El abuso de
las gracias es un gran mal. – ¡Oh
ciudad ingrata, exclamaba Jesucristo derramando lágrimas sobre Jerusalén, que
abusaba de tantas gracias! ¡Ah; si a lo menos supieses en este día lo que puede
proporcionarte la paz! Pero ahora todo está oculto a tu vista (Luc. 19, 41-42);
no quieres ver los favores que te he prodigado, para no tener que
agradecérmelos.
¡Oh
hija de Sión, a quien tanto he amado, honrado, enriquecido e instruido! ¡No
sólo no quieres conocerme, sino que me rechazas, me condenas, me persigues y me
crucificas!... ¡Por ti bajé del cielo a la tierra; por ti nací, viví en
continuos trabajos, en los dolores y en la pobreza; te visité, te enseñé, te
insté; curé a tus leprosos, a tus enfermos y a tus energúmenos; di vida a tus
muertos, y tú huyes de mí, me desprecias y me persigues por odio! Mírense los
cristianos infieles e ingratos en este cuadro. ¿No imitan a los judíos?...
La Coronación de Espinas – Ciudad Real, Hermandad del Santísimo Cristo Ultrajado y Coronado de Espinas y Santa María del Perdón |
Escuchad
a San Agustín cuando pone en boca de Jesucristo estas palabras: ¡Hombre ingrato!, dice, mis
propias manos te hicieron con un poco de arcilla; infundí en tu ser el aliento
vital; tuve a bien crearte a mi imagen y semejanza, y tú despreciando mis
mandamientos dictados para darte la vida, preferiste el demonio a tu Dios.
Después que fuiste arrojado del Paraíso y quedaste encadenado con los lazos de
la muerte a causa de tu pecado, me encarné, estuve expuesto en un establo,
echado y envuelto en pañales; sufrí afrentas y privaciones sin número; recibí
bofetadas, y los que se burlaban de mí escupieron mi rostro; fui azotado,
coronado de espinas, y expiré clavado en la cruz. ¿Por qué has perdido el fruto
de mis sufrimientos? ¿Por qué, ingrato, has desconocido y rechazado los dones
de la redención? ¿Por qué has manchado con la impureza o la intemperancia, la
mansión que yo me había reservado en ti? ¿Por qué me has clavado en la cruz de
tus crímenes, cruz infinitamente más dolorosa que la del Gólgota? La cruz de
tus pecados es mucho más penosa para mí que la del Calvario; porque me hallo
clavado en ella a pesar mío, en tanto que cargué con la primera por la compasión
que me inspirabas, y morí en ella para darte la vida (Enchiridion).
Esto
es lo que hace el hombre que abusa de las gracias; estas son las desgracias a
que este abuso le conduce.
Mi
muy Amado, dice Isaías, ha plantado una vid en una fértil colina; la ha cercado
de una valla; ha quitado cuidadosamente las piedras que la cubrían; ha plantado
en ella las cepas más lozanas, y en medio ha edificado una torre, en donde ha
puesto un lagar. Esperaba excelentes racimos, y la vid no ha producido más que
uvas silvestres: Et expectavit ut faceret
uvas, et fecit labruscas. Habitantes de Jerusalén, y vosotros hombres de
Judá, juzgadme a mí y a mi viña. ¿Qué más podía hacer por ella? ¿Por qué en vez
de un fruto sabroso lo ha producido tan amargo? (Isaías, 5, 1-4).
¿No
vemos en estas palabras la condenación del que abusa de las gracias? ¿No somos
todos la vid del Señor? ¿No ha cuidado esmeradamente de arrancar de nuestro
corazón las malezas y las malas hierbas? ¿No hemos sido escogidos, como el
viñador escoge los renuevos de su vid, para producir frutos? ¿No hemos sido
atendidos y colmado de gracias? ¿Qué más pudo hacer por nosotros el Señor? Nos creó
a imagen suya, y esta imagen la hemos profanado, desgarrado y arrastrado en el
fango por el pecado; nos rescató a precio de su sangre; fundó los sacramentos
como una torre invencible destinada a protegernos, y hemos abusado de todos
estos beneficios. ¡Qué responsabilidad y qué desgracia!...
Abusamos
de la creación, de la redención, de los sacramentos, de las santas
inspiraciones, de la palabra y de la ley de Dios. Abusamos de nuestra vida, de
nuestro oído, de nuestra lengua, de nuestros pies, de nuestras manos y de todo
nuestro cuerpo. Abusamos de nuestra salud, de nuestras fuerzas, de nuestros
años. Abusamos de todos los elementos del día y de la noche. Abusamos de
nuestra alma y de sus facultades, de la memoria, de la inteligencia y de la
voluntad. Abusamos de nuestro corazón. Abusamos de las riquezas, de los honores
y de los placeres. Abusamos del alimento y de la bebida. Abusamos de los
vestidos. Abusamos de la vida, del tiempo y de la eternidad. Abusamos de los
ángeles, de los hombres y de todas las criaturas. ¡Abusamos del mismo Dios!...
¡Qué crimen y qué desgracia!
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