Plinio Corrêa de Oliveira
Sabemos que
el viernes es el día que nos recuerda la muerte de Nuestro Señor, y el domingo
recuerda su Resurrección. La pregunta que surge es: ¿Por qué el sábado está dedicado
a la Virgen? He recibido la siguiente información que transmito a Uds. y luego la
comentaré.
Selección biográfica:
Nuestra Señora sola mantuvo la fe en la Resurrección |
La devoción
a la Virgen recibió un fuerte impulso a principios del siglo X con la reforma
monástica que dio forma a la civilización medieval.
Después de
esa época se hizo costumbre general dedicar el sábado a la Virgen. San Hugo,
abad de Cluny, ordenó que en las abadías y monasterios de su orden, los sábados
se cantara el Oficio y se celebrara una Misa en honor de la Santísima Virgen
María. Una misa especial fue compuesta en su honor para esas ocasiones. Para el
Oficio Divino regular, el Papa Urbano II añadió el Pequeño Oficio de la Virgen
para ser cantado los sábados.
Hay muchas
razones de por qué el sábado debe estar dedicado a la Virgen Santísima. Las más
conocida surgió a partir de la particular devoción que tenía el hombre medieval
a la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Los Evangelios nos dicen que
después de la muerte de Nuestro Señor, los Apóstoles, los discípulos y las
santas mujeres no creían en la Resurrección, a pesar de que Nuestro Señor la
había predicho varias veces.
Sin embargo,
desde la hora en que Nuestro Señor murió en la cruz el Viernes Santo hasta el
Domingo de Resurrección, sólo la Virgen creía en su divinidad y, por lo tanto,
sólo ella tenía una fe perfecta. Porque, como dice San Pablo: “Sin la
resurrección nuestra fe sería vana”. En ese sábado, por lo tanto, en toda la
tierra fue sólo Ella quien personificó la Iglesia Católica. Por esta razón el
hombre medieval la honraba especialmente en este día.
Comentarios del Prof. Plinio:
Esta explicación
no podía ser más hermosa. Creo, sin embargo, que es una exageración decir que
las Santas Mujeres y el apóstol San Juan perdieron la fe en ese día. Pero,
ellos no tenían fe en la Resurrección.
Las santas mujeres no podían concebir la Resurrección del Señor |
A pesar del
hecho de que Nuestro Señor les habló de su Resurrección en varias ocasiones, ellos
no la comprendieron completamente. En efecto, una resurrección es una cosa tan
extraordinaria, tan opuesta al orden natural, que la mente humana no se inclina
a creer en ella. A pesar de que el Señor había resucitado a Lázaro —y ellos
habían sido testigos de ese milagro— ellos no se dieron cuenta de que Quien
había resucitado a Lázaro podía resucitarse a sí mismo.
Es casi
inconcebible que un hombre resucite un muerto y, sin embargo, es más difícil
imaginar que un muerto se resucite a sí mismo. ¿Cómo puede un hombre —por su
propio poder— levantarse desde el abismo de la muerte y decirle a su propia
alma: “Ahora, vuelve a entrar en tu cuerpo y se uno con él?”. Esto exige un
poder mucho mayor que el que se necesita para resucitar a un muerto. Es una
victoria sobre el otro, un esplendor multiplicado por otro, una cosa,
normalmente hablando, que la mente humana no puede imaginar.
Podemos entender,
por tanto, cómo los estaban junto a la Virgen al pie de la Cruz —San Juan, las
Santas Mujeres y algunos otros, como Nicodemo— también la acompañarían a su
casa en esa hora de dolor supremo. Pero ellos no creyeron verdaderamente que
Cristo iba a resucitar de la muerte. Nuestra Señora conocía y confiaba en que Él
se levantaría de la muerte; los otros no.
Aun cuando
ellos tenían un instinto sobrenatural que les decía que la historia de Nuestro
Señor no había aún terminado, y que todavía quedaba la última palabra por
decir, sólo la presencia de la Virgen los confirma en este instinto, no su fe
en la Resurrección. Sin este instinto y sin la Virgen, ellos se habrían
dispersado completamente. Cuando los Evangelios relatan la reacción de Santa
María Magdalena hablando con el Señor después de Él haber resucitado, muestran
que ella no esperaba que Él resucitaría.
En su mayor desolación, Ella nunca perdió la esperanza en la promesa |
Durante este
período, sólo la Virgen creyó en la Resurrección. Sólo Ella tenía la fe plena.
En toda la faz de la tierra Ella era la única criatura con la plena fe, la más
perfecta fe sin ninguna sombra de duda. Incluso en el inmenso dolor que Ella sufrió
por el pecado de deicidio, Ella tenía absoluta certeza de esta verdad. Serena y
tranquilamente mientras Ella esperaba la hora de la victoria que se acercaba.
Esto le daba una alegría inmensa en medio de sus penas.
Dado que la fidelidad
es necesaria para el mundo no se acabe, se puede decir que, si Ella no hubiera
sido fiel en esa ocasión, el mundo habría terminado. Si la verdadera fe hubiese
desaparecido de la faz de la tierra, entonces la Divina Providencia habría
acabado con el mundo. Por lo tanto, es por causa de su fidelidad que historia
continuó y las promesas del Antiguo y Nuevo Testamento que afirmaban que el
Mesías reinaría sobre toda la tierra y sería el Rey de la Gloria y el centro de
la historia, tuvieron continuidad. Esas promesas no habrían podido cumplirse
sin la fidelidad de la Virgen en ese período.
Todas esas
promesas vivían en su alma. Ella se convirtió en el portal de todas las
esperanzas en el futuro. En su alma, como una semilla, estaba toda la grandeza que
la Iglesia Católica desarrollaría a través de los siglos, todas las virtudes que
practicarían los santos.
Por lo
tanto, podemos decir que esas horas de la vida de la Virgen son particularmente
hermosas, tal vez las más hermosas de su vida. Uno podría preguntarse si ese
tiempo de fidelidad era aún más hermoso que el período en que Nuestro Señor
vivió en su seno como en un tabernáculo. ¿Era más hermosa que ella llevara al
Mesías en su cuerpo, o abarcar la Santa Iglesia, el Cuerpo místico de Cristo,
en su alma? Esta es una pregunta que puede ser discutida.
Es en la noche que es bello creer en la luz |
Su fidelidad
nos recuerda las palabras de Edmond Rostand en su Chantecler: “Es por la noche
que es hermoso creer en la luz”. Creer en la luz al mediodía no tiene ningún
mérito particular. Pero creer en la luz en la hora más oscura de la noche,
cuando se tiene la impresión de que todo se sumió en la oscuridad para siempre,
es realmente una cosa hermosa.
Nuestra
Señora creyó en la luz en esa terrible noche mientras sostenía su cuerpo muerto
en su regazo, mientras lo prepara con los aceites perfumados para el sepulcro,
mientras tocaba las heridas de su cuerpo que daba testimonio de la derrota
tremenda. Incluso entonces Ella creyó en la Resurrección, y Ella hizo un
tranquilo acto de fe. Ella consideraba todas esas heridas de poca importancia;
Él había prometido que resucitaría de la muerte, y lo haría. Ella creía. Ella
no tenía la menor duda.
Este es sin
duda uno de los momentos más hermosos de su vida. Desde que esto ocurrió en el
Sábado Santo, entendemos por qué la Iglesia eligió el sábado para conmemorar a
la Virgen. Hasta el fin del mundo, todos los sábados se consagran a Ella. Es
justo. Ello cumple la profecía en el Magnificat: “Todas las generaciones me
proclamarán bienaventurada”.
Aplicación para nuestra lucha
Todos los
sábados tiene el contra-revolucionario el derecho de pedir a la Virgen que tenga
piedad especial sobre él, porque él recibió una misión análoga a la de Ella. De
hecho, vivimos en un tiempo que está en la plena oscuridad de la noche. Sabemos
que la Iglesia Católica es inmortal, pero, humanamente hablando, la Iglesia
tradicional ha desaparecido. Además, en casi todas las esferas de la actividad
humana, sólo vemos corrupción y miseria. A nuestro alrededor la inmoralidad, la
rebelión, la abyección, el egoísmo, la ambición, el fraude y el reinado de la
desesperación. Todo atestigua la muerte casi completa de la civilización
cristiana.
Hay, sin
embargo, un vaso de elección, un vaso que la Virgen escogió para que sea de
gloria y honor, un vaso la castidad y fidelidad. En este vaso Nuestra Señora
recogió el sentido católico del pasado, su devoción, el amor por todas las
tradiciones católicas abandonadas por otros. Ella también en este vaso la
esperanza y la certeza de su Reino. Es el vaso de la Contra-Revolución. En esta
terrible noche, por las bendiciones de la Virgen, el alma del contra-revolucionario
es un vínculo entre el pasado y el futuro.
Aquel que
pertenece a este remanente cree en su promesa. Él tiene la certeza de que el
Corazón Inmaculado de María triunfará. Esta certeza le da tranquilidad en medio
de los mayores sufrimientos, que es una posición de alma similar al que Nuestra
Señora tuvo el Sábado Santo.
Hasta que
llegue el reinado de María, vivimos en un largo Sábado Santo en el que todo lo
que amamos está en el sepulcro; despreciado, odiado y abandonado por completo.
No obstante, tenemos la certeza de que la victoria será nuestra. Ella nos
escogió para ser sus contra-revolucionarios, para repetir e imitar su fidelidad
en nuestros tristes tiempos.
Esta es la
oración que podríamos recitarle los sábados: Oh Corazón Sapiencial el Inmaculado de María, haz mi corazón semejante
al tuyo. Cuando todo lo que me rodea afirma lo contrario, cuando el mundo
parece derrumbarse, las estrellas caen del cielo y las columnas de la tierra se
desploman, incluso en esta calamidad, dadme la serenidad, la paciencia, el celo
apostólico y el coraje de decir: Al fin tu Corazón Inmaculado triunfará.
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