuerza de pedir― el cielo se abrirá para nosotros. Los que rezan pidiendo la
virtud, por más débiles que sean, pertenecen esencialmente y por excelencia a
la categoría de aquellos a quienes Nuestro Señor dijo: “Golpead y se os abrirá,
pedid y se os dará”. Es decir, es una glorificación de la oración como medio
para que el hombre obtenga la fuerza que por su propio recurso no tiene.
Alguien
dirá: “Pero mis oraciones valen muy poco”. Yo respondo: entonces, rece mucho. Por
ejemplo, si queremos comprar una joya y yo no tengo siquiera un centavo, es
necesario juntar muchos pesos para comprar la joya. Si mi oración vale poco, a
fuerza de acumular cosas que valen poco eso ha de hacer mucho. Y si yo creo que
mi rezo del rosario vale poco, rezo dos rosarios. Y si no tengo tiempo para
rezar dos rosarios, rezo un rosario y un Avemaría más. ¡Pero yo rezo lo más
posible! A fuerza de pedir, acabaré obteniendo aquello que quiero.
Yo
no puedo, a ese respecto, dejar de mencionar a los Sres. aquella parábola de
Nuestro Señor, que he citado tantas veces; pero las palabras y los ejemplos de
Nuestro Señor nunca envejecen y nunca pierden su sabor, cuando la narración es auxiliada
por la gracia.
“Si
alguien de vosotros tuviese un amigo, y os fuese a buscar a media noche diciendo:
‘Amigo, préstame dos panes, porque un amigo mío llegó de viaje, y no tengo nada
para ofrecerle a él’. Y él responde: ‘¡No me molestes! La puerta ya está
cerrada y mis hijos ya están conmigo en la cama, no puedo levantarme para dártelos
panes’. Yo os digo que: si no se levanta y se los da por ser amigo suyo,
a lo menos por su desvergüenza se levantará y le dará cuanto necesite. Pedid
y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque quien pide
recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abre” (Luc. 11, 5-11).
Tengamos
la excelsa virtud de ser insistentes.
Sepamos ser insistentes y pedir, y pedir una vez más… Y en el pedido mil y uno,
obtendremos mucho más de lo que pedimos. Tendremos una paga inmensamente
grande.
Eso
que ocurre de un modo o de otro en la vida de todos los hombres, ocurre también
con los Sres. que es provecto, sino en años, al menos en virtudes… Entonces
pida y recuérdese del diario que Louis Veuillot vio. La oración acaba
venciendo todo.
Si
hay, por lo tanto, algún alma desanimada, descorazonada, tentada a decir “yo no
consigo nada y no adelanta nada”, a ella le digo: tome el rosario. No lo
abandone nunca y rece. Cuando no pueda rezar, tengo el rosario en la mano únicamente.
Vale por una oración. Cuando no pueda tener el rosario en la mano, tenga en casa
una lamparita encendida el día entero delante de una imagen de Nuestra Señora;
y dígale: “Mi Madre, yo soy tan disipado que no sé rezar. Pero cuando vos veáis
esa lamparita, recordaos que yo querría estar rezando. Al menos ese deseo subconsciente
me acompaña la vida entera”.
[i] Los santos del día eran unas breves
reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario
relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.