jueves, 27 de junio de 2013

27 de junio, fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro

Plinio Corrêa de Oliveira

La devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro nació en la isla de Creta. Esto explica la influencia bizantina que se nota en la imagen. Las personas representadas en esta imagen pueden impactar la sensibilidad moderna acostumbrada a los santos representados con caras de muñecas. Esta imagen fue hecha en tiempos diferentes y es muy expresiva.

La devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue difundida en la Iglesia por los padres redentoristas. Es una muy bella invocación puesto que expresa la invariable misericordia de la Virgen para con nosotros. Perpetuo Socorro significa una asistencia, un acto de misericordia, un acto de piedad ininterrumpida hacia nosotros que nunca cesa. La palabra nunca significa que esta asistencia no cesará en ningún lugar, en ningún momento o por ninguna razón. Es decir, incluso si una persona se encuentra en la peor situación posible, Nuestra Señora siempre ayudará si uno le reza a ella.

Nuestra Señora del Perpetuo Socorro
La imagen, como los Sres. ven, tiene un fondo de oro. Estos fondos de oro sin adornos se usaban característicamente en las pinturas del antiguo Imperio Romano de Oriente y durante parte de la Edad Media. Los ángeles músicos de Fray Angélico, por ejemplo, tienen un fondo de oro. El fondo de oro se utilizaba cuando se pintaban personajes muy importantes. El arte occidental normalmente coloca un gran dignatario en una silla ornamentada, en una elegante sala, o de pie junto a una ventana graciosamente cubierta con cortinas o en un hermoso escenario al aire libre. La mentalidad oriental prefiere colocarlos fuera del tiempo, inmersos en esplendor, es decir, con un fondo de oro.

El oro, por lo tanto, representa la gloria de la Virgen como Reina de los Cielos. Ella tiene una aureola alrededor de su cabeza, que también es de oro, al igual que el Divino Infante. Sobre la aureola hay una corona de oro con incrustaciones de piedras preciosas. Las coronas de la Virgen y del Niño Jesús tienen una forma similar. La base de cada una se cierra alrededor de la cabeza, tiene un borde fino, y está cubierta con fabulosos diseños ornamentales. En el borde hay rubíes incrustados, en la capa media arcos ornamentados con zafiros, y en el nivel superior una fila de esmeraldas y diamantes. Yo no consigo distinguir con precisión en esta reproducción en particular. La corona del Niño sigue exactamente el mismo patrón.

Nuestra Señora lleva un manto azul profundo que le cubre los hombros y la cabeza. Por debajo de la corona y sobre la frente hay una estrella refulgente de piedras preciosas; a su izquierda hay un diseño de oro que se parece una estrella o una cruz.

Si los Sres. observan con cuidado, verán que la Virgen lleva una túnica roja bajo su manto azul. El rojo aparece en el cuello y en los extremos de las mangas. Esta túnica roja se cierra en su cuello con una exquisita banda de diamantes.

El Niño Jesús está sentado en el brazo izquierdo de la Virgen. Él descansa cómodamente en sus brazos, como un niño que está muy acostumbrado a estar cerca de su madre y que le gusta estar allí. Él está, sin embargo, distraído con otra cosa a donde dirige su mirada. En mi opinión el artista cometió un error al representar al Niño. Se parece más a un niño de siete u ocho años de edad, en lugar de un bebé que debe ser llevado en los brazos de su madre. Por cierto, esta imagen no es considerada una obra de arte. Es considerada como una excelente obra de piedad con algunos muy buenos puntos artísticos y algunos defectos.

El niño tiene una cinta rosa con una túnica verde. Él también tiene un manto que cae naturalmente cerca de la mano izquierda de la Virgen haciendo numerosos pliegues bien doblados. Casi todos los pliegues de la imagen me parecen muy bien situados y naturales.

Hay dos ángeles presentándole al Niño los instrumentos de la Pasión; a la izquierda un ángel con una túnica roja y un manto verde le muestra la lanza y la esponja con hiel, a la derecha, un ángel vestido con una túnica roja le muestra una cruz de tres brazos y los clavos.

¿Qué se puede decir de todo esto?

Los rasgos de la Virgen son muy
expresivos
Los rasgos de la Virgen son muy expresivos. La imagen la muestra en una actitud muy maternal. Ella es una madre que sostiene a su Hijo con una extraordinaria intimidad y un notable cariño. Esto demuestra la familiaridad de la Virgen con el Dios-Hombre. Al mismo tiempo, ella tiene una mirada de profundo recogimiento que transmite el respeto y la veneración que ella siente por él. Ella le está orando mientras lo sostiene. Ella está segura de que está sosteniendo al mismo Dios encarnado en sus brazos.

Partes de la cara de nuestra Señora no están bien pintadas. El cuello parece algo demasiado rígido. La boca es delicada, pero la nariz es tal vez un poco demasiado larga. Estos son varios puntos que no permiten que la imagen sea considerada como una obra de arte perfecta. Pero son defectos secundarios, porque un arte auténtico está presente en la recogida expresión de su fisonomía, en su noble postura, y en el afecto que la pose revela.

La posición de las manos simbolizan
su dependencia a Ella
La imagen es rica en simbolismo. El manto azul oscuro representa la maternidad, mientras que la túnica roja simboliza la virginidad. Por lo tanto, representarla usando el rojo y el azul muestra que ella es a la vez Madre y Virgen. Es una manera delicada de insinuar el milagro de su virginidad de antes, durante y después del parto.

Para mí, el simbolismo más conmovedor es el gesto del niño que sostiene la mano de la Virgen. Su mano derecha está detrás de su pulgar y su mano izquierda dentro de la mano de una manera que permite controlar la mano de la Virgen sobre las manos del Divino Infante. Simbólicamente, quien sostiene las manos de otro lo sostiene enteramente. Por lo tanto, esta forma de presentación de las manos del Infante expresa que ella puede hacer todo lo que quiera con él; todo lo que ella le pide, Él lo acepta; ello expresa el poder de su oración. Con gran facilidad el artista representa la dependencia del Niño-Dios sobre nuestra Señora.

Una característica de este icono bizantino es que mientras que el simbolismo es muy rico, éste no dice lo mismo a todos. Los símbolos están ahí para ser descubiertos por quienes pasan un tiempo analizándolos y contemplándolos.

Un ícono plateado de Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro
Los dos ángeles representan la Pasión que el Niño habrá de sufrir. Ellos le están profetizando su Pasión. Es decir, se nos invita a ver en Él al Redentor de la humanidad, el que era esperado por los Profetas para salvar a la humanidad.

También hay un detalle muy pintoresco: es la sandalia colgando del pie izquierdo del Niño por una sola cuerda. Ello simboliza al pecador que todavía está vinculado a Nuestro Señor por una última cuerda: la devoción a la Virgen.

Las iniciales griegas en la parte superior de cada lado de la corona la Virgen significan “Madre de Dios”. Las iniciales sobre el ángel en la parte superior izquierda dicen “San Miguel Arcángel”, el de la derecha, “San Gabriel Arcángel”. Debajo del ángel de la derecha están las iniciales griegas para “Jesucristo”.

La estrella en el velo de la Virgen indica que ella es la estrella del mar, la guía en esta vida para llevar a todos los que quieren llegar al puerto de los cielos.


Pidámosle siempre a nuestra Señora que nos proteja con su perpetuo socorro y misericordia.

martes, 25 de junio de 2013

Las clases sociales – 1ª Parte

Plinio Corrêa de Oliveira

Diferenciaciones y participación en la sociedad

Toda sociedad tiene ciertas categorías y profesiones. Incluso en la sociedad más igualitaria notamos que existen especializaciones, como fue la Unión Soviética, que, teóricamente hablando debió haber sido la más igualitaria puesto que era comunista. Allí encontramos comerciantes, gerentes industriales, intelectuales y trabajadores manuales. También encontramos los falsos sacerdotes de la Iglesia cismática rusa, que estaba completamente controlada por el gobierno comunista ruso.

Para que existan especializaciones, es necesario que haya hombres que ocupen diferentes posiciones, tanto superiores como inferiores. Por lo tanto, en cada nivel de la sociedad encontramos hombres que realizan diferentes funciones. Pretender que todas las profesiones son iguales en realidad establece una ventaja que favorece a las profesiones inferiores. De hecho, esto es lo que sucedió en la dictadura del proletariado ruso, donde sólo los proletarios o los trabajadores manuales tenían el derecho a gobernar, en lugar de aquellos que ejercían funciones superiores a la de los proletarios.

Ahora bien, si esto es cierto en las sociedades igualitarias, se aplica más aún en sociedades como las nuestras, que no son totalmente igualitaria y todavía tienen alguna jerarquía. Todavía tenemos diferentes clases sociales: la burguesía o la clase por encima de los trabajadores manuales, y también la clase militar, la clase jurídica, la clase intelectual y el clero.

Entonces surgen las siguientes preguntas:

1)      ¿Cuál de estos diferentes grupos, teóricamente hablando, tiene el mayor derecho a ser preponderante en la organización de la sociedad?
2)      En la Edad Media, ¿cómo fue la distribución de las funciones realizadas en la sociedad?

Cómo Paganismo resolvía la diferenciación de funciones

Un grupo de intocables condenaba a una vida
de exclusión en el sistema de castas de la India
En la India prevalecía el sistema de castas. Según este sistema, la persona pertenecía a una casta determinada sólo por el hecho de haber nacido en ella. No había ninguna posibilidad de pasar de una casta a otra.

Los hindúes entendían las castas de una manera religiosa. Ellos creían que después de la muerte el alma se encarnaría en otros cuerpos. Si una persona había practicado la virtud, su alma se encarnaría en una casta superior; si hubiera sido mala, se encarnaría en una clase inferior. Por lo tanto, la clase social de una persona ya estaba determinada antes de su nacimiento.

Ahora, si la clase social está determinada por una vida anterior, entonces no es posible en esta vida que alguien pueda cambiar su lugar en la sociedad. Por tanto, en la India la persona estaba completamente encerrada en la clase social a la que pertenecía, sin la posibilidad de subir o bajar. Las clases sociales eran hereditarias y establecidas de forma permanente.

Un sistema similar prevaleció en el antiguo Egipto. Estaba organizado de tal manera que un tercio de las tierras pertenecían a la clase sacerdotal, un tercio a la clase militar y el último tercio al Faraón.

Las clases sacerdotales y militares estaban absolutamente fijas. Un sacerdote nunca podía ser un militar; él debía siempre ser un sacerdote. Sus hijos también serían para siempre sacerdotes. Lo mismo ocurría con un militar: Todo hijo de militar debía seguir la profesión de su padre, y nadie de otra clase podrían entrar en ella. Estas fueron las dos clases cerrada; debajo de ellas estaba la masa de la población, que eran los plebeyos de Egipto.

Cómo la Iglesia Católica resolvió la diferenciación

En la civilización medieval la Iglesia Católica reconocía tres clases básicas: el clero, la nobleza y el pueblo. Mientras se mantenían las diferencias, la Iglesia fundamentalmente cambió algunos aspectos de esas tres clases sociales básicas.

La primera clase de la sociedad era el clero. Era una clase completamente abierta a todas las personas que tenían una vocación para entrar en ella. La Iglesia no exigía que una persona perteneciera a una determinada clase social para convertirse en un miembro del clero. Por el contrario, la Iglesia permitió que personas de los más modestos estratos de la sociedad ascendieran a los puestos más altos de la jerarquía eclesiástica.

Las acciones heroicas hacían que el soldado ascendiera a
la nobleza
La segunda clase era la nobleza. La nobleza era una clase hereditaria, pero aquí también había notables diferencias en comparación con los sistemas paganos. Una de las diferencias más importantes: Un noble podía perder su estatus social si incurría en una acción infame. También era digno de notarse que un plebeyo pudiera ascender a la nobleza, si él realizaba un acto público importante.

Por lo tanto, la clase noble no era una situación cerrada en la que era imposible que alguien pudiera entrar o salir. Tenía una cierta flexibilidad que permitía una renovación lenta. Poco a poco, los que eran deficientes o depravados serían eliminados y gente con sangre nueva podía entrar a causa de sus virtudes y capacidades. Era una clase que tenía una gran estabilidad, pero era una clase abierta.

La tercera clase estaba constituida por la burguesía y los plebeyos con una multitud de diferenciaciones; tanto entre estos dos estratos y dentro de cada nivel de la jerarquía del pueblo.

La pregunta que queremos examinar en esta serie es la siguiente: ¿En qué medida todo este pueblo —el clero, la nobleza, los terratenientes, los académicos, los trabajadores industriales, los comerciantes, los campesinos y obreros— podía y de hecho participaba de manera efectiva en la dirección del Estado?

La participación en el poder público basada en el número

Las organizaciones políticas modernas han generalmente resuelto el problema de la participación en el poder público basada en los números. El Estado asume una posición indiferente respecto a las clases sociales, afirmando que toda persona es igual y tiene el mismo derecho a un voto. Cuando llega el momento de votar, el resultado se obtiene numéricamente. La elección se hace por la mayoría de votos.

En la sociedad democrática moderna e igualitaria,
 todo se resuelve en base al número
En apariencia es una muy buena solución, ya que la dirección del Estado debería estar en las manos de aquellos que están más interesados​​, y la mayoría debería estar más interesada que cualquier grupo pequeño en la dirección de los asuntos públicos.

Sin embargo, cuando consideramos la cuestión de la competencia y especialización, aparecen deficiencias. De hecho, a menudo la mayoría de los hombres no son los más inteligentes, con más criterios para juzgar y con mejores condiciones para orientar. Estas personas normalmente constituyen una minoría en la sociedad. Por lo tanto, el error de este sistema es que establece que todo puede resolverse simplemente por el peso de los números, que excluye a las élites y las destina a estar siempre derrotadas por la mayoría.

Este simple mecanismo de la mayoría de voto termina por poner las cosas al revés: es decir, los líderes auténticos que realmente tienen condiciones para orientar a la mayoría quedan excluidos. En cambio, surgen aquellos que son capaces de manipular este sistema detrás de las escenas como una elite artificial que controla la mayoría de votos.

Por esta razón, el Papa Pío XII dirigió la atención de los estadistas y hombres de cultura al siguiente problema: saber cómo debería distribuirse la participación en la dirección de un Estado dentro de un país de modo que pueda ser sabiamente orientado y gobernado.

Para realizar esta tarea, estudiaremos cómo esto sucedió en la Edad Media con el fin de ver si se puede encontrar una sugerencia para una solución en nuestros tiempos.

Fuente: TIA


Continuará. La siguiente publicación de esta serie se titula: Deberes y privilegios del Clero

domingo, 23 de junio de 2013

La Profecía de San Malaquías de los Papas y Antipapas (en español)

Santo Tomás Moro

Canciller y mártir

Plinio Corrêa de Oliveira
O Jornal, Rio de Janeiro, 22 de junio de 1935

En el día 6 de junio de 1535, bajo los golpes de la justicia inglesa, moría Tomás Moro, ex miembro del Parlamento Inglés, ex subcomisario de Londres, ex consejero del rey, ex canciller de Inglaterra, elevado a la categoría de hidalgo, y hecho caballero; uno de los más famosos escritores de su época, autor de una obra inmortal —la “Utopía”—y amigo cercano de Erasmo, el gran humanista del siglo XVI.

Condenado a muerte, la sentencia del tribunal determinaba que le abriesen el vientre, y le arrancasen las entrañas. Pero la “clemencia” de Enrique VIII convirtió la pena en decapitación. En el día fijado, se procedió con la ejecución. Por un momento brilló al sol del verano el arma empuñada por las manos trémulas del verdugo. La cabeza del criminal rodó por tierra. Estaba todo consumado. Él expiaba un crimen atroz —que a otros, antes como después de él, les había costado un precio aún mayor— el de ser católico.
 
Santo Tomás Moro (1478 -1535) fue canonizado por el Papa Pío IX
Su vida fue siempre un brillante ascenso, en que la gloria y el poder corrían a su encuentro, al tiempo que los despreciaba, volviendo sus ojos para otra felicidad que la inconstancia de la política y la tiranía del rey no le podían robar.

Aún joven, su alma noble se dejó atraer por el encanto místico de un monasterio benedictino, donde quiso enlistarse como soldado en la milicia sagrada del sacerdocio.

Pero la Providencia lo condujo para otros rumbos y, aunque se vio obligado a reducir el tiempo consagrado al estudio de la teología, su materia predilecta, para dar lugar a la filosofía, intervino la voluntad paterna, que lo forzó a relegar a un segundo plano estos estudios tan apreciados, para imponerle que emplease mejor su tiempo para formarse en Derecho en Oxford.

Dócil, Tomás Moro obedeció. Adquirió, en la famosa Universidad de Oxford, conocimientos jurídicos eminentes. Por esta razón, vio abrirse delante de si las puertas de la política y del Parlamento y por ellas ingresó.

En el rápido ascenso que lo condujo a los más altos cargos del gobierno, cualquier observador superficial podría imaginar que el jurista y el político habían matado definitivamente en Tomás Moro al filósofo y al teólogo, y que nada más, en el reinado de Enrique VIII, habría de perdurar del estudiante idealista de otros tiempos.

Pero fue lo contrario lo que ocurrió. Señor de extensa inteligencia, pudo formar, al par de una ciencia jurídica notable, una profunda cultura filosófica. Y sus producciones, de las cuales la más famosa fue la “Utopía”, lo colocaron en el primer plano de los escritores europeos de su tiempo, valiéndole la admiración de reyes y príncipes, y la fraternal amistad del inmortal Erasmo.

Hay, entre el político que asciende a los más altos grados de la admiración equipado de profundos conocimientos filosóficos, jurídicos y sociales, y el político que sube a las eminencias del poder como único bagaje, una pequeña cultura y una gran ambición, la misma diferencia que existe entre el médico y el curandero. El primero se orientará por la ciencia no menos de que la práctica. El segundo, procederá con un empirismo ciego, aplicando a los problemas de hoy el mismo repertorio de fórmulas que él vio “dar en resultado” en el ayer.

Tomás Moro perteneció a la primera categoría, el político no mató en él al filósofo ni al teólogo; sino que el filósofo y el teólogo gobernaron al político, iluminándole el camino, dictándole los horizontes y dirigiéndolo a la acción.

Es justamente en esta ocasión que Enrique VIII lo atrapa en lo más brillante de su carrera para imponerle el trágico dilema: o crees o mueres; o él adhiere a la herejía protestante, o incurre en la ira del rey, presagio terrible de futuras desgracias.

Es el momento crucial de su existencia. De un lado, la vida le sonríe, del otro la conciencia le indica el camino del deber. Él no duda. Entrega su determinación y se recoge a la vida privada.

Fue ahí que las iras del rey fueron a fulminarlo. Conducido a la prisión, fue sometido a diversos interrogatorios, en que el soldado de los derechos del Papado mostró una energía, una grandeza de alma, un desprendimiento digno de los mártires de las primeras eras cristianas.

Al duque de Norfolk, que le decía que “la indignación del príncipe significaba la muerte” le replicó noblemente: “¿Es sólo eso, milord? Realmente entre vuestra gracia y yo no hay sino una diferencia: es que yo moriré hoy y vuestra gracia mañana”.

Encarcelado en la Torre de Londres por un año, enfermo, privado del supremo consuelo de los sacramentos, todo conspiraba contra su constancia, inclusiva —suprema tentación— los ruegos afectuosos de su esposa y de su hija, incapaces de acompañarlo en la dolorosa grandeza del martirio. Finalmente, su familia se vio reducida a tal miseria, que tuvo que vender los trajes de corte, para pagar el alimento indispensable para que Moro no muriese de hambre en la prisión.

En los interminables interrogatorios, le salió al encuentro la perfidia de Tomás Cromwell, que procuraba, por medio de hábiles preguntas, convencerlo del crimen de alta traición. Moro, sin embargo, no se dejó enredar y, con la tranquila firmeza de un alma pura, pronunció esta frase que resume toda su defensa: “Soy fiel al rey, no hago mal a nadie, ni difamo a ninguno; si esto no es suficiente para salvar la vida de un hombre, no quiero vivir por más tiempo”.

Finalmente, le quitaron los libros de piedad. Cerró, entonces, las ventanas de su cárcel y se mantuvo en la oscuridad, para meditar sobre la muerte, hasta que llegó el día en que debería beber la última gota del cáliz.

Caminó para el martirio con la naturalidad de quien cumple un deber. Y ni ahí lo abandonó aquella cordura de espíritu que tan armoniosamente se aliaba a su invencible energía. Lo mostró en dos lances extremos de indefectible humor inglés. Como estaba poco firma la escalera del cadalso, pidió al verdugo que lo ayudase a subir. “Cuando caiga, agregó jocosamente, yo me las arreglaré solo”. Después de haber abrazado al verdugo se arrodilló y le pidió tiempo para componer su barba. En tono de broma, le dijo después al verdugo: “No la cortes, ella no tiene culpa”. Oró, y entregó su gran alma a Dios.

*          *          *

En una época en que el desprestigio se va proyectando como una sombra siniestra sobre tres categorías de hombres que sirven de sostén a la sociedad —los políticos, los científicos y los militares— la Iglesia acaba de elevar a la honra de los altares a tres modelos admirables de honor y virtud, exactamente en estas tres clases. Canonizó a Juana de Arco, canonizó a San Alberto Magno y acaba de canonizar ahora a Santo Tomás Moro.

En su gesto, hay simplemente un acto de justicia para con los santos. Pero la Providencia permitió que sus procesos de canonización sólo ahora llegaran a término, para que sirviesen como una protesta a todo pulmón contra la desmoralización que hiere de lleno el prestigio de la ciencia, de la autoridad y de la espada, sin las cuales la sociedad no puede vivir.

Y fue más lejos en su reacción. No predicó apenas con ejemplos sacados del pasado. Inspirados en la doctrina de la Iglesia, se formaron en nuestra época tres grandes figuras modelares para dignificar la ciencia, restaurar el prestigio de la autoridad y reconstruir la dignidad de la espada: Contardo Ferrini, uno de los mayores cultores del derecho romano en su siglo; Foch el vencedor de la gran guerra; y finalmente Dolfuss, el canciller mártir.

Ejemplos como estos, más del que mil argumentos, pueden arrastrar a las personas a la defensa de la Iglesia y de la civilización amenazadas por los que vienen de Moscú [los comunistas], o por los neopaganos que se acuartelan en la Teutonia…
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...