Sin comunicar en sus obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas y reprobadlas (Efesios 5, 11)
viernes, 4 de mayo de 2012
jueves, 3 de mayo de 2012
San Pío V atribuía toda la tristeza de la Iglesia en su tiempo a los pecados cometidos dentro de Ella misma. Diferencias entre el luchador y el camorrero
Plinio Corrêa de Oliveira
Hoy es la fiesta de San Pío V (1551-1572), Papa y
Confesor. De él afirma el Martirologio que se aplicó con celo y entusiasmo a
restaurar la disciplina eclesiástica, extirpara las herejías y aplastar a los
enemigos del nombre Cristiano. Él fue inquisidor supremo, promotor de la
batalla de Lepanto.
Datos narrados por Dom Guéranger, en su L’Année
Liturgique y de Rohrbacher, en su Histoire Universelle de l’Eglise
Catholique:
“Miguel Ghislieri, el futuro San Pío V, fue
nombrado superior de numerosos conventos, y [deploró] luego el relajamiento,
corrigiendo los abusos, manteniendo la disciplina. Con él parecieron resucitados los Pacomios[1]…
Donde se encontraba hacía revivir el espíritu de Santo Domingo en toda su
pureza y fervor. Era notable su asiduidad en los ejercicios del claustro. En el
ejercicio divino, se destacaba por su humildad sincera, por su amor a la
soledad, al silencio, a la pobreza, a la mortificación y su celo contra las
herejías de su tiempo. Por eso fue hecho inquisidor de la fe en Como[2].
Cumplió su oficio con prudencia, pero fue objeto de persecución, corriendo
riesgo de vida. En 1557, Paulo IV lo hizo cardenal. Todo el sacro colegio
agradeció al pontífice haberles dado un tan digno colega. A pesar de sus
numerosas ocupaciones, el ahora cardenal Ghislieri era inmensamente afable, sea
con quienes iban a tratar de asuntos serios, sea con los iban a importunarlo…”.
“Jamás rechazó a nadie, nunca fue rechazada una
audiencia y toda su conducta, como sus actitudes menores, hacían comprender que
Dios lo elevaba día a día, a fin de que
desde esa altura él pudiese servir, instruir, edificar al mayor número de
personas.
“Electo Papa, Pío V reunió a todos los dignatarios
eclesiásticos y domésticos de su casa, les prescribió reglas de conducta,
declaró lo que esperaba de ellos, según su estado, y advirtió que no aceptaba
ninguna infracción a los principios de una piedad ejemplar. Y él daba el
ejemplo. Austerísimo consigo mismo, no abandonaba sus vestiduras de monje bajo
los trajes pontificios, ni siquiera sobre el duro jergón que le servía de
lecho. Todas las noches hacia una larga visita a los siete altares de la
Iglesia de San Pedro”.
¡Qué escena bonita! La Iglesia de San Pedro ya
cerrada, y el papa santo, yendo de altar en altar para rezar en la soledad de la
iglesia, seguido probablemente por una o
dos personas que llevaban velas, o alguna cosa así, y rezando largamente. ¡Qué
escena maravillosa!
“En coyunturas importantes, pasaba noches enteras
de rodillas, consultando a Dios sobre sus decisiones. Su sello, en lugar del
escudo, traía ese versículo de un salmo: ‘Puedan mis caminos estar dirigidos a
guardar vuestra justicia’. Y para no apartarse nunca del sufrimiento de Cristo,
tenía siempre delante de sí, sobre una mesa, una imagen de nuestro Salvador en
la cruz, alrededor de la cual estaban escritas esas palabras de San Pablo:
‘Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo’.
Dirigiéndose a los cardenales, les hizo notar que el medio más seguro de
apaciguar la cólera de Dios, de detener a los herejes que atacaban la Iglesia,
a los musulmanes que extendían su imperio de barbarie, era en primer lugar
poner en regla sus vidas y sus casas. ‘Es a vosotros, decía, que Cristo dirige
las palabras: Vos sois la luz del mundo y la sal de la tierra’.
“Roma estaba devorada públicamente por las
cortesanas… Pío V promulgó un edicto muy riguroso en contra…, expulsándolas de
Roma y de los Estados pontificios, llamándolas ‘peste de la república’…
“Después de un pontificado lleno de luchas, entre
las cuales se destaca el esfuerzo del papa contra los turcos y la obtención de
la victoria de Lepanto (1571) por su oración a nuestro Señora del Rosario, Pío
V pasó a ser objeto del odio de parte de los enemigos de la Iglesia. Intentaron
asesinarlo, empleando para ello los medios más pérfidos. Cierta vez, por una
estratagema tan cobarde cuanto sacrílega, secundados por una odiosa traición,
pusieron veneno en los pies del crucifijo que el santo tenía en su oratorio…”.
¡Eso es una infamia! Asesinar a un papa, un papa
santo, matarlo en el momento en que él va a besar el crucifijo, y poner el
veneno en el propio crucifijo, son requintes de infamia…!
“… y que besaba con frecuencia. Cuando se estaba
preparando para su homenaje diario a la sagrada imagen, los pies del Crucificado
se separaron de la cruz y como que se apartaron del respetuoso anciano. Pío V
comprendió, entonces, que la malicia de sus enemigos se trasformaría para él en
instrumento de muerte. En el lecho de muerte, echando una última mirada a la
Iglesia de la tierra que iba a dejar por la del cielo, y queriendo implorar una
última vez la divina bondad en favor del rebaño que dejaba expuesto a tantos
peligros, recitó con una voz casi apagada aquella estrofa de los himnos de
tiempo pascual: ‘Creador del hombre, dignaos preservar a vuestro pueblo de los
asaltos de la muerte’. Al terminar esas palabras, se durmió suavemente en el
Señor”.
Son tan bonitos esos datos que uno tiene dificultad
en comentarlos. Sin embargo, podemos en alguna cosa tomar nota de la fisonomía
moral de él.
En primer lugar, ese aspecto que hemos comentado
aquí: la distinción entre el camorrero y el luchador.
El individuo luchador
es aquel que lucha por principios, nunca
hace una pelea por razones de carácter individual. En el campo de los
intereses individuales, él tolera, él soporta, él perdona, él es magnánimo, no
se incomoda con nada, pero en el campo
de la doctrina y de los intereses de la Iglesia católica es un león y ahí es
verdaderamente indomable, pudiendo ser considerado una fiera, porque el
propio nuestro Señor Jesucristo fue llamado por la Escritura: “León de Judá”.
Siempre el que es
muy camorrero, es poco luchador. El que lucha lo hace por la Iglesia; el camorrero,
en cambio, es movido meramente por sus intereses personales.
Ustedes ven aquí a San Pío V afabilísimo,
modelo de afabilidad. Aquel tiempo era una época del Renacimiento, con una vida
de corte muy desarrollada; todos los prelados eran importunados por un mundo de
personas: les hacían pedidos, visitas superfluas, complicaban de muchas maneras
la vida del prelado… Él tenía una paciencia completa, recibiendo a todo el
mundo de modo edificante, maravilloso. Pero eso es porque le complicaba la vida
y complicando la vida de él estaba él en juego. Y estando en juego su persona,
estaban en juego los intereses de él y los intereses de él no eran nada, porque
no hay nadie de nosotros que no sea nada delante de Dios. Y por causa de eso nuestra preocupación debe ser sacrificar
nuestros intereses individuas, nuestras connivencias, nuestra voluntad, por la
causa católica.
Observen cómo cuando se trata de la moral, de la doctrina,
el trazo distintivo de ese hombre consistía en la severidad más extrema, la más
infatigable, la más continua. De comienzo a fin, en una época de relajamiento
moral del Renacimiento, ¡cómo él representaba la moralidad firme! Vemos que comienza
por ahí: él entra en el convento. ¿Cuál era su nota característica? Se destacaba
por la humildad sincera, por el amor a la soledad, al silencio, a la pobreza y
a la mortificación. El luchador gusta de
la soledad, gusta del silencio, gusta de la pobreza y de la mortificación.
Al contrario,
el camorrero no. Fíjense en lo siguiente: las
personas camorreras no soportan la soledad. Ellos gustan de estar siempre cerca
de los demás molestándolos. La Escritura dice que mejor es vivir en una casa
con goteras que con una mujer rencillosa, porque la gotera se detiene y la
mujer rencillosa siempre anda por la casa detrás del hombre. La persona
camorrera tiene mucho de eso.
El luchador se aísla, el luchador se concentra, el luchador tiene principios, piensa. Y
cuando llega el momento de hablar, habla como se debe.
Él era conocido por su celo contra las herejías,
sobre todo las herejías de su tiempo. Yo conocí profesores de seminario que
eran muy eximios para refutar la herejía de los montanistas, de los donatistas.
Se decía: “Ese de ahí es un monstruo. Hace clases con una energía en contra de Arrio,
¡qué cosa extraordinaria!...”. Pero era incapaz de protestar contra el consejal
del municipio que propusiera una ley inmoral cualquiera… O sea, eran corajosos
retrospectivos…
Hecho cardenal, ¿cuál es su preocupación? Es la
lucha ―al mismo tiempo fue nombrado inquisidor―, es la lucha a favor de la inquisición
contra los herejes.
Hecho papa, vuelve a la lucha contra la falta de
austeridad. Primero llama a todos los dignatarios domésticos de su casa,
prescribe reglas de conducta. En aquella época de Renacimiento él quería acabar
con aquellas frivolidades, porque se debe ser serio, se debe ser austero, no se
puede andar con la cara de payaso sonriente todo el tiempo… En aquella época se
usaba sotana de seda negra con encajes, casi como una falda, como si fuese una
señora… maneras afeminadas, cabellos arreglados, dos o tres anillos en los
dedos, etc. ¡Basta de eso! ¡Pórtese como un ministro de nuestro Señor Jesucristo
que lleva consigo el porte de Cristo crucificado!
Él mismo usaba su sotana de dominicano, bajo los
trajes pontificales, y dormía vestido de dominicano. La costumbre observada en
las diversas órdenes religiosas era dormir con el hábito religioso.
Dom Duarte Leopoldo e Silva, que fue un antiguo
arzobispo de São Paulo, sufrió un ataque cardíaco durante la noche. Él dormía
con pijamas. Tocó la campana para llamar al secretario. Antes que éste llegara,
él ya se había vestido y estaba tendido en la cama con la sotana puesta. Es decir,
¡eso es sentido eclesiástico! Nunca presentarse, ni siquiera en la intimidad de
su propio secretario, sin el traje talar. Cómo eso es diferente del espíritu de
hoy…
Él atribuía toda la tristeza de la Iglesia en su
tiempo ―la devastación que seguía haciendo el protestantismo, el espíritu
renacentista, el neo-paganismo, la inmoralidad, el avance de los turcos que
amenazaban la Iglesia― a los pecados que eran cometidos dentro de la propia
Iglesia. Él atribuía eso particularmente a los cardenales. De ahí que él dijo a
los cardenales que la reforma de vida debía comenzar por la reforma de ellos.
Algunos dirán: “Pero Dr. Plinio, ¿no eran los
cardenales de aquel tiempo eran bien parecidos con los cardenales de todos
tiempos?”. Yo respondo: es verdad, con una pequeña diferencia, pero esa
diferencia es “pequeña” como el tamaño que va de la tierra al cielo: los
cardenales de aquel tiempo tenían una serie de defectos, pero cuando un
cardenal Ghislieri era electo para el sacro colegio, ellos iban a agradecer al
papa, y después elegían como papa a ese mismo cardenal. No es pequeña la
diferencia…
Vean las medidas que él tomó contra las mujeres de
mala vida.
Finalmente, es conocido el famoso episodio cuando
él vio a nuestra Señora Auxiliadora desbaratar en Lepanto a las naves de los
turcos. Y aquí hay una relación entre la “bagarre”[3]
y ese episodio de la vida de San Pío V. En un “sueño” (visión) que tuvo San
Juan Bosco, nuestra Señora Auxiliadora estaba presidiendo de lo alto una
batalla en la que, como en Lepanto, eran dispersados completamente los navíos
de los adversarios.
San Pío V vio una victoria prefigurativa de la
victoria que la Cristiandad tendrá y dará en la implantación del Reino de María
¿Qué podemos pedir
hoy a San Pío V? Que interceda para que vengan cuanto antes esos
acontecimientos, a fin de que venga luego el Reino de María y podamos ver una
Lepanto inmensamente mayor de la de Lepanto de su tiempo, para gloria de nuestra
Señora, que con tanto amor él sirvió.
[1] Pacomio
fue un soldado romano del siglo IV que luchó en el bando de Majencio en la
Segunda Tetrarquía. Se convirtió al cristianismo en el transcurso de un viaje a
Alejandría, altamente impresionado por las buenas cualidades que pudo ver entre
los cristianos de aquellas tierras, en especial la caridad. Fue entonces cuando
decidió retirarse como ermitaño para llevar una vida de oración y austeridad,
junto a uno de los templos de Serapis que por aquel entonces se hallaba en
ruinas.
Tras un tiempo de vida como
ermitaño decidió crear una regla para monjes en comunidad que debían tener el
trabajo como medio de subsistencia importante. Con esta regla monástica sentó
las bases para lo que fuera más tarde el Ora et labora que proclamó San
Benito. Los monasterios creados por Pacomio llegaron a ser centros fabriles de
producción, con un recinto rodeado por un muro, en el que había cabida hasta
para mil monjes repartidos en las distintas casas. Dentro del cercado había
distintas edificaciones y en cada una trabajaban y oraban cuarenta monjes. A su
vez cuatro de estos edificios formaban una tribu con 160 monjes. Al frente del
conjunto del monasterio había un abad. Cada cierto tiempo se reunían todos los
frailes para tratar asuntos comunes y de religión. Estas reuniones se hicieron
célebres con el nombre de pacomias.
La vida monástica de los pacomios
tuvo gran aceptación entre las comunidades cristianas. A la muerte de Pacomio
existían ya nueve monasterios de monjes y dos de monjas, siendo el primero de
todos el que fundó en Tabennisi cerca de Denderath (Egipto). Murió hacia el año
346 (http://es.wikipedia.org/wiki/Pacomio).
[2]
Como es una ciudad en la Lombardía, Italia. Es la capital de la
provincia de Como. Se encuentra a 45 km al norte de Milán. La ciudad bordea el
Lago de Como (http://es.wikipedia.org/wiki/Como).
[3]
La palabra francesa “bagarre”, que significa lucha, enfrentamiento, choque… es
usada en el sentido de significar la gran batalla final que se librará entre el
catolicismo y la Revolución anticristiana en la que estamos inmersos, en la que
finalmente, la Iglesia triunfará por la mano o intervención directa de Dios.
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