miércoles, 1 de octubre de 2014

La Conjuración Anticristiana - Cap. IX

CAPÍTULO IX

ES LA MASONERÍA LA QUE COMANDA LA GUERRA CONTRA LA CIVILIZACIÓN CRISTIANA

Al día siguiente de la publicación de la encíclica en la cual León XIII denunció nuevamente al mundo a la francmasonería como siendo el agente de la guerra contra la Iglesia y contra todo el orden social, el Bulletin de la Grande Loge Symbolique Écossaise expresó en estos términos el pensamiento de la secta:
“Lo mínimo que la francmasonería puede hacer es agradecer al soberano pontífice su última encíclica. León XIII, con una autoridad incontestable y con gran lujo de pruebas, acaba de demostrar, una vez más, que existe un abismo infranqueable entre la Iglesia, de la cual él es el representante, y la Revolución, de la cual la francmasonería es el brazo derecho. Es bueno que los que tienen dudas dejen de abrigar vanas esperanzas. Es preciso que todos se habitúen en comprender que ha llegado la hora de optar entre el orden antiguo, que se apoya en la revelación, y el nuevo orden, que no reconoce otros fundamentos que no sean la ciencia y la razón humana, entre el espíritu de autoridad y el espíritu de libertad”[1].
Este pensamiento fue nuevamente expresado en la Convención de 1902, por el orador encargado de pronunciar el discurso de clausura: “… ¿Qué es lo que nos separa? Es un abismo, abismo que no será cubierto sino en el día en que triunfe la masonería, obrera incansable del progreso democrático de la justicia social… Hasta allá, nada de tregua, de reposo, de aproximación, de concesiones… Es la última frase de la lucha de la Iglesia y de la Congregación contra nuestra sociedad republicana y laica. El esfuerzo debe ser supremo…”. Derrumbada la Iglesia, todo el resto caerá.
También, La Lanterne, órgano oficioso de nuestros gobernantes y de la francmasonería, no cesó de decir todos los días y en todos los tonos: “Antes de cualquier otra cuestión, antes de la cuestión social, antes de la cuestión política, es preciso terminar de una vez con la cuestión clerical. Esa es la clave de todo el resto. Si cometiéramos el crimen de capitular, de retardar nuestra acción, de dejar escapar al adversario, pronto el partido republicano y la república estarán perdidos… La Iglesia no nos permitiría recomenzar la experiencia. Ella sabe hoy que la república le será mortal, y si no la matase, es ella la que matará a la república. Entre la república y la Iglesia existe un duelo a muerte. Apresurémonos en aplastar al infame[2], o resignémonos a dejar la libertad sofocada durante siglos”.

Un hecho que acaba de ocurrir, muestra resumidamente lo que será expuesto en la segunda y en la tercera parte de este libro: cómo la secta actúa para llegar a la realización de sus designios.
Bajo un pretexto vano, se produjo una rebelión en Barcelona; incendios y masacres forzaron al gobierno español a colocar en estado de sitio a la ciudad… El instigador Ferrer fue preso. En vez de ser fusilado en el acto, fue entregado al tribunal militar, que lo condenó a la muerte. El juicio fue ratificado. Falsas noticias fueron enviadas a los periódicos de todos los países: Ferrer no fue juzgado según las leyes. Su defensor fue arrestado. El clero, el propio Papa están involucrados. “La mano sangrienta de la Iglesia, parte en el proceso escribía La Lanterne condujo todo; y los solados del rey de España se limitaron a ejecutar sus voluntades. Todos los pueblos deben rebelarse contra esa religión de muerte y de sangre”. En apoyo, una caricatura representó a un sacerdote con un puñal en la mano. Amenazas de represalias, de asesinato del rey y del Papa llovieron en Madrid y en Roma. Peticiones circularon en París, Roma, Bruselas, Londres, Berlín, para protestar contra el juicio. Ferrer fue ejecutado. Luego se produjeron manifestaciones, varias sangrientas, en las principales ciudades de Francia y de todos los países europeos. Por acumulación, una especie de triunfo quiso glorificarlo en las calles de París, con la cobertura de la policía y la participación del ejército, al canto de la Internacional.
Los gobernantes fueron interpelados en los diversos parlamentos, las protestas fueron apoyadas por los consejos departamentales, municipales. Cincuentaisiete ciudades de Francia decidieron poner el nombre de Ferrer a una de sus calles.
La espontaneidad y el conjunto prodigioso de esas manifestaciones por una causa extraña a los intereses de los diversos países indica que existe una organización que se extiende a todos los pueblos, teniendo capacidad de acción hasta en las más humildes localidades. Entre las piezas del proceso de Barcelona, hay una que estableció que Ferrer pertenecía a la gran logia internacional, el misterioso centro de donde se ejerce sobre el mundo el poder oculto de la masonería.
Pero aquí la secta se denuncia a sí misma.
El consejo de la orden del Gran Oriente de París envió a todas sus oficinas y a todas las potencias masónicas del mundo, un manifiesto de protesta contra la ejecución de Ferrer. En él, el consejo reivindicaba al revoltoso como uno de los suyos: “Ferrer era uno de los nuestros. Él sintió que la obra masónica expresaba el más alto ideal que puede realizar el hombre. Él afirmó nuestros principios hasta el fin. Lo que se quiso alcanzar en él fue el ideal masónico.
“Delante de la marcha del progreso indefinido de la humanidad se levanta una fuerza de estagnación cuyos principios y acción tienen en vista lanzarnos en la noche de la Edad Media”.
El Gran Oriente de Bélgica se apresuró en responder al manifiesto del Gran Oriente de Francia: “El Gran Oriente de Bélgica, compartiendo los nobles sentimientos que inspiraron la proclamación del Gran Oriente de Francia, se asocia, en nombre de las logias belgas, a la protesta indignada que se envió a la masonería universal y al mundo civilizado contra la sentencia inicua pronunciada e impiadosamente ejecutada contra el hermano Francisco Ferrer”.
El Gran Oriente italiano y otros hicieron lo mismo: “Francisco Ferrer, honra de la cultura y del pensamiento moderno, apóstol infatigable del ideal laico, fue fusilado por orden de los jesuitas, en el horrible calabozo de la fortaleza de Montjuich, en la cual todavía resuenan los gritos de innumerables víctimas… Un estremecimiento de horror recorrió el mundo, que, en un sublime impulso de solidaridad humana, maldijo a los autores conocidos y ocultos de la muerte y los condena a la execración y a la infamia”.
El comité central de la liga masónica de los derechos del hombre, reunida en sesión extraordinaria el 13 de octubre de 1909, decidió levantar un monumento a la memoria de Ferrer, “mártir del libre pensamiento y del ideal democrático”. Convidó a todas las organizaciones de libre pensamiento a contribuir para la realización de este proyecto, y resolvió erguirlo en Montmartre, frente a la Iglesia del Sagrado Corazón.

La francmasonería declaró, pues, en palabras y en actos que ella consideraba y defendía a Ferrer como la encarnación del “ideal masónico”. ¿Cuál era el ideal de Ferrer? Él mismo lo proclamó en mayo de 1907, en la revista pedagógica Humanidad Nueva, en la cual expone los principios de la “Escuela moderna” que acababa de fundar con dinero conseguido de manera poco legal de un católico practicante e incluso piadoso.
“Cuando tuvimos, hace seis años, la inmensa alegría de abrir la escuela moderna de Barcelona, nos apresuramos en divulgar que su sistema de enseñanza seria, racionalista y científica. Queríamos prevenir al público de que, siendo la ciencia y la razón los antídotos de todo dogma, no enseñaríamos en nuestra escuela ninguna religión…
“Cuánto más hemos demostrado la temeridad que teníamos en colocarnos tan francamente en frente de la Iglesia todopoderosa de España, más sentíamos el coraje para perseverar en nuestros proyectos.
“Sin embargo, es necesario aclarar que la misión de la escuela moderna no se limita solamente al deseo de ver desaparecer los preconceptos religiosos de las inteligencias. Si bien que esos preconceptos sean aquellos que más se oponen a la emancipación intelectual de los individuos, no obtendríamos, con su desaparición, una humanidad libre y feliz, puesto que se puede concebir un pueblo sin religión, pero también sin libertad.
“Si las clases trabajadoras se liberasen de los preconceptos religiosos y conservasen el de la propiedad tal como existe actualmente, si los trabajadores aún creyesen en la parábola que siempre habrá pobres y ricos, si la enseñanza racionalista se contentase en diseminar nociones sobre la higiene y las ciencias, en preparar solamente buenos aprendices, buenos obreros, buenos empleados en todas las profesiones, nosotros continuaríamos viviendo más o menos sanos y robustos con el modesto alimento que nos proporcionaría nuestro módico salario, pero no dejaríamos de ser siempre los esclavos del capital.
“La escuela moderna pretende, por lo tanto, combatir todos los preconceptos que se oponen a la emancipación total del individuo y ella adoptó, con ese objetivo, el racionalismo humanitario, que consiste en inculcar en la juventud el deseo de conocer el origen de todas las injusticias sociales, a fin de que se combatan a través de los conocimientos que se han adquirido.
“Nuestro racionalismo combate las guerras fratricidas, sean internas, sean externas, la explotación del hombre por el hombre; lucha contra el estado de servidumbre en el cual se encuentra actualmente colocada la mujer en nuestra sociedad; en una palabra, combate a los enemigos de la harmonía universal, como la ignorancia, la maldad, el orgullo y todos los vicios y defectos que dividen a los hombres en dos clases: los explotadores y los explotados”.
En una carta dirigida a uno de sus amigos, Ferrer manifestaba de maneja aún mejor el pensamiento de su escuela: “Para no atemorizar a las personas y para no dar al gobierno un pretexto para cerrar mis establecimientos, yo los llamo ‘escuela moderna’ y no ‘escuela de anarquistas’. Porque la finalidad de mi propaganda es, lo confieso francamente, formar en mis escuelas anarquistas convencidos. Mi deseo es convocar la revolución. Por ahora, debemos contentarnos en implantar en el cerebro de la juventud la idea del saqueo violento. Ella debe aprender que no existe, contra los policías y la tonsura, sino un único medio: la bomba y el veneno”.
La investigación del caso llevó al descubrimiento, en la villa “Germinal”, en que él vivía, de documentos escondidos en un subterráneo hábilmente disimulado y que tenía diversas puertas de salida. Esos documentos probaban que él era el alma de todos los movimientos revolucionarios que se producían en España desde 1872. Estos son, entre otros, extractos de circulares redactadas en 1892.
“Compañeros, seamos hombres, aplastemos a esos infames burgueses… Antes de construir, arruinemos todo… Si entre los políticos algunos apelasen a vuestra humanidad, matadlos… Abolición de todas las leyes… expulsión de todas las comunidades religiosas… Disolución de la magistratura, del ejército y de la marina… Demolición de las iglesias…”.
Al final, de la propia mano de Ferrer, esta nota:
Adjunto una receta para fabricar un explosivo”.
Este es el hombre que la francmasonería presentó al mundo como profesando su ideal.
Algunos días después de la ejecución de Ferrer, el gabinete de Madrid se vio obligado a dimitir; los jefes del partido liberal y del partido democrático, obedeciendo sin duda a las órdenes de la logia, llevaron al conocimiento de Maura que ellos harían una obstrucción irreductible a cualquier medida, a todo proyecto que él presentase. Sin embargo, en España, sin por lo menos dos tercios de los votos todo puede quedar inmóvil y tornarse legalmente imposible. El partido liberal y el partido democrático, al rehusar su participación, hicieron imposible la administración. Esa dimisión alegró a los librepensadores y a los ateos en toda Europa. El Action dijo:
“¿No es verdad que, en el mundo entero, un gran duelo, el mismo en todas partes, se libra entre las religiones y el libre pensamiento, entre la autocracia y la democracia, entre el absolutismo y la revolución? ¿Existen fronteras para la Iglesia y una patria para el Vaticano? ¿El drama de la humanidad no se juega alrededor de esas formas internacionales que son la convención y la escuela? La caída del gabinete de Maura, así como la ejecución de Ferrer, no constituyeron sino un episodio de ese gran drama incesante”.
Ya nos hemos explayado lo suficiente sobre este asunto. Nada puede preparar mejor al lector para comprender lo que viene a continuación: la historia de la acción de la masonería en Francia durante los dos últimos siglos, la organización de la secta, sus medios de acción y procedimientos, y las posibles hipótesis sobre el resultado final de la lucha trabada por la sinagoga de Satanás y la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo.

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[1] Citado por don Sardá y Salvany, Le mal social, ses causes, ses remèdes.
[2] El infame, así se referían a Jesucristo.

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