miércoles, 1 de abril de 2015

San Bernardo – Sermón en el miércoles santo

Sermón de la Pasión del Señor

1. Vigile vuestra alma, hermanos, para que no se os pasen sin fruto los misterios de este tiempo. Copiosa es la bendición: disponed vasos limpios, almas devotas, sentidos despiertos, afectos sobrios; conciencias puras habréis de presentar para recibir tantos dones de gracias. Esta solicitud debe inspirarnos no sólo el especial género de vida que habéis escogido, sino la general observancia de la Iglesia, de quien sois hijos. Todos los cristianos, en esta sagrada Semana, o más de lo acostumbrado o fuera de lo acostumbrado se ejercitan en la piedad, muestran modestia, siguen humildad, se componen con gravedad, para que de algún modo parezca se compadecen de Cristo paciente. ¿Quién es tan irreligioso, que no se compunja? ¿Quién tan insolente, que no se humille? ¿Quién tan iracundo, que no perdone? ¿Quién tan dado a las delicias, que no se abstenga? ¿Quién tan delincuente, que no se reprima? ¿Quién tan malicioso, que no haga penitencia en estos días? Con razón, ciertamente. Recuerdan la Pasión de Cristo, la cual aun hoy día estremece la tierra, parte las piedras, abre los sepulcros. Está próxima también su Resurrección, en que habéis de celebrar con solemnidad al altísimo Señor. ¡Ojalá sea entrando con alegría y ansia de vuestro espíritu hasta la más íntima consideración de las altísimas maravillas que ha obrado! Nada mejor pudiera en el mundo hacerse que lo hecho por el Señor en estos días. Nada mejor ni más útil se podía encargar al mundo que celebrar con solemnidad cada año que perpetuamente su memoria con todo fervor del alma, testificando así cuán grande sea la abundancia de su inefable dulzura. Una y otra cosa por nosotros es, porque en una y en otra está la vida de vuestro espíritu. Admirable es vuestra Pasión, Señor Jesús, pues alejó las pasiones de todos nosotros, fue la víctima para aplacar a Dios por nuestros pecados y jamás resulta ineficaz contra ninguna peste nuestra. Porque ¿qué veneno puede haber tan mortífero que con vuestra muerte no se desvirtúe?
2. En esta Pasión, hermanos, conviene considerar especialmente tres cosas: la obra, el modo y la causa. En la obra se manifiesta la paciencia, en el modo la humildad, en la causa la caridad.
Pero una paciencia singular, pues cuando descargaban los pecadores rudos golpes sobre sus espaldas, cuando era extendido en un leño hasta podérsele contar todos sus huesos, cuando aquel fortísimo baluarte que guarda a Israel era agujereado por todas partes, cuando sus pies y manos eran clavados, cuando como oveja era llevado a la muerte y como cordero ante quien lo trasquila, no abrió su boca: no se quejaba contra el Padre, que le había enviado; ni contra el género humano, por quien pagaba lo que no había robado; ni, en fin, contra el mismo pueblo especialmente suyo, de quien, por tantos beneficios que le había dispensado, recibía tantos males.
Son castigados algunos por sus pecados, y si lo sufren con humildad, esto mismo se les reputa por paciencia. Son afligidos otros, no tanto para ser corregidos cuanto para ser probados y coronados, y en esto se comprueba y manifiesta paciencia mayor. Pues ¿cómo no se juzgará máxima heredad, por aquellos mismos que especialmente había venido a salvar, fue destinado a muerte cruelísima cual si fuese ladrón, no teniendo pecado alguno, ni por acción propia ni por haberlo contraído; poseyendo, además, invariables grandezas, perfecciones y santidad? Sin duda este Señor es aquel en quien habita toda la plenitud de la Divinidad, no en sombra, sino corporalmente; aquel en quien Dios está reconciliando consigo al mundo, no figurativa, sino substancialmente; aquel, en fin, que está lleno de gracia y de verdad, no por cooperación a la gracia, sino personalmente, siendo el autor de la misma gracia. Su obra es ajena de Él, dice Isaías; porque fue obra suya la que el Padre le encargó hacer; pero era ajeno de Él que, siendo quien era, sufriese tales cosas. Y así fue su obra, obra de inefable paciencia y benignidad.
3. Pero, si con diligencia atiendes al modo de realizarse, no sólo le reconocerás humilde, sino manso de corazón. Verdaderamente por su extrema humildad fue condenado a muerte por sus inicuos jueces, cuando ni a tantas blasfemias respondía ni se defendía de los falsísimos crímenes que le imputaban. Vímosle, dice Isaías, y no tenía figura de hombre: no era ya el hermoso entre los hijos de los hombres, sino oprobio de los hombres y como leproso, el último de los hombres y el desecho de la plebe; verdaderamente el Varón de dolores, herido por Dios y tan humillado, que ni tenía figura ni hermosura.
¡Oh oprobio de los hombres y gloria de los ángeles! Nadie más sublime que Él, nadie más humilde. En fin, fue marchando con salivas y puesto entre malhechores. ¿No merecerá nada esta humildad, siquiera por tener tal modo, o más bien, por ser superior a todo modo? Como su paciencia es singular, así su humildad es admirable, una y otra sin igual.
4. Mas a entrambas realza magníficamente la causa misma, que es la caridad. Porque, movido de la extremosa caridad con que Dios nos amó, por redimir al siervo, ni el Padre perdonó a su Hijo ni el Hijo a sí mismo. Sí, caridad extremosa, porque excede la medida, sobrepuja todo modo elevándose a una eminencia que la encumbra sobre todas. Nadie tiene caridad mayor que quien da su vida por sus amigos. Tú, Señor, la tuviste mayor, pues diste la vida por los enemigos, puesto que, siendo todavía enemigos nosotros, por vuestra muerte fuimos reconciliados contigo y con el Padre. ¿Qué otra caridad parecerá que es, o fue, o será semejante a ésta? Apenas hay quien por un justo quiera morir, y tú padeciste por los injustos, muriendo por nuestras culpas, viniendo a justificar graciosamente a los pecadores, a transformar en hermanos a los esclavos, en coherederos a los cautivos, en reyes a los desterrados. Ninguna cosa ilustra tanto esta paciencia y humildad como el haber entregado su vida a la muerte, haber cargado sobre sí los pecados de todos los hombres, rogando aun por los transgresores de la ley, para que no pereciesen. Expresión verdadera y digna de todo aprecio es ésta: Porque quiso, fue ofrecido en sacrificio. No sólo quiso y fue ofrecido, sino que fue ofrecido porque quiso. Él sólo tuvo la potestad de poner su vida; nadie se la hubiese podido arrancar: ofrecióla espontáneamente. Y así, luego que hubo probado el vinagre, dijo: ¡Todo está consumado! Nada queda por cumplir, ya que no tengo a qué aguardar. E inclinada la cabeza, hecho obediente hasta la muerte, entregó el espíritu.
¿Quién tan fácilmente cuando quiere se duerme? Gran flaqueza, sin duda, es morir; pero cierto, el morir así fortaleza inmensa es. Seguramente lo que parece débil en Dios, es más fuerte que los hombres. Puede la humana locura poner sobre sí mismo las malvadas manos para matarse, pero esto no es poner su vida; más bien es arrojarla y cortarla con violencia que ponerla a su arbitrio. En ti, Judas impío, hubo la infeliz facultad, no de poner tu vida, sino de perderla; ni tu pésimo espíritu salió entregado por ti, sino perdido por ti. Sólo entregó su vida a la muerte Aquel que sólo por su propia virtud volvió a la vida. Sólo tuvo potestad de ponerla el que sólo igualmente tuvo libre potestad de volverla a tomar, teniendo el imperio de la vida y de la muerte.
5. ¡Qué digna es caridad tan inestimable, humildad tan admirable, paciencia tan insuperable! ¿Qué digna es víctima tan santa, tan inmaculada, tan aceptable! Digno es el Cordero, que fue muerto, de recibir la fortaleza, de hacer aquello a que vino, de quitar los pecados del mundo.
Hablo de tres géneros de pecado que prevalecieron sobre la tierra. ¿Pensáis aludo a la concupiscencia de la carne, a la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida? Cierto que éste es un triple cordel que difícilmente se rompe, por lo cual muchos arrastran, o más bien, son arrastrados con esta soga ignominiosa; pero aquellas tres cosas son más fácilmente superadas por los escogidos. Porque, ¿cómo la memoria de aquella paciencia no reprimirá todo deleite? ¿Cómo no lanzará toda soberbia del vivir la consideración de aquella humildad? Pues aquella caridad es digna, sin duda, de que su meditación de tal modo ocupe el corazón, que arrastre hacia sí toda el alma y sea expelido de ella enteramente el vicio de la curiosidad. Fuerte es, pues, contra todo esto la Pasión del Salvador.
6. Mas había pensado hablar de otro pecado triple también, y decir cómo lo lanza de nosotros la virtud de la Cruz; y quizás esto se oirá con mayor utilidad. Al primero le llamo original; al segundo, personal; al tercero, singular.
Original se llama aquel máximo delito que contraemos del primer Adán, en quien todos pecamos y por quien todos morimos. Máximo, sin duda, pues ocupa no sólo a todo el linaje humano, sino a cualquiera de este linaje, no habiendo quien se exima de él, no habiendo ni uno solo. Desde el primer hombre hasta el último se extiende, y en cada uno de ellos, desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza se difunde este veneno. Y por otro lado, no menos se extiende a toda edad, desde el día en que cada uno fue concebido por su madre hasta aquel en que le recibe en el sepulcro la madre común de todos. Decidme si no, ¿de dónde ese gravoso yugo que pesa sobre todos y cada uno de los hijos de Adán, y esto desde la salida del seno materno hasta el día de la sepultura en la madre de todos? En pecado somos engendrados, en tinieblas somos fomentados, en dolores hemos nacido. Antes de salir servimos de peso y molestia a las tristes madres; al salir, a modo de víbora las desgarramos; y es maravilla cómo nosotros mismos no nos hicimos también pedazos. La primera voz en que rompemos es el llanto; y con razón ciertamente, pues entramos en el valle del llanto, pudiéndosenos con toda verdad aplicar lo del santo Job: El hombre nacido de mujer vive breve tiempo y vese abrumado de muchas miserias. Cuán cierto sea esto, nos lo han enseñado, no las palabras, sino los golpes. El hombre, dice, nacido de mujer: nada más abatido. Y para que no se lisonjee a sí mismo con la perspectiva del deleite de los sentidos corporales que puede percibir lo sensible, en la misma entrada le anuncian de un modo terrible la salida diciéndole: Vivirás breve tiempo. Mas, para que aquel breve espacio de tiempo de entrada a salida no lo juzgue libre para sí, le añaden: Y este tiempo tan breve irá embebido en muchas miserias. De muchas y varias digo: miserias del cuerpo, miserias del corazón, miserias al dormir, miserias al velar, miserias por doquier se vuelva. Él mismo nacido de la Virgen, y aun hecho de mujer, pero bendita entre todas las mujeres, el cual, al hablar a su Madre, le dijo: Mujer, ve ahí a tu hijo; viviendo también breve tiempo sobre la tierra, fue igualmente llenado de muchas miserias, y en aquella brevedad perseguido con asechanzas, colmado de oprobios, insultado con injurias, vejado con suplicios, ofendido con vituperios.
7. ¿Dudarás entonces de que basta esta obediencia para que sea absuelta la culpa de la prevaricación primera? Antes bien no según fue el delito, así es el don; porque si fuimos condenados por un solo pecado, somos luego por la gracia justificados de muchos pecados. Grave, sin duda, es el pecado original, al inficionar no sólo a la persona, sino a la naturaleza: aunque más grave para cada uno es el personal, cuando sueltas ya las riendas, abandonamos por todas partes nuestros miembros a que sirvan de armas de iniquidad para cometer el pecado; presos no ya del pecado ajeno, sino del propio. Pero el singular es gravísimo, porque fue cometido contra el Señor de Majestad cuando los impíos mataron injustamente al Justo y pusieron sus sacrílegas manos en el mismo Hijo de Dios, haciéndose homicidas cruelísimos, o más bien – si cabe decirlo – deicidas. ¿Qué son aquellos dos comparados con éste? En viendo este pecado, palideció y se horrorizó toda la máquina del mundo, como volviendo todas las cosas al antiguo caos. Pongamos que uno de los grandes del reino hubiera saqueado con mano enemiga la tierra del Rey; pongamos que otro, siendo de la mesa y consejo del Rey, hubiera sofocado su hijo único con traidoras manos, ¿no parecerá el primero inocente y libre en comparación del segundo? Pues así es todo pecado respecto de éste; y aun así sufrió en sí mismo este pecado aquel Señor que a sí mismo se hizo pecado, para condenar el pecado por el pecado; pues por éste fue lavado todo pecado, así original como personal, y el mismo pecado singular fue borrado por sí mismo.
8. La prueba, para mí, de que fue abolido el pecado máximo, consiste en que por él fueron lanzados los dos menores, y ved aquí el fundamento. Llevó los pecados de muchos y rogó por los transgresores para que no pereciesen: ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen! Vuela vuestra palabra Señor, sin que pueda ser detenida, y no volverá a ti vacía, haciendo aquello para que la enviaste. Mira ahora las obras del Señor, que puso como prodigios sobre la tierra. Fue herido con azotes, coronado de espinas, con clavos taladrado, clavado en un patíbulo, harto de oprobios, y aun, como olvidado de todos sus dolores, clama: ¡Perdónalos! Vense aquí por parte de muchas miserias del cuerpo, por otra muchas misericordias del corazón; por aquí dolores, por allí conmiseraciones; por aquí óleo de alegría, por allí gotas de sangre que corren hasta la tierra. Las misericordias del Señor son muchas, y muchas también son las miserias del Señor. ¿Vencerán las miserias a las misericordias o las misericordias a las miserias? Venzan, Señor, tus antiguas misericordias, venza la sabiduría a la malicia. Grande es verdaderamente su maldad; pero, Señor, ¿no es mayor tu piedad? Mucho mayor es en todo sentido. Conque ¿así, dice, se me vuelve mal por bien, y así han cavado una hoya para mi alma? Sí; cavaron la hoya para que ésta cayera en impaciencia. Pero ¿qué es la hoya que ellos han cavado para el abismo de tu mansedumbre? Pagando bienes con males, cavaron la hoya; más la caridad no se irrita, no se precipita, nunca falta, no cae en la hoya, y, a cambio de los males con que le han pagado, acumula bienes. No sucederá de ningún modo que las moscas muertas en el perfume en que cayeron disipen la suavidad de la fragancia que fluye de tu cuerpo, porque en ti está la misericordia y en él hay copiosa redención. Las moscas que perecieron al caer en el perfume, son las miserias, son las blasfemias, son los insultos con que te paga esta generación perversa y provocadora.
9. Pero tú, Señor, ¿qué haces? Cuando elevadas al cielo tus manos, cuando ya el sacrificio matutino pasaba a ser holocausto vespertino, cuando la virtud del incienso, cuyo rico olor subía a los cielos, cubría la tierra y refrigeraba a los mismos infiernos, sabiendo que serías oído por la reverencia que te es debida, clamabas: ¡Padre, perdónalos, que son saben lo que hacen! ¡Oh qué grande eres en perdonar! ¡Oh que grande es, Señor, la abundancia de tu dulzura! ¡Oh cuánto distan tus pensamientos de los nuestros! ¡Oh, qué firme ha estado, aun sobre los impíos, tu misericordia! ¡Oh qué maravilla! Clama Él: ¡Perdónalos! Y los judíos: ¡Crucifícale! Sus palabras se han suavizado más que el aceite, y éstas son saetas.
¡Oh caridad paciente, pero también compasiva! La caridad es paciente; basta. La caridad es benigna: esto es, el colmo y perfección de ella. No quieras ser vencido por el mal: caridad abundante; sino vence al mal con bien: esta es ya superabundante caridad. No sólo la paciencia de Dios, sino la benignidad suya redujo a penitencia a los judíos. La caridad es benigna, porque ella ama a los mismos a quienes tolera, y ámalos ardientemente. La caridad paciente disimula, sufre y espera al pecador, pero la benigna le atrae, le arrastra, hácele volver de sus extravíos, y al fin cubre y perdona la muchedumbre de sus pecados. ¡Oh judíos! Piedras sois, pero herís una piedra más blanda, y al herirla con vuestros golpes, da sonidos dulcísimos de piedad y mana de ella óleo suavísimo de caridad. ¿Cómo saciarás Señor, la sed de los que aman con el torrente de tus delicias, cuando así rocías con el óleo de tu misericordia a los que te crucifican?
10. Es claro, por tanto, que la Pasión de Cristo es poderosísima para destruir todo linaje de pecados. Pero ¿quién sabe si se me aplicará a mí? A mí se aplicará, si quiero, porque a otro no se pudo dar. ¿Se dio quizás al ángel? No la necesitó. ¿Al diablo tal vez? No se levantará jamás. En fin, no se hizo Él semejante a los ángeles, y sería necedad e impiedad pensar que tomó la semejanza de los demonios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los demás hombres, reducido a la condición de hombre. Hijo de Dios era, y tomó la forma de esclavo. Y no sólo tomó la forma de esclavo para estar sujeto, sino de esclavo malo, para ser azotado, y de esclavo pecador, para pagar la pena no teniendo la culpa.
Hecho semejante a los demás hombres, dice, no al hombre; porque el primer hombre no fue criado en carne de pecado ni en la semejanza de la carne de pecado. Cristo, pues, se sumergió más íntima y profundamente en la universal miseria de los hombres, para que aquel avizor ojo del diablo no percibiese el gran misterio de la piedad de Dios. Por eso en lo que se vio en su exterior conducta y en todo su porte fue reconocido como hombre: sin aparecer en Él, en las necesidades propias de la humana naturaleza, señal alguna de singularidad, por la cual fue reconocido como hombre en todo, y crucificado. A unos pocos se mostró claramente, para que hubiese quienes creyesen en Él; pero se ocultó a los demás, porque si le hubieran conocido, nunca al Señor de la gloria le hubieran crucificado. Para eso también juntó a aquel singular pecado la ignorancia, para que con alguien viso de justicia se pudiese perdonar a los ignorantes.
11. Mas dos cosas nos había dejado por herencia el antiguo Adán, que huyó de la presencia de Dios: labor y dolor: labor de la acción, dolor de la pasión. No le fue dicho esto en el paraíso que había recibido para cultivarlo y guardarlo; para cultivarlo, digo, agradablemente, y guardarlo fielmente para sí y sus descendientes. Cristo nuestro Señor consideró el trabajo y el dolor para ponerlos en sus propias manos, o más bien, para ponerse a sí mismo en manos del trabajo y del dolor, metiéndose en el cieno del abismo, viéndose hundido por la tempestad de las aguas. Mirad, dice al Padre, mi humillación y mi trabajo; porque soy pobre y vivo en trabajos desde mi juventud. Trabajó sufriendo: sus manos sirvieron en los trabajos.
Mira ahora lo que dice del dolor: ¡Oh vosotros todos los que pasáis por el camino, atended y ved si hay dolor semejante al mío. Verdaderamente Él tomó sobre sí nuestras dolencias y sobrellevó nuestros dolores. Verdaderamente fue Varón de dolores, pobre y que sabe padecer, el tentado en todo, pero sin pecado. Tuvo en su vida una acción pasiva, y en su muerte una pasión activa, obrando la salud en medio de la tierra.
Por tanto, yo me acordaré, mientras tuviere hálito de vida, de los trabajos que sufrió predicando, de su cansancio caminando, de sus tentaciones ayunando, de sus vigilias orando, de sus lágrimas compadeciéndose. Me acordaré también de sus dolores, de las afrentas, salivas, bofetadas, burlas, ignominias, clavos y demás cosas semejantes a éstas que por Él y sobre Él pasaron. Tengo ya un modelo a quien imitar y un guía a quien sufrir; sólo falta el resolverme de veras a seguirle e imitarle, que si no me reclamarán la sangre del Justo derramada sobre la tierra, y no estaré exento de aquel tan singular delito de los judíos, por haber sido ingrato a tamaña caridad, por haber hecho injuria al Espíritu de la gracia, por haber reputado vil y despreciable la sangre del Testamento, por haber pisoteado al Hijo de Dios.
12. Muchos padecen trabajos y dolores, mas por necesidad, no por voluntad; y éstos no son conformes a la imagen del Hijo de Dios. Otros los sufren con voluntad, pero no tienen parte ni suerte en estas promesas. Vela toda la noche el lascivo no sólo con paciencia, sino con gusto, a trueque de saciar sus malos deseos; vela el salteador vestido de hierro, para arrebatar la presa; vela el ladrón, para escalar la casa ajena. Pero todos estos y otros como ellos están lejos de aquel trabajo y dolor que el Señor considera. Los hombres, empero, de buena voluntad, que con libertad cristiana trocaron las riquezas por la pobreza, o también, no tendiéndolas, las despreciaron cual si las tuviesen, dejándolo todo por el Señor, así como Él lo dejó todo por ellos, ésos son los que le siguen dondequiera que vaya. Esta imitación es para mí poderosa prueba de que la pasión del Señor y la semejanza de su humildad se truecan en utilidad mía. Éste, pues, es el sabor, éste el fruto, así de su labor como de su dolor.
13. Mira que magníficamente se ha portado contigo aquella Majestad. Cuando quiso crear todo lo que hay en el cielo y debajo del cielo, dijo, y fue hecho. ¿Y qué cosa más fácil que el decir? Pero ¿fue quizás obra de una sola palabra el reformar y rehacer lo deshecho? Treinta y tres años vivió en la tierra, y tratando con los hombres en ella, tuvo calumniadores de sus hechos, insultadores de sus dichos, sin tener siquiera dónde reclinar su cabeza. Y esto, ¿por qué? Porque el Verbo había en cierto modo descendido de su sutileza y había tomado más tosco vestido. Habíase hecho carne, y por eso usaba de un modo de obrar algo más tosco y tardo. Mas así como nuestro pensamiento se viste de voz corporal sin disminución de sí mismo, ni antes ni después de la voz, así el Hijo de Dios tomó carne, sin padecer mezcla ni merma ni antes de la carne ni después de la carne. Era invisible en el seno del Padre; pero aquí nuestras manos trataron al Verbo de la vida, y vimos con nuestros ojos al que era desde el principio. Este Verbo, pues, porque había tomado carne purísima y había unido a sí una alma santísima, gobernaba libremente la actividad de su cuerpo, ya porque Él era la sabiduría y justicia, ya porque no tenía en sus miembros ley que repugnase a la ley de su espíritu. En mí, mi verbo o palabra no es sabiduría ni justicia; aun siendo capaz de una y otra, pueden faltar. Porque es más frecuente en nosotros servir a los vicios de nuestra carne que ordenar sus acciones y sus pasiones, estando toda edad, desde la más tierna, propensa al mal y anhelando goces aun entre los azotes y las espadas, aun en el riesgo de la misma muerte.
14. Dichoso aquel cuyo pensamiento – éste es nuestro verbo – dirige todas sus acciones a la justicia, de modo que sea sana la intención y recta la operación. Feliz aquel que por amor a la justicia encauza todas las pasiones de su cuerpo, para padecer por el Hijo de Dios todo lo que padece, de modo que falte en su corazón la queja y esté en su boca la acción de gracias y la voz de alabanza. El que así se levanta, toma su lecho y base de su casa. El lecho es nuestro cuerpo, en el cual estamos postrados antes por fuerza de nuestra enfermedad, sirviendo a nuestros deseos y concupiscencias. Mas ahora, lo llevamos, cuando nos vemos precisados a servir a nuestro espíritu, y llevamos también a nuestro muerto, pues el cuerpo muerto está por el pecado. Pero andamos, no corremos; porque el cuerpo corruptible grava al alma, y esta habitación terrena abate al espíritu, que piensa en muchas cosas. También vamos a nuestra casa. ¿A qué casa? A la madre de todos, pues nuestros sepulcros serán nuestra morada hasta la consumación de los siglos. O mejor aún, vamos a nuestra casa, que Dios nos ha de dar en el cielo, no hecha por mano de hombre y duradera para siempre. Los que bajo esta carga andamos, en dejándola, ¿cómo pensáis que correremos? ¿Cómo volaremos? Cierto en alas del viento.
Nos ha abrazado nuestro Señor Jesucristo con los dos brazos de la labor y del dolor: abracémosle también nosotros a Él con los dos de la justicia y para la justicia; es decir, enderezando a la justicia nuestras acciones y soportando por ella todas las pasiones. Digamos con la Esposa: He llegado a asirle; y no le soltaré. Digamos con el patriarca Jacob: No te dejaré ir si no me bendices. Porque ¿qué falta ya sino la bendición? ¿Qué hay tras del abrazo, sino el beso de la paz? Si así estuviese yo adherido a Dios, ¿cómo dejaría de exclamar: Bésame con el ósculo de su boca? Susténtanos, Señor, entre tanto con pan de lágrimas y danos bebida de lágrimas con medida, hasta que nos lleves a aquella medida buena colmada, agitada y rebosante, que echarás en nuestros senos, tú que en el seno del Padre eres Dios, bendito en los siglos. Amén.


Tomado de San Bernardo, OBRAS SELECTAS, BAC, 1957, pp. 454-463.

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