Tan grande es la audacia y tan desmedida la rabia con que se ataca en todas partes la religión, se combaten los dogmas de la fe y se hacen enconados esfuerzos por impedir y aún por aniquilar todo medio de comunicación del hombre con Dios. Y a su vez, lo que, según el mismo Apóstol, constituye la nota característica del Anticristo, el mismo hombre con inaudito atrevimiento ha usurpado el lugar de Dios, elevándose a sí mismo sobre todo lo que lleva el nombre de Dios (…) y ha hecho de este mundo como un templo dedicado a sí mismo para ser en él adorado por los demás. Se sentó en el templo de Dios mostrándose como si fuera Dios (II Thess. 2,4).
Ninguno que esté en su sano juicio dejará de ver con qué perspectivas se está desarrollando esta lucha de los hombres contra Dios (…) Dios como olvidado de su poder y de su majestad disimula los pecados de los hombres (Sap. 11,24) pero, bien pronto, después de esta aparente retirada (…) destrozará la cabeza de sus enemigos (Ps. 77,22), para que todos conozcan que Dios es el señor de toda la tierra (Ps. 76,17) y se den cuenta las naciones que no son sino hombres” (San Pío X, Encíclica “E Supremi Apostolatus”, del 4 de Octubre de 1903).