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Sin comunicar en sus obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas y reprobadlas (Efesios 5, 11)
viernes, 6 de mayo de 2011
Operación Blackjack, ¿un futuro posible?
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jueves, 5 de mayo de 2011
FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA NO HAY SALVACIÓN EN ABSOLUTO, Capítulos 2 y 3
Nota: este libro será publicado por capítulos semanalmente. Los interesados en recibir los capítulos publicados en sus correos, por favor escriban al email de contacto colocando solamente: deseo recibir los capítulos del libro Fuera de la Iglesia No hay Salvación.
Capítulo 2
LAS LLAVES DE SAN PEDRO Y SU FE INFALIBLE
Es un hecho de la historia, de la Escritura y de la tradición que nuestro Señor Jesucristo fundó su Iglesia universal (la Iglesia Católica) sobre San Pedro.
Mateo 16, 18-19: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”.
Nuestro Señor Jesucristo constituyó a San Pedro como el primer Papa, a él le confió el rebaño entero, y le dio la suprema autoridad en la Iglesia universal de Cristo.
Juan 21, 15-17: “Dijo Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que a éstos? Él le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis corderos. Por segunda vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntase: ¿Me amas? Y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”.
Es por la suprema autoridad que nuestro Señor Jesucristo le confirió a San Pedro (y a sus sucesores, los Papas) que viene lo que se llama la infalibilidad papal. La infalibilidad papal es inseparable de la supremacía papal – no tendría sentido que Cristo constituyera a San Pedro cabeza de su Iglesia (como claramente hizo) si San Pedro y sus sucesores, los Papas, pudiesen errar cuando ejercieran esa suprema autoridad para enseñar un punto de fe. La suprema autoridad debe ser infalible sobre materias vinculantes de fe y de moral; de lo contrario, ésta no sería en absoluto la autoridad de Cristo.
La infalibilidad papal no significa que un Papa no pueda errar en absoluto y no significa que un Papa no pueda perder su alma y condenarse al infierno por pecado grave. Ella significa que los sucesores de San Pedro (los Papas de la Iglesia católica) no pueden errar cuando enseñan autoritariamente sobre un punto de fe o de moral que debe ser aceptado por toda la Iglesia de Cristo. Encontramos la promesa de la fe infalible para San Pedro y sus sucesores a la que se refiere Cristo en Lucas 22.
Lucas 22, 31-32: “Simón, Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo: pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”.
Satanás quería zarandear a todos los Apóstoles (plural) como al trigo, pero Jesús rogó sólo por Simón Pedro (singular), para que su fe no desfallezca. Jesús está diciendo que San Pedro y sus sucesores (los Papas de la Iglesia católica) tienen una fe infalible cuando autoritativamente enseñan un punto de fe o de moral que debe ser creído por toda la Iglesia de Cristo.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cathedra:
“ASÍ, PUES, ESTE CARISMA DE LA VERDAD Y DE LA FE NUNCA DEFICIENTE, FUE DIVINAMENTE CONFERIDO A PEDRO Y A SUS SUCESORES EN ESTA CÁTEDRA…”[1].
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cathedra:
“…Esta Sede de San Pedro permanece siempre intacta de todo error, según la promesa de nuestro divino Salvador hecha al príncipe de sus discípulos: Yo he rogado por ti, a fin de que no desfallezca tu fe…”[2].
Y esta verdad ha sido mantenida desde los primeros tiempos de la Iglesia católica.
Papa San Gelasio I, epístola 42 o decreto de recipiendis et non recipiendis libris, 495: “Consiguientemente, la primera es la Sede del Apóstol Pedro, la de la Iglesia Romana, que no tiene mancha ni arruga ni cosa semejante (Ef. 5, 27)”[3].
La palabra “infalible” en realidad significa que “no puede errar” o “indefectible”. Por consiguiente, el mismo término infalibilidad papal viene directamente de la promesa de Cristo a San Pedro (y sus sucesores) en Lucas 22, esto es, que Pedro tiene una fe indefectible. Si bien que esta verdad ha sido creída desde el comienzo de la Iglesia, ella fue definida específicamente como dogma en el Primer Concilio Vaticano en 1870.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, sesión 4, cap. 4:
“… el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra – esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por toda la Iglesia universal –, por la asistencia divina que fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia”[4].
¿Pero cómo se puede saber cuando un Papa usa su fe indefectible para enseñar infaliblemente desde la Cátedra de Pedro? La respuesta es que lo sabemos por las palabras que usa el Papa o por la manera que enseña. El Concilio Vaticano I definió que deben cumplirse dos requisitos: 1) cuando el Papa cumple su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos según su suprema autoridad apostólica; 2) y enseña una doctrina sobre la fe o las costumbres que debe ser sostenida por toda la Iglesia de Cristo. Un Papa puede cumplir estos dos requisitos en una sola línea, sea anatematizando una opinión falsa (como en muchos concilios dogmáticos), o bien diciendo “Por nuestra autoridad apostólica declaramos…” o bien diciendo “Creemos, profesamos, enseñamos” o usando palabras de similar importancia y sentido, lo cual indica que el Papa está enseñando sobre la fe, en una manera definitiva y obligatoria, a toda la Iglesia.
Entonces, cuando un Papa enseña desde la Cátedra de Pedro de la manera estipulada arriba, él no puede errar. Si él errase bajo esas condiciones, entonces la Iglesia de Cristo estaría oficialmente guiando en el error, y la promesa de Cristo a San Pedro y a su Iglesia defeccionaría (lo que es imposible). Lo que se enseña desde la Cátedra de Pedro por los Papas de la Iglesia católica es la enseñanza de Jesucristo mismo. Rechazar lo que es enseñado desde la Cátedra de Pedro es, simplemente, despreciar a Jesucristo mismo.
Lucas, 10, 16: “El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha…”.
Mateo, 18, 17: “Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil y publicano”.
Papa León XIII, Satis cognitum, 1896:
“Jesucristo instituyó en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y además perpetuo, (…) pues si en cierto modo pudiera ser falso, se seguiría de ello, lo cual es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres”[5].
LA CÁTEDRA DE PEDRO DICE LA VERDAD QUE EL MISMO CRISTO ENSEÑÓ
Las verdades de fe que han sido proclamadas por los Papas hablando infaliblemente desde la Cátedra de Pedro se llaman dogmas. Los dogmas constituyen lo que se llama el depósito de la fe. Y el depósito de la fe se concluyó con la muerte del último de los Apóstoles.
Papa San Pío X, decreto Lamentabili, contra los errores del modernismo # 21: “La revelación que constituye el objeto de la fe católica, no quedó completa con los Apóstoles. – Condenado”[6].
Esto significa que cuando un Papa define un dogma desde la Cátedra de Pedro, él no hace que el dogma sea verdadero, sino más bien, él proclama lo que ya es verdadero, lo que ya ha sido revelado por Cristo y entregado a los Apóstoles. Por consiguiente, los dogmas son inmutables. Uno de estos dogmas en el depósito de la fe es que fuera de la Iglesia católica no hay salvación. Puesto que esta es la enseñanza de Jesucristo, no está permitido disputar este dogma o cuestionarlo; uno simplemente debe aceptarlo. No importa si a uno no le gusta el dogma, no entiende el dogma, o no ve justicia en el dogma. Si uno no lo acepta como verdad infalible, entonces simplemente uno no acepta a Jesucristo, porque el dogma nos viene de Jesucristo.
Papa León XIII, Satis cognitum, # 9, 29 de junio de 1896: “(…) ¿puede ser permitido a alguien rechazar alguna de esas verdades sin precipitarse abiertamente en la herejía, sin separarse de la Iglesia y sin repudiar en conjunto toda la doctrina cristiana? Pues tal es la naturaleza de la fe, que nada es más imposible que creer esto y dejar de creer aquello. La Iglesia profesa efectivamente que la fe es ‘una virtud sobrenatural por la que, bajo la inspiración y con el auxilio de la gracia de Dios, creemos que lo que nos ha sido revelado por Él es verdadero; y lo creemos no a causa de la verdad intrínseca de las cosas, vista con la luz natural de nuestra razón, sino a causa de la autoridad de Dios mismo, que nos revela esas verdades y que no puede engañarse ni engañarnos’ (Conc. Vat. I, ses.3 cap.3). (…) Al contrario, quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe”[7].
Los que se niegan creer en el dogma fuera de la Iglesia no hay salvación porque no entienden cómo hay justicia en él, están negando su fe en la revelación de Cristo. Los que tienen la verdadera fe en Cristo (y en su Iglesia), primero aceptan su enseñanza y, segundo, entienden la verdad que hay en ella (es decir, por qué es verdadero). Un católico no retiene su creencia en la revelación de Cristo hasta que él pueda entenderla. Esa es la mentalidad de un hereje infiel que posee un orgullo insufrible. San Anselmo resume la verdadera perspectiva católica sobre este punto.
San Anselmo, doctor de la Iglesia, Prosologion, cap. 1: “Porque no busco entender para poder creer, sino que creo a fin de entender. Por esto también creo, porque si no creyera, no entendería”[8].
Romanos 11, 33-34: “¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién primero le dio, para tener derecho a retribución?”.
Isaías 55, 8-9: “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos, dice el Señor. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de vuestros pensamientos”.
Capítulo 3
CREER EN EL DOGMA TAL COMO FUE DECLARADO
Sólo hay una sola manera de creer en el dogma: tal como la santa madre Iglesia una vez lo ha declarado.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 2 sobre la revelación, 1879, ex cathedra: “De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia”[9].
Esta definición del Concilio Vaticano I es de vital importancia para la pureza del dogma, porque la principal manera en que el Diablo intenta corromper las doctrinas de Cristo, es logrando que los hombres entiendan los dogmas de la Iglesia de manera distinta a como una vez han sido declarados. No hay un sentido de un dogma que no sea el que las palabras mismas dicen y declaran, es por eso que el diablo intenta hacer que los hombres “comprendan” e “interpreten” esas palabras de una manera que es diferente de cómo la santa madre Iglesia los ha declarado.
Muchos de nosotros hemos tratado con personas que intentan explicar el claro significado de las definiciones fuera de la Iglesia no hay salvación diciendo, “usted debe entenderlos”. Lo que en realidad quieren decir es que usted tiene que entenderlos de una manera diferente de lo que las palabras mismas dicen y declaran. Y esto es exactamente lo que el Concilio Vaticano I condena. Él condena el alejarse de la comprensión de un dogma a un significado diferente a como una vez los ha declarado la santa madre Iglesia, bajo el pretexto (falso) de una “compresión más profunda”.
Además de los que sostienen que hay que “entender” los dogmas de una manera diferente de lo que las palabras dicen y declaran, hay quienes que, cuando se les presentan las definiciones dogmáticas sobre fuera de la Iglesia no hay salvación, dicen, “esa es tú interpretación”. Ellos desestiman las palabras de una fórmula dogmática a nada más que una interpretación privada. Y esto también es herejía.
Papa San Pío X, decreto Lamentabili contra los errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 22: “Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados, no son verdades bajadas del cielo, sino una interpretación de hechos religiosos que la mente humana se elaboró con trabajoso esfuerzo. – Condenado”[10].
Papa San Pío X, decreto Lamentabili contra los errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 54: “Los dogmas, los sacramentos, la jerarquía, tanto en su noción como en su realidad, no son sino interpretaciones y desenvolvimientos de la inteligencia cristiana que por externos acrecentamientos aumentaron y perfeccionaron el exiguo germen oculto en el Evangelio. – Condenado”[11].
Los dogmas de la fe, como fuera de la Iglesia no hay salvación, son verdades bajadas del cielo; no son interpretaciones. Acusar a quien adhiere fielmente a esas verdades bajadas del cielo de incurrir en una “interpretación privada” es decir una herejía.
El propósito de una definición dogmática es definir con precisión y exactitud lo que la Iglesia quiere decir por las palabras mismas de la fórmula. Si no se hiciera esto por las palabras mismas de la fórmula o del documento (como dicen los modernistas), entonces ella fracasaría en su objetivo principal – el definir – y sería inútil y sin valor.
El que dice que debemos interpretar o entender el significado de una definición dogmática, de una manera que contradice su redacción real, niega todo el propósito de la Cátedra de Pedro, de la infalibilidad papal y de las definiciones dogmáticas. Él está afirmando que las definiciones dogmáticas son inútiles, sin valor y fatuas, y que la Iglesia es inútil, sin valor y fatua por hacer tal definición.
Además, los que dicen que las definiciones infalibles deben interpretarse por declaraciones no infalibles (por ejemplo, los teólogos, los catecismos, etc.) están negando todo el propósito de la Cátedra de Pedro. Ellos están subordinando la enseñanza dogmática de la Cátedra de Pedro (las verdades bajadas del cielo) a la reevaluación de documentos falibles humanos, invirtiendo de ese modo su autoridad, pervirtiendo su integridad y negando su propósito.
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, # 7, 15 de agosto de 1832: “(…) nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro, tanto en la palabra como en el sentido”[12].
Por lo tanto, no hay una interpretación “rigurosa” o “liberada” del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación, como les gusta decir a los liberales herejes; sólo debe entenderse como la Iglesia lo ha una vez declarado.
[1] Denzinger 1837.
[2] Denzinger 1836.
[3] Denzinger 163.
[4] Denzinger 1839.
[5] Las Encíclicas Papales, de Claudia Carlen, Raleigh: The Pierian Press, 1990, vol. 2 (1878-1903), p. 394.
[6] Denzinger 2021.
[7] Las Encíclicas Papales, vol. 2 (1878-1903), p. 394.
[8] P. Christopher Rengers, Los 33 Doctores de la Iglesia, Rockford: IL, Tan Books, 2000, p. 273.
[9] Denzinger 1800.
[10] Denzinger 2022.
[11] Denzinger 2054.
[12] Las Encíclicas Papales, vol. 1 (1740-1878), p. 236.
FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA NO HAY SALVACIÓN EN ABSOLUTO
INTRODUCCIÓN
El dogma fuera de la iglesia católica no hay salvación y la necesidad del sacramento del bautismo, en realidad se puede explicar en una página (véase la sección 1 y la sección 8). Esto es porque esta verdad es exactamente la misma como fue definida por nuestro primer Papa:
“(…) en nombre de Jesucristo Nazareno (…) En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre se nos ha dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos” (Hechos 4, 10-12).
No hay salvación fuera de Jesucristo y de la Iglesia católica que es su cuerpo místico. Puesto que no hay entrada en la Iglesia católica sin el sacramento del bautismo, esto significa que sólo se pueden salvar los católicos bautizados que mueren en estado de gracia (y quienes se hagan católicos bautizados y mueren en estado de gracia).
“El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan” (Juan 15, 6).
La única razón de por qué este documento que usted está viendo tiene aproximadamente 300 páginas e investiga minuciosamente una variedad de cuestiones, se debe simplemente a los ataques casi incesantes en contra, y la negación casi universal en nuestros días, de estas verdades que, por lo demás, se expresan de manera tan simple.
El lector advertirá que me he focalizado en contestar toda objeción importante planteada contra el verdadero significado del dogma fuera de la iglesia católica no hay salvación y la necesidad del sacramento del bautismo, mientras que las personas que escriben libros y artículos contra estas verdades, casi nunca abordan ninguno de los argumentos de la enseñanza de la Iglesia que presentamos, simplemente porque ellos no pueden refutar los hechos.
Algunos liberales que lean este documento objetarán que es “amargo” y “falto de caridad”. Pero ello no es cierto. “El fundamento de la caridad es la fe pura e inmaculada” (Papa Pío XI, Mortalium animos, # 9). Las afirmaciones de este documento, relacionadas con el dogma fuera de la iglesia no hay salvación son hechas con la intención de ser fiel a Jesucristo y a su verdad. Lo que simplemente hace un católico es decirle a su prójimo la verdad sobre esta cuestión, sin compromiso y porque él ama a su prójimo.
Papa Pío XI, Mortalium animos, # 9, 6 de enero de 1928: “Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos unos a los otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesaran, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: ‘Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis’” (II Juan 10).
Un católico que se rehúsa denunciar la herejía y a los herejes (cuando es necesario) no está actuando caritativamente, más bien lo contrario, él está faltando a la caridad.
Papa León XIII, Sapientiae christianae, # 14, 10 de enero de 1890: “Pero cuando la necesidad apremia, no sólo deben guardar incólume la fe los que mandan, sino que, como enseña Santo Tomás, ‘cada uno esté obligado a propagar la fe delante de los otros, ya para instruir y confirmar a los demás fieles, ya para reprimir la audacia de los infieles’. Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde, o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa”.
El lector advertirá que cada sección de este libro se propone ser, en general, completa en sí misma; es decir, se puede leer una sección individual de este documento y encontrar las citas pertinentes de las enseñanzas de la Iglesia sin tener que buscarlas en otra parte del documento.
Aliento vigorosamente al lector que lea por entero el documento porque todos los temas tratados son importantes; pero, en mi opinión, las secciones más importantes de este documento que el lector definitivamente no querrá omitir son: 1-4, 6-8, 13-16, 18, 21, 24-27, 31-34.
El lector verá que las conclusiones formadas en este documento se basan todas en la enseñanza infalible de la Cátedra de Pedro. Por consiguiente, aquellos que rechazan estos hechos, no están rechazando apenas mis opiniones; ellos están rechazando las enseñanzas de la Cátedra de Pedro (la enseñanza dogmática de la Iglesia católica).
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, # 13, 15 de agosto de 1832: “Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo (Ef. 4, 5), entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo (Luc. 11, 23) y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha (Credo Atanasiano)”.
Hno. Peter Dimond, O.S.B. (3 de mayo de 2004)
2ª edición (14 de septiembre de 2006)
Capítulo 1
LA CÁTEDRA DE PEDRO SOBRE EL DOGMA
FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA NO HAY SALVACIÓN
Las siguientes declaraciones sobre el dogma fuera de la iglesia católica no hay salvación provienen de la más alta autoridad docente de la Iglesia católica. Se trata de decretos papales ex cathedra (decretos desde la Cátedra de Pedro). Por lo tanto, constituyen la enseñanza entregada por Jesucristo a los Apóstoles. Tales enseñanzas son inalterables y se clasifican como parte del magisterio solemne (el magisterio extraordinario de la Iglesia católica).
Papa Inocencio III, Cuarto Concilio de Letrán, constitución 1, 1215, ex cathedra: “Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo”[1].
Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex cathedra: “Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados. … Ahora bien, someterse al romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación para toda humana criatura”[2].
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, decreto #30, 1311-1312, ex cathedra: “Puesto que hay tanto para regulares y seglares, para superiores y súbditos, para exentos y no exentos, una Iglesia universal, fuera de la cual no hay salvación, puesto que para todos ellos hay un solo Señor, una fe, un bautismo…”[3].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre”[4].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, 1441, ex cathedra: “[La Iglesia] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica”[5].
Papa León X, Quinto Concilio de Letrán, sesión 11, 19 de diciembre de 1516, ex cathedra: “Así que regulares y seglares, prelados y súbditos, exentos y no exentos, pertenecen a una Iglesia universal, fuera de la cual absolutamente nadie es salvo, y todos ellos tienen un Señor, una fe”[6].
Papa Pío IV, Concilio de Trento, Iniunctum nobis, 13 de noviembre de 1565, ex cathedra: “Esta verdadera fe católica, fuera de la cual nadie puede salvarse, y que al presente espontáneamente profeso y verazmente mantengo…”[7].
Papa Benedicto XIV, Nuper ad nos, 16 de marzo de 1743, Profesión de fe: “Esta fe de la Iglesia católica, fuera de la cual nadie puede salvarse, y que motu proprio ahora profeso y firmemente mantengo…”[8].
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 2, Profesión de fe, 1870, ex cathedra: “Esta verdadera fe católica, fuera de la que nadie puede ser salvo, que ahora voluntariamente profeso y verdaderamente mantengo…”[9].
[1] Decretos de los Concilios Ecuménicos, Sheed & Ward y Georgetown University Press, 1990, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[2] Denzinger, Las Fuentes de Dogma Católica, B. Herder Book Co. trigésima edición, 1957, 468-469.
[3] Decretos de los Concilios Ecuménicos, Vol. 1, p. 386.
[4] Decretos de los Concilios Ecuménicos, vol. 1, pp. 550-553; Denzinger 39-40.
[5] Decretos de los Concilios Ecuménicos, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[6] Decretos de los Concilios Ecuménicos, vol. 1, p. 646.
[7] Denzinger 1000.
[8] Denzinger 1473.
[9] Decretos de los Concilios Ecuménicos, vol. 2, p. 803.