sábado, 16 de febrero de 2013

El Imperio Romano y la Iglesia – I


La Primera Cristiandad

Plinio Corrêa de Oliveira

Motivado por el general interés mostrado acerca de los orígenes de la Edad Media, queremos aprovechar esta oportunidad para plantear algunas preguntas.

Sabemos que las condiciones normales de la vida y la influencia de la Iglesia deben estar apoyadas por una civilización que ella genere, un orden temporal formado y dominado por el espíritu católico que sirve como instrumento para facilitar su gran tarea de santificación y salvación de las almas. Así como Dios quiere guiar a la Iglesia en la realización de sus palabras a lo largo de la historia, así también Dios desea establecer, desarrollar y proteger una civilización católica.

Teniendo esto en cuenta, podemos preguntarnos: ¿Quiénes son las personas providenciales que pueden crear una civilización? ¿Cuáles son las situaciones, problemas, crisis y dificultades que una civilización católica tiene que enfrentar para poder existir?

A partir de aquí, otras preguntas surgen necesariamente: ¿Cuáles fueron las dificultades en los primeros intentos de crear una civilización católica? ¿Qué factores contribuyeron a su realización? ¿Qué factores presentan obstáculos a la misma?

Esto es lo que vamos a empezar a estudiar ahora mediante el análisis de la posición de la Iglesia en el Imperio Romano y, luego, su relación con un gran y un tanto enigmático personaje, el emperador Justiniano.

El Imperio Romano en su apogeo bajo Trajano, arriba,
y al final del siglo cuarto, después de haber sido dividido
El Imperio romano está representado como una entidad en el primer mapa en la parte superior derecha en la época de Trajano en el siglo segundo después de Cristo. Más tarde, en el siglo cuarto, el imperio fue dividido por el emperador Diocleciano en dos partes, Occidente y Oriente. Él también dividió el poder, manteniendo la parte oriental para sí y nombrando a Maximiano como emperador de Occidente.

Por lo tanto, había dos augustos, y cada uno tenía bajo su dirección un césar, los herederos designados de los emperadores. Esos cuatro hombres formaron una tetrarquía que teóricamente ejerció el poder absoluto sobre todo el Imperio. Por lo tanto, se estableció una diferencia entre el Imperio Romano Occidental y el Imperio Romano de Oriente.

El segundo mapa muestra todo el Imperio Romano poco después de la época en que la Iglesia salió de las catacumbas en el siglo cuarto, que muy genéricamente representa la Cristiandad en ese momento. Vemos la excepcional situación geográfica del Imperio situado en torno al Mediterráneo, que el romano llamó Mare Nostrum [Nuestro Mar]. El Imperio también abarcaba los territorios fértiles del norte de África, las zonas muy civilizadas y ricas de Asia Menor, las culturales y un tanto ricas regiones de Grecia e Italia, y, sobre todo, las zonas salvajes que formaban España, Francia, parte de Alemania y la lejana Gran Bretaña, donde la civilización aún no se había implantado.

Después que Occidente se hizo católico y Constantino declaró la fe católica como la religión del Imperio de Oriente, este Imperio representó la Cristiandad. Hasta el Edicto de Milán, firmado en 313, la Iglesia vivió en las catacumbas. Cuando salió, por desgracia, ella estaba contaminada por las herejías. Tan pronto como salió de las catacumbas, empezó a ser atacada por el nestorianismo, el arrianismo y otras herejías que vinieron después. Por lo tanto, esta Cristiandad se nos aparece, en muchos aspectos, siendo una Cristiandad corrompida.

Un ángel velando por la cristiandad naciente
Santa Teresa de Ávila tuvo una famosa visión en la cual vio un convento muy indisciplinado en la España de su tiempo, y encima de él estaba sentado un ángel. Ella le preguntó al ángel del significado de esa visión. Él le explicó que, a pesar de que era un convento relajado, todavía había algunas almas virtuosas que sostenían algunos valores. Tal es el compromiso de Dios en proteger a los justos, que envió a ese ángel para que velara por el convento.

Ahora bien, si esto se puede decir de un convento, se puede decir con mayor razón de una civilización como la que estamos estudiando aquí a lo largo de las costas del Mediterráneo. Podemos decir que el ángel de la guarda del Imperio Romano se cernía sobre él, acompañado por los ángeles que protegían a las almas justas que vivían allí.

Cuando hablamos de la corrupción del Imperio Romano, tenemos que hacer varias reservas acerca de ese estado general. En primer lugar, aunque sabemos que las emergentes herejías socavaron el catolicismo en el Imperio, también sabemos que sus representantes extirparon casi todos los restos de paganismo, destruyeron sus templos y monumentos en un movimiento muy diferente al del Renacimiento, que promovió el re-surgimiento del arte y la arquitectura pagana.

En segundo lugar, sabemos que cuando las hordas de bárbaros comenzaron su ataque contra el Imperio, el comportamiento de los dignatarios eclesiásticos fue lo opuesto al de los dignatarios civiles. Mientras que los líderes civiles huyeron vergonzosamente, las autoridades eclesiásticas permanecieron incondicionalmente en su lugar; los obispos en sus diócesis y los sacerdotes en sus parroquias. Por tanto, en cuanto el Imperio de Occidente se venía abajo, la Iglesia permaneció sólidamente en pie durante todo el cataclismo. A pesar que la Iglesia de entonces carecía de la vitalidad como para hacer una cruzada contra los bárbaros, no obstante, tuvo la energía suficiente para seguir existiendo a pesar de las invasiones y las herejías.

En tercer lugar, otro punto a destacar es que cuando Clodoveo, el primer rey de los francos que unificó todas las tribus de los francos bajo su mando, se convirtió y fue bautizado en el año 496, comenzó su acción para proteger a los católicos. Entonces, la influencia de la Iglesia Católica era lo suficientemente amplia como para dar a Clovis un prestigio internacional y presentarlo como un rey modelo y un líder. La proyección de este modelo desempeñó un papel importante en la conversión de otros bárbaros y en el establecimiento de la Cristiandad medieval.

La Catacumba de Santa Priscila, Roma
Por lo tanto, los católicos de esa época, a pesar de ser muy laxos, fueron capaces de lograr estas cosas buenas. Así vemos que, a pesar de ser una cristiandad corrompida digna de censura por la decadencia que tenía y que causó, era una cristiandad que aún era muchísimo mejor que la situación que vemos hoy en día en todos los países que hasta no mucho tiempo fueron católicos.

Podemos ver que la Cristiandad que mereció el castigo de la invasión de los bárbaros – recuerden que Atila se hacía llamar “el azote de Dios” porque él creía que Dios lo había elegido para castigar a los pueblos romanos de la época. Si esa cristiandad merecía un castigo, podemos decir que la situación de la humanidad de hoy en día es más que corrupta y, por lo tanto, está lista como para merecer otro castigo.

Continuará…

Fuente: TIA

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