martes, 24 de junio de 2008

La Vendée: El genocidio en nombre de la Libertad

Un Chouan: campesino Vendeano
Alegoria de la Revolución Francesa
Dado el creciente y militante crecimiento del anti-catolicismo en Occidente, aquí hay dos libros altamente recomendados. Los autores nos advierten de las tremendas mentiras sin freno que se producen por esto. En 1790, en la Francia occidental, se produjo una situación de persecución a la Iglesia bajo el amparo de la ley. Cuando los campesinos católicos de la Vendée se atrevieron a resistir a esa persecución, los legisladores ateos ordenaron el total exterminio de la población de esa región – hombres, mujeres y niños. Ellos enviaron un ejército de “columnas infernales” para “exterminar a la población de la Vendée”. Secher dice que al menos el número de bajas bordeó los 118.000, mientras que Davies piensa que el número es cercano a los 250.000. El genocidio de los Vendeanos no es muy conocido fuera de Francia, y es por eso que merece ser conocida la verdad. Esto nos enseña una valiosa lección, esto es, que el odio visceral contra el Catolicismo, si no es detenido, puede generar en un genocidio.


Marqués Henry de la Rochejaquelein
Bastante curioso, aquellos que llevaron a cabo el genocidio en la Vendée mostraron tener la misma mentalidad perversa que más tarde encontramos en los Nazis. Ellos arrojaban a mujeres y niños en hornos, usaron piel humana para hacer ropa, y quemaban a las mujeres para extraer grasa. Los horribles detalles de estas atrocidades están demostrados en hechos. De hecho, dichas atrocidades fueron a menudo registradas por los agentes del gobierno.

El sufrimiento y muerte de los católicos en la Vendée no fue en vano. Ellos lograron una gloriosa victoria, ya que finalmente, a causa del heroísmo que mostraron, la persecución anti-católica de 1790 fracasó. La Iglesia en Francia fue supuestamente erradicada. Sin embargo, ella tomó nueva vida. Como decía Tertuliano, “la sangre de mártires es la semilla de la Iglesia”. En 1801, cuando Napoleón concedió la libertad de culto a todos los católicos de Francia, aquello fue visto como la victoria de la Vendée.
Chouan Breton

Estos dos libros de Michael Davies y Reynald Secher se complementan mutuamente. “Por el Altar y el Trono” de Davies es una introducción a esta épica historia, una visión general. Es un vistazo, un relato emocionante de la heroica resistencia católica de 1793 y del posterior genocidio. Davies tomando una amplia perspectiva, muestra las evidencias basado en sólidas y bien documentadas historias publicadas en Francés e Inglés. “El Genocidio Francés” de Secher es una detallada, y cercana descripción de los eventos, basado en los testimonios “ricamente e insospechados” de falsedad de los archivos nacionales, departamentales y comunales de Francia. Secher los obtiene de los testimonios de los campesinos católicos y de los informes de los oficiales encargados del genocidio; él muestra con mapas y gráficos de cómo muchos murieron y cuántas propiedades fueron destruidas en cada localidad.

El impacto de estas dos obras es abrumador. Los historiadores han dejado al margen o minimizado este genocidio, a veces (como sucede con Michelet) hasta han culpado a las víctimas. ¿Por qué? Porque esto no encaja con el mito ateo – de que los católicos son los perseguidores, mientras que los ateos y liberales son los tolerantes. La historia del genocidio Vandeano es incluso muy necesaria para corregir el interminable vitoreo ofrecido desde 1989 por causa del bicentenario de la Revolución Francesa. Hubo una horrible cara oculta de la Revolución, un corazón tenebroso.
Davies muestra cómo, paso a paso, la persecución a los sacerdotes católicos llegó hasta el máximo exceso en la Vendée. Esta persecución se suponía que no debía ocurrir porque, bajo el Artículo X de la “Declaración de los Derechos Humanos” (1789), nadie podía ser penalizado por sus creencias religiosas, menos si sus creencias no perturbasen el orden público. Pero el gobernante ateo rápidamente comenzó a perseguir a los sacerdotes y a la Iglesia. Primero confiscaron las propiedades de la Iglesia, incluyendo los colegios y hospitales. Después suprimieron los monasterios y conventos. A continuación ellos eliminaron todas las formas de rentas y redujeron al sacerdocio católico a la dependencia de un salario gubernamental. A fines del 1790 los sacerdotes fueron forzados incluso a tomar juramento de adhesión a la nueva “Constitución Civil del Clero” bajo la amenaza de si no, perder su trabajo y salario. A comienzos de 1791, 134 obispos franceses condenaron esta “Constitución Civil” y el Papa Pío VI la declaró herética. El anti-catolicismo en París ignoró esto y mantuvo la medida: En agosto de 1792 una nueva ley ordenó que los sacerdotes que mantenían su rechazo al juramento fuesen deportados, y en mayo de 1793 otra ley condenaba a muerte a aquellos sacerdotes deportados que todavía estaban en Francia. De esta manera, la ley se convirtió en un arma para destruir el orden sagrado del sacerdocio y a la Iglesia Católica.
La resistencia a esta persecución estalló en agosto de 1972 cuando 600 campesinos Vandeanos blandiendo herramientas agrícolas intentaron detener a la Guardia Nacional que quería desalojar a las monjas de sus conventos. La mayoría de los campesinos murieron caballerosamente. Ahora, aquellos hombres habían aceptado con beneplácito la Revolución de 1789, hasta que se dieron cuenta del visceral y apasionado anti-catolicismo dirigido por las leyes ateas. Michael Davies plantea la cuestión de por qué la resistencia comenzó en la Vendée, debido a que el más ferviente catolicismo residía en aquella parte de Francia – una región de 12.000 kilómetros cuadrados que incluye parte de Anjou, Brittany, y Poitou. Él responde que justamente es ésa la región donde San Luis María Grignion de Montfort misionó y evangelizó y donde estableció su orden religiosa. Es revelador que los Vandeanos llevaban en sus pechos la insignia roja del Sagrado Corazón introducida por San Luis de Montfort. Sus enemigos los llamaban con desprecio de “soldados de Jesús”.

Cuando la Asamblea Nacional reemplazó a los sacerdotes heroicos que se habían rehusado a jurar la “constitución civil del clero”, los campesinos Vendeanos se negaban rotundamente a ir a la iglesia. Los padres de niños recién nacidos tuvieron que marchar a punta de pistola para ir a bautizarlos a las pilas bautismales. Secher relata una conmovedora anécdota que revela la profundidad de la adhesión que los campesinos tenían a los verdaderos pastores. Un domingo, en Saint-Hilaire-de-Mortagne, un sargento encontró a unos feligreses arrodillados en silencio en el cementerio porque su iglesia había sido cerrada. El sargento le preguntó a un viejo campesino qué era lo que estaban haciendo ahí, y el campesino explicó: “Cuando nuestro cura nos dejó, nos prometió que todos los domingos a esta misma hora diría la Misa por nosotros donde sea que se encontrase”. El sargento reaccionó con desprecio: “¡Imbéciles supersticiosos!” creen que escucharán la Misa desde el lugar en que él esté”. El anciano respondió dócilmente: “La oración viaja más de cien leguas, desde ya que asciende desde la tierra al cielo”.

Muchos de los sacerdotes Vendeanos que se habían rehusado jurar retornaron a sus ciudades natales y vivieron en la clandestinidad entre sus parientes y amigos. Ellos decían Misa en graneros, en áticos o en bodegas. Ellos tenían un precio sobre sus cabezas, pero confiaban en la protección de los campesinos. En virtud a una ley aprobada en agosto de 1792, fueron ofrecidas 50 libras como recompensa por la captura de algún sacerdote no juramentado. Los municipios podían incrementar la recompensa a 100 libras.

Lo que finalmente desencadenó una resistencia generalizada entre los campesinos católicos de la Vendée fue que la Asamblea nacional ordenó a comienzos de 1793 que 300.000 hombres fueran reclutados para el ejército nacional. Esto fue el colmo – los obligaron a unirse a las tropas para que fueran a la caza de sus sacerdotes.

San Luis de Montfort el Apóstol de la Vendée
El ejército Vendeano fue llamado en ese tiempo “El Ejército del Sagrado Corazón”. La nobleza de la Vendée había prácticamente desaparecido en 1793, entonces los campesinos fueron convocados en su mayoría por ex oficiales y solados de carrera para llevarlos a para batalla. Estas pintorescas características incluyeron a Charette, un oficial veterano de la Revolución Americana, y al Marqués de Bonchamps, un oficial formado en la India. Tales experimentados soldados sabían que enfrentaban imposibles probabilidades, pero los valerosos campesinos respondieron a la convocatoria. En determinado momento, llegaron a dirigir a cerca de 35.000 campesinos en la batalla, muchos de ellos pobremente equipados. En su auge en 1793, el ejército católico derrotó a los Mayençais, una fuerza de 20.000 veteranos que nunca antes había retrocedido en batalla en Europa.

Una ilustración de Thomas Brennan puesta en el libro de Davies muestra la bravura y garbo de los líderes católicos. Ellos eran unos caballeros. El Marqués de Bonchamps, por ejemplo, pidió como último deseo antes de morir a los 33 años, que fuesen liberados los soldados gubernamentales que habían sido capturados. Cerca de 5.000 prisioneros fueron liberados, mientras que por el lado del gobierno, 29 carros de prisioneros católicos fueron ahogados en el depósito de Vihiers. Era difícil para el ejército católico acatar un código de honra frente a las incesantes atrocidades de sus enemigos. Los prisioneros liberados por Bonchamps devastaron La Chapelle, donde habitaban en aquél entonces ancianos, mujeres y niños.
Charette
Entre las muchas atrocidades cometidas contra los católicos Vendeanos se encuentra la masacre de un hospital cerca de Yzernay, donde 2.000 soldados heridos, ancianos, mujeres y niños fueron masacrados. Una Capilla para honrar a esos mártires fue levantada en el lugar. Hubo también la masacre de 6.000 prisioneros católicos, muchos de ellos mujeres, después de la batalla de Savenay. También están los Mártires de Avrillé, la mitad de ellos mujeres – recientemente beatificados por Juan Pablo II – quienes fueron sacados de la ciudad en lotes de 400, de a 50 fueron puestos en línea frente a una zanja y fueron fusilados. También fueron ahogados 5.000 en el río Loira en Nantes – sacerdotes, ancianos, mujeres y niños. Y 3.000 mujeres católicas fueron asesinadas ahogándolas en Pont-au-Baux. Los ahogamientos se transformaron en entrenamiento para los soldados. A los ahogamientos les pusieron nombres burlescos como “matrimonios republicanos” donde jóvenes y jovencitas católicos fueron atados desnudos de a dos y lanzados al agua. También lo llamaban “deportación vertical en la bañera nacional” y “bautismo patriótico”.
Bombchamps
Aquellos que dirigieron dichas atrocidades fueron obviamente fanáticos en su odio al catolicismo, pero eran ellos los que acusaban al catolicismo de “fanatismo”. Para ser considerado culpable del supuesto “crimen” de fanatismo, bastaba que el católico ocultase a un sacerdote, escuchara Misa en secreto, o rezara el Rosario. Cuando las guillotinas no daban más a vasto con el número de “fanáticos” condenados, la legislación atea buscó métodos más eficientes para matar a las multitudes. Ellos deliberaron intoxicarlos en pozos con arsénico e inventaron “gases tóxicos”. Sólo faltaba la tecnología, ya que la voluntad había para aquello, tanto así que Auschwitz no superó a 1790. Así fue que, una vez desatado el terror entre 1794 a 1796, Davies observa que, esto “fue un hecho sin precedentes hasta el advenimiento de Stalin y Hitler”. El General Westermann, el carnicero de la Vendée, informó al Comité De Seguridad Pública después de la batalla de Savenay en diciembre de 1793: “Siguiendo las órdenes que me dieron, yo aplasté a los niños debajo de las patas de los caballos, masacré mujeres… No tomé ni un sólo prisionero… los exterminé a todos…” Noten sus palabras: siguiendo las órdenes que ustedes me dieron.

Martirio de las Carmelitas de Compiegne

El genocidio de los católicos Vendeanos no puede ser registrado como hecho por un ejército que se volvió loco. Fue un programa de aniquilación ordenado por los líderes del ateísmo dogmático. La Convención Nacional tomó la fría decisión de que los católicos Vendeanos “deben ser exterminados de la faz de la tierra”. Ordenaron a las tropas nacionales a dividirse en columnas y marchar a través de la región oeste de Francia destruyendo a todos y a todo – ancianos, mujeres y niños, incluso a los “patriotas” (así denominaron los revolucionarios gubernamentales a aquellos que en la Vendée se les opusieron) quienes incluso imaginaban que estarían a salvo mostrando sus certificados de lealtad otorgados por el gobierno. La región se transformó en un cementerio nacional que sirve como lección para todos los católicos en Francia. Ninguna persona, ninguna propiedad fue perdonada. Incluso los bosques intentaron incendiarlos. Esto no ocurrió debido a la incesante lluvia.


Sagrado Corazón que los Vendeanos llevaban en el pecho

Nadie que haya leído las horribles descripciones detalladas por Secher sobre el genocidio de la Vendée puede atreverse a negar la existencia del Pecado Original. Aquí nos enfrentamos al corazón de lo más obscuro que hay en el hombre. Un oficial de policía llamado Gannet escribió cómo vio como eran arrojados mujeres y niños dentro de hornos y cómo sus llantos eran “causa de entretención" para los soldados de Turreau que quería “continuar con sus placeres” incluso corriendo detrás de las victimas católicas para atraparlas. Entonces ellos procedieron a arrojar a 23 esposas de “patriotas verdaderos” dentro del fuego. Otro entretenimiento monstruoso consistía en lanzar a las mujeres por las ventanas para que cayeran sobre las bayonetas. En Angers las pieles de 32 víctimas fueron utilizadas para fabricar monturas para los oficiales, y en Meudon, se hizo la comparación entre la elasticidad de la piel de los hombres y de las mujeres.

El ejército del Sagrado Corazón de Jesús

Hace unos años se realizó una conferencia sobre la Sociedad del Siglo XVIII, escuché a una mujer decir al público citando una máxima de los filósofos franceses de ese siglo: “Los hombres finalmente serán libres cuando el último sacerdote sea estrangulado con las tripas del último de los príncipes”. En dicha ocasión, le pregunté a ella por qué citaba eso como dándole su aprobación, cuando era obviamente una muestra del anti-catolicismo intolerante. Ella negó rotundamente que aquello era fanatismo intolerante. Incluso argumentó que aquello era una respuesta legítima frente a la tiranía católica. Más aun, ella hizo oídos sordos antes otros argumentos. Esto es un ejemplo, si necesario fuese, del dogmatismo anti-católico que prevalece en las universidades de hoy. Desde que no hay príncipes que proporcionen entrañas para el entrenamiento de los ateos dogmáticos, les queda sólo estrangular al sacerdocio católico de otra manera.


Francia Real
La historia de la Vendée debiera ser una advertencia para los católicos de hoy. Esos heroicos campesinos se levantaron en resistencia para proteger a la Santa Madre Iglesia de aquellos que querían destruirla bajo el amparo de la ley. La gloria de la Vendée es la gloria de la Caballería – el sacrificio personal de entregar la vida por amor a la Iglesia.

Anne Barbeau Gardiner : http://www.newoxfordreview.org/reviews.jsp?did=0504-gardiner
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