sábado, 20 de septiembre de 2014

EL SENTIDO CONTRARREVOLUCIONARIO DE LA OBRA DE LOS SANTOS

Plinio Corrêa de Oliveira

Para quien ve la historia con los ojos de la fe, sabe discernir a lo largo de ella las intervenciones de la Providencia en favor de la Santa Iglesia, y puede discernir la impresionante coincidencia y armonía entre las misiones de dos grandes santos: San Luis María Grignion de Montfort y Santa Margarita María Alacoque.

Cuando se formaba el cáncer revolucionario

Ambos vivieron en Francia, en un momento de capital importancia para la historia del mundo. En lo más profundo de la sociedad francesa, los gérmenes oriundos de los grandes movimientos ideológicos del siglo XVI continuaban desenvolviéndose vigorosamente. Discretas aún, las tendencias para el racionalismo, el laicismo y el liberalismo se difundían como una corriente de agua impetuosa y subterránea, en los sectores claves de la sociedad. Y el lento pero inexorable ocaso de la aristocracia y de las corporaciones de artesanos y mercaderes, coincidiendo con la ascensión siempre más marcada de la burguesía, preparaba de lejos la organización social que había de nacer en 1789.
En breves palabras, con larga antecedencia, pero desde luego con mucha fuerza, con una fuerza que en breve se tornaría humanamente casi irresistible, la Revolución se venía formando como un cáncer en las entrañas en un organismo que todavía permanecía sano.
Procesos históricos como este deben ser contenidos preferiblemente en sus inicios, pues si se permite su desenvolvimiento, se tornan cada vez más difíciles de reprimir.

Intervención de la Providencia para evitar la Revolución

Por tanto, importa resaltar que, precisamente en el momento en que una acción preventiva parecía más oportuna y más eficaz, la Providencia suscitó en Francia dos santos con una evidente y especial misión en ese sentido. Misión que, primordial y directamente, se dirigía a la primogénita de la Iglesia, pero que indirectamente beneficiaría al mundo entero. Pues, si de un lado la extinción in ovo de los gérmenes revolucionarios en Francia pudiera evitarse para todo el orbe las calamidades de la Revolución, de otro lado un triunfo insigne de la religión, ocurrida en el país líder de Europa en el siglo XVIII, podría haber tenido en la historia religiosa y cultural de la humanidad repercusiones incalculables.

El sentido anti-revolucionario del mensaje de Paray-le-Monial

El Sagrado Corazón se revela a Santa Margarita María
Los lectores ciertamente ya conocen los pedidos hechos por nuestro Señor a Luis XIV por medio de Santa Margarita María. Saben que el Sagrado Corazón predijo para Francia grandes males, pero prometió evitarlos si sus pedidos eran oídos. Finalmente saben que, no habiendo Luis XIV atendido el mensaje —ilusionado quizás por informaciones y manejos aun hoy mal conocidos— Luis XVI, en la prisión del Templo, prometió atenderlos. Pero era tarde, y la Revolución siguió su curso, para la desgracia de todos nosotros.
De estos hechos, lo que nos importa retener, en el momento, es que a partir del centro de Francia, de Paray-le-Monial, la Providencia quiso encender en el reino cristianísimo un brasero de piedad y un foco ardiente de regeneración moral, para evitar las calamidades que después sobrevinieron.
En el mismo sentido, la Providencia suscitaba en el oeste de Francia otro movimiento.

Precursor y patriarca de la Contrarrevolución

Santa Margarita María
Como Santa Margarita María, San Luis María parece no haber tenido ningún pensamiento político particular. Él previó para su patria y para toda la Iglesia grandes catástrofes. Pero su mirada no se detuvo sino en los ámbitos más profundos en que esas catástrofes se venían preparando. Sus escritos aluden a una crisis religiosa y moral de gran envergadura, de la cual como de una caja de pandora, toda especie de males iría a salir. Para evitar esos males, él predicó en sus inflamados sermones, oídos con profunda avidez por los campesinos del piadoso oeste, la doctrina espiritual que condensó en varias obras, de las cuales las principales fueron el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, la “Carta Circular a los Amigos de la Cruz” y el “Amor a la Sabiduría Eterna”.
Bien analizados, estos tres libros monumentales —e infelizmente poco conocidos— son la refutación de todas las doctrinas falsas de que nacería el monstruo de la Revolución. Refutación por cierto sui generis. Las obras de San Luis María no tenían en vista primordialmente persuadir a los espíritus escépticos, sensuales, naturalistas, los que estaban en el error. Su principal preocupación estaba en premunir contra esos errores a los católicos fervorosos o tibios. Y así, toda su dialéctica consistía en inculcar el amor a la Sabiduría, para premunir a sus lectores contra el laicismo o la tibieza; en inculcar el amor a la Cruz, para premunir contra la sensualidad y el amor delirante por los placeres a los católicos de una era esencialmente gozadora y mundana; y en inculcar la devoción a Nuestra Señora por medio de la “santa esclavitud”, para premunir a los lectores expuestos en todo momento a las insidias de ese verdadero calvinismo larvado, que fue el jansenismo.
En todos sus libros la dialéctica es la misma. Él muestra con argumentos sacados de la Escritura, de la tradición, de la historia de la Iglesia y de la hagiografía, que un católico no puede pactar con el espíritu del siglo, y que toda posición de medio término entre ese espíritu y la vida de piedad no es sino una peligrosa ilusión de los sentidos o del demonio.

Nuestra Señora en la predicación montfortiana

San Luis María y la Sma. Virgen
En el conjunto de este sistema, es preciso referir que la devoción a nuestra Señora considerada especialmente como Reina del Universo, Madre de Dios y de los hombres y Medianera de todas las gracias, tiene un papel absolutamente central. Es por esta devoción que el fiel puede alcanzar de Dios la sabiduría y el amor a la Cruz. Pues María Santísima es el medio por el cual Jesucristo vino a nosotros, y por el cual podemos ir a Él. Cuanto más unidos a María, tanto más estaremos unidos a Jesús. Es en las almas marianas —intensamente, ardientemente, filialmente marianas— que el Espíritu Santo forma a Jesús. Sin Ella, los mayores esfuerzos para la santificación redundan en desastres. Con Ella, lo que parece inaccesible a nuestra flaqueza se torna accesible, las vías como que se franquean, las puertas se abren, y nuestras fuerzas, extraídas en el canal de las gracias, se centuplican. Lo importante, pues, es ser verdadero devoto de María.
Pero esta devoción tiene falsificaciones. El santo muestra cuales son y nos premune contra los minimalistas, sobre todo los que se contentan con una devoción, vana, hecha de meras fórmulas y actos de piedad externos. La devoción perfecta, él la enseña: consiste en que seamos esclavos de María dándole todos nuestros bienes espirituales y temporales, y haciendo todo por Ella, con Ella y en Ella.

Frutos contrarrevolucionarios de la predicación montfortiana

San Luis María, apóstol de la Contrarrevolución
San Luis María fue un gran perseguido. Prelados, príncipes de la Iglesia, el propio gobierno lo combatieron. Apenas el papa y algunos pocos obispos franceses le dieron apoyo. En la Bretaña, en Poitou, en Aunis, su predicación se ejerció libremente y perduró a través de las generaciones, conservadas profundamente fieles. Cuando, durante la Revolución, precisó de héroes para defenderla en tierras de Francia, éstos surgieron más o menos en toda la extensión del reino cristianísimo. Pero en cierta región el pueblo entero tomó en armas, en una reacción en masa, compacta, impetuosa e indomable. Los chouans, cuya memoria ningún católico puede evocar sin la más profunda y religiosa emoción, eran los nietos de aquellos mismos campesinos que San Luis María formó en la devoción a nuestra Señora. Donde San Luis María predicó y fue oído, no hubo la Revolución impía y sacrílega; hubo, por el contrario, cruzada y Contrarrevolución.

Actualidad de Santa Margarita María y San Luis de Montfort

Poco importa saber hasta qué punto los movimientos de Paray-le-Monial y de la Vendée en el siglo XVII se conocieron. La importancia de uno y de otro no quedó circunscrita a aquella época. Hijos de la Iglesia, en este trágico siglo XX, podemos y debemos ver ambos movimientos en una sola perspectiva, y así unidos, hacer de ellos nuestro tesoro espiritual.
El nexo esencial que los une está hoy en día puesto en tal luz, en la conciencia de cualquier fiel, que ni siquiera es necesario insistir sobre él. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es la manifestación más rica, más extrema, más delicada, del amor que nos tiene nuestro Redentor. La vía para llegar al Corazón de Jesús es la Medianera de todas las gracias. Y así se va al Corazón de Jesús por el Corazón de María. Esta última devoción, que San Antonio Claret puso en tanta luz, San Luis Grignion de Montfort, que al parecer, no la conoció. Pero es el punto de junción entre el mensaje de Paray y la predicación del apóstol mariano de la Vendée. Punto de junción que, dígase de pasada, tuvo tanto realce en las apariciones de Fátima.
Pero al lado de esos grandes lazos fundamentales hay otros. Los comprenderemos bien, en una sola mirada, si consideramos lo que podrían ser hoy Francia, la civilización cristiana, el mundo, si los movimientos de Paray y de la Vendée hubiesen sido victoriosos en los siglos XVII y XVIII. En lugar de la Revolución, con sus execrables secuelas que nos arrastran hasta la vorágine actual, tendríamos el reino de la justicia y de la paz. Opus Justitiae pax, se lee en el escudo de Pío XII. Sí, la paz de Cristo en el Reino de Cristo, de los cuales nos distanciamos cada vez más.
Y así queda puesta en evidencia la altísima oportunidad del mensaje de Paray y de la obra de San Luis María. Ellos nos enseñan que el fondo de los problemas que generaron la crisis actual es religioso y moral. Y nos indican los medios sobrenaturales por los cuales la Revolución universal de nuestros días, hija insolente de la depravada Revolución francesa, puede ser juzgada. Es sólo del buen uso de esos medio que pueden nacer, en el campo cultural, social o político, las reacciones que preparan, en la tierra, la Realeza de Cristo por la Realeza de María.


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