El mundo ha de ser redimido una segunda vez, semejante a la forma como fue la primera, pues, Satanás, su verdadero tirano fue nuevamente desencadenado. Y, gozando de libertad, puso a las naciones bajo su cruel y despótico dominio.
La Iglesia mudará una segunda vez la faz del mundo. Pero antes, debe descender al silencio de los sepulcros, y teniendo sus templos destruidos, Ella se retirará a la soledad de la montaña. Allí recibirá el Espíritu Santo y la plenitud de los dones de que necesita para salvar a la sociedad moderna.
Habrá un ángel que descenderá del cielo, o sea, un hombre con una misión especial de Dios. Este hombre será el restaurador. Ha de ser un hombre, porque Dios decretó que los demonios sean lanzados en el infierno por mano del hombre. ¿Quién será este hombre?
Será el restaurador prometido por Jesucristo a la sociedad disoluta y entregada a la completa anarquía, impotente por sí misma para constituir un orden. Será un apóstol, un profeta, un Moisés, un Elías.
Francisco Palau vio la luz en Aytona (Lérida), España, el 29 de diciembre de 1811. Sus padres: José Palau y Antonia Quer. Ingresa en el Seminario de Lérida en 1828, donde cursa 3 años de filosofía y uno de teología. Allí se siente llamado al Carmelo, interrumpe los estudios y en octubre de 1832, ingresa al noviciado carmelitano de Barcelona, donde profesa al año siguiente el 15 de noviembre de 1833. Sigue allí mismo con sus estudios teológicos y el 22 de enero de 1834, es ordenado diácono. El 25 de julio del año siguiente (1835) su convento es atacado, asaltado y saqueado por las turbas políticas y rebeldes de entonces, logra huir, pero al año siguiente Mendizábal decretaba la exclaustración de los religiosos de España.
En su pueblo natal vive en soledad su diaconado manteniendo contacto con su provincial carmelita quien le prepara al sacerdocio. Es ordenado Sacerdote en Barbastro el 2 de abril de 1836. Los azares de la patria le obligan a vivir la exclaustración y el exilio. Vive su exilio en Francia: verano de 1841, hasta 1846, con prolongaciones hasta 1851. Allí en Montdésir y Livron pasará largos ratos de soledad alternando su apostolado. Al regresar a España, tras una breve experiencia contemplativa en Montsant (verano de 1851), funda en Barcelona, en la iglesia parroquial de San Agustín, La Escuela de la Virtud, modelo de enseñanza catequética, atendiendo también, la dirección espiritual del Seminario.
Vuelven las revueltas políticas y el Capitán General de Cataluña, suprime la escuela y confina injustamente a Palau en Ibiza (1854-1860), seis años más de destierro y soledad en famoso peñón del Vedrá fundando cerca de allí la casa y ermita de Es Cubells. Igualmente se ocupará de la reorganización de los ermitaños de San Honorato de Randa en 1860. En todos esos lugares experimentará las vicisitudes de la Iglesia inmerso en su intenso ministerio sacerdotal que luego llevará a las Islas de Mallorca y Menorca.
En Baleares, pone en marcha la fundación de sus dos familias carmelitanas: las Congregaciones de los Terciarios Carmelitas Descalzos (1860-1872), y de las Hermanas Carmelitas Terciarias (1861-1872). Y da inicio a la redacción de su obra Mis Relaciones con la Iglesia en 1861.
Recobrada la libertad, viaja a Roma (1866 y 1870). Lo nombran director de los terciarios carmelitas de España en 1867, comienza la publicación del semanario El Ermitaño en 1868, fundado y dirigido por él mismo. Predica misiones populares, asume la labor de exorcistado y asistencia a los enfermos, extiende la devoción mariana por donde quiera que pasa, se dedica a la formación y dirección de los religiosos y religiosas fundados por él. La rama de los religiosos se incorpora al Carmelo Teresiano después de la guerra civil española de 1936 y la rama de religiosas continúa actualmente en dos congregaciones: Carmelitas Misioneras y Carmelitas Misioneras Teresianas.
En pleno apogeo de vida apostólica, el P. Francisco Palau es asestado por una enfermedad (del 10 al 20 de marzo), y muere entregando su alma a Dios en Tarragona el 20 de marzo de 1872, a los 60 años de edad. Su causa de beatificación y canonización fue introducida el 15 de septiembre de 1981, siendo beatificado por Juan Pablo II el 24 de abril de 1988.