sábado, 10 de mayo de 2014

La guerra santa en Carlomagno y sus pares


Carlomagno por Durero
Imaginemos a Carlomagno en el momento de lanzarse contra los sarracenos que invadieron el sur de España.

Entonces, él está con la tienda armada, una tienda bonita, guerrera, militar, con pendones, etc., etc.

Una tienda medieval con guerreros andando de un lado para otro con una compenetración que es la de hombres que están andando para la guerra santa.

Entran cinco, ocho, diez hombres. Son los pares de Carlomagno que se aproximan. Carlomagno está majestuoso, en un reposo fecundo, de esos reposos de los hombres que están listos para la batalla.

Podemos imaginarlo como lo pintó Durero: con una inmensa barba, un hombre de cincuenta para sesenta años, con ojos grandes, trazos regulares, todo hecho de armonías, pero de una fuerza hercúlea.

Todos se aproximan, cuando los pares van pasando por el campamento, todo el mundo tiene un escalofrío: “¡Mira a Roland, mira a Olivier, mira a ese¡” todo el mundo se extasía.

Carlomagno en batalla, British Library
A medida que van llegando cerca de la tienda de Carlomagno, en el ejército se produce un silencio, porque se percibe que va a ocurrir un fenómeno de alma enorme: Carlomagno sale al encuentro de sus pares, y va a darles las órdenes de batalla.

Cuando ellos entran, ellos se extasían también delante de la persona de Carlomagno.

 Carlomagno, digno, grave, pero al mismo tiempo afable, les pregunta qué informaciones tienen. Ellos:

— Sir, el enemigo llevó su audacia a tal punto que incendió tal convento etc., y ocupa tal posición fortificada en tal lugar, etc., etc. Perdimos tantos hombres en la lucha contra ellos y no conseguimos expulsarlos.

Fuente de Roland, Bremen, Alemania
 — ¿Y qué cuenta mi valiente Olivier, que hizo tales y tales cosas?

 — Sir, la audacia de los sarracenos llegó a otro punto, pero conseguimos triturarlos etc., y en ese momento, se apareció Santa Ana, madre de la bienaventurada Virgen María, cuando tal guerrero gritó: “¡Santa Ana, socórrenos!” Y, con una falange de ángeles, ella hizo que esos hombres huyeran.

Después tal cosa y tal. Todos rezan y Carlomagno después da el plan para la batalla.

 — “Vosotros, que vencisteis en España, que doblegasteis a los infieles en Cataluña, y tanto más, iréis para tal lugar etc., etc…”  repitiendo un poco las hazañas de gloria de cada uno, para entusiasmarlos.

Rezan en común, salen todos, reina el silencio en el campamento de Carlomagno. La escena terminó. La batalla va a comenzar.

¡Es muy superior!

(Autor: Plinio Corrêa de Oliveira, extractos de una conferencia pronunciada el 15/10/75. Sin revisión del autor)


viernes, 9 de mayo de 2014

Lo más admirable en Carlomagno: su altísima sacralidad

Busto relicario de Carlomagno
Fondo: cúpula de la catedral de Aachen
Lo más admirable de la magnífica obra de Carlomagno fue la creación de un estado de espíritu de altísima sacralidad.

Ese espíritu provenía de una comunicación de la gracia que bendecía todo cuanto él hacía.

Por eso, su inmensa obra tuvo una clave trascendente que está fuera de comparación con otras cosas que él u otros hicieron.

Esta clave sobrenatural le daba una visión de las cosas temporales con una altura que ni siquiera el genio puede dar.

Desde la altura en que él concebía el poder y la unción de Dios, él veía todos los problemas del mundo, incluso los naturales.

Esa participación de Dios formó propiamente el carácter imperial del gobierno de él.

Es una extensión de horizontes fenomenal sobre el universo, sobre la vida humana, sobre la tierra, las posibilidades del hombre, etc., etc., en cuanto son reflejos de un Dios trascendente.

Él fue un hombre que llevó una vida terrible de sacrificada, pero tenía la alegría estable de la finalidad obtenida.

Él dejó la matriz del feudalismo, suscitando una gran admiración por un tipo de alma hacia la que todos los hombres a partir de entonces y hasta la Revolución, no dejaron de tender. Esa admiración fue tan grande que hasta hoy excepto los historiadores prejuiciosos nadie habla mal de él.

La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, fue la fuente del espíritu que el gran Carlos difundió.

El mundo sólo no quedó mucho más carolingio porque no fue tan católico cuanto debía ser. Porque la Iglesia es carolingiogénica por definición.

Sólo se comprende toda la dimensión de la belleza de las virtudes personales que tuvo o no tuvo Carlomagno, imaginándolas en Carlomagno.

Carlomagno tuvo un problema de matrimonios. ¿Eso para un católico es un problema perturbador?

Quien imagina a Carlomagno, ve la castidad con una belleza que no es fácil imaginar de otra manera. No me interesa, para efecto de lo que estoy hablando, este efecto circunscrito, limitado de la realidad histórica.

El Carlomagno honesto, cultural, haciendo aquel renacimiento de la cultura, fue completamente diferente de un príncipe Medici del tiempo del Renacimiento. Es decir, él es un telón de fondo sobre el cual todo cuanto es bonito queda lindo.

Ahora, ¿cuál es el unum del telón de fondo de Carlomagno? Es el propio espíritu de la Iglesia, es la Iglesia.

San Gregorio VII fue para el papado lo que Carlomagno fue la para el orden temporal.

Uds. probablemente no oyeron hablar un elogio tan insistente de Carlomagno, pero Uds. todos no toman como novedad lo que estoy diciendo, porque una gracia flota en torno del nombre de él y todos lo intuyen.

Ahora, ¿qué es eso en Carlomagno? Es una quintaesencia del espíritu de la Iglesia dado al laicado. Carlomagno es el ejemplo por excelencia del lego católico.

No adelanta decir que Carlomagno no está canonizado. Yo no discuto nada de eso.

Yo sólo digo que es notorio que existe en torno de él esta gracia y que su figura reluciente es una de las pocas cosas que la Revolución no consiguió destruir. Ella consiguió silenciarla, pero no consiguió destruir.

Este fondo revela un predicado en el alma de él donde todo esto se irradia y el propio foco de este unum es la Iglesia.

Si no fuera por la Iglesia, Carlomagno no sería nada de esto. Es el fuego de la Iglesia que se irradia a partir del clero. Ese punto es necesario no olvidarlo.

Plinio Corrêa de Oliveira
(Extractos de una conferencia dada el 22/02/86, sin revisión del autor)


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