miércoles, 26 de agosto de 2009

La personalidad del Carlomagno

Comentario de Plinio Corrêa de Oliveira

Extracto histórico de la Historia Universal de Juan Bautista Weis:
Einhard nos da descripción de Carlomagno: “El era grande, fuerte y de elevada estatura, aunque no desproporcionadamente alto (siete pies de altura). Su cabeza era redonda y bien formada, sus ojos muy grandes y vivaces, su nariz un poco larga, su cabello blanco y su rostro jovial. Su apariencia era siempre majestuosa y muy digna, sea que estuviese de pie o sentado… Su modo de andar era firme, todo su porte varonil y su voz clara.”[1]
Esta figura heroica estaba poseída de un espíritu jovial. El Monje de San Gall relata que todo aquel fuese triste y perturbado ante la presencia de Carlomagno se iba sereno sólo por el efecto de su presencia y algunas pocas palabras. La frescura y honestidad de su naturaleza fortalecía a todo aquel que se asociase a él. Su majestad no tenía ninguna arrogancia rígida ni ninguna desconfiada reserva; antes bien, la tranquila grandeza de su personalidad dominaba todo su alrededor, y, no obstante, era modesto y reservado.
[1] Einhard, Life of Charlemagne, (New York: Harper and Brothers, 1880), pp. 56-7.
La terrible impresión que causaba en los corazones de sus enemigos como guerrero al frente de su ejército la describe el Monje de San Gall:
“Entonces, uno podía ver el Carlomagno de hierro con su cabeza cubierta casco de hierro, sus brazos cubiertos de armaduras de hierro; en su mano izquierda llevaba una lanza de hierro y en su derecha su siempre victoriosa espada de acero. Sus músculos estaban cubiertos de armaduras de hierro, y su escudo hecho de hierro puro.”
“Cuando aparecía, los habitantes de Pavía gritaban de miedo: ¡Oh, el Hombre de Hierro! ¡Oh, el Hombre de Hierro!”

Este Hombre de Hierro tenía un corazón profundamente sensible. Carlomagno lloraba como un niño ante la muerte de un amigo. El vencedor de 100 batallas mostraba un cuidado paternal por los pobres. El hombre cuyos pasos hacían temblar a toda Europa y por cuyas grandes campañas un millón de hombres fueron conquistados por el más tierno de los padres, que nunca pudo cenar sin la presencia de alguno de sus hijos.
Fue su religión la que le dio el noble impulso de su fuerte y fecundo espíritu y le confirió la gloria de su poder. Y bajo su protección puso a los pueblos que su espada había vencido.[1]
[1] Historia Universal, Edición Española, vol. IV, pg. 790.
La magnífica estatua de Carlomagno, Roland y Olivier frente a la Catedral de Notre Dame en París
Comentario del Prof. Plinio:
Este magnífico retrato de Carlomagno me inspira dos comentarios diferentes.
El primero se refiere a Carlomagno mientras vivía; el segundo, su papel después de su muerte.
Considerando a Carlomagno durante su vida, uno se da cuenta que él fue una obra maestra de la Divina Providencia en el que Dios se complació en manifestar su gloria por la belleza y armonía. Con esto, Dios se complació en brillar con-naturalmente en él.
A menudo Dios quiere celebrar la supremacía de las almas grandes y poderosas sobre los cuerpos pequeños por el contraste: el alma parece ser casi independiente del cuerpo.
En otras ocasiones es lo contrario. Dios hace a hombres con cuerpos colosales y con inteligencias más pequeñas que se hacen conocidos por sus virtudes, demostrando que la grandeza del cuerpo no es nada sin la grandeza moral. Se dice, por ejemplo, que San Cristóbal era de enorme estatura y muy fuerte, pero muy simple de mente, muy ingenuo, incluso un poco retrasado. No obstante, de este hombre con una fuerza física súper abundante y una capacidad intelectual insuficiente, Dios hizo una obra de arte cuya rectitud de espíritu y gran fuerza corporal sirvió con encanto al Niño Jesús.
En Carlomagno, Dios puso la perfección en todo. En él, no vemos la belleza del contraste, sino la belleza de la armonía, de la coherencia en todas las cosas: una gran inteligencia animando un cuerpo grande; un gran cuerpo que refleja la inmensa grandeza de un alma que pudo llevar a cabo una obra colosal, alcanzar una alta virtud y dejar una gran memoria. La grandeza en todo fue la característica de Carlomagno.
Permítanme considerar aquí solo un aspecto: Carlomagno como guerrero. En la guerra de ese tiempo, donde la pólvora y el equipamiento técnico moderno no estaban presentes, la fuerza física de un guerrero era muy importante. Entonces, bien armado – y cubierto de hierro – aparecía en la batalla contra sus enemigos como un tanque de nuestro tiempo. El era una especie de tanque humano, atravesando y devastando a sus enemigos con su estupenda espada que nunca se quebró ni nunca falló. Cuando avanzaba, cortaba y destruía a los enemigos, dejando detrás de sí una estela a través de la cual sus hombres podían seguirlo.
De la descripción que fue leída (arriba), podemos imaginar a Carlomagno en batalla. Un hombre alto, de edad avanzada, pero todavía vigoroso, cabello blanco, ojos de acero, músculos fuertes, todo cubierto de hierro, montado en un caballo que también está con muchas ganas de atacar al enemigo. El es el padre de su pueblo, que toma sobre sí grandes riesgos para favorecer a todo el pueblo y que avanza dirigiendo a su pueblo rumbo a la victoria. Este era el hombre a quien los habitantes de Pavía veían avanzando contra ellos y que los hacía gritar de miedo: “¡Oh, el Hombre de Hierro! ¡Oh, el Hombre de Hierro!”
Sí, él era un Hombre de Hierro, pero más importante que eso él era un hombre que inspiraba un nervio de hierro en los guerreros que luchaban por él y con él. Cuando él estaba presente, todos los presentes se convertían en guerreros de hierro, y el ejército de un Emperador de Hierro fue un ejército de hierro. El fue más que un simple combatiente, él era la fuente de la combatividad en todo el ejército. El fue el hombre que luchó contra los agresores injustos del Reino de los Francos y de la Santa Iglesia Católica, de la que era el defensor.
Copa y plato de oro carolingio con incrustaciones de perlas y piedras preciosas
Terminada la batalla, el Emperador regresa al campamento cubierto de gloria, pero también cubierto de polvo, sudor y sangre. El va a su tienda y se quita el casco, algunos asistentes van junto a él y lo ayudan a quitarse su armadura. Se lava y va a comer. Podemos imaginarnos la mesa Carolingia: un tronco de madera cubierto de telas preciosas, sobre ella hay una copa de oro de forma primitiva con incrustaciones de piedras preciosas toscamente cortadas que la hacen brillar. Carlomagno pide vino y bebe uno o dos copas llenas, porque un hombre de naturaleza tan poderosa, bebe naturalmente con todo el corazón. El come, bebe, hace una revisión sin pretensiones de la batalla, agradece a la Virgen por la victoria y se retira a dormir.
El descansa en su enorme cama. Su descanso es comunicativo. Cuando Carlomagno duerme en su tienda, qué tranquilidad fluye hacia todos los que lo rodean, y de ahí se propaga en círculos concéntricos para llegar a todos los guerreros que también están descansado. Incluso en su sueño, él es el ángel de la guarda de todo el ejército que duerme. Cuán apacible es para un ejército saber que es comandado por un Emperador que es un gigante llamada el Hombre de Hierro.
El despierta y su día comienza en el campamento. Recibe a las personas que quieren hablar con él. El es amable, tranquilo, accesible, trasmitiendo su alegría y bondad para todos. El es la fuente de contentamiento de todo el campamento. El es al mismo tiempo la torre fortificada que protege a todo el mundo y la fuente de agua dulce de la que todos pueden beber. Todos quieren tomar un poco de su presencia. Así, Carlomagno es la alegría de todo el campamento el deleite del Reino de los Francos.
Carlomagno rezando en su tienda en muchas de sus campañas
Imaginemos que tres o cuatro Obispos católicos, sabiendo que Carlomagno está en la zona, se presentan ante él, para hablar con el Emperador, de pedirle algunos favores. Porque ellos conocen la fama de Carlomagno como defensor de la Iglesia, ellos no sienten ningún sentimiento de competir con él en su papel de jefe de la esfera temporal. Ellos sienten, estima, respeto y afecto. Ellos saben que son príncipes de la Iglesia de Dios, y por esta razón, Carlomagno es sólo un simple fiel delante de ellos. Pero también sabe que Dios había escogido a ese hombre como Profeta para guiar y proteger los intereses de la Iglesia y la Cristiandad y darle a Él la victoria.
Ellos se le acervan con toda seguridad sabiendo que el Emperador no cuestionará sus prerrogativas, sino que los tratará con el debido honor y respeto. Ellos también saben que pueden pedir lo que quieran – desde una cruzada hasta la construcción de un hospital – y que el Emperador les dará lo que pueda.
Podemos imaginarnos como esos hombres se presentaban, graves, dignos, serenos. Cuando llegan, el centinela hace una profunda reverencia, todos dejan de hablar y se vuelven a mirarlos. Alguien anuncia: “Los Obispos de la Santa Iglesia de Dios han llegado, ellos desean hablar con el Emperador.” Otra persona va a anunciar su llegada a Carlomagno.
La corona del Sacro Imperio Romano
El levanta su inmensa figura y recibe a los Obispos de pie. Se intercambian saludos. Carlomagno los invita a sentarse: “Mis Señores y Padres, ¿qué es lo que desean? – “Nos gustaría esto y aquello.” Carlomagno atiende sus pedidos, y les da un poco más de lo que le piden. Satisfechos, ellos se retiran. El ejército levanta el campamento y se traslada a otra batalla o regresa a Aix-la-Chapelle, por un período de descanso y tranquilidad.
Este es el gran Carlomagno: una especie de luz que intensifica el color de todo lo que lo rodea. Ante él, los Obispos se sienten más Obispos, sus hijos se sienten más hijos, las almas alegres son más alegres, los guerreros son más guerreros. Hay en él una fuerza propulsora que no es apenas un poder físico, sino también es una fuerza mental de una gran alma y, más que eso, una irradiación de gracias que emanan de él. Esto lo convierte en la fuente de vida y alegría de todo el Imperio.
Permítanme decir unas pocas palabras del rol de Carlomagno después de su muerte. Después de su muerte, muchos Obispos comprenderán mejor su propia misión, porque ellos serán formados por Obispos que conocieron a Carlomagno. Muchos guerreros serán más perfectos guerreros porque ellos conversarán y serán formados por caballeros que habían visto a Carlomagno luchando en una batalla. En muchas cortes, el esplendor será mayor porque hablaran sobre la magnificencia Carolongia y de la obra del gran Emperador. Muchos Emperadores serán más majestuosos y muchos Reyes comprenderán mejor su señorío porque la cálida irradiación de la presencia de Carlomagno podrá todavía sentirse allí.

domingo, 23 de agosto de 2009

Elogios indiscretos del Vaticano

Mons. Joao Clá "El Ecléctico"
publicado originalmente en La Reacción Católica


Es viernes 15 de agosto. La novel Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, en Sao Paulo, Brasil, está repleta. Misa solemne para la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción. Pero .... no es solamente a la Santísima Virgen a quien veneran los presentes. Joao Scognamiglio Clá Dias, discípulo durante décadas del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira y fundador, a su muerte, de los denominados “Heraldos del Evangelio”, ha consentido en que la fiesta litúrgica sirva dignamente a la celebración de su cumpleaños número setenta. El Vaticano también ha querido estar presente. De acuerdo a lo noticiado por la agencia Zenit (17 de agosto del 2009), el Cardenal Fran Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, no solo presidió (como se dice ahora) la misa (según el nuevo ordo), sino que además entregó a Joao Clá la Cruz "Pro Ecclesia et Pontífice" concedida por Benedicto XVI.

Como se sabe, la condecoración "Pro Ecclesia et Pontifice" fue instituida por el Papa León XIII en 1888 para distinguir a sacerdotes o laicos por sus grandes servicios al Papado y a la Iglesia. Nos imaginamos que los títulos concretos que hacen merecedor de tal condecoración son muy altos. Y que, por eso mismo, al conceder esta condecoración a Joao Clá el Vaticano ha querido simbolizar con singular solemnidad sus agradecimientos por importantes servicios prestados.

No alcanzamos a discernir cuanto sabe Benedicto XVI de todo esto. Porque el discurso del Cardenal Fran Rodé fue más allá del galardón y elogió a Joao Clá en términos tales que equivalen a una “canonización” en vida del festejado. La Cruz "Pro Ecclesia et Pontífice", que de suyo es ya una singularísima honra, palideció ante las más espectaculares palabras del Cardenal Rodé. De hecho, el Purpurado agradeció a Joao Clá en más de diez ocasiones sus servicios a la Iglesia. Lo extraño es que tales agradecimientos no aluden a hechos concretos, sino que tejen un catálogo de virtudes abstractas, una auténtica apoteosis del galardonado, en las que uno no sabe si está en presencia de una especie de santificación ad extra decidida (sin competencia canónica) por el Prefecto de la congregación vaticana, o frente a una indiscreta expresión de sentimientos oficiales por servicios prestados que no se indican. Y que al llegar a su climax se formulan en frases parabólicas que recuerdan el estilo semítico de la literatura profética sagrada, en donde el hagiógrafo es ahora el Cardenal Rodé y el profeta resulta ser Joao Scognamiglio Clá.

Proezas muy heroicas ha de haber realizado el Sr. Clá para que el Cardenal Rodé se dirija a él con las siguientes locuciones: “instrumento dócil y clarividente del Espíritu Santo”, “héroe de la nueva caballería”, “perteneciente a la estirpe de los héroes y de los santos”; “oyente atento de lo que el Espíritu dice a la Iglesia”; varón de “santa audacia, ... de amor apasionado a la Iglesia, .. de espléndido ejemplo de vida”; “perseverante en seguir la inspiración divina”; “devoto caballero apostólico de la Reina de los Apóstoles”; “toda la Iglesia le está agradecida”.

A juzgar por la apología del Cardenal Rodé se diría que Joao Clá es esa lámpara que ha estado oculta bajo el celemín, de la que habla el Evangelio, y que ahora, en su cumpleaños número setenta, sectores del Vaticano han querido honrar. Con algo de ironía por parte de los hechos, pues un cumpleaños no es un aniversario religioso sino que puramente humano y laico..... Pero más allá de los detalles (nos podríamos detener en muchos pero a costa de la paciencia de todos), ¿cuáles son los servicios que le han merecido en vida a Joao Clá tan exuberante reconocimiento de parte del Cardenal Rodé?


1) Ciertamente no ha sido su pasado. El Prefecto de la congregación vaticana no está reconociendo en Joao Clá sus vínculos de discípulo del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira y de socio de Tradición, Familia y Propiedad, aun cuando durante décadas formara en el interior de esta última institución las bases de la que saldrían en el futuro los “Heraldos”.

Es notable al respecto que después de la muerte del Dr. Plinio el año 1995, Joao Clá borrara de su biografía oficial (http://www.joaocladias.org.br/) aún el nombre de su antiguo maestro y amigo, así como su identificación con Tradición, Familia y Propiedad. Ahora el largo período de existencia en que Joao Cla estuvo unido al Dr. Plinio ha sido rebosado con eufemismos que evitan nombrar oficialmente a su Maestro. No sé de quién ha sido la iniciativa de este ejemplar gesto de “santa audacia” de Joao Clá, si del Vaticano o del galardonado. Pero a ambos les conviene callar el nombre del Dr. Plinio, y las alabanzas mutuas que cubren un pesado silencio están ahí como elocuente testimonio de lo que es la “nueva caballería” entendida a la luz del Concilio.

2) Tampoco es probable que el galardón y reconocimiento sean otorgados a Joao Clao por su presente, por su trayectoria en la vida sacerdotal. Sería ridículo hasta pensarlo. Joao Clá fue ordenado sacerdote recién el 15 de junio de 2005. Su experiencia sacerdotal se reduce a cuatro años.

Se me dirá que Mons. Joao Clá es una síntesis de su presente (sacerdote conciliar) y de su pasado (discípulo del Dr. Plinio). Prueba de ello es que en su discurso de agradecimiento por la condecoración recibida nombró al fin al Dr. Plinio. Sí. Mal que mal después de años de silencio sería impresentable que no lo hiciera. Pero lo hizo, observo, no sin cierto desdén para un tal “líder” llamado “Plinio Correa”..... Lo hizo deformando objetivamente su recuerdo. La postura del Doctor Plinio frente a los Papas posconciliares fue de resistencia respetuosa pero pública desde el año 1974, en la misma medida en que los Pontífices toleraban, garantizaban o activaban la autodemolición de la Iglesia. La postura de Mons. Joao Cla, en cambio, es de adhesión “incondicional” (figura que, por cierto, no existe en la doctrina católica) a estos Pontífices, como si la lucha en defensa de la Iglesia no fuese su lucha.

3) La homilía del Cardenal Rodé hace alusión al movimiento religioso que ha formado Mons. Joao Clá: los “Heraldos del Evangelio”, institución que, según ha predicado el alto dignatario eclesiástico, representa algo así como la nueva caballería de la Iglesia, análoga a aquella imaginada por San Bernardo de Claraval, pero para el siglo XXI. Sin embargo, la profesión plena de la ortodoxia (no hay otro tipo de profesión) no es la que aparentemente se desea para dicha caballería, al menos si se tiene en cuenta que a la par de San Bernardo, el Cardenal Rodé cita como modelos a Simone Weill, Hans Urs von Balthasar, Dostoiewski y al santo Cura de Ars. Una galería espléndida de literatos junto a místicos. ¿Qué más se podría pedir en el aniversario de Mons. Joao Clá, que gusta tanto de la estética y ha hecho de su grupo, desde cierto punto de vista, un compacto equipo de combatientes por la estética (yo mismo gusto de escuchar sus interpretaciones del canto gregoriano. De Haendel, debo confesarlo, me cuesta más)?

Pero tras la estética, siempre están la teología, la metafísica y la ética. Y así es como detrás de los literatos invocados por el Cardenal Rodé como puntales de los elogios a Mons. Joao Clá nos aparece una representante neta de la heterodoxia (Simone Weill) y otro del pseudo catolicismo místico (Balthasar). Ambos entonando un mismo coro con una sola voz junto a San Bernardo y al santo cura de Ars. ¿Qué mejor regalo entonces que el eclecticismo teológico y metafísico del dignatario vaticano para Mons. Joao Clá? ¿No es el ex discípulo del Dr. Plinio un modelo del ensamble ecléctico? ¿No es acaso un no-Plinio, un breve anti-Plinio, o si se quiere un nuevo De Gasperi esta vez clérigo?

4) Mirado a fondo todo este asunto es probable que lo que el Vaticano realmente esté premiando en la obra de Joao Clá –“la condecoración con la que el Santo Padre ha querido premiar vuestros méritos”- no sea la obra misma, los Heraldos, sino el talento para operar dentro de ella, para dirigirla y para encausarla. En otros términos, el Vaticano está sumamente agradecido de Joao Clá por su talento ecléctico que le ha permitido transformar gran parte del legado contra-revolucionario del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira en un irreconocible esteticismo romántico con apariencias tradicionales al servicio de la jerarquía eclesiástica comprometida con el Concilio Vaticano II.

5) Desde una perspectiva política, es claro que Mons. Joao Clá representa, para los sectores del Vaticano más apegados a las reformas conciliares, una hábil y preciosa estrategia. De ahí el premio y el encomio a su figura, más allá de las intenciones personales que no nos compete ni conocer ni juzgar.

Monseñor Joao Clá ha logrado apagar en todos sus seguidores la llama Contra-Revolucionaria que en torno a la personalidad profética del Dr. Plinio se había alimentado, especialmente frente al progresismo dentro de la Iglesia. Y a las nuevas generaciones deseosas de tradición las está conduciendo mediante una estética pre-conciliar a los brazos demoledores de la cosmovisión pos-conciliar progresista. Los antiguos guerreros con vocación de león se han transformado en corderos. Los estandartes de la tradición han sido abatidos.

5) Dígase de paso que en estos tiempos posconciliares, no se exigen muchos requisitos para convertirse en modelo de santidad. Los promotores del actual proceso de beatificación de Alcide de Gasperi, icono de la defección católica en la política italiana y europea, parece que esperan pronto verlo en los altares. A pesar de la oposición de intelectuales católicos tan sensatos como Carlo Francesco D´Agostino. ¿Será que a este paso –de no mediar una acción purificadora de Dios- veremos pronto a Alcide de Gasperi como santo universal de los demócratacristianos y en el futuro a Mons. Joao Clá como santo de los eclécticos?
Oremos a la Santísima Virgen, Reina de la Historia, que haga oir su voz
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