jueves, 25 de diciembre de 2014

El nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo – 25 de diciembre

Plinio Corrêa de Oliveira

La víspera de la Navidad y el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo debe ser el objeto de nuestra meditación. Sugiero que tratemos de discernir el estado de espíritu de Nuestra Señora en la noche de Navidad.

¿Cuáles eran los pensamientos de la Virgen al adorar al
Niño la noche de la Navidad?
Ella ya estaba llevando a Nuestro Señor en su interior. Ella lo llevó como un tabernáculo y tenía la mayor intimidad posible con Él, una relación profunda de alma. Ciertamente Nuestro Señor tenía pleno uso de su razón en el seno materno. Él pudo pensar desde el primer instante de su ser, tan pronto como se realizó la Encarnación. No sólo Él podía pensar, sino también tenía voluntad. Por lo tanto, se estableció una intensa interacción de almas entre Él y Nuestra Señora que creció continuamente hasta el momento de su nacimiento.
Antes de la Encarnación, la Virgen tenía una gran unión del alma con Dios y, por lo tanto, una unión con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Pero después de la Encarnación, ella comenzó a tener un tipo diferente de unión - la unión del Dios-Hombre con su Madre. Sabiendo esto, no podemos pensar que la Virgen no tuviera conocimiento alguno de su Hijo hasta su nacimiento y no haya entrado en contacto con él desde la primera vez. Ella ya tenía una unión muy íntima y ardiente del alma con Él.
Entonces, ¿qué representó la Navidad para Nuestra Señora?
Es obvio que el momento en que Nuestro Señor dejó el claustro materno —sin dañar su virginidad de ninguna manera— debió haber sido muy elevado. Ese momento en que Nuestra Señora trajo a Cristo al mundo debió haber sido de una manifestación extraordinaria de su júbilo y amor por Él, así como una extraordinaria unión del alma con Él.
Simultáneamente, el acto de su nacimiento —que incluyó la participación de las tres personas de la Santísima Trinidad— fue conmemorado por todos los ángeles en el cielo con cánticos de alegría. El nacimiento de Nuestro Señor es sin duda una de las más grandes fiestas en el cielo y uno de los momentos más gloriosos de la historia. Por lo tanto, podemos ver cuán trascendental e importante fue para ella ese momento.
Yo creo, sin embargo, que hubo algo más que la Virgen habría experimentado. Ella aún no había visto el rostro de Nuestro Señor. La realidad física es un símbolo y expresión de la realidad espiritual. En las características de la Santa Faz de Nuestro Señor, uno podría distinguir perfectamente su alma impecable. Su cuerpo sería la expresión de su alma, unida a la Segunda Persona de la Trinidad.
Así al contemplar su mirada, su santo rostro y su cuerpo, la Virgen adquirió un nuevo conocimiento de su Hijo que incrementó en ella la comprensión de la mentalidad de Jesús. Ella pudo amarlo y unirse con Él en esta nueva forma, que sin duda inspiró la adoración que ella le ofreció en la noche de Navidad.
La mirada humana es el signo más expresivo de la mentalidad de una persona, pero no es el único. La mentalidad es expresada también por el cuello, los hombros, las manos, los pies, sobre todo, por el conjunto. Si tenemos en cuenta esto, entonces podemos imaginar a la Virgen contemplando esas manifestaciones psicológicas y sobrenaturales de Él y, a la vista de esto, su profunda adoración por Él.
La iconografía del Renacimiento deformó completamente un aspecto de Nuestro Señor. Se presentó el Niño Jesús como un bebé tonto con el fin de dar una idea de su pureza. Los artistas de esa época a menudo lo presentan como un niño inexpresivo sin mostrar ninguna señal de su mentalidad divina. No puedo pensar que tal cosa es cierta. Por el contrario, creo que todo lo que admiramos en Nuestro Señor como un hombre —su bondad, el equilibrio, la distinción, la afabilidad y la fuerza, y especialmente su trascendencia—ya estaba manifiesta en el rostro y el cuerpo del Divino Niño.
Todas esas perfecciones que hacen de Él un hombre superior a todos los otros fueron expresados por primera vez en Navidad y fueron objeto de la adoración de la Virgen y también de San José, que estaba allí con ella y compartió ese acto de adoración como su esposo y el padre de hijo Jesús.
Podemos imaginarnos la ternura, el respeto, la veneración y adoración de San José mientras miraba a aquel Niño de quien sabía era Hijo del Espíritu Santo y de la Virgen, pero que también era legalmente su Hijo. Era como su Hijo que Él se hizo el Hijo de David y cumplió las profecías de las Escrituras. Al contemplar a aquel Niño, San José estaba considerando que el Niño era su Dios y el Dios de toda la humanidad y, sin perjuicio de ello, Él era su Hijo, como el Hijo de su esposa. Podemos imaginar el acto de adoración de San José, cuando vio la santidad del Divino Niño expresada en su Persona y que iluminaba toda la gruta de Belén.
Esta idea de la forma en que se expresa su santidad en su persona —en su rostro y cuerpo— manifestando la unión hipostática de Dios y del Hombre, esto es lo que podemos contemplar en la noche de Navidad.
Hay muchas estampas que representan la escena del pesebre con un Niño Jesús con una cara tonta y rayos de luz que emanan de la paja del pesebre. Yo creo que están equivocados: la luz no venía de la paja, sino de la santísima Santa Faz y de la Persona del Niño Jesús.
Quizás esto podría ser un tema de nuestra meditación en esta Nochebuena y Navidad. Pidámosles a la Virgen y a San José que nos ayuden a comprender este misterio y nos den una Navidad de verdadero recogimiento y piedad.

Tomado de TIA


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