jueves, 6 de junio de 2013

Tesoros de Cornelio a Lápide - Abuso de gracias - I

El abuso de las gracias es un gran mal. – ¡Oh ciudad ingrata, exclamaba Jesucristo derramando lágrimas sobre Jerusalén, que abusaba de tantas gracias! ¡Ah; si a lo menos supieses en este día lo que puede proporcionarte la paz! Pero ahora todo está oculto a tu vista (Luc. 19, 41-42); no quieres ver los favores que te he prodigado, para no tener que agradecérmelos.
¡Oh hija de Sión, a quien tanto he amado, honrado, enriquecido e instruido! ¡No sólo no quieres conocerme, sino que me rechazas, me condenas, me persigues y me crucificas!... ¡Por ti bajé del cielo a la tierra; por ti nací, viví en continuos trabajos, en los dolores y en la pobreza; te visité, te enseñé, te insté; curé a tus leprosos, a tus enfermos y a tus energúmenos; di vida a tus muertos, y tú huyes de mí, me desprecias y me persigues por odio! Mírense los cristianos infieles e ingratos en este cuadro. ¿No imitan a los judíos?...
La Coronación de Espinas – Ciudad Real, Hermandad del Santísimo Cristo Ultrajado y Coronado de Espinas y Santa María del Perdón
Escuchad a San Agustín cuando pone en boca de Jesucristo estas palabras: ¡Hombre ingrato!, dice, mis propias manos te hicieron con un poco de arcilla; infundí en tu ser el aliento vital; tuve a bien crearte a mi imagen y semejanza, y tú despreciando mis mandamientos dictados para darte la vida, preferiste el demonio a tu Dios. Después que fuiste arrojado del Paraíso y quedaste encadenado con los lazos de la muerte a causa de tu pecado, me encarné, estuve expuesto en un establo, echado y envuelto en pañales; sufrí afrentas y privaciones sin número; recibí bofetadas, y los que se burlaban de mí escupieron mi rostro; fui azotado, coronado de espinas, y expiré clavado en la cruz. ¿Por qué has perdido el fruto de mis sufrimientos? ¿Por qué, ingrato, has desconocido y rechazado los dones de la redención? ¿Por qué has manchado con la impureza o la intemperancia, la mansión que yo me había reservado en ti? ¿Por qué me has clavado en la cruz de tus crímenes, cruz infinitamente más dolorosa que la del Gólgota? La cruz de tus pecados es mucho más penosa para mí que la del Calvario; porque me hallo clavado en ella a pesar mío, en tanto que cargué con la primera por la compasión que me inspirabas, y morí en ella para darte la vida (Enchiridion).
Esto es lo que hace el hombre que abusa de las gracias; estas son las desgracias a que este abuso le conduce.
Mi muy Amado, dice Isaías, ha plantado una vid en una fértil colina; la ha cercado de una valla; ha quitado cuidadosamente las piedras que la cubrían; ha plantado en ella las cepas más lozanas, y en medio ha edificado una torre, en donde ha puesto un lagar. Esperaba excelentes racimos, y la vid no ha producido más que uvas silvestres: Et expectavit ut faceret uvas, et fecit labruscas. Habitantes de Jerusalén, y vosotros hombres de Judá, juzgadme a mí y a mi viña. ¿Qué más podía hacer por ella? ¿Por qué en vez de un fruto sabroso lo ha producido tan amargo? (Isaías, 5, 1-4).
¿No vemos en estas palabras la condenación del que abusa de las gracias? ¿No somos todos la vid del Señor? ¿No ha cuidado esmeradamente de arrancar de nuestro corazón las malezas y las malas hierbas? ¿No hemos sido escogidos, como el viñador escoge los renuevos de su vid, para producir frutos? ¿No hemos sido atendidos y colmado de gracias? ¿Qué más pudo hacer por nosotros el Señor? Nos creó a imagen suya, y esta imagen la hemos profanado, desgarrado y arrastrado en el fango por el pecado; nos rescató a precio de su sangre; fundó los sacramentos como una torre invencible destinada a protegernos, y hemos abusado de todos estos beneficios. ¡Qué responsabilidad y qué desgracia!...

Abusamos de la creación, de la redención, de los sacramentos, de las santas inspiraciones, de la palabra y de la ley de Dios. Abusamos de nuestra vida, de nuestro oído, de nuestra lengua, de nuestros pies, de nuestras manos y de todo nuestro cuerpo. Abusamos de nuestra salud, de nuestras fuerzas, de nuestros años. Abusamos de todos los elementos del día y de la noche. Abusamos de nuestra alma y de sus facultades, de la memoria, de la inteligencia y de la voluntad. Abusamos de nuestro corazón. Abusamos de las riquezas, de los honores y de los placeres. Abusamos del alimento y de la bebida. Abusamos de los vestidos. Abusamos de la vida, del tiempo y de la eternidad. Abusamos de los ángeles, de los hombres y de todas las criaturas. ¡Abusamos del mismo Dios!... ¡Qué crimen y qué desgracia!

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