En qué consiste la verdadera virtud de la devoción: La viva y verdadera devoción presupone el amor de Dios; mas no un amor cualquiera, porque cuando el amor divino embellece a nuestras almas se llama gracia, la cual nos hace agradables a su Divina Majestad; cuando nos da fuerza para obrar bien, se llama caridad; pero cuando llega a un tal grado de perfección, que no sólo nos hace obrar bien, sino con cuidado, frecuencia y prontitud, entonces se llama devoción.
La virtud de la devoción es aquel grado de amor de Dios que nos hace obrar el bien con cuidado, frecuencia y prontitud. La devoción no es más que una agilidad y viveza espiritual, por cuyo medio la caridad hace sus obras en nosotros, o nosotros por ella, pronta y afectuosamente. Luego, para ser devoto, además de la caridad se requiere una gran diligencia y presteza en los actos de esta virtud. Además, la devoción nos incita a hacer con prontitud y afecto, el mayor número de obras buenas que podemos, aun aquellas que no están en manera alguna mandadas, sino tan sólo aconsejadas o inspiradas.
Finalmente, la caridad y la devoción sólo se diferencian entre sí como la llama y el fuego; pues siendo la caridad un fuego espiritual, cuando está bien encendida se llama devoción, de manera que la devoción nada añade al fuego de la caridad, fuera de la llama que hace a la caridad pronta activa y diligente no sólo en la observancia de los mandamientos de Dios, sino también en la práctica de los consejos e inspiraciones celestiales.
El Espíritu Santo, por boca de todos los santos y Nuestro Señor por la suya propia, nos aseguran que la vida devota es una vida dulce, feliz y amable.
Mas el mundo no ve la devoción interior y cordial, que hace que todas estas acciones sean agradables, suaves y fáciles.
Ahora bien, la devoción es el verdadero azúcar espiritual, que quita la aspereza a las mortificaciones y el peligro de dañar a las consolaciones; quita la tristeza a los pobres y el afán a los ricos, la desolación al oprimido y la insolencia al afortunado, la melancolía a los solitarios y la disipación a los que viven acompañados; sirve de fuego en invierno y de rocío en verano; sabe vivir en la abundancia y sufrir en la pobreza; hace igualmente útiles el honor y el desprecio, acepta el placer y el dolor con igualdad de ánimo, y nos llena de una suavidad maravillosa.
La devoción es la dulzura de las dulzuras y la reina de las virtudes, porque es la perfección de la caridad. Si la caridad es la leche, la devoción es la nata; si es una planta, la devoción es la flor; si es una piedra preciosa, la devoción es el brillo; si es un bálsamo precioso, la devoción es el aroma, el aroma de suavidad que conforta a los hombres y regocija a los ángeles.
San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, Cap. I y II
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