miércoles, 22 de agosto de 2012

El recibimiento de Francisco José a Guillermo II y otros príncipes alemanes


La supremacía de la tradición, del derecho, del esplendor y de la sacralidad sobre la riqueza y el poder militar
Plinio Corrêa de Oliveira
Reunión santo del día[1] del 27 de mayo de 1974
Francisco José I (18 de agosto de 1830 — 21 de noviembre de 1916) fue emperador de Austria (1848-1916), rey de Hungría (1867-1916) y último gobernante influyente de la dinastía de los Habsburgs. Su reinado, que duró 68 anos, es el tercero más largo de la historia europea, después de Luis XIV de Francia y de Johann II de Liechtenstein
Haremos hoy algo en la línea de los Ambientes,Costumbres y Civilizaciones para poner en evidencia lo siguiente: uno de los aspectos que más marcan la Revolución actualmente es lo que sus secuaces más modernos llaman de “desmitificación” o “desacralización”.
Para comprender bien lo que eso significa, tenemos, antes que nada que entender la noción que los revolucionarios tienen del “mito” o de cosas “sagradas”. Para llegar hasta el fondo de la noción, en dos palabras yo diría lo siguiente: en la pieza de Edmond Rostand intitulada “Chanteclair”, él hace uso de la figura principal de su composición, que es el gallo, para decir al sol algo en esta línea: “Gloria a ti, oh sol, sin el cual las cosas no serían lo que son”.
Quiere decir, viene un rayo de sol y cae sobre una simple cartulina, por ejemplo, y esa incidencia puede sacar de la cartulina efectos magníficos, por donde de hecho no hay una mentira en lo que el rayo de sol presenta, sino que acrecienta algo a la cartulina que le confiere una belleza especial.
Recuerdo que durante años yo pasaba por la calle de la Consolación camino al colegio San Luis, y siempre encontraba en una mansarda un vidrio de ventana sucio abierto. La propietaria de la mansarda no alcanzaba la ventana y el sol golpeaba sobre ese vidrio y era un verdadero esplendor. Sobre la suciedad, el sol refulgía y hacia un espejo maravilloso y yo siempre me divertía buscando descubrir en mi alma cuántas cosas quería decir eso: el cielo iluminando la suciedad y en reflejándose en ella, sacando de este modo de la suciedad un brillo especial…
Así, las cosas vistas por el hombre con verdadero espíritu filosófico y sobretodo con espíritu de fe reflejan algo de un orden superior. O sea, ella tiene una analogía, una semejanza con algo que existe.
Por ejemplo, un puñado de vidrios rotos en el cual refulge el sol tiene una analogía con lo brillante, aunque éste sea mucho más que el puñado de vidrios rotos. A su vez, lo brillante posee una analogía con alguna piedra maravillosa que existiría en el paraíso terrenal en comparación con el cual el brillante no era él mismo sino un pedazo de vidrio roto. Pero lo brillante del paraíso terrenal tiene una analogía con alguna substancia que existe en el paraíso celestial cerca del cual él mismo no es sino un pedazo de vidrio roto…
Y esta cosa preciosísima del paraíso celestial no es sino un pedazo de vidrio roto y hasta menos que un pedazo de vidrio roto en comparación con la inteligencia del menos dotado de los hombres, porque lo brillante que brilla es el símbolo de la inteligencia. Hasta se acostumbra decir que cuando una persona es muy inteligente, ella tiene una “inteligencia brillante”.
El menos dotado de los hombres tiene incomparablemente más luz en sí de que un brillante, porque posee una luz de otra naturaleza. Pero ese mismo hombre es, a su vez, una imagen de una persona inteligente. Esta, a su vez, es una imagen del ángel. Éste es una imagen de Dios…
Entonces, a partir del pedazo de vidrio roto de ventana por sucesivas ascensiones, los Sres. pueden llegar hasta la perfección infinita que es Dios nuestro Señor.
El espíritu bien formado busca ver siempre en una cosa la imagen de algo más elevado y busca siempre dirigir el espíritu para una consideración más elevada, siendo insaciable de analogías de esas hasta llegar a Dios. Es por esta forma que utilizamos todas las cosas creadas para subir hasta Dios nuestro Señor.
Esto que se puede decir en el orden natural, sobretodo se puede decir del orden de la gracia. Porque ella ilumina más a los hombres de lo que el sol ilumina a todas las criaturas de la tierra. La gracia, a su vez, es un don sobrenatural, creado por Dios y a través de la cual podemos tener una idea de cómo es Dios nuestro Señor…
El resultado de esa tendencia de espíritu consiste en que todos los pueblos que tienen un mínimo de sanidad psicológica, de sanidad mental, buscan presentar todos los aspectos de la realidad, de manera de hacer con que tales aspectos reporten a una realidad superior.
Coronel John Ripley, héroe de la guerra de Vietnam, 29/06/1939 – 1/11/2008 
Entonces, por ejemplo, si consideramos a un militar, gustaríamos de verlo revestido de un uniforme que nos hiciese pensar en el esplendor del coraje que es el trazo distintivo del militar. Y eso de tal manera que nosotros, de “proche en proche”, acabamos reflexionando en el coraje angélico y en el vigor con que San Miguel Arcángel expulsó del cielo al demonio. De donde entonces el gusto de un cierto esplendor por el uniforme militar.
San Felipe Neri celebrando la santa misa
Si consideramos al sacerdote cuando está en el ejercicio de sus funciones, debemos querer considerar en él la sacralidad de su misión. A través de esa consideración, algo que nos haga pensar en Dios. De suerte que es útil y beneficioso realzar la figura del sacerdote sobretodo cuando está celebrando la santa misa con adornos que nos den una idea de la importancia de su misión y a través de esa nos haga pensar en Dios.
Así también podríamos decir de cualquier otra profesión. El profesor universitario, por ejemplo. Lo normal es que él dé clases con toga. ¿Por qué? Para realzar el esplendor, la gravedad, la importancia del oficio y de la misión del profesor. El traje material realza la idea de la misión; la idea de la misión nos lleva a Dios, fuente de toda verdad y Maestro de todos los profesores.
Entonces, hay una tendencia natural del espíritu que no es ateo en ver siempre algo de más alto como que presente en lo que es inferior y busca realzar lo que está más abajo para conducir al espíritu hasta lo que está más elevado.
Esto, que es una tradición de la civilización católica, es un principio que ella transformó y aplicó en innumerables hábitos sanos que quedaron vivos hasta nuestros días. Es precisamente esto que el espíritu moderno considera “mito”. El ver en una cosa la presencia de una realidad superior, y hacer de aquello un “mito”. O sea, procurar ver algo por sus aspectos más altos sería “mitificar”, sería considerar ese algo de modo fantasioso y de imaginario.
Entonces, esto que para nosotros es una serie de elevaciones que nos conducen hasta Dios, para el ateo es una serie de “mitos” que nos conducirían hasta la mentira. Porque Dios no existe para él y no existiendo, evidentemente es un mito que esas cosas puedan conducir hasta Dios, y todo eso no es sino poesía y vacío.
De donde entonces la tendencia para lo que ellos llaman “desmitificación” o la desacralización. Quiere decir, quitar de las coas todos sus adornos, probar de todas las formas de belleza para presentarla lo más tierra-tierra “como ellas son”, para evitar la mitificación, la sacralización.
Francisco José recibe a los príncipes alemanes (como Guillermo II) en la sala María Antonieta. Palacio de Schönbrunn, Viena, 1908 (por Franz von Matsch)
El encuentro, representado en el cuadro que analizaremos, se da en el palacio de Schönbrunn, en Viena, en 1908, precisamente en el remoto año en que nací. Tal encuentro tiene los siguientes antecedentes: Francisco José celebraba en aquella ocasión 60 años de reinado. Él subió al trono muy cerca de la muerte de un tío y que era descendiente de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germano.
Simplificando mucho la narración histórica, durante buena parte de su reino, Francisco José fue el jefe de todos los pueblos de lengua alemana; el Sacro Imperio había sido abolido, pero fue substituido por Napoleón Bonaparte por una organización llamada Confederación Germánica y los emperadores de Austria eran los presidentes herederos de esa Confederación.
Por cerca de la mitad del siglo XIX, Prusia promovió una coalición de estados germánicos contra él, lo expulsó de la Confederación Germánica, quedando, entonces, emperador de Austria y Hungría. Y los demás pueblos de lengua germánica pasaron a constituir un solo imperio, bajo la dirección del Kaiser.
Entonces, había varios reyes, príncipes que eran señores de diversas partes del territorio alemán, pero el Kaiser era el jefe de todos ellos. Francisco José además de ser de las más antiguas dinastías de Europa y ciertamente de la más ilustre y de la más sacra de todas ellas que es la Casa de Austria quedó expulsado del mundo alemán y presidiendo apenas un conglomerado de  estados de lengua magiar, de lengua eslava, un poquito de lengua italiana, etc., que se llamaba la monarquía austrohúngara.
Él estaba, por lo tanto, en un estado de resentimiento en relación al mundo alemán. Como Guillermo II necesitaba de su apoyo, por ocasión del 60º aniversario del reinado de Francisco José, el Kaiser fue acompañado de una comisión de príncipes alemanes para visitarlo. El cuadro representa la sala María Antonieta del castillo de Schönbrunn, en el cual están siendo recibidos.
Los Sres. están viendo una escena altamente sacralizada, en el sentido siguiente: el esplendor del ceremonial militar y del ceremonial estatal es llevado al máximo de la gala y de la pompa para reportar al espíritu las consideraciones más altas que digan respecto a Dios nuestro Señor.
Francisco José está solo en frente de todos los otros príncipes alemanes. El Kaiser está con el penacho grande. Todos los otros son reyes y príncipes de pequeños estados alemanes.
En Alemania había tres ciudades libres con organización burguesa, no eran monarquías, sino repúblicas: Bremen, Hamburgo y Lübeck. Aquí está el representante de una de esas ciudades libres.
El Sr. “X”, gran especialista en estas cosas, me dio hasta una lista de los principales monarcas aquí presentes: este viejo de barba blanca es el regente de Baviera; al lado de él, el rey de Sajonia; parece que este bien junto al marco del cuadro de María Antonieta es el rey de Würtemberg; este con uniforme azul con borlas doradas es el duque de Saxe Meinigen, si no me engaño. Los otros son representantes de príncipes alemanes.
Los Sres. tienen ahí la atención tomada por una idea de gran esplendor. Los Sres. notan cómo todo es luminoso: la sala tiene una luz… es la luz natural, pero es una luz como que plateada que se refleja en las paredes, que rebotan en el piso…
Se diría que el piso es una piedra preciosa sobre el cual ellos están pisando, cuyo reflejo incide en el blanco de la mese junto a la cual está encostado Francisco José, bien como en el blanco de los penachos de los capacetes de los varios príncipes ahí presentes; refulge en la borla dorada que ese duque usa; refulge en los lustres, en los espejos… hay una inundación de luz.
Esa luz brilla en las condecoraciones, en las dragonas, por todas partes lo que los Sres. ven es luz y esplendor. De otro lado, los Sres. notan las personas todas ellas en una actitud de mucha compostura y de mucho respeto de quien sabe quien es, lo que representa, que usa ese uniforme por respeto para consigo mismo y para con su propio cargo.
La idea es sublimar cuanto posible el poder público, el Estado, por respeto a la dignidad de la criatura humana a la cual el Estado es llamado gobernar.
Los Sres. ven el aire militar de ellos, lo que confiere una idea de poder, de fuerza, de tal manera que se podría decir: fuerza, esplendor, sacralidad, son elementos muy presentes en ese cuadro.
Aquí los Sres. tienen a Alemania, pero Alemania dominada por Prusia. El Kaiser tiene un papel en la mano, que puede ser el texto de un discurso que está leyendo o acabó de leer, y Francisco José lo oyó o está oyendo el saludo.
¡Un verdadero primor es Francisco José! Son dos escuelas completamente diferentes. La Alemania nueva, militar, industrial que es representada por el Kaiser y por los que lo siguen. La vieja Alemania, antigua, sacral, noble, distinguida guerrera, es verdad, pero no principalmente guerrera, sino patriarcal que está representada por el emperador de Austria. Son dos figuras diversas, dos ideas diversas: la de Alemania militarista, pre-nazista, y la idea del viejo mundo germánico, sacro y católico.
Los Sres. observen esto de curioso: Francisco José está enteramente sólo, no se hace acompañar de nadie; su uniforme es simple, tres colores apenas: una túnica blanca, unos pantalones rojos con un galeón dorado que viene de alto a bajo. Dorado, rojo, blanco… por coincidencia los colores de la TFP. Él trae una faja que es de una condecoración, que viene en diagonal sobre el pecho y tiene en las manos un casco con plumas de un verde claro y discreto.
Él enteramente solo, pesa en la balanza tanto cuanto o más de que todos los otros reunidos. Se tiene la impresión que los otros hacen fuerza para ser tanto cuanto él. De otro lado, una cierta simplicidad en su actitud, en cuanto los otros están erguidos, con el cuello alto para dar la idea de que valen alguna cosa. Francisco José está en una naturalidad completa, pero al mismo tiempo tiene una distinción que deja a todos los otros en el zapato… A tal punto que los Sres. observen que hay una especie de vacío en torno de él y que nadie llega cerca de él.
Consideren la fisonomía de él: es un hombre sumamente consciente de que no necesita de arreglos, ni de nada para ser él mismo. Tiene atrás de sí siglos de historia, siglos de gloria; posee un derecho que la fuerza no violó y por causa de eso recibe a sus visitantes de modo serio, afable, pero no risueño.
Recibe visitantes en relación a los cuales tiene una queja, la cual él vela con toda urbanidad. Pero está quejoso y los mira con una fisonomía como quien dice lo siguiente: “Mucha simplicidad, etc., etc., pero miren aquí mi palacio, símbolo de mi fuerza. Si hubiere nueva guerra, yo recibo en la punta de la espada porque yo no me dejo dominar por nadie”. Esto queda insinuado con toda la afabilidad, con toda dignidad, con toda distinción.
Ahí el comentario podría ser: cuánto vale la tradición, cuánto vale el derecho, cuánto vale la sacralidad por encima de todas esas cosas como riqueza, poder, etc…
Para quien analiza el ambiente, hay un valor simbólico especial en ese cuadro aquí de María Antonieta. Es un cuadro que la mayor parte de esos príncipes abomina. Todos ellos o casi todos son muy anti-franceses. Austria, por el contrario, en el último periodo de la monarquía austriaca, era muy pro-francesa.
Los Sres. ven al militarista alemán desdeñando el charme austriaco y la gracia francesa, considerando que todo se consigue por la espada. Allí atrás (refiriéndose a María Antonieta) está el símbolo del charme austriaco y de la gracia francesa: el cuadro representa a María Antonieta, reina de Francia, pintada por Mme. Vigée Lebrun, uno de los cuadros más famosos y también más graciosos representando a la reina mártir.

Los Sres. saben que María Antonieta era austriaca  y que mandó ese cuadro para María Teresa, que era su madre y emperatriz del Sacro Imperio Romano Germano, por lo tanto, antecesora de Francisco José en el trono imperial.
Hay una antítesis entre dos mundos: aquí (refiriéndose al Kaiser y a los príncipes alemanes) el esplendor de la fuerza, del poder, de la riqueza. Por encima de ese esplendor los Sres. tiene brillando aquí solo, el esplendor de la fuerza también, del poder también, de la riqueza también, pero que considera la fuerza, el poder y la riqueza valores secundarios, y que da importancia a la historia, a la tradición y a la sacralidad. Ahí los Sres. tienen a Francisco José.
Los Sres. tienen ahí un aspecto maravilloso de la civilización cristiana.
Ya no se ve una ceremonia pública que tenga ese esplendor, ni de lejos e incluso los hombres de esta categoría van siendo cada vez más raros. Hay un descenso en todo. Porque nada es hecho para recordar algo de más elevado y menos aún para reportar a Dios. Hay un achatamiento, la invasión de la vulgaridad para no decir de la indecencia― a fin de substituir lo maravilloso de otros tiempos…
(Parte inaudible)
No, cuando se es él, no. El Sr. imagina una señora que tiene un broche de brillantes. Es una cosa muy bonita. Pero si ella tiene un súper brillante solo, ella usar aquello en una cadena colgada al pecho vale más de que un collar de 500 brillantitos. Pero tiene que ser un súper brillante…
En este cuadro, de un lado los Sres. tienen un brillante con la ayuda de los otros; allí los Sres. tienen un brillante solitario que reluce solo.
(Aparte: ¿El señor podría explicar cuál es el proceso del alma para considerar este cuadro y hacer el recorrido que el señor indicó?)
Es la lógica. Toda alma habituada a analizar todas las cosas con esta preocupación, por vía de la lógica, llega hasta allá.
Para hacer eso es preciso propiamente no comenzar por ahí, sino comenzar por amar el brillo de todas las cosas en abstracto, tener un modo de alma por donde se quiera siempre lo más alto, lo más elevado y ser insaciable en ese punto. Entonces, cuando se mira para esas cosas, la gente puede hacer esos largos análisis.
El primer punto es el aprovechamiento de la gracia bautismal, de la rectitud que el pecado original no quita enteramente al hombre, de la rectitud por donde el espíritu humano, en sus primeros movimientos, ya se dirige a lo más alto.
Es claro que quien toma con mucha con-naturalidad  lo que hay de horrible y monstruoso hoy en día, embota el alma para consideraciones de esas, es evidente. Quien, por ejemplo, mira para esos camiones de basura, con aquel aparato medio cónico de triturar, con mal olor, el ruido que hace, y dice “¡esta mecánica qué bonita es!..., ese al considerar un cuadro como el que comentamos no ve nada… Pero es porque ya antes él hizo una renuncia… Cuando él tuvo una exclamación de ese género delante del camión de basura, ya está listo para ver todas las cosas al nivel del suelo.
(Parte inaudible)
No se es arrogante cuando se sabe que se representa a Dios y no está hablando con pretensión propia. Exactamente lo que no se nota sobre todo en el Kaiser. Él es un hombre que considera que su poder viene de la fuerza de las armas. Otro que es del mismo género el Sr. “X” no tiene certeza pero parece que es el rey de Würtemberg. No sé si perciben la acidez y la impertinencia con que está mirando para Francisco José. Observen la punta de los pies de él, el pescuezo, todo lo de él está en la punta para ver si queda más alto que Francisco José. Francisco José ni siquiera está mirando para él. No puede competir porque no simplemente no se puede.
Toda la manera de ser del Kaiser es de un hombre que confía en el poder, en el poder de la riqueza, en el poder de las tropas y en la fascinación personal de la personalidad de él para llevar la nación a la guerra. Ese es el Kaiser.
Los Sres. vean a Francisco José. Él no está nada arrogante, sino natural, ni siquiera está preguntándose si es un gran hombre… Pero sabe otra cosa: él tiene un gran derecho y atrás de sí una gran historia, y ese derecho es un derecho sacro: es el de los emperadores del Sacro Imperio. Y él sabe que ese derecho brilla en él no como una luz que habita dentro de sí, sino que viene de fuera y que lo circunda. Ese es el sacro emperador.
Aquí está la impertinencia; allí está la dignidad. Hay un abismo entre ambos
Los Sres. consideren ese regente de Baviera, por ejemplo. Los Sres. están viendo cómo es diferente del Kaiser: un hombre viejo, tranquilo, digno, mirando para Francisco José hasta con cierto respeto como diciendo: “¡Oh, qué hombre!...”. Casi como si dijera: “Oh, qué ganas tengo de haber sido de este emperador y no de este otro”. Él no está sin siquiera un poco de aire arrogante, porque está haciendo el reconocimiento de una superioridad real.
Siempre que nosotros nos queremos mostrar en campaña, contar con nuestra propia presentación personal para brillar, corremos el riesgo de quedar arrogantes. Cuando consideramos que somos heraldo de una causa, que somos siervos de una causa y que debemos apenas hacer brillar la causa, la arrogancia sale de nosotros.
El presente texto es una adaptación resumida de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, no ha sido revisada por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviese vivo, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de su filial disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al magisterio de la Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus propias palabras:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, ocurra que algo no está conforme a aquella enseñanza, desde ya la rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición fue publicada en el Nº 100 de "Catolicismo", en abril de 1959.



[1] Los santos del día eran unas breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.

1 comentario:

Javier dijo...

Sublime artículo. ¡Brillante! Se agradece su publicación.

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