viernes, 25 de abril de 2014

Para que Él reine

A partir de hoy publicaremos la célebre obra de Jean Ousset Para que Él reine. La edición que publicamos es de la editorial española La ciudad católica publicada en 1961.

Primera Parte

CRISTO-REY

CAPÍTULO I

ALFA Y OMEGA

CRISTO REY, AUTOR Y FIN DE LA CREACIÓN

En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios. Todas las cosas han sido hechas por Él y nada de lo que existe ha sido hecho sin Él[1].
Pero si es principio del universo, el Verbo es también su fin.
“Nada tiene esto de extraño escribe Dom Delatte[2]. La primera causa eficiente es también la última causa final; la armonía de las cosas quiere que el Alfa sea el Omega, principio y fin, y que todo se termine y vuelva finalmente a su primer principio. ¿Cómo no había de ser el heredero y el término de los siglos Aquél por quien los siglos comenzaron?”
Ya desde el segundo versículo de su Epístola a los Hebreos, San Pablo lo enseña vigorosamente. “Los términos son de una rigurosa precisión; nunca se ha hablado de este modo: es el mismo Hijo de Dios quien ha hecho los siglos y en quien los siglos terminan como en el heredero de su obra común: en verdad han trabajado, y trabajan, para Él…”[3] “y que todas las cosas se acaben en Él, que en Él encuentren su término y su consumación, proviene de que el Padre le ha instituido heredero de todas las personas y cosas. Filiación y herencia van juntas: la una es consecuencia de la otra. Pero esta concepción de la herencia no quiere tan sólo decir que las almas y los pueblos son suyos; significa igualmente que toda la historia se orienta hacia Él, que es el término de la creación, pero también de la historia, que los sucesos se encaminan hacia Él, que es el heredero del largo esfuerzo de los siglos, y que todos han trabajado para Él.
”¿Acaso Sócrates, Platón y Aristóteles no han pensado para Él? ¿Es que la Iglesia no ha venido, a su hora, para recoger como bien suyo, como una riqueza preparada por Dios para ella, todo el fruto de la inteligencia antigua? ¿Para quién sino para la Iglesia, han hablado la ley y los profetas, la religión judía se ha desarrollado, las escuelas socráticas han discutido, la escuela de Alejandría balbuceado su ‘logos’, los pueblos se han mezclado, los judíos han sido puestos en contacto sucesivamente con todas las grandes monarquías, el Imperio Romano adquirió su poderosa estructura?
”El Señor es el heredero de todo; a Él, primero en el pensamiento de Dios, se han ordenado todas las obras de Dios”[4].
Esto es lo normal, lo prudente. Porque un querer perfectamente ordenado quiere, desde el comienzo, el Fin[5]. El orden consiste, pues, en que todo el universo gravite hacia el Verbo como hacia su término.
Y el Verbo, es Jesucristo nuestro Señor.
*
Dios quiere primero su gloria.
“Dios quiere crear porque quiere su glorificación fuera de sí mismo. Y queriendo su glorificación exterior, Él quiere, en primer lugar y principalmente, lo que, en la historia actual de la humanidad es el primero y universal medio de procurarla: la encarnación redentora, obra de Cristo, cumplida con la cooperación de su Madre. Así Jesús y María son principalmente queridos por Dios como aquellos de quienes dependen todas sus otras obras… Tienen sobre la creación entera la preeminencia y una verdadera realeza…”[6].
“Frecuentemente se representa al Creador en la obra de los seis días, trabajando en función del hombre… Esto es cierto. Pero el primer hombre y la primera mujer para quienes prepara estas maravillas no son Adán y Eva, son Jesucristo y María.
”En la historia del mundo, Adán y Eva están bajo la dependencia de Jesús y de María, por quienes ellos y sus descendientes han recuperado la Gracia. Jesús y María son, en efecto y en el orden actual de las cosas, los primeros en la intención divina y las verdaderas cabezas de la humanidad”[7].

CRISTO ES REY

Por tanto, Jesucristo es Rey.
“No hay —escribe Monseñor Pie— ni un profeta, ni un evangelista, ni uno de los apóstoles que no le asegure su cualidad y sus atribuciones de rey”.
Un niño nos ha nacido y un hijo nos ha sido dado”, escribe Isaías en su visión profética. “El imperio ha sido asentado sobre sus hombros…” Daniel es aún más explícito: “Yo les miraba en las visiones de la noche y he aquí, sobre las nubes, vino como un Hijo de hombre; él avanzó hasta el anciano y le condujeron ante él. Y éste le dio el poder, gloria y reinado, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su dominación es una dominación eterna que no acabará nunca y su reino no será nunca destruido…”.
Pero en este sentido podría invocarse toda la Sagrada Escritura y la tradición toda. La unanimidad es absoluta.
Príncipe de los reyes de la tierra” le llama San Juan en el Apocalipsis y sobre sus vestiduras como sobre Él mismo, pudo leer el apóstol: “Rey de los reyes y Señor de los señores”.

CRISTO ES REY UNIVERSAL

Por tanto, Jesucristo es Rey.
Rey por derecho de nacimiento eterno, puesto que es Dios…
Rey por derecho de conquista, de redención, de rescate.
Y esta realeza se comprende que es universal. Nada, en efecto, puede ser más universal, más absoluto que esta realeza, puesto que Cristo es, Él mismo, el principio y el fin de toda la Creación.
Para que no quepa duda alguna, no obstante, Nuestro Señor se cuidó de precisar: “Omnia potestas data es mihi in coelo et in terra”. “Todo poder me ha sido dado en el cielo y la tierra”.
En el cielo y en la tierra…, que es como decir: en el orden sobrenatural y en el orden natural.
“Ahí está efectivamente, escribe Monseñor Pie, el nudo de la cuestión… No olvidemos ni permitamos que se olvide lo que nos enseña el gran Apóstol: que Jesucristo después de haber descendido de los cielos, ha ascendido a ellos, a fin de cumplir todas las cosas: ut impleret omnia. No se trata de su presencia en cuanto Dios, puesto que esta presencia ha existido siempre, sino de su presencia como Dios y hombre a la vez. De hecho, Jesucristo se halla, desde entonces, presente en todo, así en la tierra como en el cielo; llena el mundo con su nombre, su ley, su luz, su gracia. Nada existe fuera de su esfera de atracción o de repulsión; ninguna cosa, ninguna persona, pueden serle del todo extrañas e indiferentes: se está con Él o contra Él; ha sido colocado como piedra angular; piedra de edificación para unos, piedra de tropiezo y de escándalo para otros, piedra de toque para todos. La historia de la humanidad, la historia de las naciones, la historia de la paz y de la guerra, la historia de la Iglesia sobre todo, no es sino la historia de Jesús que todo lo colma: ut impleret omnia[8].
“Ni en su persona, ni en el ejercicio de sus derechos, puede ser Jesucristo dividido, disuelto, fragmentado; en Él, la distinción de las naturalezas y de las operaciones no puede ser jamás la separación, la oposición; lo divino no puede repugnar a lo humano, ni lo humano a lo divino. Al contrario, Él es la paz, la aproximación, la reconciliación; es el engarce que de dos cosas hace una… Por eso San Juan nos dice: ‘Todo espíritu que disuelve a Jesucristo no es de Dios, sino que es justamente ese anticristo de quien habéis oído que está para llegar y que al presente se halla ya en el mundo…’ Así, cuando yo oigo, concluye Monseñor Pie, ciertos rumores que crecen, ciertos aforismos que prevalecen de día en día y que introducen en el corazón de las sociedades, el disolvente bajo la acción del cual debe perecer el mundo, lanzo este grito de alarma: guardaos del anticristo”[9].

CRISTO ES REY TODOPODEROSO

Sí, todo poder ha sido dado a Cristo en el cielo y en la tierra.
Esta verdad está en la base misma del catolicismo.
La encontraremos en las epístolas y los discursos de San Pablo. La volvemos a encontrar, subyacente en toda la enseñanza de San Pablo. Su fórmula “non est potesta nisi a Deo”, no es, en el fondo, otra cosa que la expresión de la misma idea, de una más particular.
Jesucristo a pedido y su Padre le ha concedido. Todo desde entonces le ha sido entregado. Está a la cabeza y es el jefe de todo, de todo sin excepción. “En Él y rescatados por su sangre”, escribía San Pablo a los Colosenses[10], “tenemos la redención y la remisión de los pecados; que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo y todo subsiste en Él. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de los muertos; para que tenga la primacía sobre todas las cosas. Y plugo al Padre que en Él habitase toda la plenitud de la divinidad y por Él reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su Cruz todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo en Jesucristo Nuestro Señor”. Tal es la enseñanza del Apóstol.
“No establezcáis, pues, en modo alguno excepción allí donde Dios no ha dejado lugar  la excepción, exclama monseñor Pie. El hombre individual y el jefe de familia, el simple ciudadano y el hombre público, los particulares y los pueblos, en una palabra, todos los elementos de este mundo terrestre, cualesquiera que sean, deben sumisión y homenaje al nombre de Jesús”.

CRISTO ES REY DE LAS NACIONES

Jesucristo rey universal… y, por tanto, rey de los reyes, rey de las naciones, rey de los pueblos, rey de las instituciones, rey de las sociedades, rey del orden político como del orden privado.
Después de lo que se acaba de decir, ¿cómo se concibe que pueda ser de otro modo?
Si Jesucristo es rey universal, ¿cómo podría esa realeza no ser también realeza sobre las instituciones, sobre el Estado: realeza social? ¿Cómo se la podría llamar universal sin ella?
Si las discusiones son tan vivas sobre este punto, es porque tocamos el terreno de aquel a quien la Escritura llama precisamente “el príncipe de este mundo”. He aquí que perseguimos al dragón hasta su último reducto, que lo acosamos donde pretende hacer su guardia… ¿qué hay de extraño que redoble la violencia escupiendo llamas y humo para intentar cegarnos?
¡Cuántos se dejan engañar!
“Hay hombres en estos tiempos, observaba monseñor Pie, que no aceptan y otros que sólo aceptan a duras penas los juicios y decisiones de la Iglesia… ¿Cómo dar el valor de dogma (dicen o piensan) a enseñanzas que datan del “Syllabus” o de los preámbulos de la primera constitución del [primer concilio] Vaticano?
”Tranquilizaos, responde el obispo de Poitiers, las doctrinas del “Syllabus” y del Vaticano son tan antiguas como la doctrina de los apóstoles, de las Escrituras… A quienes se obstinan en negar la autoridad social del cristianismo, San Gregorio Magno da la respuesta[11]. En el comentario del Evangelio en que se cuenta la adoración de los Magos… al explicar el misterio de los dones ofrecidos a Jesús por estos representantes de la gentilidad, el santo doctor se expresa en estos términos:
”Los Magos —dice— reconocen en Jesús la triple cualidad de Dios, de hombre y de rey. Ofrecen al rey oro, al Dios incienso, al hombre mirra. Ahora bien —prosigue—, hay algunos heréticos: sunt vero nonnulli hoeretici, que creen que Jesús es Dios, que creen igualmente que Jesús es hombre, pero que se niegan en absoluto a creer que su reino se extiende por todas partes: sunt vero nonnulli hoeretici, qui hunc Deum credunt, sed ubique regnare nequanquam credunt.
”Hermano mío, continúa monseñor Pie, dices que tienes la conciencia en paz, y al aceptar el programa del catolicismo liberal, crees permanecer en la ortodoxia, ya que crees firmemente en la divinidad y humanidad de Jesucristo, lo que basta para considerar tu cristianismo inatacable. Desengañaos. Desde el tiempo de San Gregorio, había ‘algunos heréticos’ que, como tú, creían en esos dos puntos: pero su herejía consistía en no querer reconocer en el Dios hecho hombre una realeza que se extiende a todo… No, no eres irreprochable en tu fe, y el Papa San Gregorio, más enérgico que el “Syllabus”, te inflige la nota de herejía, si eres de los que considerando un deber ofrecer a Jesús el incienso, no quieren añadirle el oro…”[12], es decir, reconocer y proclamar su realeza social.
Y, en nuestros días, Pío XI, con particular insistencia ha querido recordar al mundo la misma doctrina en dos encíclicas especialmente escritas sobre este tema: Ubi arcano Dei y Quas primas.
Esta es, pues, la enseñanza eterna de la Iglesia, y no una determinada prescripción de detalle, limitada a una sola época. En los comienzos de la era cristiana, como más tarde, lo relativo a la conducta ha podido venir a mezclarse con lo relativo a los principios. “Pero el derecho, señala monseñor Pie[13], el principio del estado cristiano, del príncipe cristiano, de la ley cristiana, que yo sepa jamás han sido discutidos hasta estos últimos tiempos, ni escuela católica alguna pudo nunca entrever en su destrucción un progreso y un perfeccionamiento de la sociedad humana…”, como hoy se oye repetir tantas veces.




[1] Comienzo del evangelio de San Juan.
[2] Dom Paul Delatte, Les êpitres de saint Paul, t. II, p. 288.
[3] Dom Paul Delatte, ídem, p. 287.
[4] Ídem, p. 287-8.
[5] … quiere, ante todo, el fin, en el orden de la intención. El enfermo quiere, en primer lugar, curarse: tal es su intención. Para esto tomará la medicina… “Finis primun in intentione, ultimátum in executione”. “El fin primero en el orden de la intención, es el último en el orden de la realización”.
[6] San Francisco de Sales…: Dios “eligió crear a los hombres y a los ángeles como para acompañar a su Hijo, participar de sus gracias y de su gloria y adorarle y alabarle eternamente” (Traité de l’Amour de Dieu, t. II, cap. IV, p. 100).
[7] René Marie de la Broise, “Etudes” de los Padres jesuitas, t. LXXIX, 301.
[8] Op. cit., t. V, p. 166.
[9] Card. Pie, Œuvres, t. IV, p. 588 (cit. San Juan: 1 epístola, IV, 3).
[10] Epístola de San Pablo a los Colosenses, I, 12-20… Epístola de la Fiesta de Cristo Rey.
[11] Excelente ocasión para destacar cuán perfectamente ilustra este pasaje la doctrina de Pío XII en Humani generis. “Ni puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan, de por sí nuestro asentimiento, pretextando que los romanos pontífices no ejercen en ellas la suprema potestad de su magisterio. Pues son enseñanzas del magisterio ordinario, para las cuales valen también aquellas palabras: El que a vosotros oye, a Mí me oye, y, la mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las encíclicas pertenece por otras razones al patrimonio de la doctrina católica…”.
[12] Op. cit., t. VIII, p. 62 y 63.
[13] Op. cit., t. V, p. 179-180.

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