Los
últimos colores del ocaso parecen ascender como un gran incendio en la
lejanía. Reflejando sobre sí algo de esos fulgores, emerge de las
sombras y el mar, pálido e incomparable, un misterioso castillo de hadas
que como la proa de un navío, se adentra desafiante y altanero en el
océano, firme y sólido como las rocas que le sirven de cimientos.
Tranquilas las aguas, reflejan como en un espejo la elegante silueta de
sus torres, aumentando así el misterio. El destello áureo del poniente
brilla sobre la superficie líquida, transfigurando la propia realidad en
torno a él.Esta graciosa construcción es una feliz réplica de los castillos europeos. Sus constructores procuraron representar, en piedra, una imagen mítica del estilo arquitectónico de la Edad Media, en sus mínimos detalles.
La simetría de sus líneas, la solidez de sus murallas y la altivez de su tejado cónico traducen de modo admirable el espíritu que en otros tiempos animó a los constructores del medioevo cristiano.
Bañado de luz y vuelto hacia el horizonte sin límites del Pacífico, el pequeño castillo de Viña del Mar, en Chile, es un ejemplo elocuente del esplendor de la cultura y el arte de la Cristiandad medieval sobre el conjunto de naciones que otrora formaron la Europa católica.
El firmamento dorado de la civilización cristiana continúa presente en aspectos de la mentalidad, de las costumbres y de las tradiciones de los pueblos contemporáneos, en espera de que, en los albores del tercer milenio del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, el “Sol de Justicia” pueda vivificar con sus rayos una nueva primavera de fe.
Plinio Corrêa de Oliveira
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