Desagravios al Divino
Corazón de Jesús Sacramentado
Señor Jesús, divino Salvador de
las almas, nos prosternamos ante vuestra presencia soberana, cubiertos de confusión
y, dirigiendo nuestra vista al solitario Tabernáculo, donde gemís cautivo por
nuestro amor, pártense de dolor nuestros corazones al ver el olvido en que os
tienen los redimidos, al ver que vuestra Sangre preciosísima ha sido estéril,
infructuosos los sacrificios y escarnecido vuestro amor.
Pero, ya que, con infinita
condescendencia, permitís que unamos en este día nuestros gemidos a los
vuestros, nuestras lágrimas a las que brotaron de vuestros santísimos ojos por
causa nuestra, a las lágrimas que derramó vuestro divino corazón. Os rogamos,
dulce Jesús, por los que no os ruegan, os bendecimos por los que os maldicen,
os adoramos por los que os ultrajan, y con toda la energía de nuestra alma,
deseamos bendeciros y alabaros en todos los instantes de este día y en todos
los sagrarios de la tierra y con los encendidos afectos de vuestro amantísimo Corazón.
Suban Señor, hasta Vos, los
dolorosos gritos de expiación y arrepentimiento que el pesar arranca de
nuestros corazones. No nos castiguéis por nuestros innumerables pecados, sino
que, por vuestra infinita misericordia, otórganos vuestro perdón.
Por nuestros pecados, por los de
nuestros padres y hermanos, por los del mundo entero. ¡Perdón Señor, perdón!
Por nuestra soberbia, por nuestros
odios y rencores, por nuestros desprecios de los pobres, por nuestros abusos de
los débiles. ¡Perdón Señor, perdón!
Por nuestras avaricias, por las
usuras e injusticias, por los fraudes y robos, por el lujo y profusión en los
gastos. ¡Perdón Señor, perdón!
Por las deshonestidades, por las
conversaciones impuras, por las infidelidades de los esposos, por el libertinaje
de los jóvenes. ¡Perdón Señor, perdón!
Por los escándalos de los teatros
y del cine, por la licencia de los salones, por la obscenidad de los cantares,
por el desenfreno de las diversiones. ¡Perdón
Señor, perdón!
Por la provocación de las pinturas
y fotografías, por las desvergüenzas de las revistas obscenas, por la
indecencia en los vestidos, por el descaro en las acciones. ¡Perdón Señor, perdón!
Por la mala educación dada por los
padres, por la indocilidad de los hijos, por la insubordinación de los súbditos,
por los abusos de los gobernantes. ¡Perdón
Señor, perdón!
Por la cobardía y debilidad de los
tibios, por las hipocresías y respetos humanos, por el atrevimiento y
procacidad de los impíos, por la apostasía de los gobiernos y naciones. ¡Perdón Señor, perdón!
Por la libertad de cultos, por la
insolencia de la prensa, por la libertad de conciencia y por todas las
libertades contrarias a vuestras leyes. ¡Perdón
Señor, perdón!
Por las blasfemias en las calles,
por las blasfemias en los periódicos, por las blasfemias en las cátedras, por
las blasfemias en los libros. ¡Perdón
Señor, perdón!
Por la profanación de los días festivos,
por la irreverencia en los templos, por los robos en las iglesias y ultrajes al
augusto Tabernáculo, por los insultos a las sagradas imágenes. ¡Perdón Señor, perdón!
Por las maquinaciones de los
masones, por los crímenes del anarquismo, por el desenfreno del socialismo, por
las maldades de las sociedades anticristianas, por los estragos de la
Revolución. ¡Perdón Señor, perdón!
Por el despojo del Papa, por la persecución
a los obispos, por la opresión a las órdenes religiosas, por los insultos al
sacerdocio. ¡Perdón Señor, perdón!
Por el desprecio de Jesucristo,
por la negación de su divinidad, por el menosprecio de los sacramentos, por la persecución
a la Iglesia. ¡Perdón Señor, perdón!
Por los malos sacerdotes, por los
malos jueces, por los malos soldados, por los malos gobernantes. ¡Perdón Señor, perdón!
Por los justos que vacilan, por
los pecadores que resisten a la gracia, por los infelices que agonizan, por las
benditas almas del purgatorio y por todos los que padecen. ¡Perdón Señor, perdón!
Perdón, Señor, y piedad por el más
necesitado de vuestra gracia, que la luz de vuestros divinos ojos no se aparte
jamás de nosotros. Encadenad a la puerta del Tabernáculo nuestros inconstantes
corazones; hacedles sentir allí los incendios del amor divino, y que a la vista
de las propias ingratitudes y rebeldías, queden quebrantados de dolor, lloren
lágrimas de sangre, y vivan muriendo de amor. Amén.
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