sábado, 9 de agosto de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 11

LA IGLESIA EN LA II REPÚBLICA

La campaña contra los jesuitas, que el gobierno de Luis Felipe provocó con el fin de desarticular el partido católico, tuvo pleno éxito. Además de la victoria obtenida con la disolución de la Compañía en Francia, el gobierno consiguió mostrar que las divergencias entre los católicos eran más graves de lo que se podría imaginar. Las dos tendencias en pro y en contra de los jesuitas revelaron, aunque no de manera perfectamente explícita, una diferencia profunda de principios y de mentalidad, que sólo podría acentuarse siempre más. Esta división se tornó más clara con la insurrección de 1848.
Bajo Luis Felipe esto es, durante la llamada “Monarquía de julio” el derecho de voto era ejercido exclusivamente por los ciudadanos que pagaban un cierto mínimo de impuestos. Con el pretexto de extender ese derecho a las “capacidades”, o sea, a los portadores de diplomas universitarios, un ala del partido situacionista inició una oposición sui generis en pro de una reforma electoral, realizando una serie de banquetes donde los discursos inflamados a favor de la libertad y contra la tiranía eran pronunciados por los grandes oradores de la época. Esa campaña demagógica era apoyada entusiásticamente por todos los revolucionarios, que veían en ella no un mero movimiento “doctrinario”, como imaginaban algunos orleanistas, sino como una agitación que contribuía poderosamente para el progreso de la revolución.
De toda esa agitación nació el movimiento de 1848. Victorioso en pocos días, en vez de impulsar una simple reforma electoral, determinó la caída de Luis Felipe y la proclamación de la república, con el dominio completo de la situación por los revolucionarios.
La Segunda República fue una sorpresa hasta para los propios republicanos. Recibida con pavor por el pueblo, que preveía la repetición de las escenas de terror de la Revolución francesa, sus líderes procuraron consolidar la situación con un régimen de blandura, especialmente con respecto a la Iglesia, tratada por ellos con tal reverencia y sumisión, que el nuncio apostólico, monseñor Fornari, respondió a la notificación del gobierno sobre la proclamación de la república en los siguientes términos: “No resisto a la necesidad de expresaros la viva y profunda satisfacción que me inspira el respeto a la religión, demostrado por el pueblo de París durante los últimos acontecimientos. Estoy convencido de que el corazón paterno de Pío IX quedará profundamente tocado, y que el Padre común de los fieles pedirá con todo el corazón la bendición de Dios sobre Francia”.
La confusión fue enorme entre los católicos. Algunos, como Veuillot y Montalembert, procuraron salvar de los escombros del pasado lo que fuese posible. Otros, como Lacordaire y Ozanam, juzgaron que había llegado el momento de resucitar las doctrinas de L’Avenir. De ahí el inicio de la división del partido católico, que se delineó claramente ya en el propio día de la caída de la monarquía.
En la tarde de la proclamación de la república, en la redacción de L’Univers Louis Veuillot comentó con sus colaboradores los últimos acontecimientos. De repente entró Montalembert, diciendo: “No existen más Pares de Francia, yo ya no soy más nada. Vengo a trabajar con ustedes”. Veuillot, como si nada hubiese habido entre ellos, lo recibió efusivamente. La reconciliación estaba hecha, y luego los dos líderes católicos pasaron a conversar sobre la causa común y a hacer planes para el futuro.
La necesidad de reforzar la posición de L’Univers llevó a Veuillot a concordar con Montalembert sobre la admisión de Lacordaire como redactor jefe. Éste, sin embargo, se mostró intransigente, declarando a Montalembert: “Tu obra se acabó. Tu campaña de sonderbund [alianza especial], tu pasión por los jesuitas, tus combinaciones con los retrógrados te condenan a desaparecer; ya no puedes ser una fuerza y serías una vergüenza. No quiero emprender nada contigo”. Desolado, Montalembert regresó al L’Univers, donde Veuillot lo reanimó.
Pero Veuillot y Montalembert no sabían en ese momento que Lacordaire y sus amigos pretendían fundar un nuevo periódico católico dedicado enteramente a la república y a sus ideas. Por otro lado, Taconet, propietario de L’Univers, alarmado con los acontecimientos políticos, intentó venderlo. Los interesados en la compra eran exactamente el grupo católico que deseaba una mayor aproximación con la república. Todavía Veuillot y Montalembert consiguieron evitar la venta y el L’Univers sufrió una saludable reforma, habiendo Veuillot quedado solo en la jefatura de su redacción.
El 14 de abril la situación se esclareció. Apareció el primer número del Ère Nouvelle. Tenía por director al padre Maret, por redactor jefe a Federico Ozanam, por protector a Mons. Affre, y como principal colaborador a Lacordaire. La orientación del nuevo periódico quedó patente luego en el primer número. Era el sucesor del L’Avenir. Sus artículos tendían a considerar la república como doctrina política y religiosa que se imponía a todo verdadero cristiano y como el instrumento más seguro para el progreso social, después del triunfo de la religión.
Mons. Affre aplaudió la aparición del periódico con una carta que terminaba de la siguiente forma: “Estamos muy agradecidos con esa devoción que la fe sostiene y esclarece, porque ve en las grandes revoluciones que mudan la faz del mundo la intención omnipotente de Dios. Nunca, como vos mismo observasteis, fue ella más evidente de que en el nuevo estado político de Francia. Tengamos, por lo tanto más confianza en Dios de que en nosotros mismos. Encontraremos en ese sentimiento el verdadero coraje, como encuentro en mi corazón el sincero y afectuosa devoción con la que soy todo vuestro”.
Con tal estímulo, y dado el éxito de los primeros números, todo hacía suponer que el Ère Nouvelle acabaría por obligar al L’Univers a cerrar. Todos los católicos de la antigua escuela de Lamennais veían en él la resurrección del L’Avenir, y en la república que se inauguraba la forma ideal de gobierno.
Veuillot y Montalembert también habían adherido a la república, pero era una adhesión reticente. Dos días después de la victoria de la revolución, habiendo enviado el ministro provisorio de la Instrucción Pública una carta al L’Univers, garantizándole el funcionamiento, Veuillot protestó contra el lenguaje de ese documento, declarando que si la república mantuviese el monopolio universitario los católicos la combatirían. Fue la primera palabra de oposición que sonó a los oídos de la Segunda República.
La división entre los católicos estaba en marcha y aumentaría con el tiempo, hasta el momento en que Mons. Dupanloup, refrenando los excesos de la Ère Nouvelle, consiguió la reunión de los católicos de tendencia revolucionaria, la reparación definitiva entre Montalembert y Louis Veuillot y la creación del tipo clásico del “católico liberal”, que tan nocivo ha venido siendo hasta el día de hoy.


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