domingo, 16 de octubre de 2011

Una reflexión acerca de los últimos acontecimientos

Los acontecimientos ocurridos estas últimas semanas han estado marcados por noticias inquietantes. Al parecer, nadie puede entregar un análisis exacto de lo que realmente está sucediendo. En realidad, es difícil saber con exactitud qué es lo que está pasando, por una razón que parece ser la tónica dominante detrás de estos acontecimientos: el caos.

Manifestaciones de malestar, protestas, disturbios, complots de asesinato, amenazas de una 3ra guerra mundial, crisis financieras, intervenciones para salvar a los bancos, medidas de emergencia… En fin, una larga lista con un mismo fondo de cuadro, el caos.

Pero junto con el caos, hay otro aspecto que caracteriza todo este escenario y que casi nadie ha señalado, que es el ambiente anticristiano. Todos protestan y piden cambios, y muchas de esas protestas sin duda son por motivos legítimos. Sin embargo, nadie ―al menos por lo que podemos constatar por lo que nos entregan los mass media―, nadie parece recordar el respeto por la ley natural, los derechos de Dios y la restauración de la civilización cristiana. Nadie se acuerda que si no se respeta la ley natural, que es la ley de Dios, no puede haber solución verdadera a los problemas.

Si la solución es muy simple, bastaría que todos respetaran la ley natural que Dios ha grabado en los corazones de los hombres y que está compendiada en los diez mandamientos y cumplieran con sus obligaciones. ¿Es muy utópica esa solución? No lo es para quien tiene fe. Pero ¿qué diría el ateo?

¿Qué pasaría si los hombres dejasen de mentir, de robar, de codiciar los bienes ajenos, de desear la mujer del prójimo, de matar, y si todos cumplieran con sus deberes y, sobre todo, si amaran a Dios sobre todas las cosas? Yo pregunto, ¿alguien cree que las cosas no se solucionarían si ocurriera eso? Incluso se le podría preguntar a un ateo, ¿qué cree usted que pasaría Sr. ateo si los hombres, ricos y pobres, cultos e ignorantes, de toda raza y condición, no mintieran, no robaran, no codiciaran los bienes ajenos, no asesinaran, cumplieran con sus deberes, etc.? ¿Cree usted señor ateo que las cosas empeorarían o mejorarían? Si respondiera que así y todo, las cosas no mejorarían, entonces es obvio que nada nunca mejoraría, como en el infierno, donde no hay esperanza.

Por lo tanto, es obvio que la solución para el que tiene fe, es la misma solución que el “ateo sensato” debería reconocer.

Porque justamente, mucho por lo que se protesta es por causa de que hay gente que no se comporta así. Dicen que las corporaciones y los bancos roban, bueno, entonces, dejar de robar, ¿no sería solución? Dicen que los políticos mienten, bueno, dejar de mentir, ¿no sería solución?

Y tampoco es cierto que son sólo los ricos los que roban, porque el pobre que no trabaja o hace mal su trabajo por flojo, ese también es un ladrón, porque con su pereza perjudica el bien común de los demás. Si alguien dice que cumplir con esos deberes no sería solución, entonces, ¿cuál es la solución? ¿La desesperación? No es necesario creer en Dios, basta el sentido común para darse cuenta que la solución está en que los hombres cumplan con sus deberes y la ley natural. Porque si con eso nada se solucionara tampoco, entonces nada tendría nunca solución.

El problema de fondo que hay detrás de todos estos acontecimientos que estamos presenciando se podría resumir así: es el caos, producto del hombre que se olvidó de Dios y que quiere construir un mundo donde se basta a sí mismo. La gente pide cambios, pero cambios en un mundo donde Dios y la verdadera Iglesia católica ya no tienen nada que hacer, como en el infierno. ¡Todos se indignan por algo, pero nadie se indigna porque no se respeta la ley natural que Dios compendió en los diez mandamientos!Y como ya la mayoría del mundo no tiene fe, el mundo está entregado al demonio.

En un mundo así, podemos esperar las cosas más terribles. Y esto que estamos presenciando es sólo el comienzo.

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