Plinio Corrêa de Oliveira
Puesto que esta tierra es una tierra de exilio, ella no fue hecha para satisfacernos
por completo. Si así fuera, no
sería un exilio, sino una especie
de segunda patria, de alguna manera parecida a la magnífica patria que Dios tiene preparado para nosotros en el paraíso celestial.
Como es una tierra
de exilio, ella no sólo es defectuosa en este o aquel detalle, sino
que lo es en su nota fundamental, es
decir, en ella no nos sentimos
como en casa. Esta es la característica
principal de nuestro exilio terrenal,
y es una poderosa invitación para pensar en el
cielo y en los medios para alcanzarlo.
Sin embargo, si mantenemos esta verdad fundamental a la vista, cuando seguimos la Ley Natural y
los principios católicos, podemos crear en
algunos ambientes algo que nos de
la sensación de que estamos en casa.
Uno de estos lugares es nuestro ambiente familiar. Cuando la
familia es católica, lo atrayente
no es tanto la belleza de una sala de
estar o la de un agradable jardín,
sino más bien un conjunto de factores imponderables que satisfacen una parte de nuestros apetitos por la
eternidad. Si esto existe,
entonces la persona se siente como
en casa.
En Normandía, un hombre regresa de cacería |
Recuerdo haber visto
un álbum de fotos de grabados que
mostraba cómo algunas viejas
familias vivían en la Francia,
y cómo se sentían chez soi [en casa]. Una
de las fotografías mostraba a un padre y a un sirviente saliendo a cazar a caballo en la
niebla de la mañana. El sirviente
llevaba una trompa, y varios perros los acompañan. El ambiente de la escena claramente atraería a los miembros de la familia.
Otra foto mostraba una casa diferente, la atmósfera estaba marcada por una larga hilera de robles plantados en dos líneas paralelas al borde del camino de entrada de la mansión de campo. Las ramas de las dos líneas de robles se juntaban y se tocaban sobre el camino, reflejando una atmosfera fresca y sombreada
que protegía a la persona que transitaba por el camino.
El ambiente de la otra casa de la
familia estaba representado por una
chimenea con varios sillones de cuero a su alrededor que hacía pensar en las muchas conversaciones de la familia
sentada alrededor del fuego escuchando
los sabios consejos del padre o las
historias del abuelo.
Cuando una familia trata
de traducir su propia personalidad en las cosas materiales en su casa, instintivamente se crea un ambiente que provee
para las necesidades de sus miembros. Esto no quiere decir que la decoración de la casa deba ser rica, o que la familia sea adinerada. La
preocupación por el dinero no es lo
que está en cuestión aquí. Estamos
hablando de crear un ambiente que
reproduce de alguna manera la personalidad
de la familia y hace que sus miembros se sientan como en casa.
Este ambiente no es principalmente un conjunto de muebles o estilo de decoración, sino más bien es un conjunto de personas. El don de la familia, cuando
es conforme a la doctrina de la Iglesia, ofrece un afecto recíproco entre todos. Cuando esto existe, los miembros de
la familia sienten una satisfacción que nada puede igualar. Esto
trasciende la casa, la decoración
y los muebles, es más importante que todo
lo demás. Esta es la razón de por
qué la familia tiene el mismo
gusto por las mismas recetas, las mismas obras de teatro, la misma música;
la razón por la que comparten la misma actitud ante el
sufrimiento, tienen los mismos
anhelos, etc. Esto es lo que hace que las relaciones de los hombres sobre la tierra
sean más similares a la de los bienaventurados
en el cielo.
Un ambiente análogo también puede engendrarse
en otros grupos humanos, aunque es más diluido que
el la de la familia. Por ejemplo,
en un club de caballeros que sigue los principios católicos, los miembros comparten los
mismos gustos, tradiciones y relaciones sociales,
sus familias se conocen entre sí,
los miembros tienen admiración por
los mismos ideales, y se tratan con
los mismos buenos
modales. Este club sirve para sus
miembros como una gran familia,
dándoles más aire y un horizonte de vida de familia. Ser
miembro de ese club es una forma de estar en familia sin estar en la
propia familia en particular. Permite
a la persona respirar un aire
diferente y abrir los ojos para horizontes más amplios.
Así pues, en una sociedad orgánica constituida en
conformidad con los principios de la Iglesia Católica,
estos ambientes pueden
atenuar la sensación de exilio
que tenemos aquí en la tierra,
lejos del cielo.
Este cumplimiento del anhelo por el cielo tiene sus límites. Constituye algo que
al mismo tiempo es real e irreal.
Es una realidad porque se pueden crear
esos ambientes, y mucha gente en
el pasado en verdad se los creó.
Pero también es una irrealidad, porque no existe en una forma perfecta, tan
perfecta como uno quisiera. No estoy
hablando de las fricciones
y problemas que siempre existen en
una familia, estoy hablando de un cierto aire confinado producido por la estrecha relación que existe en la familia. Esa relación estrecha que es tan agradable...
pero es tan restrictiva que a veces uno puede encontrarla desagradable. El hombre tiene la necesidad de más aire, de horizontes más amplios para satisfacer sus necesidades psicológicas.
El equilibrio entre el aire confinado de la familia y al aire abierto de la sociedad es necesario para la sana formación de sus miembros.
En el fondo, todos tienen necesidades de alma que anhelan cumplirse. Esos anhelos terminan
en una especie de mundo irreal
e ideal hacia el cual la persona siempre está caminando.
El castillo medieval invita al heroísmo y a lo sublime, Coca, España |
¿Qué es este ideal? Me estoy refiriendo al ideal del
cielo, el lugar donde todos los legítimos
apetitos del alma de un hombre
se cumplan de una manera cada vez mayor y por toda la eternidad.
La noción de este ideal está siempre presente en la vida de un hombre de alguna manera u otra. A menudo él no
quiere admitir que este ideal
es la visión de Dios a la que él está llamado, y él busca falsas
soluciones para sus necesidades
psicológicas y va por mal camino.
Pero este ideal es la razón profunda de su vida.
Ustedes ven que estoy hablando de cosas diferentes que conseguir un trabajo o ganar dinero
o hacer una carrera, o cosas por el estilo. Es un orden de consideraciones mucho más elevado
y más esencial.
Por lo tanto, la vida en esta tierra debe ser vista como un anhelo insatisfecho de un mundo ideal. Un mundo así es a la vez realizable y no realizable. En la
medida en que borremos para esta vida ese mundo
ideal, nos encontraremos
con la versión final en el cielo después de morir. Este apetito se puede realizar en algún grado en esta tierra, y se realizará plenamente en el cielo. En esta vida sólo podemos tener una prefigura de lo que será en el cielo.
¿Hubo en la historia una época en la que se realizó este ambiente? Yo
creo que se realizó en la Edad
Media por medio de un progreso
continuo hacia la perfección. Cada
siglo de la Edad Media desarrolló la aspiración del siglo anterior. Podemos
ver la continuidad y el progreso
en este mismo anhelo por el cielo, y el intento
de hacer de la tierra lo más
parecido como sea posible al
cielo. Por ejemplo, ese progreso
se nota en el avance del estilo románico al
gótico, y luego en las distintas
fases del gótico. Se sigue la misma tendencia hacia lo sublime
que sube constantemente.
Esta tendencia hacia la perfección marca el progreso que se produce de forma natural en la sociedad católica orgánica.
El presente texto es una adaptación resumida de la
transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de
Oliveira y no fue revisada por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviese
vivo, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de su filial
disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al magisterio de la
Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus propias palabras:
“Católico
apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la
enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, se exprese algo que no
está conforme a aquella enseñanza, desde ya lo rechaza categóricamente”.
Las palabras
“Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que les da
el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición fue publicada en el Nº 100
de "Catolicismo", en abril de 1959.