miércoles, 17 de septiembre de 2014

Para que Él reine - II Parte, Cap. 2 continuación

continuación del capítulo anterior

ODIO DE LA REVOLUCIÓN CONTRA LOS SACERDOTES Y LOS RELIGIOSOS

Después del odio contra Dios, contra Jesucristo, contra su Iglesia, contra el orden cristiano, odio contra los sacerdotes, hemos dicho, odio contra los religiosos.
Odio específicamente satánico…
… Pero, de igual forma, odio específicamente revolucionario.
Y eso desde las primeras manifestaciones de ese espíritu de donde había de brotar la Revolución.
Sabemos cuál fue el destino, en el siglo XVI, de las comunidades religiosas en los países donde triunfó la Reforma[1].
Los enciclopedistas, a su vez, tuvieron los mismos sentimientos que los reformadores respecto a los religiosos.
El 24 de marzo de 1767 Federico II, rey de Prusia, escribía a Voltaire: “He observado, y otros conmigo, que los lugares en que hay más conventos de monjas son aquellos en que el pueblo está más a menudo ciegamente apegado a la superstición[2]. No hay ninguna duda de que si consigue destruir esos asilos del fanatismo, el pueblo se volverá un poco indiferente y tibio respecto a ellos, que son objeto de su veneración. Se impone destruir los conventos, o al menos, comenzar a disminuir su número”.
La Revolución de 1789 se encargó de realizar metódicamente ese hermoso programa del rey de Prusia.
La muerte o el destierro para muchos sacerdotes y religiosos[3]. La persecución para todos, salvo, claro está, para aquellos que traicionaron. Su número, es verdad, fue pequeño si se le compara al de los que supieron permanecer fieles; pero, por desgracia, no dejó de ser bastante elevado.
Tal es la táctica de la Revolución: persiguiendo a los sacerdotes que no puede corromper, exalta a los apóstatas y se encarga de hacer su fortuna. Hasta Renán, Loisy y ciertos miembros del Instituto o del Colegio de Francia, se puede decir que se establecerá una verdadera tradición.
Nada le gusta tanto como descarriar a los hombres del santuario.
“Haced al sacerdote patriota…”[4], recomendaba Vindice[5]. Pues, precisaba Piccolo Tigre[6], “la Revolución en la Iglesia es la Revolución permanente, es el derrocamiento obligado de los tronos y de las dinastías”.
Por cierto, esta táctica ya había sido aplicada antes del 89. Es el caso de esos monasterios que sirvieron de planteles a las sociedades secretas y algunos de los cuales se constituyeron en logias masónicas[7].
Miserable caso el de este clero, corroído de jansenismo y de galicanismo, cuyo corazón, desde hacía tiempo, se había apartado de Roma.
Miserable caso de estos sacerdotes, religiosos o prelados que, desde monseñor de Brienne[8] a Talleyrand, y desde el abate Gregoire a los Gavazzi, a los Gioberti, etc., deben su celebridad a su traición más o menos consciente o a la más escandalosa de las apostasías. Tal es el caso de esos sacerdotes felones que encontramos junto al diabólico Weishaupt, jefe de los “Iluminados de Baviera”[9]; tal es el caso de esos sacerdotes francmasones, entre los que se contaba el capellán del mismo Luis XVI[10]. Tal es el caso de esos sacerdotes o religiosos, momentáneamente ganados al liberalismo, como el P. Ventura, que, bajo el efecto de un carácter impetuoso, se dejaron llevar a excesos, que contrastaban con una vida, por lo demás edificante[11].
A su vez, Bonaparte, como buen “ejecutor testamentario” de la Revolución, se esforzó por tener en sus manos la formación, por no decir la ordenación de los sacerdotes. Los obispos estaban obligados a enviar a París la lista de aquellos a quienes querían conferir las órdenes sagradas. “Napoleón la recortaba a capricho escribe monseñor Delassus[12]. Y así monseñor de Montault, obispo de Angers, y monseñor Simon, obispo de Grenoble, no pudieron, el primero en siete años y el segundo en ocho, ordenar cada uno más de dieciocho sacerdotes”.
La misma intervención abusiva en la enseñanza de los seminaristas[13].
Con el triunfo de las ideas revolucionarias y el advenimiento del liberalismo, la lucha se volvió más brutal[14], hasta el día en que, un Castagnari, por ejemplo, del cual Paul Bert hizo un director de cultos, podrá exclamar: “¡No! ¡No! El sacerdote no es ni puede ser un ciudadano. Darle esta cualidad sería restringir la libertad de todos, poner en peligro la sociedad”[15].
Viviani, como siempre, tendrá la franqueza del cinismo. “Las congregaciones no nos amenazan solamente por sus actividades exclama[16], sino por la propagación de la fe”. El mismo Satanás no sería de otro parecer.
Respecto al comunismo, son sobradamente conocidas las matanzas de sacerdotes y religiosos que organiza desde que llega al poder[17].

ODIO DE LA REVOLUCIÓN CONTRA LA HUMANIDAD

Odio contra Dios, su Cristo, su Iglesia; odio contra los sacerdotes; los caracteres satánicos de la Revolución, sin embargo, no se limitan solamente a eso.
Ya lo hemos dicho: envilecer, corromper, aniquilar a esta humanidad a la que el Hijo de Dios quiso descender, tal es el frenesí demoniaco. De ahí una incoercible necesidad de destruir y de corromper. Destrucción moral, destrucción intelectual, destrucción política y social, destrucción física pura y simple de la misma vida corporal.
Una vez más, carácter satánico, pero ¿no es ése el carácter mismo de la Revolución?


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[1] Los “humanistas” no fueron menos hostiles a los religiosos. “En el siglo XV como en la actualidad ha podido observar Jean Guiraud, los monjes fueron atacados por los humanistas del Renacimiento, porque representaban el ideal del renunciamiento. Los humanistas llevaban el individualismo hasta el egoísmo; por los votos de obediencia y de estabilidad, los monjes lo combatían y lo suprimían. Los humanistas exaltaban el orgullo del espíritu; los monjes hacían votos de pobreza. Los humanistas, en fin, legitimaban el placer sensual; los monjes mortificaban su carne con la penitencia y la castidad. El Renacimiento pagano sintió tan fuertemente esta oposición, que se encarnizó contra las órdenes religiosas con tanto odio como nuestros sectarios modernos. Cuanto más rigurosa era la observancia religiosa, tanto más excitaba la cólera del humanismo”. “L’Eglise et les origines de la Renaisance”, p. 305.
[2] Claramente: el cristianismo. Cf. esta otra carta de Federico II, sobre el mismo asunto a Voltaire (13-8-1775): “Si se quiere disminuir el fanatismo, no hay que tocar a los obispos, pero si se consigue disminuir los monjes, sobre todo las órdenes mendicantes, el pueblo se enfriará, y menos supersticioso, permitirá a las potencias disponer (¡sic!) de los obispos en lo que convenga para el bien de los Estados. Es el solo camino a seguir”.
[3] Si se piensa ordinariamente en las víctimas de la guillotina, causa asombro cómo han sido olvidadas hoy los deportados a Cayena y a los pontones de Rochefort: prisiones flotantes sobre dos buques retirados de la navegación, el “Bon-homme Richard” y el “Boré”, a los que se sumaron otros dos barcos que habían servido a la trata de negros: el “Washington” y “Les Deux Associés”. Amontonaron 400 hombres en los entrepuentes, cuando no había siquiera sitio para 40. En el espacio de tres meses, 112 sacerdotes sucumbieron a bordo del sólo navío “Les Deux Associés”… En cuanto a los sacerdotes deportados a la Guayana, si creemos a Víctor Pierre, de los 155 que llevó “La Décade”, 99 murieron; de 109 transportados por “La Bayonnaise”, 63 fallecieron en Cayena… Cf. el impresionante relato de su martirio por monseñor Vion, obispo de Poitiers (“Bulletin religieux de la Rochelle et Saintes”, 17-7-58).
[4] Concretamente: ganad al sacerdote para la causa revolucionaria.
[5] Nombre de guerra de uno de los agentes de la Alta Venta. Ver, a este respecto, los textos citados por Crétineau-Joly en la obra que Pío IX le encargó: “L’Eglise Romaine face à la Révolution”.
[6] Nombre de guerra de otro agente de la Alta Venta (carta del 18 de enero de 1822, citada por Crétineau-Joly, opus cit., t. II, p. 24). Debemos precisar que con el nombre de “Alta Venta” se designaba la logia mayor en el carbonarismo italiano del siglo XIX. Era una especie de consejo supremo con sede en Nápoles. Las logias ordinarias se llamaban “Ventas” y los adeptos tenían seudónimos. El carbonarismo era una sociedad secreta política revolucionaria.
[7] Cf. Deschamps, “Les sociétés secrètes et la Société”, t. III, p. 43. Así, pues, la logia “La Triple Unidad” fue fundada en Fécanp, en 1778, por veinte personas, entre las cuales había nueve religiosos, tres chantres y siete religiosos de la Abadía, más un sacerdote. En guisa, en 1774, en el convento mismo de los Mínimos, quedó establecida la logia “La Franchise”, etc.
[8] Monseñor de Brienne, arzobispo de Tolouse, nombró a monseñor de Conzie arzobispo de Tours. Había trabajado en 1778 en “la comisión de los regulares” encargada de secularizar a los monasterios, bajo pretexto de reformarlos. “En varias cartas dirigidas a monseñor de Brienne se ve que, entre los franciscanos había cierto número de francmasones. Monseñor de Conzie los buscaba con preferencia para ponerlos a la cabeza de los conventos que fusionaba”. Estas cartas han sido publicadas por Gérin en la “Revue des Questions Historiques”, tomo XVIII, pp. 112-113, 1875. Vuelto a la Iglesia, como tantos otros, monseñor de Conzie murió cristianamente, emigrado de La Haya, en 1795.
[9] Weishaupt tenía a su lado a un sacerdote apóstata llamado Lanz, que murió alcanzado por un rayo en el momento en que acababa de recibir instrucciones de Weishaupt para introducir sus complots en Silesia; fue precisamente este accidente lo que permitió a la policía apropiarse de los papeles de Lanz, y descubrir la secta entera, comprendidos los archivos. En la lista por Barruel publicada, se encuentran: un obispo, un cura párroco, cuatro eclesiásticos, un profesor de teología…
[10] El abate de Vermondans fue nombrado, en 1787, Oficial del G. O. F.
[11] El padre Gavazzi, el abate Gioberti, el padre Ventura, el abate Spola, llegaron a convertirse en acólitos del sanguinario Mazzini cuando la Revolución expulsó a Pío IX de Roma. Respecto al padre Ventura, promotor del voto familiar y célebre en algunos aspectos, parece que fue demasiado “Siciliano” lo que le condujo a posiciones inaceptables.
[12] Opus cit., p. 204.
[13] Napoleón quería vigilar y dirigir la enseñanza de los seminarios: “No se debe abandonar a la ignorancia y al fanatismo decía el cuidado de formar a los jóvenes sacerdotes… Existen tres o cuatro mil curas o coadjutores, hijos de la ignorancia y peligrosos por su fanatismo y sus pasiones. Hace falta prepararles sucesores más esclarecidos, instituyendo, bajo el nombre de seminarios, escuelas especiales que estén al arbitrio de la autoridad. Al frente de ellos pondremos profesores instruidos, adeptos al gobierno y amigos de la tolerancia (sic). No se limitarán a enseñar teología. Unirán a ello una especie de filosofía y una mundanería honrada” (in Thibaudeau, t. II, p. 485). Por ello un decreto imperial condenó la teología de Bailly como demasiado ultramontana.
[14] Cf. monseñor Delassus, opus cit., p. 342, observa: “La Semana Religiosa de Madrid descubrió un manual distribuido a los francmasones de España y dio cuenta de ello en noviembre de 1885. Se decía, entre otras cosas: “La acción de la masonería debe dedicarse principalmente al descrédito de los sacerdotes y a disminuir la influencia que tienen sobre el pueblo y en las familias. Para ello, emplear libros y periódicos, establecer centros de acción para alimentar la hostilidad contra los sacerdotes”.
[15] Cf. igualmente Waldeck-Rousseau: “La ley (sobre las congregaciones) es, a nuestros ojos, el punto de partida de la mayor y más libre evolución social, y también la garantía indispensable de las prerrogativas más necesarias de la “sociedad moderna”.
[16] En el Parlamento, el 15 de enero de 1901.
[17] Cf. la hermosa obra del Coronel Pems “Pourpe des Martyres” (Fayard, editor) sobre la actual persecución de los católicos en China. Inolvidables son también algunas cifras, siempre sugestivas, sobre las matanzas de la Revolución en España: “Quinientos mil españoles asesinados únicamente por odio a la fe y en torturas que, ni fieras ni caníbales podrían imaginar”. En algunos meses, del 19 de julio de 1936 hasta febrero de 1937, “fueron asesinados en España dieciséis mil setecientos cincuenta sacerdotes y once obispos”. Cf. igualmente, la declaración de F. Dupont en la Cámara, en diciembre de 1936: “Señores, traigo a esta tribuna documentos… Veréis en estos documentos (cito al azar) que todos los franciscanos de Valencia y de Alcalá han sido asesinados; que treinta y dos hermanos de las Escuelas Cristianas de Barcelona han sido fusilados; que todos los del noviciado de Griñón, cerca de Madrid, han sido fusilados; que todos los de la provincia de Alicante han sido fusilados; que todos los maristas de Toledo han sido fusilados; que todos los carmelitas de Barcelona han sido asesinados a hachazos; que en Sigüenza, el obispo, veinte sacerdotes, diecinueve seminaristas, han sido asesinados el mismo día; que en el monasterio de Montserrat veintiocho monjes han sido asesinados; que las religiosas de las Escuelas Pías, en la calle de Aragón, en Barcelona, han sido colgadas en la Concepción, la iglesia que se encontraba en frente de su convento; que el cementerio de las Salesas ha sido profanado… Una enfermera francesa en Madrid oyó a un miliciano contarle cómo el mismo había asesinado a cincuenta y ocho sacerdotes…” (citado por Jacques d’Arnoux, “L’Heure de Héros”, páginas 155-156).

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