martes, 7 de junio de 2016

La felicidad de situación.

Plinio Correa de Oliveira
Conferencia del 28 de marzo de 1972 (*)

Creo que hay mucha gente, pero mucha, que tiene la siguiente filosofía de la existencia: “Sólo es agradable la diversión. Sólo es realmente agradable divertirse”. De manera que, en la vida, la única forma posible de alegría radica en la diversión y, por lo tanto, cuanto más se divierta alguien más feliz será. La fuente de la felicidad está, pues, en la diversión.
Pero, ¿qué es lo que este tipo de gente entiende por diversión? Ver la televisión, viajar, ir al cine y al teatro; o peor, irse a lugares corruptos e inmorales. Con la tendencia de entregarse a estas cosas de manera desordenada. En esto consistiría propiamente la diversión.
No obstante, habrá quien afirme que la infelicidad debe aceptarse por amor al Cielo, por amor de Dios, por temor al Infierno. Pero pensando que, en fin, la vida templada, regular, seria y sin diversiones no es una vida feliz, porque la felicidad radicaría en lo festivo.

¿Es posible la felicidad en este valle de lágrimas?

Santo Tomás de Aquino afirma algo enteramente verdadero: el hombre, para poder existir, necesita tener algo, por menor que sea, que le proporcione algún placer. Un hombre sin la menor pizca de felicidad, desaparecería.
La Providencia Divina, que es materna y bondadosa, permite dos cosas: por un lado, que la gran mayoría de los hombres posea, al menos, una parcela de felicidad, aunque no una felicidad total, que no existe de hecho en esta vida. Pero, por otro lado, también hace que aquéllos a quien Ella más ama pasen por períodos en los que desaparece la felicidad completamente. Son los grandes períodos de la vida de un hombre, cuando “cae la noche” sobre él y de manera absoluta desaparece la felicidad, incluso el consuelo espiritual. Entra, así, en el túnel oscuro, plúmbeamente pesado, de una gran infelicidad. Es necesario ver esas partes trágicas de la existencia como algo permitido por una especial disposición de la Providencia, en general de poca duración.
Por lo tanto, el hombre precisa tener un fragmento de felicidad. Es necesario preguntarse entonces si dicha parcela de felicidad se identifica con el placer. ¿Cuál es el papel del placer en la posesión de esta porción de felicidad?

Analizando diversas situaciones

En diversas fases de la historia de algunos pueblos, en ciertas culturas, el placer es excepcional, la diversión es poco frecuente. Son algunas fiestas al año, de diferente naturaleza; y, fuera de esto, la persona no se divierte. ¿Puede uno ser feliz así? Yo respondo: sí, puede, siempre que comprenda bien su situación y sepa encontrar en ella la felicidad que ésta le proporciona.
Consideremos, por ejemplo, la vida de un terrateniente de antaño. Vivía, en general, en una casa de campo, que era confortable, por lo menos según sus necesidades y conveniencias. Se encontraba, a veces, separado algunas leguas de la ciudad más próxima, con una carretera no siempre fácil de transitar. Este hombre tenía una tendencia a aislarse en su propiedad, viviendo allí en la placidez de la misma.
¿Cuáles eran sus diversiones? Habitualmente, dos o tres festejos al año, como la festividad de la Patrona de la ciudad cercana, la boda de algún pariente o un bautizo, mezclándose la celebración religiosa con la fiesta social. ¿Cuál era, entonces, la alegría que este hombre encontraba en la vida rural? Debería existir, pues, de lo contrario, él moriría. La encontraba en el ejercicio de su actividad agrícola, plantando, dirigiendo la cosecha, supervisando los trabajos... por así decir, reinando en sus tierras. Al mismo tiempo, tenía a su lado a su familia, que era otro pequeño reino. Y en el correcto desempeño de su tarea agraria y familiar, gozaba de la honorificencia y del respeto de sus semejantes. Su felicidad consistía, así, en comprender y degustar esta situación.
Un ejemplo similar lo encontramos en los profesores y catedráticos europeos de comienzos de siglo. En general, son hombres de la burguesía, a veces incluso del operariado, que viven del cultivo intelectual de una materia de la que gustan y por la cual se interesan. Este hombre vive de la enseñanza, que a él le parece interesante. Desde su cátedra, sabe que tiene una proyección, que es dueño de un prestigio que lo cerca de la aureola y del respeto que merece su situación.

Esto vale, asimismo, para el pequeño comerciante. Una figura característica del pequeño comerciante profundamente tranquilo, sereno y equilibrado, es el padre de Santa Teresita del Niño Jesús [en la foto, con su esposa]. Era joyero en la ciudad de Alençon, donde hizo su pequeña fortuna, puede imaginarse con qué honestidad.
A cierta altura de su vida clausuró su comercio, retirándose a vivir a Lisieux, donde construyó su casa –Les Buissonets–, todo un poema de la pequeña gracia menuda pequeño-burguesa. Y allí vivió en la tranquilidad, paz, estabilidad y equilibro de alma que poseía.

La templanza, llave de la felicidad

Esta degustación de las situaciones, este placer morigerado, constituye propiamente la felicidad. ¿Qué relación hay entre esto y el placer? El placer no es lo opuesto de la felicidad. El placer es como un tempero, como una sal que le da a la felicidad cierto sabor. Porque una vida como las que hemos mencionado, a la larga, puede volverse un tanto monótona. Hace parte de la mutabilidad del espíritu humano que desee, de vez en cuando, cierta variedad. Es concebible que quiera un placer honesto. De manera que el placer no es lo contrarío de la felicidad.
La llave de la cuestión está en la templanza. Si el individuo es temperante es capaz de degustar la situación legítima en la que se halla, encontrando ahí la felicidad. Si es intemperante, o si se deja llevar por la intemperancia, pasa a correr tras los placeres; corriendo tras los placeres, corre tras las sensaciones, y corriendo tras las sensaciones, vuelve al punto cero. Son espíritus que transforman en fuente de gozo intemperante incluso cosas que, de suyo, no lo son. Por ejemplo, encontrará placer en el trabajo agitadísimo, que produce como que una embriaguez de realización.

Lo febricitante: opuesto de la templanza y de la felicidad

La actividad febricitante es la manía de tener, continuamente, sensaciones fuertes, de no vivir en la placidez de una vida ordenada y común, sino de estar inmerso en las sensaciones fuertes. Es una carrera tras la sensación a propósito de todo y de nada. De ahí, en gran parte, el desequilibrio de la sociedad moderna. De ahí los mil desatinos de esta civilización nuestra que puede ser llamada de civilización de lo "sensacional", en oposición a la civilización de antaño, que era la civilización de lo racional, de lo razonable, de lo comedido, del equilibrio.

El “Angelus” de Millet

Termino con la evocación de un cuadro, el “Angelus”, de Millet. Lo que Millet, de una manera romántica, quiso expresar en aquel cuadro es la felicidad sin placer. Es la tranquilidad inmensa del campo, del trabajo que terminó, del Angelus que tintinea en la campana de la iglesia cercana; de la pareja que está rezando en la castidad de la vida campesina, de zuecos, en traje de labor y con los instrumentos de trabajo; y que, en la tranquilidad del campo, va a regresar a casa para cenar.

Va a descansar, va a sentir el aroma de la comida que comienza a extenderse por la casa, el humo que sube por la chimenea, el ruido de algún animal, un niño que realiza sus últimas piruetas antes de irse a dormir. Llega la noche y llega aquella seguridad dentro de casa, mientras la inseguridad nocturna domina a su alrededor. Es la alegría, la felicidad de las situaciones.
¿No es verdad que todos lucraríamos mucho inhalando esta felicidad, y que es un verdadero infeliz el individuo intoxicado por la postura opuesta? A mí me parece que sí.

(*) Extracto de una conferencia del autor, sin revisión del mismo. Covadonga Informa, Año XXI, Núm. 223, febrero de 1998, págs. 10-11

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