sábado, 14 de julio de 2012

Día de la Bastilla – La farsa


Imagen de la fortaleza-prisión de la Bastilla de San Antonio
(grabado alemán del siglo XIX).
De alguna manera es muy apropiado que una republica tenga una fiesta como el Día de la Bastilla. Las repúblicas, después de todo, tienden a basarse en una minoría que dice mentiras a la mayoría, que finge que lo que ella busca es para el mayor beneficio de esa mayoría; y de una mayoría que finge que le cree, que están de acuerdo con la farsa, a pesar de que sabe perfectamente que le están mintiendo. Un lado finge cuidarlos, el otro finge creerles, y todos van juntos porque quieren creer en la narrativa y no quieren ser aturdidos con los hechos. De la misma manera, el Día de la Bastilla es, como dijo el mismo Napoleón acerca de la historia, “un montón de mentiras aceptadas”. La historia oficial dice que la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, fue un atentado simbólico contra la tiranía, marcando oficialmente el inicio de la Revolución Francesa como una lucha heroica por la liberación de la esclavitud” impuesta por la autoridad tradicional (la monarquía, la aristocracia y el clero) y los valores morales tradicionales que sustentaban dicha autoridad. Los monárquicos saben, y todo el mundo debería saberlo también, que los hechos están muy lejos de esta narrativa ideal que se celebra hoy como la fiesta nacional francesa.
El rey Luis XVI hizo cuanto pudo por mejorar y aliviar
los problemas que aquejaban a su pueblo
No hay duda que en aquella época el reino de Francia estaba en una profunda crisis. La economía estaba en ruinas, el hambre y la pobreza era generalizada, muchos en la aristocracia estaban viviendo una vida de complacencia, separados del pueblo del cual ellos deberían haber estado cuidando y muchos en el clero estaban más preocupados por su propia comodidad que con la administración de los sacramentos y enseñando a su pueblo. No obstante, los dos jóvenes que estaban en la cúspide del poder en Francia, su cristianísima majestad el rey Luis XVI y la reina María Antonieta, no eran ciegos o indiferentes a estos problemas. Ambos habían estado trabajando por su lado para resolver los inmensos problemas que habían heredado tan recientemente. El rey Luis XVI promulgó muchas políticas de sentido común para aliviar el sufrimiento de su pueblo. Redujo los gastos en Versalles, recortó los gastos generales del gobierno, se negó a seguir endeudándose y a subir los impuestos. Acabó con el monopolio del gobierno sobre el grano, lo que permitió reducir los precios para que más personas pudieran costearlos. Por primera vez gravó a los terratenientes ricos y, aunque él no estaba obligado, pagó su propia cuota como cualquier otro terrateniente debía hacer. Del mismo modo, la reina María Antonieta contribuyó a educar a los niños pobres, dejó su propia cocina abierta a los pobres, puso término a las fiestas lujosas (sí, a pesar de todo lo que usted probablemente ha oído hablar) y simplificó su propio guardarropa, en un esfuerzo de llevar una elegante austeridad.
Desafortunadamente, los problemas acumulados por décadas no se pudieron superar rápidamente y los agitadores radicales estaban haciendo todo lo posible para engañar, desinformar y radicalizar la opinión pública, mientras difundían la más perversas mentiras que se podían pensar respecto de su rey y la reina. Por ejemplo, en un esfuerzo para pagar la guerra contra Gran Bretaña a favor de los Estados Unidos, el rey Luis XVI promulgó una reforma tributaria que elevó la recaudación, pero redujo los impuestos para los pobres. Los propagandistas revolucionarios jugaron su juego de desinformación diciendo simplemente al pueblo  que el rey habría de percibir más dinero (no menos de los pobres) e implicando o declarando abiertamente que todo eso era para su propio enriquecimiento más que para pagar las necesidades del país. El rey Luis había hecho todo lo posible para ser razonable y complaciente. Al principio de su reinado, había estimulado los parlamentos locales y reconvocó los Estados Generales. Sin embargo, los agitadores sólo incrementaron su agitación, incitando a la multitud en un frenesí y culpando al rey de los males que él absolutamente no podía controlar. Finalmente, alguien señaló a la prisión-fortaleza de la Bastilla como el símbolo de la imposición del poder real absoluto que tenía que ser eliminado.
Toma de la Bastilla, pintado en 1928 por Henri Paul Perrault.
El 14 de julio 1789 un populacho de París asaltó la Bastilla, que en realidad no tenía nada que ver con lo que habían dicho o lo que la mayoría de la gente de hoy cree que fue. Naturalmente, por fuera parecía muy cruel y amenazante, pero dentro, las condiciones como prisión no eran terribles; ciertamente no era peor que cualquier otra prisión de la época y probablemente mejor que la mayoría. El hecho era que prácticamente no había nadie en la Bastilla. La representación popular tendría que hacer creer que la Bastilla estaba llena de pobres, víctimas torturadas por un monarca autocrático. De hecho, estaba casi vacía de prisioneros. Las únicas personas había para ser liberadas eran cuatro falsificadores, dos lunáticos y un pervertido que había sido encerrado a petición de su propia familia. Las verdaderas víctimas fueron los desafortunados hombres que sólo hacían su trabajo de proteger la prisión. Todos los 120 soldados fueron brutalmente masacrados por la turba hacha en mano, y al gobernador le cortaron la cabeza y la clavaron en una pica. Este fue el comienzo sangriento y sin gloria del horrible baño de sangre conocido como la Revolución Francesa.
Toma de la Bastilla, pintado en 1793 por
Charles Thévenin, Museo Carnavalet.
El episodio es tan ridículo que casi sería una ocasión para reír si no fuera por la muerte y el horror que significó. La Bastilla no era una espantosa cámara de tortura llena de infelices que debían ser salvados por la multitud rebelde. Se trataba de un bastión decadente de un par de locos y unos pocos delincuentes de poca monta. Las verdaderas víctimas fueron los hombres que vestían el uniforme del rey, que fueron ferozmente atacados por una multitud que no había encontrado lo que esperaba. Después ellos demolieron la Bastilla y por eso que se trata de la farsa ridícula, por la que turistas de todo el mundo vienen a París esperando ver a la famosa Bastilla sólo para que les digan que ese lugar no existe desde un par de siglos. De nuevo, más que algo apropiado para una celebración se trata de una farsa, basada en una mentira acerca de un período de la historia que fue más sangriento que glorioso, que fue más de libertinaje que de libertad, más acerca de la maldad que de la igualdad y más acerca del fratricidio que de la fraternidad. ¿Qué podría ser mejor para un día de fiesta de la República Francesa cuando se piensa en ello?
Por supuesto, el verdadero motivo de celebración será cuando Francia rechace las mentiras y las ilusiones de la Revolución y regrese a la senda de Dios, de la gloria y del Antiguo Régimen.
¡Viva el rey!

Extraído de: The Mad Monarchist, traducido por LDP

y

1 comentario:

Anónimo dijo...

Libertad ! Igualdad ! Fraternidad !

Jaques de Molay estás vengado !!!!

Viva la Revolución !!!

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