sábado, 20 de septiembre de 2014

EL SENTIDO CONTRARREVOLUCIONARIO DE LA OBRA DE LOS SANTOS

Plinio Corrêa de Oliveira

Para quien ve la historia con los ojos de la fe, sabe discernir a lo largo de ella las intervenciones de la Providencia en favor de la Santa Iglesia, y puede discernir la impresionante coincidencia y armonía entre las misiones de dos grandes santos: San Luis María Grignion de Montfort y Santa Margarita María Alacoque.

Cuando se formaba el cáncer revolucionario

Ambos vivieron en Francia, en un momento de capital importancia para la historia del mundo. En lo más profundo de la sociedad francesa, los gérmenes oriundos de los grandes movimientos ideológicos del siglo XVI continuaban desenvolviéndose vigorosamente. Discretas aún, las tendencias para el racionalismo, el laicismo y el liberalismo se difundían como una corriente de agua impetuosa y subterránea, en los sectores claves de la sociedad. Y el lento pero inexorable ocaso de la aristocracia y de las corporaciones de artesanos y mercaderes, coincidiendo con la ascensión siempre más marcada de la burguesía, preparaba de lejos la organización social que había de nacer en 1789.
En breves palabras, con larga antecedencia, pero desde luego con mucha fuerza, con una fuerza que en breve se tornaría humanamente casi irresistible, la Revolución se venía formando como un cáncer en las entrañas en un organismo que todavía permanecía sano.
Procesos históricos como este deben ser contenidos preferiblemente en sus inicios, pues si se permite su desenvolvimiento, se tornan cada vez más difíciles de reprimir.

Intervención de la Providencia para evitar la Revolución

Por tanto, importa resaltar que, precisamente en el momento en que una acción preventiva parecía más oportuna y más eficaz, la Providencia suscitó en Francia dos santos con una evidente y especial misión en ese sentido. Misión que, primordial y directamente, se dirigía a la primogénita de la Iglesia, pero que indirectamente beneficiaría al mundo entero. Pues, si de un lado la extinción in ovo de los gérmenes revolucionarios en Francia pudiera evitarse para todo el orbe las calamidades de la Revolución, de otro lado un triunfo insigne de la religión, ocurrida en el país líder de Europa en el siglo XVIII, podría haber tenido en la historia religiosa y cultural de la humanidad repercusiones incalculables.

El sentido anti-revolucionario del mensaje de Paray-le-Monial

El Sagrado Corazón se revela a Santa Margarita María
Los lectores ciertamente ya conocen los pedidos hechos por nuestro Señor a Luis XIV por medio de Santa Margarita María. Saben que el Sagrado Corazón predijo para Francia grandes males, pero prometió evitarlos si sus pedidos eran oídos. Finalmente saben que, no habiendo Luis XIV atendido el mensaje —ilusionado quizás por informaciones y manejos aun hoy mal conocidos— Luis XVI, en la prisión del Templo, prometió atenderlos. Pero era tarde, y la Revolución siguió su curso, para la desgracia de todos nosotros.
De estos hechos, lo que nos importa retener, en el momento, es que a partir del centro de Francia, de Paray-le-Monial, la Providencia quiso encender en el reino cristianísimo un brasero de piedad y un foco ardiente de regeneración moral, para evitar las calamidades que después sobrevinieron.
En el mismo sentido, la Providencia suscitaba en el oeste de Francia otro movimiento.

Precursor y patriarca de la Contrarrevolución

Santa Margarita María
Como Santa Margarita María, San Luis María parece no haber tenido ningún pensamiento político particular. Él previó para su patria y para toda la Iglesia grandes catástrofes. Pero su mirada no se detuvo sino en los ámbitos más profundos en que esas catástrofes se venían preparando. Sus escritos aluden a una crisis religiosa y moral de gran envergadura, de la cual como de una caja de pandora, toda especie de males iría a salir. Para evitar esos males, él predicó en sus inflamados sermones, oídos con profunda avidez por los campesinos del piadoso oeste, la doctrina espiritual que condensó en varias obras, de las cuales las principales fueron el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, la “Carta Circular a los Amigos de la Cruz” y el “Amor a la Sabiduría Eterna”.
Bien analizados, estos tres libros monumentales —e infelizmente poco conocidos— son la refutación de todas las doctrinas falsas de que nacería el monstruo de la Revolución. Refutación por cierto sui generis. Las obras de San Luis María no tenían en vista primordialmente persuadir a los espíritus escépticos, sensuales, naturalistas, los que estaban en el error. Su principal preocupación estaba en premunir contra esos errores a los católicos fervorosos o tibios. Y así, toda su dialéctica consistía en inculcar el amor a la Sabiduría, para premunir a sus lectores contra el laicismo o la tibieza; en inculcar el amor a la Cruz, para premunir contra la sensualidad y el amor delirante por los placeres a los católicos de una era esencialmente gozadora y mundana; y en inculcar la devoción a Nuestra Señora por medio de la “santa esclavitud”, para premunir a los lectores expuestos en todo momento a las insidias de ese verdadero calvinismo larvado, que fue el jansenismo.
En todos sus libros la dialéctica es la misma. Él muestra con argumentos sacados de la Escritura, de la tradición, de la historia de la Iglesia y de la hagiografía, que un católico no puede pactar con el espíritu del siglo, y que toda posición de medio término entre ese espíritu y la vida de piedad no es sino una peligrosa ilusión de los sentidos o del demonio.

Nuestra Señora en la predicación montfortiana

San Luis María y la Sma. Virgen
En el conjunto de este sistema, es preciso referir que la devoción a nuestra Señora considerada especialmente como Reina del Universo, Madre de Dios y de los hombres y Medianera de todas las gracias, tiene un papel absolutamente central. Es por esta devoción que el fiel puede alcanzar de Dios la sabiduría y el amor a la Cruz. Pues María Santísima es el medio por el cual Jesucristo vino a nosotros, y por el cual podemos ir a Él. Cuanto más unidos a María, tanto más estaremos unidos a Jesús. Es en las almas marianas —intensamente, ardientemente, filialmente marianas— que el Espíritu Santo forma a Jesús. Sin Ella, los mayores esfuerzos para la santificación redundan en desastres. Con Ella, lo que parece inaccesible a nuestra flaqueza se torna accesible, las vías como que se franquean, las puertas se abren, y nuestras fuerzas, extraídas en el canal de las gracias, se centuplican. Lo importante, pues, es ser verdadero devoto de María.
Pero esta devoción tiene falsificaciones. El santo muestra cuales son y nos premune contra los minimalistas, sobre todo los que se contentan con una devoción, vana, hecha de meras fórmulas y actos de piedad externos. La devoción perfecta, él la enseña: consiste en que seamos esclavos de María dándole todos nuestros bienes espirituales y temporales, y haciendo todo por Ella, con Ella y en Ella.

Frutos contrarrevolucionarios de la predicación montfortiana

San Luis María, apóstol de la Contrarrevolución
San Luis María fue un gran perseguido. Prelados, príncipes de la Iglesia, el propio gobierno lo combatieron. Apenas el papa y algunos pocos obispos franceses le dieron apoyo. En la Bretaña, en Poitou, en Aunis, su predicación se ejerció libremente y perduró a través de las generaciones, conservadas profundamente fieles. Cuando, durante la Revolución, precisó de héroes para defenderla en tierras de Francia, éstos surgieron más o menos en toda la extensión del reino cristianísimo. Pero en cierta región el pueblo entero tomó en armas, en una reacción en masa, compacta, impetuosa e indomable. Los chouans, cuya memoria ningún católico puede evocar sin la más profunda y religiosa emoción, eran los nietos de aquellos mismos campesinos que San Luis María formó en la devoción a nuestra Señora. Donde San Luis María predicó y fue oído, no hubo la Revolución impía y sacrílega; hubo, por el contrario, cruzada y Contrarrevolución.

Actualidad de Santa Margarita María y San Luis de Montfort

Poco importa saber hasta qué punto los movimientos de Paray-le-Monial y de la Vendée en el siglo XVII se conocieron. La importancia de uno y de otro no quedó circunscrita a aquella época. Hijos de la Iglesia, en este trágico siglo XX, podemos y debemos ver ambos movimientos en una sola perspectiva, y así unidos, hacer de ellos nuestro tesoro espiritual.
El nexo esencial que los une está hoy en día puesto en tal luz, en la conciencia de cualquier fiel, que ni siquiera es necesario insistir sobre él. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es la manifestación más rica, más extrema, más delicada, del amor que nos tiene nuestro Redentor. La vía para llegar al Corazón de Jesús es la Medianera de todas las gracias. Y así se va al Corazón de Jesús por el Corazón de María. Esta última devoción, que San Antonio Claret puso en tanta luz, San Luis Grignion de Montfort, que al parecer, no la conoció. Pero es el punto de junción entre el mensaje de Paray y la predicación del apóstol mariano de la Vendée. Punto de junción que, dígase de pasada, tuvo tanto realce en las apariciones de Fátima.
Pero al lado de esos grandes lazos fundamentales hay otros. Los comprenderemos bien, en una sola mirada, si consideramos lo que podrían ser hoy Francia, la civilización cristiana, el mundo, si los movimientos de Paray y de la Vendée hubiesen sido victoriosos en los siglos XVII y XVIII. En lugar de la Revolución, con sus execrables secuelas que nos arrastran hasta la vorágine actual, tendríamos el reino de la justicia y de la paz. Opus Justitiae pax, se lee en el escudo de Pío XII. Sí, la paz de Cristo en el Reino de Cristo, de los cuales nos distanciamos cada vez más.
Y así queda puesta en evidencia la altísima oportunidad del mensaje de Paray y de la obra de San Luis María. Ellos nos enseñan que el fondo de los problemas que generaron la crisis actual es religioso y moral. Y nos indican los medios sobrenaturales por los cuales la Revolución universal de nuestros días, hija insolente de la depravada Revolución francesa, puede ser juzgada. Es sólo del buen uso de esos medio que pueden nacer, en el campo cultural, social o político, las reacciones que preparan, en la tierra, la Realeza de Cristo por la Realeza de María.


viernes, 19 de septiembre de 2014

Profecía sobre el restaurador de la sociedad entregada a la completa anarquía

“Antes que se levante Carlos, u otro rey católico, Dios dirá a un hombre lo que dijo a Moisés: “Ahí tienes una vara: en ella ostentaré a todas las naciones mi existencia y mi omnipotencia”. A este hombre serán entregados a discreción los demonios, para ser arrojados del cuerpo de la sociedad actual, del cuerpo de las naciones… A este hombre obedecerán tierra, infierno y cielos, los elementos y la naturaleza entera: este hombre estará en pie firme insignitis et potentis ante reges horrendos, ante esos reyes con quienes ahora Pío IX tiene que transigir, y en ese hombre terminará el sistema de las transacciones; este hombre, el más extraordinario que hayan visto los siglos, tendrá el poder de “percutere terram omni plaga quoties cumque volverit”, este hombre es escogido por la Reina de este monte Carmelo por el general en jefe de todos los ejércitos de Dios, y este hombre está a las órdenes de su Reina, escondido en el monte santo, y preparado para el día y hora en que Dios ha marcado su misión, y por este hombre la Reina del Carmelo restituirá a su orden la sociedad humana…
“¿Cuándo vendrá? Cuando nadie lo crea; cuando todas las naciones hayan consumado en la persona de sus reyes la apostasía de la Fe; cuando veas al diablo gloriándose en su triunfo, resistiendo al poder de los católicos. Cuando el diablo llegue al extremo de presentarse al frente de todos los reyes de la Tierra dando en guerra contra Dios bajo su lema propio: ¡Revolución! Cuando vosotros los encargados de arrojarle al abismo, seáis impotentes para vencerle por causa de vuestra incredulidad. Entonces aparecerá al mundo este hombre para anunciarle su fin…
“Sí: “venturus est et restituet omnia”, pero será despreciado y horriblemente perseguido de los mismos católicos, porque son estos los que han perdido al mundo por su incredulidad…” (El Ermitaño, Año III, n° 89, 21 de julio de 1870)
“No se conoce otro restaurador que él. Si viene la restauración verdadera que consiste en la conversión a Dios de todas las naciones y de sus reyes, el restaurador no puede ser un rey, sino un apóstol… Y este apóstol será Elías, el Elías prometido, sea cual fuere el nombre que al parecer se le dé. Llámese Juan, Moisés, Pedro, el nombre importa poco; la misión de Elías restaurará la sociedad humana porque así Dios lo tiene en su Providencia ordenado”. (El Ermitaño, Año IV, n° 113, 5 de enero de 1871)

Nuestra Señora de la Salette - 19 de septiembre

Plinio Corrêa de Oliveira

El 19 de septiembre de 1846, Nuestra Señora se apareció a dos pequeños pastores, Maximin Giraud y Melanie Calvat. La bella señora, como los niños la llamaron, se apareció en una actitud de profunda tristeza pidiendo oraciones y penitencia para ayudarla a impedir que el brazo [castigador] de su Hijo caiga sobre la humanidad. Nuestra Señora también reveló a los pastorcillos un secreto. Puesto que esta aparición ocurrió en una montaña llamada La Salette en la diócesis de Grenoble, Francia, pronto se difundió en todo el mundo una nueva invocación a la Virgen: Nuestra Señora de la Salette.
Han ocurrido tres apariciones importantes de Nuestra Señora en los últimos 150 años: La Salette, Lourdes y Fátima. En todas ellas la Iglesia reconoció la autenticidad de las apariciones y las aprobó instituyendo una fiesta en conmemoración de ellas. En cada una de las tres apariciones Nuestra Señora dejó un secreto.
En todas ellas, la Virgen se manifestó profundamente triste por el estado de la humanidad, y predijo un enorme castigo que vendría en un momento elegido. Por lo tanto, en los últimos 150 años la Virgen ha adoptado una posición muy similar a la de los contrarrevolucionarios.
Todos ustedes saben que los miembros del alto y bajo “clero”, así como los laicos “católicos” están muy felices y piensan que todo va muy bien. Si les decimos a esas personas que se está preparando un castigo para la humanidad, ellos responden que eso es un absurdo. Ellos afirman que la religión está experimentando un progreso extraordinario.
Al lado de esas personas, vemos que todo es sombrío y triste. Para ellos nosotros desempeñamos el papel de hipocondríacos pesimistas que no encajan en la atmósfera alegre, despreocupada de nuestros días y que siempre difunde una opinión optimista y positiva acerca de todo.
Nuestro papel es difícil, porque siempre es difícil prever y anunciar castigos para una humanidad que se ha volcado hacia el disfrute de la vida. No es de extrañar que muy poca gente esté dispuesta a creer y seguir nuestras perspectivas políticas y religiosas con respecto a los eventos; lo que demuestra cada vez un mayor triunfo de la Revolución. Ellos no quieren oír hablar del gran castigo que Dios está preparando. Dado que Nuestra Señora misma trajo tres mensajes importantes que no fueron aceptados, no es de extrañar que nuestro apostolado también no sea bien recibido.
Esto es característico de todas las épocas que toman el camino errado. Cuando la gente oye a alguien decirles que van por el mal camino, no escuchan. Por esta razón, los grandes castigos vendrán. Si las personas escucharan, ellos se convertirían y el castigo sería evitado. Es precisamente porque no abren sus almas para el mensaje que la catástrofe se hace inevitable. El hecho de que ellos no crean en los mensajes de la Virgen es la prueba de que dichos mensajes se cumplirán.
Alguien podría objetar: han pasado más de 150 años y nada ha pasado. ¿Cómo es que se han cumplido esos mensajes?
Yo sostengo que en ovo (en semilla) esos grandes castigos ya han comenzado. Nuestra Señora se apareció en La Salette en 1846; en 1870 comenzó la guerra franco-prusiana como resultado de la rivalidad entre Francia y Alemania. Esta rivalidad alcanzó su apogeo en 1914 y fue la más profunda causa para la I Guerra Mundial como también para la II Guerra Mundial. Las luchas de la II Guerra Mundial todavía no se han resuelto completamente y la perspectiva de una III Guerra Mundial se encuentra en el horizonte. Una posible III Guerra Mundial con su apocalipsis nuclear podría muy bien ser el comienzo del gran castigo predicho en La Salette y Fátima.
Los grandes castigos de Dios desafían la paciencia de los pocos que permanecen fieles. El ejemplo más característico fue el diluvio donde todo el mundo se reía de Noé que construía su arca a la espera de un gran castigo. Le tomó 100 años completar su trabajo, y luego vino el diluvio. En ese tiempo Noé podría haber caído en la tentación de pensar que se había equivocado y que la gente que se reía de él estaba en lo cierto. Pero Noé no dudó. Se mantuvo fiel al mensaje que recibió de Dios y siguió preparándose para el castigo. El hecho de que haya tomado un largo tiempo no significaba que el castigo no iba a venir; más bien, significaba que sería un enorme castigo.
Nuestro Señor predijo que el templo de Jerusalén sería destruido. Cuando Él murió, un terremoto sacudió sus pisos y el velo del Templo se rasgó por el medio. Algunas paredes quedaron dañadas, pero el templo se mantuvo de pie. Pasaron décadas y la profecía no se cumplía. Varias veces los fieles de Jerusalén pensaron que las señales estaban maduras para el castigo y huyeron a las montañas, como Nuestro Señor les había aconsejado que hicieran. Sin embargo, no pasó nada y volvieron a su vida normal, tal vez un poco desanimados.
40 años después de la muerte de Nuestro Señor, y aparentemente por casualidad, un soldado del ejército de Tito lanzó una antorcha en una de las ventanas laterales del templo. Un fuego comenzó y se extendió rápidamente, envolviendo todo el edificio. Entonces, en verdad, ni una piedra se mantuvo por encima de la otra —“no quedará piedra sobre piedra”—, justo como Nuestro Señor lo había predicho. Después, el Templo nunca fue reconstruido.
Debemos estar convencidos de que hemos sido elegidos para estar entre los pocos que escuchan la voz de Nuestra Señora y que esperan por el castigo que ella predijo. Estos queridos electos deben dar prueba de su amor. Ellos deben dar prueba de su fidelidad antes de que se cumpla la palabra de Dios. Esta es la situación en que estamos. No sé cuántos años hay que esperar para las promesas de La Salette y Fátima, que se deberán cumplir. A veces pensamos: “Ahora sí que viene, porque es imposible que la situación sea peor”. Pero, no viene. Los cielos tempestuosos sólo dejan caer unas gotas de lluvia y las nubes se disipan. Una vez más el cielo se vuelve tormentoso...  y la gente se ríe de nosotros. Debemos recordar a Noé. Cuando la lluvia finalmente cayó, fue el diluvio.
Confiar contra todas las apariencias y creer después de todos los retrasos es lo que Dios pide de aquellos que Él eligió para hacer su alianza. Esta es la gran enseñanza de La Salette. Este es el espíritu que debemos pedir a recibir en el día de Nuestra Señora de La Salette: tener una confianza ciega en su promesa y estar seguros de que su cumplimiento vendrá.

Aquí dejamos un video con parte del contenido del mensaje de La Salette. El video lamentablemente omite las graves palabras de la Santísima Virgen que dicen: “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del AnticristoLa Iglesia será eclipsada”

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Para que Él reine - II Parte, Cap. 2 continuación

continuación del capítulo anterior

ODIO DE LA REVOLUCIÓN CONTRA LOS SACERDOTES Y LOS RELIGIOSOS

Después del odio contra Dios, contra Jesucristo, contra su Iglesia, contra el orden cristiano, odio contra los sacerdotes, hemos dicho, odio contra los religiosos.
Odio específicamente satánico…
… Pero, de igual forma, odio específicamente revolucionario.
Y eso desde las primeras manifestaciones de ese espíritu de donde había de brotar la Revolución.
Sabemos cuál fue el destino, en el siglo XVI, de las comunidades religiosas en los países donde triunfó la Reforma[1].
Los enciclopedistas, a su vez, tuvieron los mismos sentimientos que los reformadores respecto a los religiosos.
El 24 de marzo de 1767 Federico II, rey de Prusia, escribía a Voltaire: “He observado, y otros conmigo, que los lugares en que hay más conventos de monjas son aquellos en que el pueblo está más a menudo ciegamente apegado a la superstición[2]. No hay ninguna duda de que si consigue destruir esos asilos del fanatismo, el pueblo se volverá un poco indiferente y tibio respecto a ellos, que son objeto de su veneración. Se impone destruir los conventos, o al menos, comenzar a disminuir su número”.
La Revolución de 1789 se encargó de realizar metódicamente ese hermoso programa del rey de Prusia.
La muerte o el destierro para muchos sacerdotes y religiosos[3]. La persecución para todos, salvo, claro está, para aquellos que traicionaron. Su número, es verdad, fue pequeño si se le compara al de los que supieron permanecer fieles; pero, por desgracia, no dejó de ser bastante elevado.
Tal es la táctica de la Revolución: persiguiendo a los sacerdotes que no puede corromper, exalta a los apóstatas y se encarga de hacer su fortuna. Hasta Renán, Loisy y ciertos miembros del Instituto o del Colegio de Francia, se puede decir que se establecerá una verdadera tradición.
Nada le gusta tanto como descarriar a los hombres del santuario.
“Haced al sacerdote patriota…”[4], recomendaba Vindice[5]. Pues, precisaba Piccolo Tigre[6], “la Revolución en la Iglesia es la Revolución permanente, es el derrocamiento obligado de los tronos y de las dinastías”.
Por cierto, esta táctica ya había sido aplicada antes del 89. Es el caso de esos monasterios que sirvieron de planteles a las sociedades secretas y algunos de los cuales se constituyeron en logias masónicas[7].
Miserable caso el de este clero, corroído de jansenismo y de galicanismo, cuyo corazón, desde hacía tiempo, se había apartado de Roma.
Miserable caso de estos sacerdotes, religiosos o prelados que, desde monseñor de Brienne[8] a Talleyrand, y desde el abate Gregoire a los Gavazzi, a los Gioberti, etc., deben su celebridad a su traición más o menos consciente o a la más escandalosa de las apostasías. Tal es el caso de esos sacerdotes felones que encontramos junto al diabólico Weishaupt, jefe de los “Iluminados de Baviera”[9]; tal es el caso de esos sacerdotes francmasones, entre los que se contaba el capellán del mismo Luis XVI[10]. Tal es el caso de esos sacerdotes o religiosos, momentáneamente ganados al liberalismo, como el P. Ventura, que, bajo el efecto de un carácter impetuoso, se dejaron llevar a excesos, que contrastaban con una vida, por lo demás edificante[11].
A su vez, Bonaparte, como buen “ejecutor testamentario” de la Revolución, se esforzó por tener en sus manos la formación, por no decir la ordenación de los sacerdotes. Los obispos estaban obligados a enviar a París la lista de aquellos a quienes querían conferir las órdenes sagradas. “Napoleón la recortaba a capricho escribe monseñor Delassus[12]. Y así monseñor de Montault, obispo de Angers, y monseñor Simon, obispo de Grenoble, no pudieron, el primero en siete años y el segundo en ocho, ordenar cada uno más de dieciocho sacerdotes”.
La misma intervención abusiva en la enseñanza de los seminaristas[13].
Con el triunfo de las ideas revolucionarias y el advenimiento del liberalismo, la lucha se volvió más brutal[14], hasta el día en que, un Castagnari, por ejemplo, del cual Paul Bert hizo un director de cultos, podrá exclamar: “¡No! ¡No! El sacerdote no es ni puede ser un ciudadano. Darle esta cualidad sería restringir la libertad de todos, poner en peligro la sociedad”[15].
Viviani, como siempre, tendrá la franqueza del cinismo. “Las congregaciones no nos amenazan solamente por sus actividades exclama[16], sino por la propagación de la fe”. El mismo Satanás no sería de otro parecer.
Respecto al comunismo, son sobradamente conocidas las matanzas de sacerdotes y religiosos que organiza desde que llega al poder[17].

ODIO DE LA REVOLUCIÓN CONTRA LA HUMANIDAD

Odio contra Dios, su Cristo, su Iglesia; odio contra los sacerdotes; los caracteres satánicos de la Revolución, sin embargo, no se limitan solamente a eso.
Ya lo hemos dicho: envilecer, corromper, aniquilar a esta humanidad a la que el Hijo de Dios quiso descender, tal es el frenesí demoniaco. De ahí una incoercible necesidad de destruir y de corromper. Destrucción moral, destrucción intelectual, destrucción política y social, destrucción física pura y simple de la misma vida corporal.
Una vez más, carácter satánico, pero ¿no es ése el carácter mismo de la Revolución?


Vea los capítulos publicados haciendo clic aquí: Para que Él reine



[1] Los “humanistas” no fueron menos hostiles a los religiosos. “En el siglo XV como en la actualidad ha podido observar Jean Guiraud, los monjes fueron atacados por los humanistas del Renacimiento, porque representaban el ideal del renunciamiento. Los humanistas llevaban el individualismo hasta el egoísmo; por los votos de obediencia y de estabilidad, los monjes lo combatían y lo suprimían. Los humanistas exaltaban el orgullo del espíritu; los monjes hacían votos de pobreza. Los humanistas, en fin, legitimaban el placer sensual; los monjes mortificaban su carne con la penitencia y la castidad. El Renacimiento pagano sintió tan fuertemente esta oposición, que se encarnizó contra las órdenes religiosas con tanto odio como nuestros sectarios modernos. Cuanto más rigurosa era la observancia religiosa, tanto más excitaba la cólera del humanismo”. “L’Eglise et les origines de la Renaisance”, p. 305.
[2] Claramente: el cristianismo. Cf. esta otra carta de Federico II, sobre el mismo asunto a Voltaire (13-8-1775): “Si se quiere disminuir el fanatismo, no hay que tocar a los obispos, pero si se consigue disminuir los monjes, sobre todo las órdenes mendicantes, el pueblo se enfriará, y menos supersticioso, permitirá a las potencias disponer (¡sic!) de los obispos en lo que convenga para el bien de los Estados. Es el solo camino a seguir”.
[3] Si se piensa ordinariamente en las víctimas de la guillotina, causa asombro cómo han sido olvidadas hoy los deportados a Cayena y a los pontones de Rochefort: prisiones flotantes sobre dos buques retirados de la navegación, el “Bon-homme Richard” y el “Boré”, a los que se sumaron otros dos barcos que habían servido a la trata de negros: el “Washington” y “Les Deux Associés”. Amontonaron 400 hombres en los entrepuentes, cuando no había siquiera sitio para 40. En el espacio de tres meses, 112 sacerdotes sucumbieron a bordo del sólo navío “Les Deux Associés”… En cuanto a los sacerdotes deportados a la Guayana, si creemos a Víctor Pierre, de los 155 que llevó “La Décade”, 99 murieron; de 109 transportados por “La Bayonnaise”, 63 fallecieron en Cayena… Cf. el impresionante relato de su martirio por monseñor Vion, obispo de Poitiers (“Bulletin religieux de la Rochelle et Saintes”, 17-7-58).
[4] Concretamente: ganad al sacerdote para la causa revolucionaria.
[5] Nombre de guerra de uno de los agentes de la Alta Venta. Ver, a este respecto, los textos citados por Crétineau-Joly en la obra que Pío IX le encargó: “L’Eglise Romaine face à la Révolution”.
[6] Nombre de guerra de otro agente de la Alta Venta (carta del 18 de enero de 1822, citada por Crétineau-Joly, opus cit., t. II, p. 24). Debemos precisar que con el nombre de “Alta Venta” se designaba la logia mayor en el carbonarismo italiano del siglo XIX. Era una especie de consejo supremo con sede en Nápoles. Las logias ordinarias se llamaban “Ventas” y los adeptos tenían seudónimos. El carbonarismo era una sociedad secreta política revolucionaria.
[7] Cf. Deschamps, “Les sociétés secrètes et la Société”, t. III, p. 43. Así, pues, la logia “La Triple Unidad” fue fundada en Fécanp, en 1778, por veinte personas, entre las cuales había nueve religiosos, tres chantres y siete religiosos de la Abadía, más un sacerdote. En guisa, en 1774, en el convento mismo de los Mínimos, quedó establecida la logia “La Franchise”, etc.
[8] Monseñor de Brienne, arzobispo de Tolouse, nombró a monseñor de Conzie arzobispo de Tours. Había trabajado en 1778 en “la comisión de los regulares” encargada de secularizar a los monasterios, bajo pretexto de reformarlos. “En varias cartas dirigidas a monseñor de Brienne se ve que, entre los franciscanos había cierto número de francmasones. Monseñor de Conzie los buscaba con preferencia para ponerlos a la cabeza de los conventos que fusionaba”. Estas cartas han sido publicadas por Gérin en la “Revue des Questions Historiques”, tomo XVIII, pp. 112-113, 1875. Vuelto a la Iglesia, como tantos otros, monseñor de Conzie murió cristianamente, emigrado de La Haya, en 1795.
[9] Weishaupt tenía a su lado a un sacerdote apóstata llamado Lanz, que murió alcanzado por un rayo en el momento en que acababa de recibir instrucciones de Weishaupt para introducir sus complots en Silesia; fue precisamente este accidente lo que permitió a la policía apropiarse de los papeles de Lanz, y descubrir la secta entera, comprendidos los archivos. En la lista por Barruel publicada, se encuentran: un obispo, un cura párroco, cuatro eclesiásticos, un profesor de teología…
[10] El abate de Vermondans fue nombrado, en 1787, Oficial del G. O. F.
[11] El padre Gavazzi, el abate Gioberti, el padre Ventura, el abate Spola, llegaron a convertirse en acólitos del sanguinario Mazzini cuando la Revolución expulsó a Pío IX de Roma. Respecto al padre Ventura, promotor del voto familiar y célebre en algunos aspectos, parece que fue demasiado “Siciliano” lo que le condujo a posiciones inaceptables.
[12] Opus cit., p. 204.
[13] Napoleón quería vigilar y dirigir la enseñanza de los seminarios: “No se debe abandonar a la ignorancia y al fanatismo decía el cuidado de formar a los jóvenes sacerdotes… Existen tres o cuatro mil curas o coadjutores, hijos de la ignorancia y peligrosos por su fanatismo y sus pasiones. Hace falta prepararles sucesores más esclarecidos, instituyendo, bajo el nombre de seminarios, escuelas especiales que estén al arbitrio de la autoridad. Al frente de ellos pondremos profesores instruidos, adeptos al gobierno y amigos de la tolerancia (sic). No se limitarán a enseñar teología. Unirán a ello una especie de filosofía y una mundanería honrada” (in Thibaudeau, t. II, p. 485). Por ello un decreto imperial condenó la teología de Bailly como demasiado ultramontana.
[14] Cf. monseñor Delassus, opus cit., p. 342, observa: “La Semana Religiosa de Madrid descubrió un manual distribuido a los francmasones de España y dio cuenta de ello en noviembre de 1885. Se decía, entre otras cosas: “La acción de la masonería debe dedicarse principalmente al descrédito de los sacerdotes y a disminuir la influencia que tienen sobre el pueblo y en las familias. Para ello, emplear libros y periódicos, establecer centros de acción para alimentar la hostilidad contra los sacerdotes”.
[15] Cf. igualmente Waldeck-Rousseau: “La ley (sobre las congregaciones) es, a nuestros ojos, el punto de partida de la mayor y más libre evolución social, y también la garantía indispensable de las prerrogativas más necesarias de la “sociedad moderna”.
[16] En el Parlamento, el 15 de enero de 1901.
[17] Cf. la hermosa obra del Coronel Pems “Pourpe des Martyres” (Fayard, editor) sobre la actual persecución de los católicos en China. Inolvidables son también algunas cifras, siempre sugestivas, sobre las matanzas de la Revolución en España: “Quinientos mil españoles asesinados únicamente por odio a la fe y en torturas que, ni fieras ni caníbales podrían imaginar”. En algunos meses, del 19 de julio de 1936 hasta febrero de 1937, “fueron asesinados en España dieciséis mil setecientos cincuenta sacerdotes y once obispos”. Cf. igualmente, la declaración de F. Dupont en la Cámara, en diciembre de 1936: “Señores, traigo a esta tribuna documentos… Veréis en estos documentos (cito al azar) que todos los franciscanos de Valencia y de Alcalá han sido asesinados; que treinta y dos hermanos de las Escuelas Cristianas de Barcelona han sido fusilados; que todos los del noviciado de Griñón, cerca de Madrid, han sido fusilados; que todos los de la provincia de Alicante han sido fusilados; que todos los maristas de Toledo han sido fusilados; que todos los carmelitas de Barcelona han sido asesinados a hachazos; que en Sigüenza, el obispo, veinte sacerdotes, diecinueve seminaristas, han sido asesinados el mismo día; que en el monasterio de Montserrat veintiocho monjes han sido asesinados; que las religiosas de las Escuelas Pías, en la calle de Aragón, en Barcelona, han sido colgadas en la Concepción, la iglesia que se encontraba en frente de su convento; que el cementerio de las Salesas ha sido profanado… Una enfermera francesa en Madrid oyó a un miliciano contarle cómo el mismo había asesinado a cincuenta y ocho sacerdotes…” (citado por Jacques d’Arnoux, “L’Heure de Héros”, páginas 155-156).

martes, 16 de septiembre de 2014

Creación de las universidades en la época medieval

Muchos aún repiten el viejo “cliché” de que la Edad Media fue una época de tinieblas, ignorancia, superstición y represión intelectual.
Pero no es preciso ir muy lejos para verificar lo contrario.
Basta considerar una de las máximas realizaciones medievales: las universidades.
Además, fue un aporte exclusivo a la historia. Ni Grecia o Roma conocieron algo parecido.
La Cátedra de Pedro fue la mayor y más decidida protectora de las universidades. El diploma de maestro, otorgado por universidades como las de Bolonia, Oxford y París, daba derecho a enseñar en todo el mundo.

Gregorio IX

La primera que obtuvo este poder fue la universidad de Toulouse, en Francia, de las manos del papa Gregorio IX, en 1233.
La Iglesia protegió a los universitarios con los beneficios del clero. Los estudiantes de la Sorbona disponían de un tribunal especial para oír sus causas.
En la bula Parens Scientiarum, Gregorio IX confirmó a la Universidad de París el derecho a un gobierno autónomo y a fijar sus propias reglas, cursos y estudios.
También la emancipó de la tutela de los obispos y ratificó el derecho a la cessatio —huelga de las aulas— si sus miembros fuesen objeto de abusos, como alquileres exorbitantes, injurias, mutilación y prisión ilegal.
Los papas intervinieron con fuerza, a fin de que los profesores fuesen pagados dignamente.
Completados los estudios, el nuevo maestro era oficialmente investido. En París, eso ocurría en la iglesia de Santa Genoveva, patrona de la ciudad. El nuevo maestro se arrodillaba delante del vice-canciller de la Universidad, que pronunciaba esta bella fórmula:

“Yo, por la autoridad con que fui revestido por los apóstoles Pedro y Pablo, os concedo la licencia de enseñar, comentar, disputar, determinar y ejercer otros actos magisteriales sea en la Facultad de Artes de París, sea en cualquier otra parte, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.


lunes, 15 de septiembre de 2014

15 de septiembre: Los siete dolores de Nuestra Señora

Plinio Corrêa de Oliveira

Selección biográfica:

Como la octava de la Natividad de Nuestra Señora termina, la consideración de su sufrimiento no vendría normalmente a la mente de los fieles. Pero si alguien le preguntase por el futuro de este niño, recordaríamos que antes de ser proclamada bienaventurada por todas las naciones, María sufriría con su Hijo para la salvación del mundo.
¡Oh todos vosotros que pasáis por el camino,
atended, y ved si hay dolor como mi dolor¡
La voz de la liturgia nos invita a considerar su dolor: “¡Oh todos vosotros que pasáis por el camino, atended, y ved si hay dolor como mi dolor¡”. Esto se aplica a ella.
El dolor de la Virgen es una obra de Dios. Él fue el que la destinó para ser la Madre de su Hijo. Por lo tanto, Él indisolublemente la unió a la persona, a la vida, a los misterios y a los sufrimientos de Jesús con el fin de convertirla en su fiel compañera en la obra de la Redención. El sufrimiento tiene que ser un gran don, porque Dios se lo dio a su Hijo y a la criatura que más ama que cualquier otra después de Él, Nuestra Señora. Él se lo dio como un don más preciado.
Para María el sufrimiento no empezó en el Calvario, sino con Jesús, “ese niño incommodious”, como Bossuet lo llamó, porque dondequiera que Él iba, Él entraba con su Cruz y con sus espinas que Él distribuye a los que ama.
La profecía del anciano Simeón, la huida a Egipto, la pérdida del Divino Niño en Jerusalén, ver a su Hijo cargando la cruz, su crucifixión, el descenso de la cruz, y la sepultura de Jesús: estos son los siete misterios en el que se agrupan los sufrimientos casi infinitos que hizo a Nuestra Señora la Reina de los Mártires, la primera y más hermosa rosa en el jardín de la Esposo.
Por encima de todo, este día solemne nos muestra a María en el Calvario, y nos recuerda ese supremo dolor entre todos los dolores que se sucedieron a través de la vida de la Virgen. La Iglesia dio a esta fiesta el título de Siete Dolores, porque este número expresa la idea de totalidad y universalidad.
Para comprender la extensión e intensidad de los dolores de la Virgen, tenemos que entender la extensión e intensidad de su amor a Jesús, porque su amor incrementaba su sufrimiento. La naturaleza y la gracia concurrieron para producir en el corazón de María profundas impresiones. Nada es más fuerte por naturaleza que el amor de una madre por su hijo, y por la gracia del amor que se tiene por Dios.

Comentarios del Prof. Plinio:

Hay tantos excelentes pensamientos en esta selección por Dom Guéranger que yo podría tener la tentación de prolongar estos comentarios. No voy a hacerlo, pero sólo seleccionaré algunas ideas que él nos ofrece.
La primera es que dado que Dios amó a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, con un amor infinito y amaba la Virgen con un amor menor, pero aún mayor que su amor por cualquier otra criatura, Él les reservó sus más altos dones. Por esta razón les dio esa vastedad de cruces representadas por el número siete. Los siete dolores se entienden como todos los dolores. Nuestra Señora se podría llamar la Señora de todos los dolores porque ella los sufrió todos.
Todas las generaciones la llaman bienaventurada, pero todas las generaciones también pueden llamarla la dolorosa.
Si esto es así, debemos entender mejor que cuando el dolor entra en nuestra vida es una prueba del amor que Dios tiene para nosotros. También hay que darse cuenta de que si el dolor no entra en nuestras vidas, no tenemos esta prueba de su amor por nosotros. Por lo tanto, no deberíamos quejarnos cuando sufrimientos vienen a nosotros - los problemas nerviosos, dificultades en nuestro apostolado, malentendidos con nuestros amigos, problemas en casa, problemas de salud, problemas de negocio. Debemos aceptar estas cosas como algo normal, como una prueba del amor de la Divina Providencia para nosotros.
Nuestra Señora de los siete dolores
Si esto es así, debemos entender mejor que cuando el dolor entra en nuestra vida es una prueba del amor que Dios tiene para nosotros. También hay que darse cuenta de que si el dolor no entra en nuestras vidas, no tenemos esta prueba de su amor por nosotros. Por lo tanto, no deberíamos quejarnos cuando los sufrimientos vienen a nosotros – los problemas nerviosos, las dificultades en nuestro apostolado, los malentendidos con nuestros amigos, los problemas en casa, los problemas de salud, los problemas en los negocios. Debemos aceptar estas cosas como algo normal, como una prueba del amor de la Divina Providencia para nosotros.
Cuando veo a una persona sin la madurez, la estabilidad, la racionalidad, la elevación del espíritu, pienso: él carece de sufrimiento. Estas cualidades sólo vienen con el sufrimiento – mucho sufrimiento.
Si recibimos estas aflicciones, ciertamente debemos orar para que terminen. Pero en la medida en que se mantengan, debemos dar gracias a Dios y a la Virgen.
También me gustaría hacer hincapié en aquellas extraordinarias palabras de Bossuet que llamaba a Nuestro Señor: “ese niño incommodious [incómodo]”. Todos aquellos que siguen a Nuestro Señor son incommodious. Cuando damos un buen consejo, ofrecemos un buen ejemplo, pedimos un sacrificio, el rostro de la persona a la que nos dirigimos nos hará saber que él nos considera una causa de molestia. Sería más fácil y más agradable contarle un chiste, burlarse un poco, y cerrar el asunto con una palmadita en la espalda, dispensando a la persona de sus deberes.
A veces tenemos que dar órdenes. Cuán fácil sería ordenar si no tuviéramos que pedir a un subordinado tomar las cosas en serio, para ver la realidad en sus profundidades más recónditas y en su aspecto más elevado. Qué sencillo sería si no tuviéramos que pedirle que enfrentase su propia vida espiritual sin cobardía y mantenga una cuidadosa vigilancia sobre sus defectos. Todo esto causa molestia. La carga de ser incommodious es uno de los pesos pesados ​​que tenemos que llevar.
Mantener la alegre resignación frente a la molestia que causamos porque representamos el deber católico, y tener el coraje de ser incommodious en cada circunstancia es el camino que estamos llamados a tomar con el fin de seguir al Señor.

Estas son las virtudes que en el día de los Siete Dolores de Nuestra Señora debemos pedirle que ella nos dé.
Tomado de TIA

domingo, 14 de septiembre de 2014

La Conjuración Anticristiana - Cap. VII

CAPÍTULO VII

LO QUE HACE Y DICE LA REVOLUCIÓN EN LOS DÍAS ACTUALES

[Advertencia: téngase en cuenta que este libro fue publicado en 1910, por lo tanto, los acontecimientos aquí narrados ocurrieron hace más de 100 años. No obstante aquello, la Revolución ha seguido avanzando bajo el mismo impulso (o quizás un mayor impulso) que el que tuvo hace un siglo. El lector podrá deducir cómo casi la gran mayoría de los acontecimientos políticos, sociales, culturales, religiosos etc., que ocurren actualmente no son sino resultado del mismo plan e impulso que la Revolución tenía hace 100 años]

En el discurso que pronunció el 28 de octubre de 1900 en Touluse, como introducción a la discusión de la ley sobre las asociaciones religiosas, Waldeck-Rousseau colocó en los siguientes términos la cuestión que, en aquel momento, mantenía a Francia en suspenso y al mundo atento a lo que ocurría entre nosotros:
“En este país, en que la unidad moral construyó, a través de los siglos, la fuerza y la grandeza, dos juventudes, menos separadas por sus condiciones sociales que por la educación que reciben, crecen si conocerse, hasta el día en que ellas se reencontrarán tan desemejantes, que estarán sujetas a no comprenderse más. Poco a poco se preparan, dos sociedades diferentes ―una cada vez más democrática, llevada por la larga corriente de la Revolución, la otra cada vez más imbuida de doctrinas que se creían no haber sobrevivido al gran movimiento del siglo XVIII― y destinadas un día a chocar entre sí”.

El hecho observado en esas líneas por Waldeck-Rousseau es real. Hay, en efecto, no solamente dos juventudes, sino dos sociedades en nuestra Francia. Ella no aguardan el futuro para chocarse, ellas se enfrentan y hace mucho tiempo. Esa división del país contra él mismo se remonta más allá de la época señalada por Waldeck-Rousseau, más allá del siglo XVIII. Ella ya se notaba en el siglo XVI, en los largos esfuerzos que los protestantes hicieron para construir una nación dentro de la nación.
Para reencontrar la unidad moral que construyó, a través de los siglos, la fuerza y la grandeza de nuestra patria, cosa que Waldeck-Rousseau lamenta, es necesario transportarse más lejos aún. Fue el Renacimiento el que comenzó a hacer la división de las ideas y de las costumbres, que permanecieron cristianas entre unos y retornaron al paganismo entre otros. Pero después de más de cuatro siglos, el espíritu del Renacimiento aún no pudo triunfar sobre el espíritu del cristianismo y rehacer, en sentido opuesto, la unidad moral del país. Ni las violencias, ni las perfidias y las traiciones de la Reforma; ni la corrupción de los espíritus y de las costumbres emprendida por el filosofismo; ni en las confiscaciones, los exilios, las masacres de la Revolución, no pudieron tener razón contra las doctrinas y las virtudes con las cuales el cristianismo empapó el alma francesa durante catorce siglos. Napoleón vio ese espíritu de pie sobre las ruinas acumuladas por el Terror, y no encontró nada mejor que dejarlo vivir, rehusándole, todavía, los medios de restaurar plenamente la civilización cristiana. De ahí el conflicto con las alteraciones diversas, ocupadas, como nota Waldeck-Rousseau, no tanto por la diversidad de las clases sociales cuanto por la presencia de dos educaciones: la educación universitaria fundada por Napoleón, y la educación cristiana que se mantuvo en las familias, en la iglesia, y, por consiguiente, en la enseñanza libre.
Así, pues, la Iglesia está siempre presente, diciendo siempre que la verdadera civilización es aquella que da respuesta a la verdadera condición del hombre, a los destinos que su Creador le trazó y a aquellos que su Redentor hizo posible; y que, consecuentemente, la sociedad debe constituirse y gobernarse de tal manera que favorezca los esfuerzos dirigidos para la santidad.
Y la Revolución también está siempre presente, diciendo que el hombre tiene apenas un fin terrenal, que la inteligencia le fue dada para satisfacer sus apetitos; y que, por consecuencia, la sociedad debe organizarse de tal manera que consiga ofrecer a todos la mayor suma posible de satisfacciones mundanas y carnales.
Ahí no hay solamente división, sino conflicto; conflicto patente después del Renacimiento, conflicto sordo desde los orígenes del cristianismo; porque, a partir del día en que la Iglesia se esforzó en establecer y propagar la verdadera civilización, ella encontró delante de si los malos instintos de la naturaleza humana para resistirle.
“Es necesario acabar con eso de una vez por todas, decía Raoul Rigault al conducir los rehenes al muro de ejecuciones; hace ciento dieciocho años que eso dura, es tiempo de acabar con eso”. ¡Es necesario acabar de una vez con eso! Fue esa la palabra del Terror, fue esa la palabra de la Comuna. Es la palabra de Waldeck-Rousseau. Las dos juventudes, las dos sociedades deben chocarse en un conflicto supremo; una, llevada por la corriente de la Revolución, la otra sustentada e impulsada por el soplo del Espíritu Santo al encuentro de las ondas revolucionarias.
Es necesario que una triunfe sobre la otra.
Instruida por la experiencia, la secta de la cual Waldeck-Rousseau se hizo mandatario, emplea, para llegar a sus fines, medios menos sanguinarios de los que en 1793, porque ella cree que son más eficaces.
El primero de esos medios fue la abolición de las congregaciones religiosas. Waldeck-Rousseau, en el discurso de Toulouse, expone en los siguientes términos la razón de la prioridad de la ley que las haría desaparecer: “Este hecho (la coexistencia de dos juventudes, de dos sociedades) no se explica por el libre juego de las opiniones: este supone un sustrato de influencias que antes estaban ocultas pero que ahora son más visibles, es un poder que ya no es oculto, y que constituye dentro del Estado  una potencia (un poder) rival”. Ese sustrato de influencias, esa potencia rival, que Waldeck-Rousseau así denunciaba, él pretendía encontrarlas en las congregaciones religiosas. “Esta es, continuó él, una situación intolerable y que todas las medidas administrativas fueron impotentes para hacerlas desaparecer. Todos los esfuerzos serán inútiles mientras no haya una legislación racional, eficiente, que reemplace a tanta legislación ilógica, arbitraria e ineficaz”.
Esta legislación eficaz, Waldeck-Rousseau, nos la obtuvo con el apoyo del Parlamento. Esa ley (de las asociaciones) había sido largamente estudiada, sabiamente preparada en las logias para el efecto a ser alcanzado; ella fue votada y promulgada en todos sus puntos, sin obstáculo, y más tarde perfeccionada por resoluciones, decretos y medidas que parecen ya no dejar más en Francia ningún refugio para la vida monástica y, luego para la enseñanza religiosa.

Entre tanto, la supresión de las congregaciones no pone fin al conflicto. Waldeck no lo ignoraba. Es así que tuvo el cuidado de decir que “la ley de las asociaciones es apenas un punto de partida”. De hecho, supongamos que todas las congregaciones desaparezcan, sin esperanza de resurrección: sería ingenuo creer que la idea cristiana desaparecería con ellas. Detrás de sus batallones se encuentra la Santa Iglesia Católica. Y es la Iglesia, quien dice, no solamente a los congregacionistas, sino a todos los cristianos y a todos los hombres: “Vuestro fin último no está aquí abajo; aspirad a más alto”. Es en ella que se encuentra, en el decir de Waldeck-Rousseau, ese sustrato de influencias que no ha dejado de actuar hace más de dieciocho siglos. Es a ella la que es necesario destruir para matar el ideal cristiano[1]. Waldeck-Rousseau sabía eso, y fue por eso que presentó su ley como siendo solamente un punto de partida.
“La ley sobre las asociaciones es, a nuestro entender, el punto de partida de la mayor y de la más libre evolución social, y también garantía indispensable de las prerrogativas más necesarias de la sociedad moderna”.
Una evolución social, eso es, según el deseo del propio Waldeck-Rousseau, lo que es preparado por la ley que él se propuso entonces presentar a la sanción del Parlamento, y que actualmente está en vigor.
Le evolución social deseada, perseguida, es, lo veremos en toda la secuencia de esta obra, la salida, sin esperanza de retorno, de las vías de la civilización cristiana, y la entrada en las vías de la civilización pagana.
¿Cómo puede la destrucción de las congregaciones religiosas ser “el punto de partida”?
¡Es que la sola presencia de los religiosos en medio del pueblo cristiano es un sermón continuo, que no lo deja perder de vista el fin último del hombre, la finalidad principal de la sociedad y el carácter que debe tener la verdadera civilización. Vestidos con un hábito especial que marca lo que ellos son y lo que ellos pretenden en este mundo, ellos les dicen a las multitudes en medio de las cuales circulan, que somos todos hechos para el cielo y que debemos aspirar a él. A ese sermón mudo, añaden el de sus obras, obras de dedicación que no piden retribución aquí en este mundo, y que afirman, por ese desinterés, que hay una recompensa mayor que todos deben ambicionar. Por último, su enseñanza en las escuelas y en el púlpito no cesa de sembrar en el alma de los niños, de hacer crecer en el alma de los adultos, de propagar en todas las direcciones, la fe en los bienes eternos. No existe nada que se oponga más directamente y más eficazmente al restablecimiento del orden social pagano. No hay nada que se requiera con más urgencia para la resurrección de ese orden proyectado, deseado, perseguido hace cuatro siglos, que la desaparición de las congregaciones religiosas[2]. Por el tiempo en que los monjes estén presentes, actúen y enseñen, hay y habrá no solamente dos juventudes, sino dos Francias, la Francia católica y la Francia masónica, teniendo una y otra ideales diferentes e incluso opuestos, luchando entre sí para alcanzar su propio triunfo. Y como la masonería y el catolicismo se extienden por el mundo entero, en todas partes las dos ciudades estarán involucradas, en todo tiempo y lugar, en la misma batalla. Por todas partes se le ha declarado la guerra a las órdenes religiosas, y la palabra de orden en todo el mundo es expulsarlas, destruirlas. Cuántas leyes, cuántos decretos la francmasonería hizo promulgar contra ellas, en todos los países, solamente en el siglo XIX.

Pero, la abolición de la vida monástica no es y no puede ser, como dice  Waldeck-Rousseau, sino “un punto de partida”. Después de los religiosos vienen los sacerdotes, y si los sacerdotes son expulsados, la Iglesia permanecería, como en los días de las catacumbas, para mantener la fe en un cierto número de familias y en un cierto número de corazones; y un día u otro, la fe traería de regreso a los sacerdotes y religiosos, como ella lo hizo en 1800.
Es preciso, por lo tanto, algo más.
Primero, acabar de subyugar a la Iglesia, después, aniquilarla. Intentaron subyugarla a través de la “ejecución estricta del Concordato”; esperaban llegar a aniquilarla a través de la ley de la separación entre la Iglesia y el Estado.

Vea los capítulos anteriores publicados haciendo clic en I, II, III, IV, V y VI




[1] El 12 de julio de 1909, Clemenceau dijo desde la tribuna: “Nada se podrá hacer en este país en cuanto no se haya mudado el estado de espíritu que en él introdujo la autoridad católica”.
[2] En el siglo XV como hoy, los monjes fueron atacados por los humanistas del Renacimiento, porque ellos representaban el ideal cristiano de renuncia. Los humanistas llevaron el individualismo hasta el egoísmo; por su voto de obediencia y de permanencia, los monjes combatían el egoísmo y lo suprimían. Los humanistas exaltaban el orgullo de espíritu; los monjes exaltaban la humildad y la abnegación voluntarias. Los humanistas glorificaban la riqueza; los monjes hacían voto de pobreza. Los humanistas, por último, legitimaban el placer sensual; los monjes mortificaban la carne por la penitencia y la castidad. El Renacimiento pagano percibió tan bien esa oposición que se encarnizó contra las órdenes religiosas con tanto odio cuanto nuestros modernos sectarios.
Cuánto más rigurosa era una observancia religiosa, más ella excitaba la cólera del humanismo. (L'Eglise et les Origines de la Renaissance, por Jean Guéraud, p. 305).
Los enciclopedistas tuvieron relativamente hacia los religiosos los mismos sentimientos de los humanistas.
El 24 de marzo de 1767, Federico II, rey de Prusia, escribió a Voltaire: “He observado, y otros lo han hecho como yo, que los lugares donde hay más conventos de monjes son aquellos en que el pueblo está más ciegamente preso a la superstición (el cristianismo). No hay duda que, si se consigue destruir esos asilos de fanatismo, el pueblo se volverá tibio e indiferente a respecto de los objetos que actualmente son los de su veneración. Es necesario comenzar por destruir los claustros, al menos, comenzar con disminuir su número…”.
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