domingo, 28 de septiembre de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 18

El padre Dupanloup y un acuerdo inesperado

El ministro de educación pública, el conde de Falloux dio toda la medida de su valor como político. Hombres como Tocqueville, completamente indiferente a su orientación ideológica, o Émile Oliver, que de él no gustaba, tuvieron la más profunda impresión de su habilidad. El primero afirmó: “Quien no lo vio al Sr. de Falloux discutir en una mesa, no sabe lo que es el poder de un hombre”. El segundo: “Falloux es de los políticos que, por ciertos lados, me dieron la idea menos imperfecta de un hombre de Estado”.
Toda esa capacidad fue aplicada para liquidar al partido católico y substituirlo por el catolicismo liberal.
El partido católico era antiliberal por convicción y por haber tenido origen y desenvolvimiento en medio de luchas. Si continuase existiendo, no sería posible la propaganda del liberalismo en los medios católicos; por eso, aquellos que desean acomodarse con el mundo tenían necesariamente que deshacer la impresión que el catolicismo declarado y corajoso del partido causara al público.
Montalembert, jefe incontestable de los católicos, era un tropiezo que era preciso ser apartado. Le ofrecieron la embajada de Londres, pero Lord Palmerston, primer ministro de Inglaterra, rechazó el agréement. El conde de Falloux, el padre Dupanloup y varios otros iniciaron entonces la involucración del gran líder, sustentando que el peligro socialista hacía que fuese necesario un acuerdo con la Universidad en la cuestión de la enseñanza.
Muchos años después, el conde de Falloux publicó un folleto sobre la historia del partido católico, y en él dio las razones que lo llevaron a ese acuerdo. Entre otras, apunta la siguiente: “Para salvar una nación, no es suficiente que la educación de las familias de elite sea irreprensible desde el punto de vista religioso; es necesario también que, en todo lo que es legítimo, la educación se ponga de acuerdo con el medio social que espera el hombre al salir de la juventud. Evitemos que se tenga que avergonzar de sus maestros, que sea tentada a imputarle su inferioridad en el fórum, en el ejército o en cualquier otra carrera. Educar a los jóvenes en el siglo XIX como si, al dejar la escuela, debiesen ingresar en la sociedad de Gregorio VII o de San Luis, sería tan pueril como educar a nuestros jóvenes oficiales en Saint Cyr en el manejo del ariete o de la catapulta, escondiéndoles el uso de la pólvora y del cañón”.
Este extracto deja claro ver que el conde de Falloux no deseaba el aparecimiento de verdaderas universidades católicas, en lo que chocaba con uno de los puntos fundamentales del programa del partido liderado por Montalembert. Además, luego después de nominado ministro, designó una comisión para preparar la ley sobre la libertad de enseñanza, y el criterio con que la constituyó revela bien el camino que deseaba seguir. Dicha comisión se componía de veinticuatro miembros, y era presidida por Thiers en la ausencia del ministro. Por parte de la Universidad fueron escogidos Victor Cousin, Saint Marc Girardin y otros; por los católicos, Montalembert, el padre Dupanloup, el padre Sibour, el vizconde de Melun, Agustin Cochin y algunos más; y para contrabalancear sus tendencias, políticos como Thiers, EugèneJanvier, etc.
De todos los católicos llamados a participar de los debates, sólo Montalembert era de los jefes del partido católico. Louis Veuillot fue dejado de lado por “intransigente”; Mons. Parisis, obispo de Langres y líder eclesiástico del partido, no fue convidado para no entrabar la acción del padre Dupanloup; Lenormant, demitido de la Universidad por causa de su fidelidad al partido católico, ni siquiera mereció que le explicasen porqué prescindían de su participación.
En las reuniones de la comisión, desde luego Thiers dominó completamente la situación. En un cambio espectacular de orientación, propuso que se entregara toda la enseñanza primaria a los católicos, y que se extinguiesen las escuelas normales, viveros de maestros socialistas. Por la primera y última vez, Montalembert habló en nombre de los católicos en la comisión, para… oponerse al proyecto de Thiers y pedir la libertad de enseñanza.
Al discutirse la organización de la enseñanza secundaria, Victor Cousin recordó a Thiers que todos los argumentos que éste usara contra el monopolio de enseñanza primaria eran también válidos para la enseñanza secundaria. Y Thiers respondió: “Entonces la sacrificaremos también; es preciso sacrificar todo para la salvación de la sociedad”. Montalembert no tuvo el coraje de intervenir nuevamente, y dejó la palabra al padre Dupanloup, ¡que propuso un acuerdo con la Universidad en ese momento en que parecía completamente derrotada por los católicos! Durante su exposición Thiers se levantó y, con gestos e inclinaciones de cabeza, pasó a apoyar al orador. Cuando el padre Dupanloup terminó, todas las miradas se volvieron hacia Montalembert. Obligado a pronunciarse, apenas dijo: “No tengo nada que acrecentar a las palabras del padre Dupanloup”. Estaba liquidado el gran líder católico. No habló más durante las sesiones, y el padre Dupanloup tomó el bastón de mando, resolviendo por los católicos el acuerdo con la Universidad.
Inicialmente fue elaborado el proyecto de ley. La dirección moral de enseñanza primaria sería confiada al clero. La secundaria era proclamada libre, y reducida al beneplácito de la Universidad, que pasaría solamente a fiscalizarla. Los ministros de los diferentes cultos serían los encargados de la dirección moral y de la enseñanza religiosa en las escuelas secundarias. En cuanto a la Universidad, ella perdía el control de la enseñanza. En su Consejo Superior, al lado de los profesores entrarían los magistrados, consejeros de Estado, miembros del Instituto y tres obispos indicados por el episcopado.
Tal proyecto era profundamente contrario a la orientación del partido católico. Principalmente porque, en lugar de la libertad de fundar universidades propias, era dado a la Iglesia un lugar bien modesto en el Consejo Superior de la Universidad, en cuanto a esta aún le era conservada la importantísima atribución de fiscalizar los establecimientos secundarios libres. Por otro lado, si el proyecto contenía alguna cosa de bueno, es de extrañar que los católicos hayan tenido la iniciativa de proponer tan poco en favor de gravísimos intereses de la Iglesia.
En todo caso, Montalembert perdió el liderazgo del movimiento católico. El conde de Falloux y el padre Dupanloup serían los nuevos jefes, si los católicos apoyasen el proyecto, y con eso el catolicismo liberal conseguiría la victoria en Francia.

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