Plinio Corrêa de Oliveira
Santo del día[i],
24 de noviembre de 1965
Hoy
es la fiesta de San Juan de la Cruz, confesor y doctor de la Iglesia,
reformador de la Orden del Carmelo, siglo XVI (en el actual calendario la
fiesta se celebra en el día 14 de diciembre). Mañana será la fiesta de Santa
Catalina de Alejandría, virgen y mártir.
Sobre
la muerte de Santa Catalina, el Abad Daras, en la “Vida de los Santos”, tiene
la siguiente narración:
“Maximiliano,
emperador, ordenó la muerte de Santa Catalina. Ella fue llevada al lugar del
suplicio en medio de una multitud, sobre todo de mujeres de alta condición, que
lloraban su suerte. La virgen caminaba con gran calma. Antes de morir, hizo la
siguiente oración: ‘Señor Jesucristo, mi Dios, os agradezco que hayáis
afirmado mis pies
sobre la roca de la fe y dirigido mis pasos en la vía de la salvación. Abrid
ahora vuestros brazos heridos sobre la cruz, para recibir mi alma, que yo
sacrifico a la gloria de vuestro nombre. Acordaos, Señor, que somos hechos de
carne y sangre. Perdonad mis faltas que cometí por ignorancia y llevaos mi alma
en la sangre que voy a derramar por vos. No dejéis mi cuerpo, martirizado por
vuestro amor, en poder de los que me odian. Bajad vuestra mirada sobre este
pueblo y dadle el conocimiento de la verdad. Finalmente, Señor, exaltad en
vuestra infinita misericordia a aquellos que os invocarán por mi intermedio,
para que vuestro nombre sea para siempre bendito’.
”En seguida mandó que
los soldados cumpliesen la orden, y su cabeza fue decapitada de un solo golpe. Era
el día 25 de noviembre. Luego se constataron numerosos milagros. Los ángeles,
como ella lo deseaba, transportador su cuerpo para la santa montaña del Sinaí,
para que reposara donde Dios escribió su Ley sobre la piedra, que ella guardaba
tan fielmente escrita en su corazón”.
Sta. Catalina de Alejandría e San Juan Bautista, por Fra Angélico Retablo de Perugia (panel direto) - c. 1437 - Galleria Nazionale dell'Umbria, Perugia |
Este
extracto es de una tal elevación que casi lamento tener que comentarlo. Quedaría
más satisfecho dejando así el texto brillando en el cielo, en el horizonte,
suspendido, sin apoyo en ninguna realidad, emitiendo sus luces. Pero puesto que
me piden que lo comente, vamos a los pormenores.
“Ella
fue llevada al lugar del suplicio en medio de una multitud, sobre todo de
mujeres de alta condición, que lloraban su suerte”.
Si
los Sres. piensan lo que son las señoras de alta condición que encabezan las
extravagancias de hoy en día, verán cómo la situación ha cambiado. Y cuánto aún
tiene de posibilidades un país donde las señoras de alta condición acompañan,
al lugar del suplicio, solidarizando con ella, llorando junto a ella, una mártir
que fue fulminada por la cólera del emperador. Un emperador omnipotente, que
puede mandar a matar a todos aquellos que les desagrade alguna actitud de él. Entre
tanto, esas damas van todas, con Santa Catalina, y van llorando.
Lo
bonito, para ver la diversidad de los dones del Espíritu Santo y de los efectos
de la gracia, es que ellas van llorando y está bien que ellas vayan llorando. Pero
contrasta, por la sublimidad, con eso, con ese don de las lágrimas que las
mujeres tuvieron en ese momento, el hecho de que Santa Catalina no lloraba. Ella
permanecía tranquila, y con gran calma. Ella caminaba al encuentro de la
muerte, inundada de gracias del Espíritu Santo de otra naturaleza, por donde
ella no lloraba para sí aquello que la gracia quería que las otras llorasen para
ella. Y cómo debería ser impresionante ese cortejo de damas, andando, en medio
de los soldados, y ella en el medio, la única calmada, aconsejando a todas que
tuviesen tranquilidad, que tuviesen consolación, hasta llegar al momento en que
ella debería morir.
Ahí,
en el fin de la vida, ella hace una oración. Esa oración es muy bonita y tiene
aquella forma especial de belleza que tienen ciertas cosas muy bonitas cuando
no son enteramente consecuentes en su lógica. Son un conjunto de afirmaciones,
como rayos de luz que proceden de un mismo foco, pero que brillan con una
belleza propia en el horizonte. Entonces, los Sres. ven aquí la idea de ella:
“Señor
Jesucristo, mi Dios”…
…
es para afirmar que Él era el Dios de ella y que ella no reconocía otro Dios
sino Él. entonces, la primera cosa que ella dice, en el momento de morir, la
primera gracia, la primera palabra, el primer pensamiento de ella es para esa
primera gracia:
“…
os agradezco que hayáis afirmado mis pies sobre la roca de la fe y dirigido mis
pasos en la vía de la salvación”.
Quiere
decir, os agradezco poder padecer por vos. Vos que sois la fuente de mi salvación,
vos que sois el punto de partida de todo el bien que puede haber en mí, vos
que, si yo soy buena, es porque vos sois bueno y porque vos me disteis el ser
buena: yo os agradezco la fe que me diste y la firmeza que me dais al morir en
el amor a la virtud. Eso es lo primero que os agradezco, reconociendo que todo
lo que en mí hay, a vuestra iniciativa lo debo.
“Abrid
ahora vuestros brazos heridos sobre la cruz, para recibir mi alma, que yo
sacrifico a la gloria de vuestro nombre”.
¿Puede
haber una cosa más bella que eso? El divino crucificado, con los brazos todos
sangrando, que los desprende de la cruz para recibir el alma de ella que sale también
inundada de la sangre del martirio, para ser recibida por Él. ¡Qué maravillosa
intimidad! ¡Qué grandioso es el encuentro del Mártir de los mártires con una mártir
heroica! ¡Qué idea de la sangre de ella mezclándose a la sangre infinitamente
preciosa de nuestro Señor Jesucristo! ¡Qué noción del Cuerpo Místico de Cristo
hay en eso! ¡Qué sacratísima y augusta intimidad con nuestro Señor! Ella tenia
de tal manera la idea de que el alma de ella estaba unida a Él, que la muerte
sellaba esa unión, que ella pedía que Él la abrazase, luego que ella entrase en
la eternidad. ¡Qué certeza de ir para el cielo!
Después
dice:
“Acordaos,
Señor, que somos hechos de carne y sangre. Perdonad mis faltas que cometí por
ignorancia y llevaos mi alma en la sangre que voy a derramar por vos”.
Es
decir, ella tenía miedo de, por ignorancia, haber cometido alguna falta: era lo
que ella tenia para acusarse. Entonces, lavad mi alma en vuestra sangre. Andes de
ir para el cielo, antes de derramar mi sangre por vos, yo quiero que vos lavéis
mi alma en vuestra sangre.
“Perdonad
mis faltas que cometí por ignorancia y llevaos mi alma en la sangre que voy a derramar
por vos. No dejéis mi cuerpo, martirizado por vuestro amor, en poder de los que
me odian. Bajad vuestra mirada sobre este pueblo…”
Ahora
otro pensamiento. Ella, después de haber pensado en su alma ―pide que sea
recibida por nuestro Señor, que sea lavada de las faltas que tenía― piensa en
el cuerpo de ella. Entonces, pide que el cuerpo de ella no sea dejado en manos
de los enemigos de ella, de aquellos que la odian porque lo odian a Él.
¡Vean
qué respeto por el cuerpo propio! ¡Qué respeto por la santidad del cuerpo que
fue uno con nosotros en la realización de la virtud! También, ¡qué atención magnífica
de esa oración! Bastó que ella muriese, que los ángeles vinieron y se llevaron
su cuerpo. ¿Para dónde? Para la montaña más augusta que hay en la tierra, después
del Gólgota, después del monte Calvario, y que es el Sinaí, donde la Ley de
Dios fue dada a los hombres. La cosa más bella del Sinaí es, ciertamente, la
Ley de Dios, y para allá fue llevado su cuerpo. Los Sres. saben que hasta hoy
el cuerpo de ella está allá, y hay un monasterio de monjas contemplativas, en
el desierto del Sinaí, que guardan ese cuerpo, y que meditan sobre la Ley de Dios
que allí fue dada a los hombres.
“Bajad
vuestra mirada sobre este pueblo y dadle el conocimiento de la verdad”.
Ella
ya no piensa en sí, sino en los circundantes.
“Finalmente,
Señor, exaltad en vuestra infinita misericordia a aquellos que os invocarán por
mi intermedio, para que vuestro nombre sea para siempre bendito”.
Ella
pide desde ese momento a Dios que atienda a todo el mundo que por medio de ella
pide alguna cosa.
”En
seguida mandó que los soldados cumpliesen la orden, y su cabeza fue decapitada de
un solo golpe. Era el día 25 de noviembre”.
¡La
calma y la resolución¡ Hecha la oración, ningún temor, ningún deseo de
contemporizar un poco. También ninguna precipitación de quien tiene miedo de
enfrentar la muerte corriendo en dirección a ella. No, ella dice todo cuanto
tiene que decir. Y terminado eso, ella se entrega a las manos de Dios. Los soldados
la matan y la oración de ella se atiende.
“Era
el día 25 de noviembre. Luego se constataron
numerosos milagros”.
Habla
de los ángeles que fueron para allá. Y así tenemos las consideraciones de esa
gran santa, mártir, para algún efecto de carácter espiritual en nosotros.
¿Cuál
es el efecto que debemos pedir? Debemos pedir a ella que si, en la lucha ideológica
contra el comunismo, contra los adversarios de la Iglesia, tuviéremos que sufrir
riesgos, o tal vez perder la vida, tengamos la serenidad delante de la muerte
que sólo la gracia da.
Porque
delante de la muerte sólo hay dos especies de personas serenas: el cretino o el
hombre movido por la gracia de Dios. La muerte es una cosa tan tremenda ―la separación
entre el alma y el cuerpo, la liquidación del ser, el aparente hundirse en la
nada―, que se comprende la serenidad delante de la muerte o del cretino que
está crónicamente habituado a no medir la importancia de que va a ocurrir, o
entonces del hombre que está dominado por la gracia.
Vamos
a pedir, pues, que en todas las ocasiones de la vida, tengamos esa calma
delante del riesgo; y calma que sea llevada hasta el sacrificio extremo, caso
esa sea la voluntad de nuestra Señora.
Los
ángeles, como ella lo deseaba, transportador su cuerpo para la santa montaña
del Sinaí, para que reposara donde Dios escribió su Ley sobre la piedra, que
ella guardaba tan fielmente escrita en su corazón”.
El presente texto
es una adaptación resumida de la transcripción de la grabación de una
conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, no ha sido revisada por el
autor.
Si el Prof. Plinio
Corrêa de Oliveira estuviese vivo, ciertamente pediría que se colocase
explícita mención de su filial disposición a rectificar cualquier discrepancia
en relación al magisterio de la Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus
propias palabras:
“Católico
apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la
enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, ocurra que algo no
está conforme a aquella enseñanza, desde ya la rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”,
son aquí empleadas en el sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira
en su libro “Revolución
y Contra-Revolución”,
cuya primera edición fue publicada en el Nº 100 de "Catolicismo", en abril de 1959.
[i] Los santos del día eran unas
breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario
relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.
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