martes, 23 de septiembre de 2014

La princesa Isabel

Una de las numerosísimas víctimas de la
Revolución Francesa: la princesa Isabel
Su “crimen”:
ser la hermana del rey Luis XVI

Plinio Corrêa de Oliveira

El interés especial del personaje está en lo siguiente: como Uds. saben, la Revolución Francesa es presentada por el común de los historiadores como siendo un acontecimiento de los más trascendentales de la historia de la humanidad, en el sentido de que representó un paso más en la historia de la “liberación” del hombre.
Los partidarios de la Revolución Francesa entienden que aquello fue una explosión de lo que hay de mejor de las cualidades del espíritu humano; el espíritu humano que no se conformaría con la sujeción, no se conformaría con los grilletes, no se conformaría con la desigualdad, y que, llevado por una noble sed de igualdad, libertad y fraternidad, habría impulsado entonces la Revolución. Y para justificar la tesis de que el espíritu de la Revolución era muy “noble”, ellos hacen el endiosamiento de los grandes hombres de la Revolución, sustentando que fueron hombres de excepcionales cualidades humanas.
Madame Elisabeth
La verdad histórica es directamente lo opuesto de eso. En mi libro Revolución y ContraRevolución se muestra que la Revolución Francesa fue la consecuencia necesaria del protestantismo. O sea, la explosión en el campo político, o en la temática de las estructuras políticas, del mismo espíritu de rebelión de sensualidad y de orgullo que anteriormente generó el protestantismo. Y, en consecuencia, hay una, polémica también a respecto no sólo de las ideas de la Revolución, sino también de los hombres de la Revolución. Nosotros, que somos adversarios de la Revolución Francesa, nos empeñamos en mostrar la Revolución Francesa en su verdadero aspecto, no solo refutando las doctrinas, sino también mostrando que los hombres que fueron los exponentes de la Revolución fueron criminales, fueron hombres sin ninguna moralidad, fueron lo contrario de la fraternidad que ellos pregonaban, fueron hombres sanguinarios, crueles y tiránicos.
Y uno de los crímenes de la Revolución donde ese espíritu se manifestó de un modo más evidente, es el crimen efectuado contra una de las personas de la familia real de Francia, que era la princesa Isabel, llamada habitualmente por los historiadores Madame Elisabeth (1764-1794). ¿Quién era esa princesa Isabel? Ella era hermana del rey Luis XVI, soltera y una persona no sólo de gran pureza de costumbres, sino de una ardiente piedad. Ella frecuentaba la corte, donde cumplía los deberes que le tocaban como hermana del rey, pero su tiempo libre lo pasaba en un pequeño castillo que ella tenía lejos de Versalles. Dedicaba su tiempo a la piedad y a las obras de caridad: ella distribuía víveres y ayudaba a los campesinos, a los trabajadores rurales que vivían por ahí cerca. Era, por tanto, una persona conocida por causa de su insigne caridad.
Madame Elisabeth distribuyendo gêneros alimentícios, próximo al castillo de Versailles
- cuadro de Richard Fleury François
Ella vivía completamente alejada de la política. Como por lo demás, es normal. Siendo una joven, no teniendo funciones que ver con la política, vivía en el más completo alejamiento de la política. Muy dedicada a su hermano, habría tenido toda la facilidad para casarse, pero no quiso hacerlo para poder vivir allí en las cercanías de la familia real, y prestando el auxilio que las circunstancias le pudiesen pedir.
Cuando estalló la Revolución Francesa, todos los hermanos del rey salieron de Francia menos ella, que quiso, heroicamente, enfrentar los riesgos —evidentes desde el comienzo— de la Revolución y para poder auxiliar en las amarguras que venían a su hermano, a su cuñada (la reina María Antonieta) y a sus sobrinos, hijos de ese matrimonio. Y, de hecho, ella siguió paso a paso el drama de la familia real. Acabó siendo encarcelada por los revolucionarios junto con la familia real, y fue procesada.
Después que Luis XVI y María Antonieta fueron condenados a muerte y guillotinados, vino el proceso de ella y fue condenada a muerte también. ¿Condenada a muerte por cuál crimen? Ningún crimen. No podía ser crimen ser hermana del rey, porque nadie mata a una persona porque es hermana del criminal. Por peor que sea el criminal —por ejemplo, esos hippies miserables que mataron hace un tiempo atrás a unas personas en Los Ángeles— Uds. no van a leer en el periódico la siguiente noticia: “Fueron muertos tales hippies y una hermana de ellos, que no tenía nada que ver con el caso, muerta por ser hermana”. Es decir, eso es impensable, no pasa por la cabeza de nadie.
Contra ella no fue posible alegar ningún crimen. Ni siquiera fue acusada de ningún crimen. Fue muerta exclusivamente por odio, por ser hermana del rey. Uds. pueden ver el carácter bestialmente rencoroso de los líderes y, por lo tanto, también de los secuaces, de una Revolución hecha en nombre de la “fraternidad”. Sería interesante que después de ver el aspecto Revolución, consideremos el aspecto Contrarrevolución. O sea, la dignidad con que esa princesa soportó los tormentos que cayeron sobre ella, y su muerte. Naturalmente no es este el momento de dar la biografía de ella. Pero vamos a ver las escenas de su muerte, los últimos episodios de su muerte.
Esos episodios tienen mucha significación y pasaré a leerlos aquí. Están sacados del libro “Madame Elisabeth – aspectos desconocidos” [versión original francesa: “Madame Elisabeth inconnue”, París, Beauchesne et fils, 1955]; autora del libro: Madeleine Louise de Sion. El extracto que voy a comentar es el siguiente:
La princesa Elisabeth fue condenada juntamente con 25 personas, la mayor parte de la alta nobleza, si bien que había también entre ellas elementos del pueblo. El presidente del Tribunal…”.
Un tribunal revolucionario, republicano que la condenó.
“… Dumas, no pudo dejar de bromear vilmente a respecto de la muerte de esas víctimas. Y dijo: Elisabeth de Francia no se puede quejar, pues formamos a su alrededor una corte de aristócratas dignos de ella”.
El sarcasmo y la burla hacia quien camina para la muerte. Ahí va la princesa, una serie de señoras de la nobleza, entonces “Así es, ella no se puede quejar, va acompañada de un lote de nobles”.
Y nada podrá impedir que ella se sienta todavía en los salones de Versalles cuando se coloque a los pies de la santa guillotina, rodeada de toda esa nobleza fiel”.
Puédese ver el sarcasmo y el peso del sarcasmo. Un hombre, cuando trata con una señora, aun cuando sea el mayor enemigo de esa señora, debe tratarla con cierta cortesía. El fuerte no debe abusar contra el débil. Esa es una cosa elemental de caballerismo. Más aún si se trata de un juez con aquella que acaba de condenar. Él debería tener, por lo tanto, vergüenza de manifestar rencor para con la persona que condenó. Más todavía con una persona que está condenada a muerte. Porque la muerte tiene una majestad, una respetabilidad tremenda. Es un castigo de Dios, y como todo lo que viene de Dios, la muerte tiene una grandeza que hace con que todo el mundo respete a aquel que va a morir. Puede tratarse del hombre más vil del mundo, pero una vez que él está marcado en la frente con la señal de la muerte, debe ser objeto de respeto.
Cuando un bandido está encarcelado y va a ser ejecutado, después de haber sido condenado a muerte, se acostumbra a concederle que se haga su última voluntad, desde que no se trate de una acción criminal, inclusive se le sirve una última cena con todo cuanto él pide. Y algunos comen, tal es el apetito humano. El hombre es así, algunos comen.
Mme. Elizabeth conducida al suplicio
Nadie juzgaría legítimo ponerse delante de un bandido merecidamente condenado a muerte y comenzar a bromear: “¡Ud. va a morir!... ¿Ya se lo imaginó? Ahora va a caer aquí…”. O cuando está en la silla eléctrica: “¡Vea el shock!...” Nadie haría eso. ¿Por qué? Porque es una barbaridad, es una cobardía, porque por más que sea un bandido, él está marcado en la frente con la señal de la muerte; y a partir de ese momento se lo debe respetar.
Ella estaba condenada a muerte, y este bandido, un hombre, burlándose de una mujer; un juez que se burla de quien él condenó; después, una creatura humana que se burla de una persona que va para la muerte. Se burla de esa manera, viéndola en aquella humillación, viéndola destituida de toda la pompa antigua, hace un sarcasmo. Ella se va a sentir a los pies de la guillotina como se sentiría en el esplendor de Versalles. Es decir, es casi imposible llevar la bajeza humana más lejos. Ese era el espíritu de la Revolución francesa. Continua (el texto):
De hecho, la hermana de Luis XVI estaba escoltada por tres marquesas, dos condesas, entre otras personas de la nobleza. Llena de calma, ella escuchó su sentencia de muerte, pidiendo solamente y con cortesía, que le llevasen un sacerdote; a lo que, Fouquier Tinville, promotor público, respondió con desdén: “Bah!, ella morirá muy bien sin la bendición de un capuchino”.
Es una cosa que también no se hace: es negar a la persona el último socorro de la religión. Conozco de casos de ateos que cuando una persona está para morir y pide un sacerdote, el ateo lo hace llamar. ¿Por qué? Porque el ateo raciocina de la siguiente manera: está bien, la religión no es verdadera, pero le voy a dar a él un último consuelo en la hora de la muerte. No le rechaza ese consuelo en la hora de la muerte. Continuemos:
Después de ser condenados a muerte en el tribunal, fueron todos llevados para la prisión. Y en la prisión, sus compañeros que se encontraban ahí, porque antes no se habían reunido, le cedieron el lugar de honra a ella, que tomó con toda naturalidad.
La serenidad de la mirada de la princesa, la dignidad de su actitud…”.
Hay mucho valor en mantenerse sereno cuando se está aproximando la muerte y más aún cuando se es una joven como ella; mantenerse digno cuando se está viviendo en la última de las humillaciones.
“… la ascendencia de su palabra luego crearon en torno de ella un clima de heroísmo que contagió a todos”.
Los señores vean que belleza. Ella la débil, ella la indefensa, ella la mayor derrotada, ella es la heroína. Y no es la heroína del embobamiento y de la falta de distancia psíquica; es la heroína de la fe, la heroína de la serenidad. Ella comunica tanta elevación al martirio que ella va a sufrir que inmediatamente el ambiente cambia. Ella consiguió animar a los débiles y dar fuerza hasta los que se mostraban fuertes.
Una marquesa de setenta y tres años [Madame de Sónozan]…”
Para que los señores vean lo que es la criatura humana…
“… estaba aterrorizada y temblorosa delante de la muerte. La princesa, con especial deferencia, le hizo ver que, al final de cuentas, iba a morir joven, que estaba más serena que ella, y que ella debía tener la alegría de que, al final de cuentas, había vivido por lo menos setenta y tres años”.
Me recuerda el comentario de un francés. Se cuenta que dos franceses se encontraron, y estaban ya los dos un poco envejecidos. Y uno le dijo al otro: “¡Qué aborrecimiento envejecer!”. El otro le dijo: “Yo no pienso así. Es la única manera de vivir mucho tiempo…”. Ese es el espíritu francés. Porque después de dicho eso, no hay nada más que decir. Lapidariamente respondida y más nada. Es quedarse callado y cambiar de asunto. ¿Qué se va a hacer?...
La marquesa se sintió rehecha con pensamientos de fe etc. y quedó animada. La vieja marquesa terminó por calmarse y ofrecer generosamente a Dios los pocos años que aún podía pasar en esa tierra. Una condesa [Madame de Montmorin], que vio guillotinados a todos sus parientes, no se conformaba ahora con la muerte de su hijo Calixto, de apenas 20 años, que había sido condenado junto con ella. La princesa Elisabeth le hizo ver el privilegio de morir los dos juntos y los peligros que correría el joven en una tierra devastada por errores”.
Eran los errores de la Revolución francesa. Ella quería mostrar que un alma fácilmente se perdería y que una madre que tuviese fe debería comprender que era una gracia morir los dos en aquella ocasión, yendo el hijo para el cielo en buena disposición de alma —excelente hasta como los señores verán— en vez de estar sujeto a los riesgos de esa vida.
Para otra condesa [Madame de Sérilly] que esperaba un hijo, la princesa Elisabeth consiguió un salvo-conducto que permitió que la joven señora no fuese condenada”.
No fuese ejecutada la sentencia contra ella. Quiere decir, ella, condenada a muerte, sólo pensaba en los otros, sólo cuidaba de los otros, incluso salvó la vida de una persona. Quiere decir, esas fueron sus últimas horas. Los señores vean la elevación de ese espíritu impregnado de tradiciones y la bestialidad de la crueldad revolucionaria. Ahí los señores tienen dos espíritus, dos mundos en conflicto y podemos medir bien el contraste de una cosa con la otra. Prosigue la narración:
Después de un día de prisión y después de haber el canónigo de Chambertrand administrado los socorros religiosos a todos…”.
Eran sacerdotes que se infiltraban en las prisiones vestidos de legos, y que nadie sabía que eran sacerdotes, y que tenían el heroísmo de hacerse apresar para poder entrar en la prisión. Y entonces ellos daban la absolución etc., porque en esas prisiones era lícito pasar desde una celda para otra. Y ellos entonces cuando veían que las personas estaban condenadas a muerte, ellos con un pretexto u otro, se aproximaban y hacían una señal, y daban la absolución, a veces daban hasta la comunión para las personas; ellos guardaban partículas, celebraban misa, hacían mil cosas extraordinarias en la prisión. Entonces, dice lo siguiente:
“… a las cinco horas de la mañana vinieron a cortarle el cabello a las señoras”.
Era una de las cosas más trágicas que precedía la muerte. Era algo necesario – la guillotina, como Uds. saben, es una lámina que la persona acciona en un punto con una cuerda, y la lámina cae; entonces la víctima está tendida, y la guillotina cae sobre la nuca y corta la espina dorsal. Y la persona muere, porque la guillotina después corta la cabeza entera. Es seguida inmediatamente de la muerte. Es una lámina muy afilada. Pero en el interés del propio condenado, para que la guillotina funcione bien y la persona muera de inmediato, conviene cortar el cabello; incluso a los hombres los rapaban completamente por detrás de la cabeza porque a veces unos pocos cabellos pueden constituir un obstáculo para la guillotina.
Entonces, era del interés del condenado y también era del interés de la Revolución, porque ellos mataban tanta gente en el mismo día, por lo que, para que los grupos de presos fueren rápidamente despachados, era preciso que la lámina no se detuviese para poder matar a muchos. Entonces, en la víspera o, a veces, en la misma mañana, venían los carceleros con tijeras o con navajas y los rapaban. Sobre todo las señoras, que en ese tiempo usaban el cabello comprimido, entonces les rapaban completamente la nuca. Y aquel metal deslizándose por la nuca era el precursor de aquel otro metal que de aquí a poco vendría y que iría hacer un servicio bien diferente.
Nos podemos imaginar la impresión de las personas viendo llegar —pongámonos en el lugar de ellos— por ejemplo, la navaja y acariciar la nuca y después preguntar para el interesado: “¿Está bien?” – Pasa la mano: “Vea aquí tiene unos cabellos todavía…”. Se comprende que no es poca cosa… ¡es terrible! Después, para las señoras hacían como que una toilette fúnebre: vestían completamente de blanco. Amarraban las manos de todas las víctimas atrás y eran empujadas a los puntapiés, en carretas, donde iban de pie, con una multitud asistiendo. En la multitud, de cuando en cuando, había un sacerdote. Y el sacerdote, desde una ventana, desde un lugar disfrazado —ellos ya sabían— quedaban mirando.
El sacerdote hacía una bendición, una absolución última que era, evidentemente, un precioso aliento para quien fuese caminando para la muerte. Entonces, en la mañana venían los empleados de la prisión para cortar los cabellos de todos, sobre todo de las señoras y de la princesa Elisabeth.
“… a las cinco horas de la mañana vinieron a cortar los cabellos de las señoras. Después las carretas siguieron para el local de la ejecución”.
La guillotina quedaba en medio de una plaza pública, enorme, y todo cuanto era revolucionario asistiendo; cuando la cabeza caía, había un orificio en la tarima, caía en una cesta en el suelo. Y los cuerpos eran lanzados al lado. Después los cuerpos eran apilados en una carreta los cuerpos y las cabezas y todos lanzados en una fosa común del cementerio.
Llegando a la plaza de la guillotina, los condenados se sentaron en banquillos, esperando la llamada de sus nombres”.
Los banquillos quedaban en lo alto, en la tarima. Había una tarima, una especie de estrado, donde quedaba la guillotina. Y los banquillos quedaban en lo alto.
Madame de Crussol fue la primera en ser llamada”.
Vean la grandeza de eso delante de un pueblo igualitario. Lo que va a relatar ahora.
Antes, sin embargo, de llegar hasta la guillotina, se aproximó a la princesa y la saludó como se hacía en la corte”.
Una gran reverencia. ¿Son o no son dos mundo completamente diferentes? El mundo del respeto, el mundo de la veneración, el mundo de la humildad, de un lado; el mundo del orgullo, el mundo del paganismo, el mundo de non servían del otro lado.
La princesa Elisabeth, a cada señora que iba a morir, respondía con una inclinación de la cabeza, llamaba a la señora y la besaba. Después de eso la señora subía. La escena era de una tal majestad que los revolucionarios no osaban hacer nada”.
Porque hay realmente ciertas cosas que no son posibles. ¡No es posible! Delante de la muerte, delante de aquella canallada revolucionaria, un tal coraje de una señora, que corría el riesgo de llevar una paliza antes de morir. Y aquella profunda reverencia y el beso de la princesa, y todo hecho con aquella suavidad de maneras del Ancien Régime, aquel beso en que se tocaban dos cabezas que de ahí a poco irían a rodar, los señores están comprendiendo lo que eso significa.
Su gesto fue repetido por todas las otras señoras; después vinieron los hombres que hacían una profunda reverencia delante de la princesa; algunos llegaron a doblar las rodillas delante de ella. Ella también respondía, ellos subían y eran también decapitados. Fue la última recepción de Elisabeth de Francia, y fue la última vez que ella aplicó el protocolo de la corte francesa. Por ocasión de cada ejecución, la princesa rezada en voz alta el De produndis”.
De profundis es un salmo que dice: “Desde lo profundo del abismo en que me encuentro, Señor, Señor, elevo mi voz; que vuestros oídos sean accesibles a la voz de mi aflicción”, etc.; se canta, es un salmo que la Iglesia reza por los moribundos o por los difuntos.
La multitud aullaba de satisfacción y el joven Calixto de Montmorin gritaba alto: ¡Viva el Rey!
Son dos mundos. Es la confrontación de dos mundos. Ése era un chouan, era el caballero de los antiguos tiempos, era el héroe que sustentaba la fe de la tradición, en cuanto los otros pertenecían al mundo comunista que estamos viendo aquí, que era apoyado por otro hombre, que iba a ser ejecutado también, llamado Batista Dubois.
Cuando la última víctima se inclinó delante de la princesa, ella dijo con entusiasmo: Coraje y fe en la misericordia de Dios. Ella fue la última en llegar al cadalso. En el momento en que iban a amarrarla a la tabla…”
Porque la víctima era amarrada a una tabla.
“… en el momento en que ella iba a ser amarrada a la tabla, un echarpe…”
Quiere decir, uno de esos mantos o especie de bufanda para enrollar en el cuello.
“… de lino que ella tenía se cayó, dejando aparecer en el cuello una medalla con el Inmaculado Corazón de María. El ayudante del verdugo quiso robar el echarpe, pero la princesa, con voz emocionada…”
Es la primera vez que ella manifiesta emoción a lo largo de todo este drama.
“… exclamó lo siguiente:…”
No nos podemos imaginar en lo que ella estaba pensando en el momento de morir; ¿Cuál es el pensamiento de ella? Ella exclamó lo siguiente:
Mme. Elisabeth en el patíbulo
En nombre de vuestra madre, Monsieur, cubridme”.
Era un pensamiento de pudor. Ella no quería que ninguna parte de su cuerpo fuese vista. Entonces, ella quedó naturalmente con alguna parte del pecho descubierto, y viendo que era un miserable a quien nada podía pedir en nombre de Dios, ella procuró en aquella hora una fibra humana que aún hubiese en aquél canalla. Y ella le dijo con mucha cortesía, llamando de “Monsieur” (Señor) a un bandido de aquellos. Dice: “Monsieur, en nombre de su madre, cubridme”. ¡Estamos viendo cuánta presencia de espíritu! ¡de pudor! ¡cuánto recato! Compárese eso con las modas de hoy y podremos comprender la decadencia del mundo después de la Revolución francesa.
Fueron sus últimas palabras, eco de toda su vida, hecha de dignidad y de pureza. Se produjo entonces un hecho extraño. Después de su muerte, no se hizo oír el toque de tambores”.
Inmediatamente después de que el ejecutado moría, se tocaba un tambor y el pueblo aullaba. Pero la muerte de ella produjo una tan impresión que ni la canallada revolucionaria osó tocar el tambor. Quedaron todos paralizados, quietos.
Ni se oyó aullido y el grito de ‘viva la república’. El capitán que debía dar la señal para los tambores, cayó desfallecido y de ahí fue cargado ya medio paralítico y agonizante. Un silencio impresionante se impuso sobre la multitud estupefacta, y todos los primeros biógrafos de la princesa repiten que se sintió —como ocurre a veces en la muerte de los santos— un penetrante perfume de rosa sobre toda la plaza de la Revolución”.

*        *        *

Yo recuerdo otro episodio muy bonito de la Revolución, y con eso yo termino el “Santo del día” de hoy. Está en esa línea: es la muerte de Luis XVI. Luis XVI fue ejecutado antes que ella. Él era un hombre extraordinariamente corpulento. Era un atleta. Y fue llevado de la prisión hasta la guillotina, en un coche, con un sacerdote. La historia de ese sacerdote es curiosísima. Ese padre era un padre de origen escocés, se llamaba Edgeworth de Firmont (1745 – 22-5-1807).
Era de una familia escocesa expulsada de Escocia por los protestantes, y que unas tres o cuatro generaciones antes fueron a vivir a Francia. Y en la familia de ese padre siembre hubo una tradición medio profética de que ellos tendrían un descendiente que iría a dar los últimos sacramentos al rey de Francia, preso. Cuando el rey de Francia fue condenado a muerte, él, con el riesgo de su vida se aproximó, pidió a las autoridades revolucionarias para que le permitieran dar la absolución al rey. No se sabe cómo, pero las autoridades permitieron que él entrase y acompañase al rey, dentro del carro, hasta la guillotina.
Cuando los dos llegaron en el carro hasta la guillotina, descendieron y el verdugo fue al encuentro del rey para amarrarle las manos al rey, porque se hacía eso con los prisioneros que iban a ser muertos. Cuando el verdugo llegó, el rey consideró que aquello era una insolencia, y agarró al verdugo con las dos manos y le dijo: “Eso no”, e inmovilizó al verdugo. Y el rey se volteó para el padre y le dijo: “Señor cura, ¿qué piensa el Señor de eso? El padre le dijo: “Si vuestra majestad permitiese que sus manos fuesen amarradas, será más una semejanza entre su muerte y la de nuestro Señor Jesucristo”. Inmediatamente soltó al verdugo y extendió las manos que fueron amarradas y él subió hasta donde estaba la guillotina…

Ahí tenemos el espíritu de las cosas. Podemos comprender en flashes vivos lo que es la Revolución y lo que es la Contrarrevolución. Lo que fue una época que terminó, pero que dejó un filón del cual somos un prolongamiento vivo, y una época que entró y que produjo este mundo de horrores que estamos viendo aquí. Ahí está un flash de un “Santo del día”.
Ejecución del rey Luis XVI


El presente texto es una adaptación resumida de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, no ha sido revisada por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviese vivo, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de su filial disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al magisterio de la Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus propias palabras:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, ocurra que algo no está conforme a aquella enseñanza, desde ya la rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición fue publicada en el Nº 100 de "Catolicismo", en abril de 1959.

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