sábado, 6 de septiembre de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 15

EN LA FASE DEL LIBERALISMO LARVADO

En cualquier movimiento de ideas, debemos distinguir entre las doctrinas, de un lado, y las tendencias ideológicas y las inclinaciones afectivas del otro. Las doctrinas consisten en un cuerpo de principios coherentes unos con los otros, y explicitados en fórmulas de clareza cristalina. Las tendencias ideológicas son por así decir ideas incompletas, en estado de elaboración mental, por lo tanto, aún no susceptibles  de ser traducidas en términos nítidos y expresados. Las inclinaciones afectivas son aspiraciones profundas del alma a que ciertas cosas sean de cierto modo. Es obvio que las aspiraciones elevadas auxilian poderosamente el espíritu a admitir la verdad objetiva, plena e inmaculada que existe en la Iglesia, y las aspiraciones bajas opacan fácilmente la visión, llevándola a imaginar la verdad donde está el error, y el bien donde está el mal.
En el llamado “catolicismo liberal” es preciso distinguir —al menos cuanto a algunas de las corrientes que en él existen— las doctrinas explícitas, que frecuentemente son ortodoxas, de las tendencias, que generalmente son heterodoxas, y las inclinaciones del espíritu, que casi siempre se orientan para la mentalidad orgullosa, envidiosa, enemiga de toda ascesis, todo freno, toda autoridad, que es el espíritu de la Revolución. Y es de capital importancia tomar en consideración estos hechos, para comprender en su sentido profundo la historia tormentosa y erizada de contradicciones, del llamado “catolicismo liberal”.
Los principios explícita y radicalmente liberales chocan abiertamente con el catolicismo, y sería imposible su propagación entre los católicos. Esta propagación se hacía pues, en la Francia del siglo XIX, de forma larvada, bajo las apariencias  de tendencias de todo tipo, que llevaban a los católicos a aceptar cualquier pretexto para no oponerse a las ideas profundamente liberales de la época, para conformarse con los tiempos en que vivían, en fin, para llevar una vida cómoda y sosegada, sin las tribulaciones que les imponía la existencia cuotidiana, en una sociedad que día a día se apartaba más de la Iglesia.
Hasta 1848 el “catolicismo liberal” vivió prácticamente de equívocos. Sus jefes no podían exponer claramente su pensamiento, no solo para evitar la condenación de la Santa Sede, como también porque la opinión católica lo repelería como contrario a la fe. Pero la tendencia acomodaticia y conciliadora de muchos católicos permitió que, con formulaciones menos avanzadas, él continuase infiltrándose poco a poco, cuando el momento era favorable, o retroceder al sufrir una reacción muy fuerte de la opinión pública o una condenación del Santo Padre.
Federico Ozanam
El advenimiento de la república en 1848 parecía ser el instante favorable para la victoria del movimiento, y su propaganda, que hasta entonces se había hecho con temor y veladamente, pasó a ser abierta y a llevar públicamente sus principios a las últimas consecuencias.  Pero los excesos del gobierno y L’Ère Nouvelle de Federico Ozanam mostraran los excesos a que conducían las tendencias liberales. La reacción fue tremenda. L’Ère Nouvelle murió ante la mengua de lectores, aun cuando no le faltó, infelizmente, el apoyo eficaz y continuo del arzobispo de París.
Montalembert, uno de los grandes nombres del “catolicismo liberal”, llegó a convencerse de su error y dar esperanzas de un benéfico giro, pero fue en esa debacle que surgió el padre Dupanloup. Convencido de la incompatibilidad entre el liberalismo y el catolicismo, y al mismo tiempo percibiendo como era fuerte la tendencia liberal en los medios católicos, él renunció a la propaganda de la doctrina liberal explícita y frontalmente contraria al catolicismo, difundiendo entretanto la tendencia para el liberalismo, ya tan difundido entre los fieles. Desde entonces el “catolicismo liberal” se presentó sobretodo como una mala tendencia, consiguiendo mucho más fácilmente ganar terreno entre los católicos.
El padre Dupanloup era teóricamente ultramontano, adepto fervoroso de la monarquía legitima y contrario al galicanismo. El ultramontanismo, en su opinión, no podía ser puesto en duda, y un católico no podía apartarse de sus principios perfectamente verdaderos y eternos sin incurrir en apostasía. Siendo así, el galicanismo estaba completamente errado, las ideas de Joseph de Maistre eran irrefutables, etc. Para Dupanloup, teóricamente todo eso era perfectamente verdadero, y constituía lo que él llamaba la tesis. Pero una distinción debería ser hecha. Aun cuando la tesis siendo perfectamente verdadera, la sociedad de entonces estaba de tal modo apartada, que era legítimo para el católico, incluso ultramontano, no recordar toda la doctrina de la Iglesia. Defender la inquisición, la inflexibilidad del Papa, las tradiciones que la Revolución de 1789 destruyó, era peligroso porque apartada muchas almas de la Iglesia. El católico debe ser ultramontano en tesis, pero aceptar la sociedad tal como ella es. O sea, en la práctica debe ser liberal.
La célebre distinción entre la tesis e hipótesis legítima en sí misma, pero forzada y desfigurada por el padre Dupanloup iría a ser abusivamente utilizada para la salvación del “catolicismo liberal”, evitando la dispersión de sus adeptos y colocándolo en un terreno donde muy difícilmente podría alcanzarlo la refutación ortodoxa.
El partido católico, sin embargo, era un desmentido a las afirmaciones de Dupanloup. Combatiendo por un principio, consiguió vencer, uniendo a los católicos e imponiéndose a la sociedad que no lo quería reconocer. El primer trabajo del padre Dupanloup fue entonces dirigido contra el partido católico, por el que Montalember y Louis Veuillot tanto habían luchado para colocarlo en la alta posición en que se encontraba.
Evidentemente el padre Dupanloup no podía contar con Montalembert, no solo por el desánimo en que éste había caído, sino también porque Dom Guéranger no ahorraba esfuerzos para mostrarle el error en que hasta entonces había vivido. Por otro lado, siendo el jefe del partido que venció adoptando la política completamente opuesta a la preconizada por Dupanloup, no le sería fácil repudiar tantos años de lucha y defender justamente la posición que antes tantas veces atacó. El padre Dupanloup sabía que no podía contar con Louis Veuillot. Él era un ultramontano impecable, y no admitía distinciones tendenciosas como norma de conducta. De todos modos, en las filas del partido católico, o mejor, entre sus jefes, el padre Dupanloup no encontraría el lego necesario para llevar a término su política.
Conde de Falloux
El lego buscado fue finalmente encontrado en un joven parlamentario que comenzaba a tener gran renombre: el conde de Falloux. Joven aún, iniciaba prácticamente su vida política. Diputado por la Vandée, la región de Francia que se cubrió de glorias en la Revolución de 1793, era él ultramontano y uno de los jefes legitimistas. Su vida fue inaugurada en el reinado de Luis Felipe, pero a no ser la publicación de una historia de Luis XVI y de una vida de San Pío V, con las cuales hacía profesión de fe ultramontana no se distinguió en la vida parlamentaria antes de 1848. En la Asamblea republicana, combatió tenazmente a los revolucionarios, lo que le dio una gran influencia.
El embajador de Inglaterra en Francia se refirió a él en sus notas:
En el naufragio de tantas reputaciones súbitamente lanzadas por las aguas turbias de la revolución, no hay sino una que en este momento comanda la tempestad. Nadie había esperado que el conde de Falloux que no era conocido en la Cámara anterior sino como un fervoroso legitimista, amable y de maneras distinguidas conquistaría tan deprisa la posición que ocupa en este momento en la Asamblea Constituyente republicana. Demostró una calma y una energía que le aseguran la ascendencia incluso entre aquellos a los cuales su nombre antes no despertaba ninguna simpatía”.
El cronista de la Revue des Deux Mondes decía: “Él podrá ir bien lejos; tiene medida, tacto, sangre fría, y en su gran fisionomía un arte de un hijo de cruzados”.
No habiendo participado de las luchas por la libertad de enseñanza, y habiendo conseguido rápidamente una gran situación política, el conde de Falloux era el hombre ideal para el padre Dupanloup llevar adelante sus proyectos. Su primer trabajo fue aproximarlo a Montalembert, para después lanzarlo en la solución del impasse en que estaba la campaña por la libertad de enseñanza.


Vea los artículos publicados de esta serie haciendo clic aquí: Católicos franceses del siglo XIX

jueves, 4 de septiembre de 2014

Shimon Peres a Francisco: ¡Necesitamos “las Naciones Unidas de las religiones”!

4 de septiembre 2014: Noticias de última hora justo desde el Vaticano: La agencia de noticias italiana ANSA informa que el ex presidente de Israel, Shimon Peres, quien visitó al anti-Papa Francisco esta mañana en el Vaticano, propuso a Francisco que él encabezara “las Naciones Unidas de todas las religiones “.

(ANSA) – Roma, 4 de septiembre – El ex presidente israelí Shimon Peres dijo que había propuesto la formación de una organización de Religiones Unidas para combatir el terrorismo durante una reunión en el Vaticano el jueves.

    “La ONU ya ha tenido su tiempo”, Peres según el semanario católico “Famillia Cristiana”dijo: “Lo que necesitamos es una organización de las Religiones Unidas, la ONU de las religiones.
    “Sería la mejor manera de luchar contra los terroristas que matan en nombre de su fe, porque la mayoría de las personas no son como ellos, practican su religión sin matar a nadie, sin siquiera pensar en ello.

    “Creo que debe haber una carta de las Religiones Unidas, al igual que está la carta de la ONU.” La nueva carta serviría para establecer que aquellos que en el nombre de la religión degüellan o realizan sacrificios masivos, como los que se han visto en las últimas semanas, no tienen nada que ver con la religión.

    “Esto es lo que he propuesto al Papa”.

( “Peres propone una ONU antiterrorista al Papa Francisco “ , ANSA , 04 de septiembre 2014)



Y ahora, abrumados por la tristeza más profunda, nos preguntamos, Venerables Hermanos, ¿qué ha sido del Catolicismo de Sillon? ¡Ay! esta organización que anteriormente proporcionaba tales expectativas prometedoras, como un arroyo límpido e impetuoso, ha visto su ejecutoria desvirtuada por los enemigos modernos de la Iglesia, y no  es ahora más que un desgraciado afluente del gran movimiento de apostasía que se está organizando en cada país para el establecimiento de una Iglesia Mundial que no tenga ni dogmas, ni jerarquía, ni disciplina, ni freno a las pasiones, y que, bajo el pretexto de la libertad y la dignidad humana, transtornaría al mundo (si tal Organización pudiera prevalecer) con el reinado de la astucia y de la fuerza legalizada, y con la opresión de los débiles, y de todos aquellos que trabajan y sufren.
… 
Queremos llamar vuestra atención, Venerables Hermanos, sobre esta distorsión  del Evangelio sagrado de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre, que prevalece en el Sillon y en otros lugares. Tan pronto como se aborda la cuestión social, es la moda en algunos círculos que desde el comienzo dejen de lado la divinidad de Jesucristo, para mencionar luego sólo Su clemencia ilimitada, su compasión por todas las miserias humanas, y sus exhortaciones apremiantes para el amor al prójimo y a la fraternidad de los hombres. Es cierto, Jesús nos ha amado con un inmenso, infinito amor, y Él vino a la tierra para sufrir y morir para que, reunidos en torno en torno a él en la justicia y el amor, motivados por los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres puedan vivir en paz y felicidad. 

Sin embargo, para la realización de esta felicidad temporal y eterna, Él ha establecido con su autoridad suprema la condición de que tenemos que pertenecer a su rebaño, que debemos aceptar su doctrina, que debemos practicar la virtud, y que debemos aceptar la enseñanza y orientación de Pedro y sus sucesores

Además, aunque Jesús fue bondadoso con los pecadores y con los que iban por mal camino, Él no respetaba sus ideas falsas, por sinceras que pudieran parecer. Él los amaba a todos, pero Él los instruyó para convertirlos. Aunque Él los llamaba con el fin de consolar a aquellos por quienes trabajó y sufrió, él no les predico una igualdad quimérica. Aunque Él convocó a los humildes, no fue para inculcarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde contra el deber de la obediencia. Aunque su Corazón rebosaba ternura por las almas de buena voluntad, Él también sabia armarse de santa indignación contra los profanadores de la Casa de Dios, en contra de los hombres miserables que escandalizaban a los pequeños, en contra de las autoridades, que aplastaban a la gente con el peso de pesadas cargas sin poner un dedo para levantarlos. 

Él era tan fuerte como amable. Él reprendió, amenazó, castigó a sabiendas de que el temor es el principio de la sabiduría, y que a veces es conveniente al hombre cortarse una mano para salvar su cuerpo. 

Finalmente, Él no anunció a la sociedad el reino futuro de una felicidad ideal en la que fuera desterrado el sufrimiento; sino que por su enseñanza y con su ejemplo, trazó el único camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad perfecta en el cielo: el camino real de la Cruz. Estas son las enseñanzas que convendría aplicar en la vida personal con el fin de ganar la salvación eterna; estas son eminentemente sus enseñanzas sociales, y muestran en Nuestro Señor Jesucristo una doctrina muy diferente de un humanitarismo inconsistente e impotente

 (Papa San Pío X, Carta Apostólica Notre Charge Apostolique) 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

La Conjuración Anticristiana - Cap. VI

CAPÍTULO VI

LA REVOLUCIÓN,
UNA DE LAS ÉPOCAS DEL MUNDO

A inicios del siglo XIX se podía creer que la revolución francesa fue principalmente una revolución política, y que, terminada esa revolución, la sociedad iría a recuperar su estabilidad. Hoy ya no se puede tener más esa ilusión, incluso si se considera la revolución apenas en su primer período. Como dijo Brunetière: “La grandeza de los acontecimientos [de la revolución francesa] transborda y ultrapasa en todos los sentidos la mediocridad de aquellos que creen ser o que creemos son sus autores. Es prodigiosa la desproporción entre la obra y los obreros. Los arrastra una corriente más fuerte que ellos, los arrastra, los hace rodar, los quiebra… y continua avanzando”.
Cuando el duque de Rochefoucault-Liancourt despertó a Luis XVI para anunciarle la caída de la Bastilla, el rey preguntó: “¿Entonces eso es una rebelión? El duque respondió: “No, sire, es una revolución”. Él no le dijo lo suficiente; no se trataba de una revolución, sino de la Revolución que surgía.

Lo que aparece a primera vista en la revolución, lo que de Maistre vio en ella y señaló desde el día en que se puso a analizarla, y que nosotros vemos en el momento presente con más evidencia aún, es el anticristianismo. La Revolución consiste esencialmente en la rebelión contra Cristo, e incluso en la rebelión contra Dios, más aún, en la negación de Dios. Su objetivo supremo es sustraer al hombre y a la sociedad de lo sobrenatural. La palabra libertad, en boca de la Revolución no tiene otro significado: libertad para la naturaleza humana de ser de ella, como Satanás se quiso pertenecer, y esto, como explicaremos más adelante, por instigación de Lucifer, que quiere recuperar la supremacía que la superioridad de su naturaleza le daba sobre la naturaleza humana, y de la cual fue despojado por la elevación del cristiano al orden sobrenatural. Y es por eso que J. de Maistre caracterizó con tanta propiedad la Revolución con esta palabra: “satánica”.
“Sin duda la revolución francesa, recorrió un período cuyos momentos, todos, no son semejantes entre sí; sin embargo, su carácter general no varió, e incluso en su nacimiento ella demostró lo que debía ser”. “Hay en la Revolución un carácter satánico que la distingue de todo lo que ya se vio y tal vez de todo lo que se verá. Ella es satánica en su esencia”[1].
En 1849, Pío IX dijo —ya recordamos esas palabras— con más autoridad aún: “La Revolución está inspirada por el mismo Satanás; su objetivo es destruir desde la base a la cima, el edificio del cristianismo, y reconstruir sobre sus ruinas el orden social del paganismo”.
Después de nuestros desastres de 1870 – 1871, Saint-Bonnet decía: “¡Francia trabaja desde hace un siglo para apartar de todas sus instituciones a Aquel a quien ella le debe Tolbiac, Poitiers, Bouvines e Denanin, es decir, a Aquel al cual ella le debe su territorio, su existencia! Para mostrar todo su odio contra Él, para hacerle la injuria de expulsarlo fuera de las murallas de nuestras ciudades, la secta estimula, desde 1830, una prensa odiosa que asecha impacientemente a ese ‘¡Cristo que ama a los francos’, de Aquel que se hizo Hombre para salvar al hombre, que se hizo pan para alimentarlo!’. Y concluye: “Y Francia se pregunta cuál es la causa de sus desdichas”.
A este odio a Cristo, que no se cría posible en el seno del cristianismo, se le suma la rebelión directa contra Dios[2].
Hay razones para creer que una tal rebelión contra Dios no puede haber ocurrido ni siquiera en el ardor del gran combate entre Lucifer y el arcángel San Miguel.
Es necesario tener el espíritu limitado del hombre para levantarse contra lo infinito. Es necesario también la corrupción y extrema bajeza del corazón.
Lo que no se veía, se ve hoy. “La Revolución es la lucha entre el hombre y Dios; es decir, el triunfo del hombre sobre Dios”. Eso es lo que declaran los que dicen que en el momento actual se trata de saber quién vencerá: la Revolución o la Contra-Revolución.
Así, Saint-Bonnet no dijo nada de más, tal vez no dijo bastante, cuando afirma que “el tiempo presente no se puede comparar sino a aquel de la rebelión de los ángeles”. Y, consecuentemente, de Maistre, Bonald, Donoso-Cortés, Blanc de Saint-Bonnet y otros concuerdan en afirmar: “El mundo no puede permanecer como está”.
O él llega al fin, en el odio que el anticristo tornará más generalizado y más violento contra Dios y su Cristo; o se encuentra en la víspera de la mayor misericordia que Dios pueda haber ejercido en este mundo, después de la Redención.
Este es el estado en que nos encontramos, aquel que la Revolución creó, aquel que no ha dejado de existir desde los primeros días de la Revolución, bajo el imperio del cual nosotros todavía estamos.
En 1796, dos años después de la caída de Robespierre, J de Maistre escribía: “La revolución no terminó, nada presagia su fin. Ella ya produjo grandes infelicidades, ella anuncia aún mayores”[3].
En la víspera del día en que parecía a los espíritus superficiales que la consagración de Napoleón iba a volver estable el nuevo orden de cosas, él escribía a de Rossi (3 de noviembre de 1804): “Estamos tentados en creer que todo está perdido, pero acontecerán cosas por las cuales nadie espera… Todo anuncia una convulsión general del mundo político”[4].
En el apogeo de la época napoleónica: “¡Jamás el universo vio nada igual! ¿Qué debemos ver aún? ¡Ah, como estamos lejos del último acto o de la última escena de esa pavorosa tragedia!”. “Nada anuncia el fin de las catástrofes, y todo, al contrario, anuncia que ellas deben perdurar”[5]. Fue en 1806 que él formuló ese pronóstico. Al año siguiente, él convidó a de Rossi a hacer con él esta observación: “¿Cuántas veces, desde el origen de esta terrible Revolución, tuvimos todas las razones del mundo para decir: Acta est fabula? Y, mientras tanto, la pieza siempre continúa… Tanto eso es verdadero que la sabiduría consiste en saber encarar con mirada firme esta época como lo que ella es, es decir, una de las mayores épocas del universo; desde la invasión de los bárbaros y de la renovación de la sociedad en Europa, nada de igual ocurrió en el mundo; se necesita tiempo para semejantes operaciones, y me repugna creer que el mal no pueda tener fin, o que él pueda terminar mañana… Estando el mundo político absolutamente trastornado, hasta en sus fundamentos, ni la generación actual, ni probablemente aquella que la sucederá, podrá ver el cumplimiento de todo lo que se prepara… Nosotros tendremos esa situación tal vez por dos siglos… Cuando pienso en todo lo que aún debe acontecer en Europa y en el mundo, me parece que la Revolución comienza”[6].

Vino la restauración de los Borbones. Él jamás dejó de anunciar, con una imperturbable seguridad, a pesar de la llegada del Imperio, de la consagración de Bonaparte y de la marcha constantemente triunfante de Napoleón a través de Europa, que el rey retornaría. Su profecía se realizó; él volvió a ver a los Borbones sobre el trono de su país y dijo: “Un cierto no sé qué, anuncia que NADA terminó”. “El cúmulo de la infelicidad para los franceses sería creer que la Revolución terminó y que la columna fue recolocada porque fue re-erguida. Debes creer, al contrario, que el espíritu revolucionario es sin comparación, más fuerte y más peligroso de lo que era hace algunos años. ¿Qué puede el rey cuando la inteligencia se apaga?[7]. “Nada es estable aún, y se ven por todos lados semillas de infelicidad”[8]. El estado actual de Europa (1819) causa horror; el de Francia, particularmente, es inconcebible. La Revolución sin duda está de pie, y no solamente está de pie, sino que camina, se precipita. La única diferencia que percibo entre esta época y aquella del gran Robespierre, es que entonces las cabezas caían y que hoy ellas giran. Es infinitamente probable que los franceses nos proporcionarán aún una tragedia”[9].

¿Esa nueva tragedia no se anuncia próxima?
Lo que daba a J. de Maistre esa seguridad de visión es que él había sabido dirigir su mirada por encima de los hechos revolucionarios de los cuales era testigo, hasta sus causas primeras.
“Desde la época de la Reforma, decía, e incluso después de aquella de Wiclef, existió en Europa un cierto espíritu terrible e invariable que ha trabajado sin descanso para derrumbar las monarquías europeas y el cristianismo… En ese espíritu destructor se han venido ejerciendo todos los sistemas antisociales y anticristianos que aparecieron en nuestros días: calvinismo, jansenismo, filosofismo, iluminismo, etc. (acrecentaremos: liberalismo, internacionalismo, modernismo); todo eso no forma sino un todo y no debe ser considerado sino como una única secta que juró la destrucción del cristianismo y de todos los tronos cristianos, pero, sobre todo y antes de todo, la destrucción de la casa Borbón y de la Sede de Roma”[10].
No solamente de Maistre veía que la Revolución tenía, en el tiempo, una estabilidad que se extiende por cuatro siglos, sino que él la veía, en el espacio, alcanzar todos los pueblos.
En el encabezamiento de un memorial dirigido en 1809 a su soberano, Víctor Manuel I, él decía: “Si hay alguna cosa evidente, es la inmensa base de la Revolución actual, que no tiene otras fronteras que el mundo”[11].
“Las cosas se conjugan para una confusión general del globo”.
“Es una época, una de las mayores épocas del universo”, decía sin cesar, viendo en la Revolución tan grandes preliminares y una tan grande superficie. Y añadía: “¡Infelices las generaciones que asisten a las épocas del mundo!”[12].
“La revolución francesa es una gran época, y sus consecuencias de todos los géneros se sentirán mucho más allá del tiempo de su explosión y de los límites de su centro”[13]. “Cuanto más examino lo que sucede, más me persuado de que asistimos a una de las mayores épocas del género humano”[14]. “El mundo está en un estado de parto”.
Estado de parto, es exactamente esto lo que hace con que un tiempo sea una época. Hubo una época del diluvio, que dio a luz la nueva generación de los hombres; la época de Moisés, que concibió al pueblo precursor; la época de Cristo, que dio a luz al pueblo cristiano.
La época de la Revolución, es la época del más agudo antagonismo entre la civilización cristiana y la civilización pagana, entre el naturalismo y lo sobrenatural, entre Cristo y Satanás.
¿Cuál será el resultado de esa lucha? Lucifer y los suyos creen triunfar… Los judíos dicen que la venida del su Mesías, que el reino del anticristo está próximo, y que ese reino abrirá, en provecho de ellos, la mayor época del mundo.
Esperamos que nuestros lectores, después de haber leído este libro, compartan con nosotros la convicción exactamente opuesta. La derrota de la Revolución inaugurará el reinado social de nuestro Señor Jesucristo sobre el género humano, formando un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Vea los anteriores capítulos publicados haciendo clic aquí: La Conjuración Anticristiana


[1] Oeuvres complètes de J. de Maistre, t. I, pp. 51, 52, 55, 303.
[2] En una de sus cartas a d'Alembert, Voltaire señala como carácter especial de Damilaville “odiar a Dios” y trabajar para hacerlo odiado. Es sin duda por eso que él le escribía más frecuentemente y con más intimidad que a todos sus otros adeptos.
Después de la muerte de ese infeliz, arruinado y separado de su mujer, Voltaire escribía esto: “Lloraré a Damilaville toda mi vida. Yo amaba la intrepidez de su corazón. Él tenía el entusiasmo de San Pablo (es decir, tanto celo para destruir la religión cuanto San Pablo tenía para establecerla): era un hombre necesario.
[3] Ibid., t. I, p. 406.
[4] Oeuvres complètes de J. de Maistre,  t. IX, pp. 250-252.
[5] Ibid., t. X, pp. 107-150.
[6] Ibid., t. XI, p. 284.
[7] Oeuvres complètes de J. de Maistre, t. II, Du Pape. Int.
[8] Ibid., t. XIII, pp. 133-188.
[9] Ibid., t. XIV, p. 156.
[10] Oeuvres complètes de J. de Maistre, t. VIII, p. 312.
[11] Ibid., t. XI, p. 232.
[12] Ibid., t. VIII, p. 273.
[13] Ibid., t. I, n. 26.
[14] Ibid., t. IX, p. 358.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Para que Él reine - II Parte, Cap. 2 continuación

CAPÍTULO II
LA REVOLUCIÓN

Continuación del capítulo anterior

Hemos expuesto ya las razones del odio de Lucifer contra Dios hecho hombre. Que la Santísima Virgen María se encuentre como englobada en esta aversión, es consecuencia lógica. Satanás no perdonará nunca a una criatura humana haber podido ser elevada hasta ese rango de incomprensible dignidad de “Madre de Dios”.
En la lógica de este odio se encuentran también: el aborrecimiento a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo; el aborrecimiento a los cristianos, que son sus miembros; el aborrecimiento, en fin, a la humanidad como tal, por ser objeto de la predilección divina.
Envilecer esta humanidad, corromper sistemáticamente a los hombres, verlos hundirse en los peores desordenes y, finalmente, en esta “animalidad” en la que participan por sus cuerpos; tal es la ambición, muy comprensible en un sentido, de esos puros espíritus desviados que no abrigan más que desprecio para esas criaturas de carne y de sangre llamadas a ocupar en el cielo los lugares que ellos perdieron.
Para alcanzar este objetivo, aniquilamiento de lo que puede ayudar o sostener la personalidad: cuadros, cuerpos o medios naturales de educación, orden social, familia, propiedad, etc. Aniquilamiento de los selectos por la supresión de las corporaciones intermedias. Reducción de la humanidad al estado de una “masa” amorfa y gregaria por el aniquilamiento de las naciones…, bajo la autoridad de un poder todopoderoso y que sería ateo.
Saqueos, atentados, revoluciones, asesinatos, ejecuciones sumarias, terror, guerras cada vez más atroces; tales son las manifestaciones muy características de aquél de quien sabemos que fue homicida desde el principio.
¡Homicida!, ¡padre de la mentira y príncipe de las tinieblas! De aquí su horror por la verdad, por la luz, por la claridad. Perseguir, despojar, derrumbar la Santa Iglesia. Preferirlo todo a ella, y en primer lugar, las falsas religiones, el cisma y la herejía.
Arruinar, minar, disminuir, menospreciar la autoridad del papa. Combatir, expulsar, asesinar a los sacerdotes y a los religiosos. Corromper a aquellos a lo que se pueda seducir. Utilizarlo todo para neutralizar la enseñanza de la buena doctrina. Si no impedir las vocaciones, entorpecerlas, etc.
Tal es, sin ninguna duda, la frenética voluntad y la acción perseverante del infierno.
Ahora bien, sería pueril demostrar que tal es también la no menos frenética voluntad y la acción no menos perseverante de la Revolución.
ODIO DE LA REVOLUCIÓN CONTRA DIOS, JESUCRISTO, LA IGLESIA Y EL ORDEN CRISTIANO
Ante todo, el odio a Dios, y más particularmente, a Dios hecho hombre: Jesucristo, odio a su Iglesia, odio al orden cristiano.
Odio típicamente satánico, hemos dicho; pero también odio típicamente revolucionario.
Es verdad que, cegados como están por el naturalismo generalizado, porque está institucionalizado, nuestros contemporáneos han perdido casi el sentido religioso del mundo y de los acontecimientos. Les parece, efectivamente, que la Revolución es política por esencia y religiosa solamente por repercusión, cuando, por el contrario, supo aquélla y sabe aún acomodarse a todos los regímenes, siendo sólo el catolicismo el objeto de su incansable hostilidad.
“Según las circunstancias —hacía observar no ha mucho Charles Perrin[1]—, se inclina de un lado o de otro, pero siempre permanece la misma en cuanto a su pretensión fundamental, que es la secularización de la vida social en todos los grados y bajo todas sus formas”.
Tal era la opinión de un Leon Bourgeois. “Desde que el pensamiento francés se ha liberado —decía—, desde que el espíritu de la Reforma, del filosofismo y de la Revolución ha entrado en las instituciones de Francia, el clericalismo es el enemigo”[2].
A este respecto tenemos también la opinión de Gambetta en un texto, por desgracia, poco conocido. Al recibir el 1 de junio de 1877 a una delegación juvenil, les dijo: “Aparentamos combatir por la forma de gobierno, por la integridad de la constitución. La lucha es más profunda: la lucha es contra todo lo que queda del otro mundo, entre los agentes de la teocracia romana y los hijos de 89”.
Y este odio a la Iglesia Romana, Rousseau y Voltaire ya lo profesaban.
“Desde el punto de vista político —leemos en “El Contrato Social”[3]—, todas las religiones tienen sus defectos; pero el cristianismo romano es una religión tan evidentemente mala que es perder el tiempo entretenerse en demostrarlo”.
“La religión cristiana es una religión infame —escribe Voltaire, por su parte[4]—, una hidra abominable, un monstruo a quien hace falta que cien manos invisibles traspasen… Es preciso que los filósofos lo digan a todo el mundo para destruirla, como los misioneros recorren las tierras y los mares para propagarla. Deben intentarlo todo, arriesgarlo todo, hacerse quemar, si es preciso, para destruirla. Aplastemos, aplastad al Infame.
“Los cristianos de todas las profesiones son seres nocivos, fanáticos, bribones, cándidos, impostores que han mentido con sus evangelios, enemigos del género humano.
“La religión cristiana es evidentemente mala. La religión cristiana es una secta que todo hombre de bien debe mirar con horror… Hay que ridiculizar al Infame y también a sus fautores…”.
Y esta fórmula “Aplastad al Infame” se volverá el leit-motiv de la correspondencia de Voltaire[5].
“Veinte años más y veremos qué queda de Dios”, escribía el 25 de febrero de 1758. Y como el lugarteniente de policía Hérault le dijera: “Por mucho que haga, no conseguirá nunca destruir la religión cristiana”. —“Eso lo veremos”, respondió Voltaire. —“Estoy ya cansado de oírles repetir que doce hombres han bastado para establecer el cristianismo y tengo ganas de probarles que no hace falta más que uno para destruirlo”[6].
Si tales expresiones no son demoníacas, ¿cuáles lo serán?
Y, además, sería fácil encontrarlas semejantes y peores a lo largo de la corriente revolucionaria.
En desacuerdo sobre mil puntos, la unanimidad de los agentes de la Revolución no se produce más que a expensas de la religión de Jesucristo.
Contentémonos con algunos ejemplos más significativos, ya que no podemos citarlos todos.
Así Weishaupt, jefe de los iluminados de Baviera[7], y si creemos a Louis Blanc, “el más profundo conspirador que haya jamás existido”. En su imaginación no tuvo nunca el menor cambio sobre lo que debía ser la finalidad del iluminismo: no más religión, no más sociedad, no más leyes civiles, no más propiedad[8].
Nos parece superfluo insistir sobre el anticatolicismo de la Revolución Francesa propiamente dicha por ser de sobra conocido.
Las blasfemias de los socialistas[9], en cambio [Fourier[10] y Proudhon, por ejemplo], están más olvidadas, pero no son menos odiosas.
Se conoce la infernal invocación de Proudhon[11]: “¡Ven Satanás! Ven tú, el calumniado de los sacerdotes y de los reyes. ¡Quiero abrazarte contra mi pecho! Ya hace tiempo que te conozco y tú también me conoces. Tus obras, ¡oh bendito de mi corazón!, no son siempre hermosas, ni buenas; pero solamente ellas dan un sentido al universo impidiéndole ser absurdo. ¿Qué sería, sin ti, la justicia? Un instinto. ¿La razón? Una rutina. ¿El hombre? Un bruto. Tú sólo animas y fecundizas el trabajo. Ennobleces la riqueza. Sirves de excusa a la autoridad. Tú pones el sello a la virtud. Espera un poco, proscrito. No tengo a tu servicio más que una pluma, pero equivale a millones de publicaciones…”.
La lista que podríamos hacer de semejantes citas sería larga. He aquí otra del francmasón hermetista Oswald Wirth[12]: “La serpiente, inspiradora de la desobediencia, de la insubordinación y de la revuelta, fue maldecida por los antiguos teócratas, mientras era honrada entre los iniciados… Hacerse semejante a la divinidad, tal era el objeto de los antiguos misterios; en nuestros días el programa de la iniciación no ha cambiado”.
Este satanismo proclamado se ha vuelto, quizá, menos frecuente. Pero, aunque menos cínico y ruidoso, el odio del enemigo no se ha apaciguado.
“Mi finalidad es la de organizar la humanidad sin Dios”, gritará Jules Ferry.
Y Clemenceau: “Desde la Revolución, estamos en rebeldía contra la autoridad divina y humana”. – “Nada podrá hacerse en este país —decía aún este último— hasta que se haya cambiado el estado de espíritu que ha introducido la autoridad católica”[13].
“Es absurdo seguir diciendo —confiesa Aulard[14]— que no queremos destruir la religión cuando estamos obligados a confesar, por otra parte, que esa destrucción es indispensable para fundar racionalmente la ciudad nueva, política y social. No digamos, pues: no queremos destruir la religión; digamos, al contrario: queremos destruir la religión a fin de poder establecer en su lugar la ciudad nueva”[15].
“No estamos solamente en contra de las congregaciones —exclamará Viviani—, estamos frente a la Iglesia católica para combatirla, para hacerle una guerra de exterminio”[16].
Es conocida la disparatada frase, citada a menudo, pero siempre útil de recordar: “La Tercera República ha atraído a su alrededor a los hijos de los campesinos, a los hijos de los obreros, y en esos cerebros oscuros, en esas conciencias en tinieblas, ha vertido, poco a poco, el germen revolucionario de la instrucción. Eso no ha bastado. Todos juntos nos hemos interesado, en el pasado, en una obra de anticlericalismo, en una obra de irreligión. Hemos arrancado las creencias de las conciencias. Cuando un miserable, fatigado por el peso del día, inclinada la rodilla, lo hemos levantado, le hemos dicho que detrás de las nubes no había más que quimeras. Juntos, y en gesto magnífico, hemos apagado, en el cielo, estrellas que no volverán jamás a brillar… He ahí nuestra obra, nuestra obra revolucionaria”[17].
“Hay que atreverse a pensar, atreverse a creer, atreverse a afirmar —podemos leer aún en el «Boletín de la Gran Logia de Francia»[18]— que lo que nos une en la masonería es una religión integral, total, universal y que ésta está y debe estar por encima de cualquier otra religión…”.
Y en el boletín del “Gran Oriente”[19] se ha leído: “En esos edificios (las iglesias), erigidos en todas partes a las supersticiones, seremos llamados, cuando nos toque, a predicar nuestras doctrinas, y en lugar de salmodias clericales, que todavía retumban, serán los malletes, las baterías y las aclamaciones de nuestra orden las que harán resonar las amplias bóvedas y los anchos pilares”.
De esta forma, la tradición anticatólica aparece cínicamente confesada, o más bien, proclamada de una forma ininterrumpida a lo largo de la corriente revolucionaria[20].
Y conste que no hemos hablado del comunismo. El recuerdo de las persecuciones en México, en España, las precisiones que nos llegan todos los días sobre el martirio de nuestros hermanos detrás de los telones de acero o de bambú dispensan, así lo creemos, de toda exposición en este lugar.
Conformémonos en recordar estas pocas líneas de Lenin:
“El marxismo es el materialismo[21]. En este aspecto es tan implacablemente hostil a la religión como el materialismo de Feuerbach… Debemos combatir la religión; es el A.B.C. de todo materialismo, y por tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se contenta con el A.B.C. El marxismo va más lejos. Dice: hay que saber luchar contra la religión”.

Continuará...
Vea los capítulos publicados haciendo clic aquí: Para que Él reine



[1]Le Modernisme dans l’Eglise”, según las cartas inéditas de Lamennais.
[2] Puede que algunos digan que la palabra “clericalismo” es equívoca. El H\ Courdaveaux, que fue profesor de la Facultad de Letras de Douai, tuvo mucho cuidado en precisar su sentido en una conferencia pronunciada en la logia “Estrella del Norte” hacia fines del siglo pasado. “La distinción entre el catolicismo y el clericalismo es puramente oficial, sutil, para las necesidades de la tribuna —explicó—; pero aquí en la logia, digámoslo bien alto, al servicio de la verdad: el catolicismo y el clericalismo no son más que una misma cosa”. (Citado por Copin-Albancelli, “La Franc-Massonerie et la Question Religieuse”; Perrin, edit., página 28).
[3] L. IV, cap. VIII.
[4] Carta célebre a Damilaville y de la cual Copin-Albancelli pretende (opus cit., p. 27) que “es frenéticamente aplaudida cada vez que es citada en los talleres masónicos”.
[5] He aquí algunos pasajes de cartas a d’Alembert, Damilaville, Theriot o Saurin: “Lo que me interesa es el envilecimiento del Infame”. “Inducid a todos los hermanos a perseguir al Infame de viva voz y por escrito, sin darle un momento de respiro”. “Haced siempre que podáis, los más inteligentes esfuerzos para aplastar al Infame”. “Olvidamos que la principal ocupación debe ser la de aplastar al infame”. “Aplastad al Infame, os digo”. Y también de Voltaire este fragmento de carta citado por Rohrbacher: “¡Amo apasionadamente a mis hermanos en Belcebú!”.
[6] Condillac, “Vie de Voltaire”. Nunca recomendaremos lo bastante a los que quieran conocer mejor estas cuestiones, la lectura de la obra de monseñor Delassus: “La Conjuration anti-chrétienne” (Desclée de Brouwer), verdadera “suma” de la Contrarrevolución católica.
[7] La secta de los iluminados de Baviera fue creada en 1776 en Ingolstadt, en Baviera, por Adam Weishaupt, antiguo alumno de los jesuitas. Reclutó a sus adeptos en las logias masónicas alemanas, en las que se convirtió en el furriel de la revolución universal. La orden de los iluminados se había propuesto como objetivos principales: el control masónico de la instrucción pública, de la Iglesia, de la prensa. Su táctica fue, siempre, la hipocresía erigida en método de acción, la hipocresía sistemática, concertada, calculada, perversa; diabólica, en una palabra. Las instituciones a derrocar no eran nunca combatidas de frente, sino profanadas, corrompidas, roídas en el interior. Los iluminados tomaban nombres de hombres célebres de la antigüedad: Espartaco (Weishaupt), Filón, Catón, Sócrates… Mirabeau parece haber formado parte de la secta. El apogeo del iluminismo se sitúa en 1783, cuando organizó el importantísimo Congreso masónico universal de Wilhelmsbad. La orden de los iluminados difundió en toda la francmasonería europea su ideal revolucionario. Fue abolida por un edicto del rey de Baviera en 1785. ¿Acaso ha sobrevivido secretamente? Nada se sabe. Los historiadores se han dividido en esta difícil cuestión.
[8] He aquí el retrato que el abate Barruel nos ha dejado de Weishaupt: “Ateo sin remordimientos, hipócrita profundo, sin ninguno de esos talentos superiores que dan a la verdad defensores célebres, sino con todos esos vicios y todo ese ardor que dan a la impiedad y a la anarquía grandes conspiradores. Este desastroso sofista no será conocido en la historia más que, como el demonio, por el mal que ha hecho y por el que proyectaba hacer… Un solo rasgo escapa de las tinieblas de que se rodeaba, y ese rasgo es el de la depravación, de la perversidad consumada (incesto e infanticidio confesados en sus propios escritos)”.
[9] Dostoyevski, en “Los hermanos Karamazof”: “El socialismo, no es solamente el problema obrero o el del cuarto estado; es, ante todo, la cuestión del ateísmo, de su encarnación contemporánea; es la cuestión de la Torre de Babel, que se construyó sin Dios no para alcanzar los cielos desde la tierra, sino para abatir hasta la tierra, los cielos”.
[10] Fourier, el padre del falansterismo, niega toda providencia y toda religión positiva. “¿A qué hablamos de que los cielos cantan la gloria de Dios? Nuestros sufrimientos proclaman mucho mejor la malicia y la impericia de Dios… ¿De qué nos sirve esa malvada ostentación de potencia divina, esos astros que brillan en el firmamento? Pedimos a Dios el bienestar antes que el espectáculo. Atrevámonos, en fin, a abordar la cuestión de los deberes (¡sic!) de Dios… La mayor parte de los civilizados tienen derecho a responder a David, retorciendo su versículo: «Los desórdenes de la tierra proclaman la despreocupación de Dios y los horrores de la civilización atestiguan la nulidad de su providencia»” (“La Phalange”, año 16, t. V, marzo 1847).
[11] Semejantes invocaciones explícitamente satánicas, no han sido raras en el siglo XIX. Incluso el muy burgués y universitario “Journal des Débats” en su número del 25 de abril de 1855, publicó esta rehabilitación de Lucifer: “De todos los seres malditos que la tolerancia de nuestro siglo ha relevado de su anatema Satanás es, sin disputa, el que más ha ganado en el progreso de las luces y de la civilización universal. La Edad Media, que no entendía nada de tolerancia, lo hizo a capricho malvado, feo, torturado… Un siglo tan fecundo como el nuestro en rehabilitaciones de todas clases no podía carecer de razones para disculpar a un revolucionario desdichado a quien la necesidad de acción lanzó en tentaciones arriesgadas… Si nos hemos vuelto indulgentes para con Satanás, es porque Satanás se ha despojado de una parte de su maldad y ya no es ese genio funesto objeto de tantos odios y terrores. El mal es, evidentemente, en nuestros días menos fuerte de lo que era antes. Era lícito en la Edad Media, que vivía continuamente en presencia de un mal fuerte, armado, almenado, declararle este odio implacable… Nosotros, que respetamos el destello divino (sic) por todas partes en donde reluce, vacilamos en pronunciar sentencias exclusivas por miedo de envolver en nuestra condenación algún átomo de belleza…”. Cf. sobre estas mismas cuestiones, monseñor Delassus (opus cit., cap. XLIX): “Se conoce el espantoso saludo dirigido a Satanás por Proudhon y él, no menos odioso, de Renan, Schilling ha celebrado también al ángel caído y lo ha declarado Dios… Michelet ha profetizado su triunfo y Quinet quería ahogar al cristianismo en el cieno, con el fin de reemplazarlo por la religión de Satanás. En Italia, Carducci le ha consagrado su prosa y sus versos. El himno que ha compuesto en su honor fue aplaudido en el teatro de Turín. Otro francmasón, Ripasardi de Catania, publicó un poema titulado “Lucifer”, donde celebra su triunfo sobre Dios e insulta a Jesucristo y a su Madre. Los estudiantes de Palermo le ovacionaron, desengancharon los caballos de su coche a su entrada en la ciudad y se engancharon ellos el carruaje. En Roma, incluso Mannarelli hizo el panegírico de Satanás y su pendón negro fue llevado a Bolonia, Nápoles, Milán. En Génova, Maccagi terminó una de estas mascaradas con este apóstrofe: “Pendón negro, no está lejos el día en que estás destinado a desplegarte en Roma sobre la cúpula de Miguel Ángel”. El mismo León XIII, en el consistorio del 30 de junio de 1889, se vio obligado a protestar contra la exhibición pública de la bandera de Satanás en la Ciudad Santa, con ocasión de la inauguración de la estatua de un monje apóstata, corrompido, Giordano Bruno. Cuando León XIII habló. “La Revista de la Masonería Italiana” (T. XVI, p. 356) escribió: “Vexila regis prodeunt inferni”, dijo el papa. ¡Pues bien sí! Las banderas del rey de los infiernos avanzan”…. La misma revista había proclamado algún tiempo antes (T. X, p. 265): “Saludad al genio renovador, vosotros los que sufrís, levantad bien altas vuestras frentes…, pues llega él, Satanás el Grande”.
“No es la primera vez —insiste monseñor Delassus (opus cit., p. 723)— que se produce una invasión de satanismo en la cristiandad. En el siglo XV, la Reforma estuvo precedida por un extraordinario desenvolvimiento de la magia. El protestantismo la favoreció por doquier, y produjo el desbordamiento de la hechicería que, durante el siglo XVII, cayó como una pesadilla sobre Alemania, Inglaterra y Escocia… A su vez, la Revolución ha sido precedida por una fiebre de satanismo; por todas partes se mostraron los magnetizadores, los nigromantes, como se decía entonces…” “Una ola de ocultismo escribe a su vez L. de Poncins (“La Franc-Masonnerie, d’après ses documents secrets”, p. 40) ha precedido y acompañado a los dos grandes movimientos revolucionarios de 1789 y de 1917. Los teósofos e iluminados del siglo XVIII, Boehme, Swedenborg, Martínez de Pasqualis, Cagliostro, el conde de Saint Germain, etc., tienen su contrapartida en las numerosas sectas rusas y en los magos y ocultistas de la corte imperial de Rusia, Felipe, Papus, el tibetano Badmaieff, y sobre todo, Rasputín, cuya extraordinaria influencia ha contribuido directamente a desencadenar la Revolución. René Fulop-Miller ha mostrado las afinidades que unían el bolchevismo al espiritismo, y sobre todo, a las numerosas sectas rusas que florecían al margen de la Iglesia… Actualmente (en 1941), en el mismo Occidente, el ocultismo está mucho más extendido de lo que pudiera creerse. Por ello, a consecuencia de ciertos escándalos resonantes que tuvieron lugar simultáneamente en Finlandia y en Inglaterra (ver entre otros “La liberté”, del 14 de octubre de 1931). H. Price, director del Laboratorio Nacional de Investigaciones Psíquicas de Londres, escribió en un artículo del “Morning Post” (números del 16 y 19 de enero de 1931): “La magia y la hechicería se practican hoy en Londres en una escala y con una libertad desconocida en la Edad Media… El ocultismo se propaga a saltos, y puedo afirmar que “estas artes negras” cuentan hoy con más fieles en Londres que en la Edad Media”. Inglaterra no es una excepción en este caso, y en distintos grados, se podría decir otro tanto de muchos países, entre otros, de Francia. París, Lyon, la Costa Azul, son centros de ocultismo, como lo es Florencia en Italia”.
[12]Le libre du compagnon”, p. 74.
[13] El 12 de julio de 1909.
[14] Sin embargo, es este mismo Aulard quien fingirá encontrar ultrajante el decreto contra el modernismo prohibiendo a los jóvenes clérigos el frecuentar las clases de la Universidad laica. De creerle a él, en efecto, y a pesar de las frases que vamos a leer, sus propias lecciones no ofrecían ningún peligro a la fe de sus oyentes. Y era por pura maldad, sin ninguna duda, por lo que Pío X y su secretario, el cardenal Merry del Val, ponían en guardia a fieles y pastores contra la enseñanza de una Sorbona estrictamente naturalista.
[15] Citado por monseñor Delassus, opus cit., p. 541.
[16] Ibid., p. 82.
[17] Citado por J. d’Arnoux en “L’heure des héros”, p. 42.
[18] Número del primero de abril de 1933.
[19] 1883, p. 645.
[20] A los que piensan que este anticatolicismo se ha atenuado y aparece hoy “superado”, recomendamos la lectura del muy reciente número de la “Documentation Catholique” de 14 de junio de 1953; podrán ver “como el Gran Oriente quiere continuar la lucha por una Francia completamente secularizada”… por la derogación especialmente de las leyes de Marie y Barangé, de la ley de Falloux; por la aplicación estricta de las leyes laicas se separación de la Iglesia y del Estado en los departamentos del Este, los territorios de la Unión Francesa y de Ultramar, y para terminar, por la expulsión de las congregaciones. Si se tiene alguna duda en este respecto, que se lea “Action laique”, “Ecole libératrice” o “E. N. de France”, por no hablar de las páginas de la “Libre Pensée”.
[21] Hay que observar bien que Lenin no dice: “El marxismo es materialista”. Dice: “El marxismo es el materialismo”. Es muy diferente y singularmente más fuerte. Esto es lo que debería abrir los ojos de aquellos que se empeñan en decir si llega el caso que sólo está condenado el comunismo ateo, como si se pudiera dar otro comunismo. Lenin ha tenido bien cuidado en advertirnos: “El marxismo es el materialismo”.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...