Plinio
Corrêa de Oliveira
La
historia de Lourdes, donde la Virgen se apareció a Santa Bernardita Soubirous,
es rica en lecciones para nosotros. Una lección es sobre el sufrimiento. Vemos
en Lourdes dos actitudes de la Divina Providencia en lo que respecta al
sufrimiento humano que pueden parecer contradictorias.
Por
un lado, lo que más llama la atención es que en Lourdes, Nuestra Señora tiene
piedad de los hombres, escucha sus peticiones, y hace maravillas para
liberarlos del dolor y las enfermedades que padecen. Además, Nuestra Señora tiene
piedad de las almas, y para demostrar que la fe católica es la única religión
verdadera, a menudo hace milagros espirituales de conversiones. Al hacer
milagros, tanto físicos como espirituales, Ella demuestra que es nuestra Madre
que nos ama y nos quiere liberar del sufrimiento aquí y en la eternidad.
Por
otro lado, vemos algo más en Lourdes. Un gran número de enfermos van a Lourdes
y vuelven sin ser curados. ¿Por qué la Virgen cura a algunas personas y a otras
no? De hecho, hay una importante lección para nosotros en las curaciones que
Ella no da, y tal vez el más grande milagro de Lourdes se encuentra
precisamente en esto.
Para
la gran mayoría de las personas, el sufrimiento es indispensable para su propia
santificación. Por lo tanto, las enfermedades y los problemas que sufren son
necesarios. Es a través de las enfermedades y tribulaciones espirituales que se
santificarán. Aquel que no entiende el papel del sufrimiento y el dolor en provocar
el desapego, la conversión, y el amor de Dios, no entiende lo que es en
realidad la vida espiritual.
San
Francisco de Sales afirma que el sufrimiento es el octavo sacramento. Es tan
indispensable que él creía que nadie podía salvarse sin él. El cardenal Pedro
Segura, arzobispo de Sevilla, que era un admirable católico español, me habló
una vez acerca de una conversación que tuvo con el Papa Pío XI.
Pío
XI se jactó ante él diciéndole que nunca había estado enfermo. El cardenal le
dijo: “Así que, Su Santidad no tiene el signo del alma elegida”. El Papa se sorprendió,
pero el cardenal Segura fue firme: “No hay un alma predestinada que no sufra
profundamente de enfermedad al menos una vez en su tiempo de vida. Si Su
Santidad nunca ha tenido ningún problema de salud, usted no tiene el signo de
los elegidos”. Algunos días más tarde, Pío XI tuvo un fuerte ataque al corazón.
Desde su cama, escribió un mensaje al cardenal Segura, diciéndole: “Eminencia,
ahora también yo tengo el signo de los elegidos”.
Estoy
de acuerdo con el cardenal Segura de que el sufrimiento —ya
sea físico o moral— es el signo del alma elegida.
Ahora
bien, la Virgen obraría en contra de la salvación de las almas si quisiera
curar todas las enfermedades. A veces lo hace, porque es para el bien último de
esa persona que es aliviada del sufrimiento. Pero normalmente no es oportuno.
Esta es la razón de por qué la Virgen, que es la Madre de la Misericordia,
permite el sufrimiento para algunas almas, porque es indispensable.
Pero
Nuestra Señora también hace otra cosa que es muy hermosa. A los enfermos que
ella no cura, les da una profunda conformidad a la voluntad de Dios y la
aceptación de sus sufrimientos. Nunca he oído hablar de una persona que hubiese
estado en Lourdes y no fue curada que se enojó y se rebeló contra Dios. Por el
contrario, las personas que van allí regresan con una resignación enorme, feliz
de haber estado en Lourdes y visto a otras personas que se curan.
Además,
hay numerosos casos de personas que viajan largas distancias, llegan a Lourdes,
y son testigos de otras personas que están sufriendo mucho más que ellas y tienen
más necesidad de ser curadas. Al ver esto, ellos piden a la Virgen que curen a
esas personas en lugar de ellos mismos. Es decir, una persona que
voluntariamente acepta su sufrimiento en beneficio de otro. En mi opinión, esto
también es un milagro. Es la renuncia a su amor propio por el amor a Dios y al
prójimo. Porque el que una persona renuncie al egoísmo humano es tal vez un
milagro más grande que la cura de las enfermedades y las conversiones.
En
Lourdes, hay un convento de carmelitas contemplativas hermanas que ofrecen sus
vidas para ganar gracias por la curación del cuerpo y del alma de los
peregrinos que van allí. Estas monjas nunca piden alguna cura para sí mismas, y
aceptan todas las enfermedades, a cambio de la cura de los demás. Sufren
enormemente, y a veces mueren antes de tiempo, con el único objetivo de su vida
de hacer el bien a los demás.
Cuando
miramos a nuestro alrededor a los demás hombres, en la naturaleza humana
corrompida por el pecado original, entendemos cómo este tipo de abnegación entra violentamente en conflicto con los
intereses humanos normales. Este tipo de sacrificio provoca horror a nuestro
egoísmo humano. Entonces pensemos en ello, tomemos en cuenta de la existencia
misma de esas monjas y peregrinos que aceptan el sufrimiento por los demás es,
en sí mismo, un milagro. Un milagro que es mayor que las curaciones que se
realizan en Lourdes. Es este el tipo de milagro de generosidad el que gana el cielo
para las personas que se curan.
El
objetivo principal del amor de Nuestra Señora, que vela por nosotros en cuerpo
y alma, es llevarnos a Dios y al cielo. Esto es lo que Ella más desea para
nosotros.
La
lección más grande de Lourdes, entonces, es la aceptación del sufrimiento, ya
sea una enfermedad física o una pena moral, si es necesario para nuestra
salvación. Es muy difícil llevar la cruz del sufrimiento con resignación. Sí,
realmente lo es. Pero en tales casos, tenemos el ejemplo divino de Nuestro
Señor en el Huerto de los Olivos que oró diciendo: “Padre, si quieres, has que
pase este cáliz de mí; empero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42).
Esta es la posición que debemos tener ante nuestros sufrimientos particulares.
Si no es posible retirar el cáliz, “que no se haga mi voluntad, sino la de Él”.
Una gracia vendrá para consolarnos, como el ángel que vino a consolar y dar
fortaleza a Nuestro Señor.
Fuente: TIA
Fuente: TIA
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