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Capítulo 14
EL BAUTISMO DE SANGRE Y EL BAUTISMO DE DESEO – TRADICIONES ERRÓNEAS DE LOS HOMBRES (TERCERA PARTE)
BAUTISMOS MILAGROSOS
No hay ninguna necesidad que Dios salve a alguien por el bautismo de sangre (o bautismo de deseo), ya que Él puede mantener con vida a cualquier alma sincera hasta que se bautice, como vimos en el caso de San Albano y el guardia convertido. San Martín de Tours devolvió a la vida un catecúmeno que había muerto para poder bautizarlo[1]. Santa Juana de Arco devolvió a la vida un infante muerto para que ella lo bautizara[2]. Hay muchos milagros similares. Un ejemplo llamativo es el que ocurrió en la vida del mismo San Pedro. Mientras estaba encadenado a un pilar en la cárcel Mamertina en Roma, bautizó a dos de sus guardias, Proceso y Martiniano, con agua que milagrosamente brotó del suelo a poca distancia de las manos de San Pedro. Estos guardias fueron encarcelados también con San Pedro y debieron someterse a la ejecución al día siguiente porque eran conversos. Su deseo por el bautismo (bautismo de deseo) y su martirio por la fe (bautismo de sangre) no habrían sido suficientes. Tuvieron que ser bautizado con el “agua y el Espíritu Santo” (Juan 3, 5). Y Dios al ver que realmente deseaban el sacramento, lo suministró milagrosamente.
La historia también registra que San Patricio – quien resucitó de entre los muertos a más de cuarenta personas– resucitó de entre los muertos a una serie de personas precisamente para bautizarlos, algo que era totalmente innecesario si alguien pusiese salvarse sin ser bautizado. Así lo señala un erudito:
“En total, San Patricio trajo a la vida cerca de cuarenta infieles en Irlanda, uno de los cuales fue el rey Echu. (...) Al resucitarlo de entre los muertos, San Patricio lo instruyó y lo bautizó, preguntándole lo que había visto del otro mundo. El rey Echu contó cómo en realidad había visto el trono preparado para él en el cielo debido a haber estado en su vida abierto a la gracia de Dios Todopoderoso, pero que no se le permitió entrar, precisamente porque no estaba aún bautizado. Después de recibir los sacramentos (...) murió en el acto y se marchó a su recompensa”[3].
El mismo estudioso además nota:
“Se registran muchos santos que resucitaron adultos específicamente y exclusivamente para el sacramento del bautismo, incluyendo a San Pedro Claver, Santa Winifred [Wenefrida] de Gales, San Julián de Mans, San Eleuterio, y otros. Pero aún más, hasta niños pequeños resucitaron para el sacramento de la salvación: San Gregorio Nacianceno, San Hilario, Santa Isabel, Santa Coleta, Santa Francisca Romana, Santa Juana de Arco, San Felipe Neri, San Francisco Javier, San Gildas, San Gerardo Mayela, por nombrar algunos”[4].
Uno de los casos más interesantes es la historia de Agustina, la esclava, que se relaciona en la vida de San Pedro Claver, un misionero jesuita en Colombia del siglo XVII.
“Cuando el Padre Claver llegó a su lecho de muerte, Agustina estaba fría al tacto, su cuerpo ya se estaba preparando para el entierro. Él oró junto a su cama durante una hora, cuando de repente la mujer se incorporó, vomitó un charco de sangre, y declaró al ser preguntada por los asistentes: ‘Vengo de un viaje a través de un largo camino. Después de haber recorrido el largo camino, me encontré con un hombre blanco de gran belleza que estaba ante mí y me dijo: ¡Alto! Usted no puede ir más lejos’. (…) Al oír esto, el Padre Claver despejó la sala y se dispuso a escuchar su confesión, pensando que estaba en la necesidad de la absolución por algún pecado que pudo haber olvidado. Pero en el transcurso del ritual, San Pedro Claver fue inspirado para darse cuenta de que ella nunca había sido bautizada. Él cortó su confesión y se negó a darle la absolución, pidió en cambio el agua con la que la bautizaría. El amo de Agustina insistió en que no necesitaba el bautismo ya que había estado a su servicio durante veinte años y nunca había fallado ir a Misa, a la confesión, la comunión todo ese tiempo. Sin embargo, el Padre Claver insistió en bautizarla, después de lo cual murió Agustina de nuevo con alegría y en paz en presencia de toda la familia”[5].
El gran “Apóstol de las Montañas Rocosas”, el P. Pierre de Smet, quien fue el extraordinario misionero para los indios americanos en el siglo XIX, también fue un testigo – al igual que sus compañeros misioneros jesuitas – de muchas personas que volvieron para el bautismo en circunstancias milagrosas.
P. de Smet, 18 de diciembre de 1839: “A menudo he observado que muchos de los niños parecen esperar el bautismo antes de su volar al cielo, porque mueren casi inmediatamente después de recibir el sacramento”[6].
P. de Smet, 9 de diciembre de 1845: “… más de un centenar de niños y once personas de edad fueron bautizadas. Muchos de estos últimos [los ancianos], que fueron llevados sobre pieles de búfalo, parecía que sólo esperaban esta gracia antes de ir a descansar en el seno de Dios”[7].
En este punto, el lector también querrá mirar la sección de San Isaac Jogues y San Francisco Javier más adelante en este libro.
En la vida extraordinaria del misionero irlandés San Columbano (543 a 615 d.C.), leemos acerca de una historia similar de la providencia de Dios queriendo llevar a todas las almas de buena voluntad al bautismo.
“[Columbano dijo]: “Hijos míos, hoy podrán ver un antiguo jefe picto, que ha mantenido fielmente toda su vida los preceptos de la Ley Natural, llegar a esta isla; él viene a ser bautizado y morir”. Inmediatamente, se vio un barco acercarse con un hombre viejo y débil sentado en la proa, que fue reconocido como el jefe de una de las tribus vecinas. Dos de sus compañeros lo presentaron ante el misionero, a cuyas palabras escuchó con atención. El anciano pidió ser bautizado, e inmediatamente después exhaló su último suspiro y fue enterrado en el mismo lugar”[8].
El Padre Point, S.J. fue compañero del P. de Smet en las misiones a los indios en el siglo XIX. Él cuenta una historia muy interesante acerca de la resurrección milagrosa para el bautismo de una persona que había sido instruida en la fe, pero murió al parecer sin recibir el sacramento.
Padre Point, S.J., citado en La Vida del Padre de Smet, edición inglesa, pp. 165-166: “Una mañana, al salir de la iglesia me encontré con una mujer india, que dijo: ‘Tal persona no está bien’. Ella [la persona que no estaba bien] no era todavía un catecúmeno y yo le dije que iría a verla. Una hora más tarde la misma persona [que vino y le dijo que la persona no estaba bien], que era su hermana, vino a mí diciendo que ella había muerto. Corrí a la tienda, con la esperanza que ella pudiese estar equivocada, y encontré una multitud de familiares alrededor de la cama, repitiendo: ‘Está muerta – no ha respirado durante algún tiempo’. Para asegurarme, me incliné sobre el cuerpo; no había ninguna señal de vida. Reproché a estas excelentes personas por no haberme comunicado la gravedad de la situación, y agregó: ‘¡Que Dios me perdone!’ Entonces, con cierta impaciencia, dije: ‘¡Orad!’ y todos cayeron de rodillas y oraron devotamente.
”Me incliné nuevamente sobre el supuesto cadáver y dije: ‘La túnica negra está aquí: ¿deseáis que os bautice?’ En la palabra bautismo vi un ligero temblor del labio inferior; luego ambos labios se movieron, dándome a entender que ella quería. Ella ya había sido instruida, por lo que a la bauticé, y ella se levantó de su ataúd, haciendo la señal de la cruz. Hoy en día ella está de cacería, y está totalmente convencida que ella murió en el momento en que me avisaron”[9].
Este es otro ejemplo de una persona que ya había sido instruida en la fe, pero tuvo que ser resucitada milagrosamente específicamente para el sacramento del bautismo, y la resurrección milagrosa se produjo en el momento en que el sacerdote pronunció la palabra ‘bautismo’.
En la vida de San Francisco de Sales, también encontramos a un niño milagrosamente resucitado de entre los muertos específicamente para el sacramento del bautismo.
“Un bebé, hijo de una madre protestante, había muerto sin el bautismo. San Francisco había ido a hablar con la madre acerca de la doctrina católica, y oró para que el niño fuera devuelto a la vida por el tiempo suficiente para recibir el bautismo. Su oración fue concedida, y toda la familia se hizo católica”[10].
San Francisco de Sales resume la verdad de manera maravillosamente simple acerca de este tema cuando diserta contra los herejes protestantes.
San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia, La Controversia Católica, 1602, pp. 156-157: “La forma en que se deduce un artículo de fe es esta: la Palabra de Dios es infalible; la Palabra de Dios declara que el bautismo es necesario para la salvación, por lo tanto el bautismo es necesario para la salvación”[11].
He aquí otra descripción de un niño recién nacido que murió sin el sacramento del bautismo y fue resucitado de entre los muertos por la intercesión de San Esteban.
“En Uzale, una mujer tenía un niño pequeño… Desafortunadamente, murió antes de que tuvieran tiempo para bautizarlo. Su madre estaba abrumada por el dolor, más por su privación de la vida eterna que por ya estar muerto para ella. Lleno de confianza, tomó al niño muerto y públicamente lo llevó a la Iglesia de San Esteban, el primer mártir. Allí comenzó a rezar por el hijo que acababa de perder. Su hijo se movió, lanzó un grito, y fue restaurado a la vida de repente. De inmediato lo llevó a los sacerdotes, y, después de recibir los sacramentos del bautismo y confirmación, murió de nuevo”[12].
En sólo los Hechos de los Apóstoles nos encontramos con tres intervenciones milagrosas involucrando el bautismo: Cornelio el centurión, el eunuco de Candace, y Saulo de Tarso. Y en cada caso no sólo es evidente la manifestación de la Providencia de Dios, también los individuos involucrados son obligados a ser bautizados con el agua, siempre que sea clara su intención de hacer la voluntad de Dios.
El hecho es que Dios mantendrá con vida a toda alma sincera hasta el bautismo; Él es Todopoderoso y Él ha decretado que nadie entra al cielo sin el bautismo.
Papa Pío IX, Vaticano I, ex cathedra: “Todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y gobierna, alcanzando de un confín a otro poderosamente y disponiéndolo todo suavemente…”[13].
De hecho, la primera definición infalible que declara que los elegidos ven la visión beatífica inmediatamente después de la muerte fue del Papa Benedicto XII en Benedictus Deus. Es interesante examinar lo que declara infaliblemente acerca de los santos y mártires que fueron al cielo.
Papa Benedicto XII, Benedictus Deus, 1336, ex cathedra, sobre las almas de los justos que reciben la visión beatífica: “Por esta constitución que ha de valer para siempre, por autoridad apostólica declaramos,… los santos Apóstoles, los mártires, confesores, vírgenes y los otros fieles que murieron después de recibir el bautismo de Cristo, en los que no había nada que purgar al salir de este mundo… y que las almas de los niños renacidos por el mismo bautismo de Cristo o de los que han de ser bautizados cuando hubieren sido bautizados, que mueren antes del uso del libre albedrío,… estuvieron, están y estarán en el cielo…”[14].
Al definir que los elegidos (incluidos los mártires) en los que no había nada que purgar están en el cielo, el Papa Benedicto XII menciona tres veces que han sido bautizados. Obviamente, de acuerdo con esta infalible definición dogmática, ningún apóstol, mártir, confesor o virgen podría recibir la visión beatífica sin haber recibido el bautismo.
LA TEORÍA DEL BAUTISMO DE DESEO – UNA TRADICIÓN DEL HOMBRE
Aquellos que han sido lavados del cerebro por los apologistas de la teoría del bautismo de deseo quizás se sorprenderán al saber que de todos los Padres de la Iglesia, apenas uno sólo puede ser presentado por los defensores del bautismo de deseo de haber enseñado el concepto. Así es, sólo uno, San Agustín. Los defensores del bautismo de deseo harán un débil intento de presentar un segundo Padre, San Ambrosio, como veremos más adelante; pero incluso si eso fuera cierto, apenas serían dos Padres – entre cientos que pueden ser citados –, que han especulado acerca del concepto del bautismo de deseo. Entonces, ¿qué puede decirse acerca de las siguientes afirmaciones de los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX), que han escrito tres libros por separado sobre el “bautismo de deseo”?
P. Jean-Marc Rulleau (FSSPX), El Bautismo de Deseo, p. 63: “Este bautismo de deseo compensa la falta del bautismo sacramental… La existencia de este modo de salvación es una verdad enseñada por el magisterio de la Iglesia y sostenida desde los primeros siglos por todos los Padres. Ningún teólogo católico la ha impugnado”[15].
P. Francois Laisney (FSSPX), ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 79, sobre el bautismo de deseo: “No sólo es la enseñanza común, sino la enseñanza unánime; no sólo desde los principios de este milenio, sino más bien desde el principio de la Iglesia…”[16].
Estas declaraciones son totalmente falsas y gravemente mentirosas, tergiversan por completo la enseñanza de la tradición y corrompen la fe de la gente, como veremos. Los padres son unánimes en contra de la idea de que cualquier persona (incluyendo un catecúmeno), pueda salvarse sin el bautismo en agua, como hemos demostrado. Pero examinemos la enseñanza de un padre, San Agustín, que sí expresó la creencia (al menos a veces) en la idea de que un catecúmeno puede salvarse sin el sacramento del bautismo por su deseo de él.
SAN AGUSTÍN (354-430)
San Agustín es citado a favor del concepto del bautismo de deseo, pero lo cierto es que él luchó con la cuestión, a veces claramente oponiéndose a la idea de que los catecúmenos no bautizados podrían lograr la salvación, y otras veces apoyándola.
San Agustín, 400: “Que el bautismo a veces es suplido por el sufrimiento es apoyado por un argumento de peso que extrae el mismo beato Cipriano... Teniendo en cuenta esto una y otra vez, yo encuentro que no sólo el sufrimiento por el nombre de Cristo puede suplir lo que falta por medio del bautismo, sino incluso la fe y la conversión del corazón, si… el recurso no puede tenerse para la celebración del misterio del bautismo”[17].
Hay dos puntos interesantes acerca de este pasaje. El primero se refiere al bautismo de sangre: nótese que San Agustín dice que su creencia en el bautismo de sangre se apoya en una conclusión o argumento de San Cipriano, no arraigada en la tradición de los Apóstoles o los romanos Pontífices. Como ya hemos visto, varias de las conclusiones de San Cipriano fueron incorrectas, por decirlo amablemente, tal como su “conclusión”, de que era de “tradición apostólica”, que los herejes no pueden conferir el bautismo. Por lo tanto, San Agustín está revelando aquí un punto muy importante: que su creencia, incluso en el bautismo de sangre, tiene sus raíces en la falible especulación humana, no en la revelación divina o en la tradición infalible. Él admite que podría estar equivocado y, de hecho, él lo está.
En segundo lugar, cuando San Agustín concluye que él también cree que la fe (es decir, la fe en el catolicismo) y un deseo por el bautismo podría tener el mismo efecto que el martirio, dice: “Teniendo en cuenta esto una y otra vez…”. Al decir que lo consideraba una y otra vez, San Agustín está admitiendo que su opinión sobre el bautismo de deseo es algo que también ha salido de su propio examen, no de la tradición o la enseñanza infalible. Esto es algo con que él ciertamente luchó y se contradijo a sí mismo, como se mostrará. Todo esto sirve para probar, una vez más, que el bautismo de deseo como el bautismo de sangre, es una tradición del hombre, nacida de la errónea y falible especulación humana (aunque sean de algunos grandes hombres), y no tiene sus raíces o se deriva de alguna tradición de los Apóstoles o de los Papas.
Curiosamente, en el mismo conjunto de obras sobre el bautismo ya citada, San Agustín cometió un error diferente, que más tarde corrigió en su Libro de Retractaciones. En ese conjunto de obras, originalmente había declarado que el Buen Ladrón, que murió en la cruz junto a nuestro Señor, era un ejemplo del bautismo de sangre. Más tarde corrigió esto, señalando que el Buen Ladrón no podía ser utilizado como un ejemplo del bautismo de sangre, porque no sabemos si el Buen Ladrón fue alguna vez bautizado[18]. Pero en realidad, el Buen Ladrón no se puede utilizar como un ejemplo del bautismo de sangre, sobre todo porque el Buen Ladrón murió bajo la Antigua Ley, no bajo la Nueva Ley; murió antes que la ley del bautismo fuera instituida por nuestro Señor Jesucristo después de la Resurrección. Por esa razón, el Buen Ladrón, al igual que los Santos Inocentes, no constituye ningún argumento en contra de la necesidad de recibir el sacramento del bautismo para la salvación.
Catecismo del Concilio de Trento, El bautismo hecho obligatorio después de la Resurrección de Cristo, p. 171: “Porque están conformes los sagrados escritores que, después de la resurrección del Señor, cuando manda a los Apóstoles: Id e instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, desde entonces todos los hombres, que habían de conseguir la salvación eterna, comenzaron a estar obligados a la ley del bautismo”[19].
De hecho, cuando nuestro Señor le dijo al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, Jesús no se refería al cielo, sino en realidad al infierno. Como los católicos saben, nadie entró al cielo hasta que nuestro Señor lo hizo, después de su Resurrección. En el día de la Crucifixión, Cristo descendió a los infiernos, como dice el Credo de los Apóstoles. Él no descendió al infierno de los condenados, sino al lugar en el infierno llamado el Limbo de los Padres, el lugar de espera de los justos del Antiguo Testamento, quienes no podían entrar al cielo hasta que viniera el Salvador.
1 Pedro 3, 18-19: “Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu y en Él fue a pregonar a los espíritus que estaban en la prisión”.
A fin de probar el punto de que el Buen Ladrón no se fue al cielo en el día de la Crucifixión, está el hecho de que en el Domingo de la Resurrección, cuando María Magdalena se encontró con el Señor resucitado, Él le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre”.
Juan 20, 17: “Jesús le dijo: No me toques porque aun no he subido al Padre”.
Nuestro Señor ni siquiera había ascendido al cielo en el Domingo de la Resurrección. Por tanto, es un hecho que nuestro Señor y el Buen Ladrón no estaban juntos en el cielo el Viernes Santo, sino que estaban en el Limbo de los Padres, la prisión descrita en 1 Pedro 3, 18-19. Jesús llamó a este lugar paraíso porque Él estaría allí con los justos del Antiguo Testamento. Así que, como San Agustín admitió más tarde, él cometió un error al referirse al Buen Ladrón como un ejemplo para este punto. Esto demuestra, una vez más, que sólo la enseñanza dogmática de los Papas es infalible, así como la tradición universal y constante. Pero el mismo San Agustín, en muchos, muchos lugares, afirma la tradición universal de los Apóstoles de que nadie se salva sin el sacramento del bautismo; y, de hecho él negó en numerosas ocasiones el concepto de que un catecúmeno puede ser salvo sin el sacramento del bautismo por su sólo deseo.
San Agustín, 395: “… Dios no perdona los pecados, excepto a los bautizados”[20].
San Agustín, 412: “… los cristianos púnicos no llaman sino al bautismo salvación… ¿De dónde se deriva, excepto de una antigua y, como supongo, apostólica tradición, por la cual las Iglesias de Cristo creen inherentemente que sin el bautismo y la participación en la mesa del Señor es imposible que alguien alcance ya sea el reino de Dios o la salvación y la vida eterna? Este es también el testimonio de la Escritura”[21].
San Agustín, 391: “Cuando nos encontremos ante su vista [de Dios], vamos a contemplar la equidad de la justicia de Dios. Entonces nadie dirá: (…) ¿Por qué éste hombre fue llevado por el mandato de Dios a ser bautizado, mientras que aquél hombre, aunque vivió correctamente como un catecúmeno, fue asesinado en un desastre repentino, y no fue bautizado? Busca recompensas, y encontrarás nada más que castigos”[22].
Aquí vemos a San Agustín rechazar completamente el concepto del bautismo de deseo. ¡Nada podría ser más claro! ¡Él dice que Dios mantiene con vida a los catecúmenos sinceros hasta su bautismo, y que aquellos que buscan recompensas de esos catecúmenos no bautizados encontrarán nada más que castigos! ¡San Agustín hasta pone especial énfasis en afirmar que el todopoderoso no permite que los catecúmenos no bautizados sean asesinados, excepto por una razón! Aquellos que dicen que San Agustín defendió el bautismo de deseo, por lo tanto, simplemente no están siendo coherentes con los hechos. Ellos deberían agregar la reserva de que él, en varias ocasiones, rechazó la idea y estuvo en ambos lados de la cuestión. Por lo tanto, el único Padre que los defensores del bautismo de deseo pueden citar a favor del concepto (S. Agustín), en realidad negó el concepto del bautismo de deseo muchas veces.
San Agustín: “Por mucho que avance el catecúmeno, todavía lleva la carga de su maldad: ni se le quitara de él a menos que venga al bautismo”[23].
Aquí vemos otra vez a San Agustín afirmando la verdad apostólica – al decir que ningún catecúmeno puede ser liberado del pecado sin el bautismo – de que nadie entra al cielo sin el bautismo en agua y negando explícitamente el concepto del bautismo de deseo. Todo esto demuestra que el bautismo de deseo no pertenece a la tradición universal de los Apóstoles; totalmente contraria es la tradición universal de los Apóstoles y de los Padres, esto es, que ningún catecúmeno puede ser salvo sin el bautismo en agua.
SAN AMBROSIO (340-397)
De entre los cientos de los Padres de la Iglesia, el otro que citan los defensores del bautismo de deseo es San Ambrosio. Ellos creen que en su discurso fúnebre a su amigo (el emperador Valentiniano) enseñó que el emperador (que sólo fue un catecúmeno) se había salvado por el deseo del bautismo. Pero el discurso fúnebre de San Ambrosio para Valentiniano es extremadamente ambiguo y puede interpretarse de diversas maneras. Por tanto, es gratuito que ellos afirmen que él enseñe claramente la idea del bautismo de deseo.
San Ambrosio, Oración fúnebre de Valentiniano, siglo IV: “Pero he oído que os afligís porque él no recibió los sacramentos del bautismo. Decidme, ¿qué otra cosa hay en vuestro poder que no sea el deseo, la súplica? Pero él incluso tuvo este deseo durante mucho tiempo, que, cuando él viniera a Italia, él se iniciaría… ¿No obtuvo, entonces, la gracia que deseaba? ¿No obtuvo la gracia que pidió? Y porque él pidió, el recibió, y por eso se dice: Mas el justo, aunque sea arrebatado de muerte prematura, estará en el lugar de reposo (Sab. 4, 7)… O si os perturba el hecho de que los misterios no hayan sido celebrados solemnemente, entonces debéis comprender que ni siquiera los mártires son coronados si ellos son catecúmenos, porque ellos no son coronados si no están iniciados. Pero si son lavados en su propia sangre, su piedad y deseo los han lavado, también”[24].
Reflexionemos por un momento de lo que él acaba de decir. Todos los fieles congregados por el servicio memorial estaban afligidos y de luto. ¿Por qué estaban afligidos? Ellos lo estaban porque no hay evidencia de que Valentiniano, un conocido catecúmeno, haya sido bautizado. Pero si el bautismo de deseo fuera algo contenido en el depósito de fe y parte de tradición apostólica, ¿por qué estaban afligidos? ¿No deseó fervientemente Valentiniano el bautismo? Con todo, esos fieles estaban afectados por el dolor porque a todos ellos se les había enseñado, y por lo tanto, era lo que creían, que nadie que no “renaciere de agua y el Espíritu Santo, puede entrar al reino de Dios” (Juan 3, 5). A todos ellos se les había enseñado que nadie es salvo sin el sacramento del bautismo. Su maestro era su obispo, San Ambrosio[25].
Por otra parte, la oración fúnebre de San Ambrosio por Valentiniano es extremadamente ambigua, como es obvio para cualquiera que lea lo anterior. En su discurso, San Ambrosio dice claramente que “los mártires no son coronados [es decir, no se salvan] si ellos son catecúmenos”, una afirmación que directamente niega la idea de bautismo de sangre y es perfectamente consistente con sus otras afirmaciones sobre la tema, que serán citadas. San Ambrosio a continuación enfatiza el mismo punto, diciendo de nuevo que los catecúmenos “no son coronados si no están iniciados”. La “iniciación” es un término para el bautismo. Por siguiente, San Ambrosio está repitiendo la verdad apostólica de que los catecúmenos que derraman su sangre por Cristo no pueden salvarse si no están bautizados. Él luego dice que si ellos son lavados en su propia sangre, su piedad y deseo (de Valentiniano) lo han lavado a él también, lo que parece contradecir directamente lo que acaba de decir y parece enseñar el bautismo de deseo y de sangre, aunque no está claro, ya que no dice que Valentiniano se salvó sin bautismo. Pero si eso fue lo que San Ambrosio quiso decir, entonces su oración fúnebre no tiene sentido, porque ya negó claramente dos veces que los mártires puedan ser coronados si son catecúmenos. ¡Y este es el “texto” más antiguo citado a favor de la idea de bautismo de deseo! Él es, ante todo, contradictorio; en segundo lugar, es ambiguo; y en tercer lugar, si se interpreta en el sentido de que un catecúmeno se salva sin el bautismo de agua, se opone a todas las otras declaraciones que San Ambrosio hizo formalmente sobre la cuestión.
Pero quizás hay otra explicación. San Ambrosio afirma que los fieles estaban afligidos porque Valentiniano no recibió los sacramentos del bautismo. ¿Por qué usó el término “sacramentos” en vez de “sacramento”? ¿Estaba lamentando el hecho que Valentiniano no pudo recibir la confirmación y la eucaristía, que usualmente eran administrados juntos con bautismo en la Iglesia primitiva? Esto correspondería con su declaración sobre la multitud perturbada porque los misterios no fueron celebrados “solemnemente”, en otras palabras, con todas las ceremonias formales que preceden la celebración solemne del bautismo. Exactamente lo que San Ambrosio quiso decir en este discurso, nunca podremos saberlo en este mundo, pero se nos permite suponer que su intención no era contradecir en un elogio cargado de emoción lo que él había escrito con mucha reflexión y precisión en De Mysteriis y en otros lugares[26].
Curiosamente, el famoso teólogo del siglo XII, Pedro Abelardo, cuya ortodoxia sin embargo es sospechosa en otros puntos, señala que si San Ambrosio alguna vez enseñó el bautismo de deseo “él contradice la tradición sobre esta cuestión”[27], sin mencionar su propia enseñanza que repite la necesidad del sacramento del bautismo, como veremos a continuación.
Y esto es lo que San Ambrosio escribió con mucha reflexión y precisión, lo que elimina el concepto mismo de bautismo de deseo y afirma la tradición universal de todos los Padres de que nadie (incluyendo los catecúmenos) se salva sin el bautismo de agua.
San Ambrosio, De mysteriis, 390-391 d.C.:
“Habéis leído, por lo tanto, que los tres testigos en el bautismo son uno: el agua, la sangre, y el espíritu; y si quitáis uno de ellos, el sacramento del bautismo no es válido. Porque ¿qué es agua sin la cruz de Cristo? Un elemento común sin todo efecto sacramental. Por otra parte no hay ningún misterio de regeneración sin agua: porque ‘si un hombre no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar al reino de Dios’ [Juan 3, 5]. Hasta un catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, por cual él también es santiguado; pero, si él no es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir la remisión de los pecados ni ser receptor del don de gracia espiritual[28].
Aquí vemos a San Ambrosio negando claramente el concepto de bautismo de deseo. ¡No puede haber nada más claro!
San Ambrosio, Los Deberes del Clero, 391 d.C.:
“La Iglesia fue redimida al precio de la sangre de Cristo. Judío o griego, no hay diferencia; pero si él ha creído debe circuncidarse de sus pecados para que puede ser salvo;... porque nadie asciende al reino de los cielos, sino por el sacramento del bautismo”[29].
San Ambrosio, Los Deberes del Clero, 391 d.C.:
“‘A menos que el hombre renaciere de agua y del Espíritu Santo, no puede entrar al reino de Dios’. Nadie está exento: ni el infante, ni el impedido por alguna necesidad”[30].
A diferencia de San Cirilo de Jerusalén y San Fulgencio, quienes al mismo tiempo mencionan su creencia que había excepciones a Juan 3, 5 sólo en el caso de los mártires, San Ambrosio no reconoce excepciones, lo que excluye el bautismo de deseo y el bautismo de sangre.
Y con eso llegamos al fin de la enseñanza de los Padres sobre el llamado “bautismo de deseo”. Es verdad; uno o a lo más dos Padres de cientos, San Agustín y San Ambrosio, podrían ser citados. San Agustín admitió que luchaba con esta cuestión, se contradecía a sí mismo sobre ella, y lo más importante, frecuentemente confirmaba la tradición universal de que nadie – incluso un catecúmeno – entra al cielo sin el bautismo de agua. Y San Ambrosio muchas veces negó, clara y repetidamente, el concepto del bautismo de deseo, al negar que toda persona – incluyendo un catecúmeno – puede salvarse sin renacer del agua y del Espíritu en el sacramento del bautismo.
Y cuando estos hechos son conocidos, se puede ver cuán engañados y descaminados están muchos llamados católicos y católicos tradicionalistas que escuchan a esos maestros mentirosos, muchos de los cuales se presentan como sacerdotes “tradicionalistas”, quienes buscan por mar y tierra para intentar pervertir la enseñanza de la tradición y llevar a las personas al cielo sin el bautismo. Estos maestros mentirosos están convenciendo a muchos de la ridícula mentira de que “los Padres eran unánimes a favor del bautismo de deseo”. Tal afirmación no es más que una tontería y una perversión mortalmente pecaminosa de la tradición católica. Como un autor lo dijo correctamente:
“Los Padres de la Iglesia, por lo tanto, en su conjunto, sólo se puede decir que han verificado definitivamente la enseñanza oficial y auténtica de la única verdadera Iglesia de que es absolutamente necesario para la salvación de toda criatura humana el ser bautizado en el agua del sacramento real instituido por nuestro Señor Jesucristo. Por otra parte, es intelectualmente deshonesto sugerir lo contrario. Y exaltar las opiniones de un puñado de teólogos – incluso un puñado impresionante y conocido – al rango de tradición eclesiástica o incluso de infalibilidad magisterial; no solamente es un ejercicio de prestidigitación verbal, sino también un tipo de miopía superficial inadmisible en cualquier estudio serio de Teología Patrística”[31].
La tradición universal de los Apóstoles sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua para la regeneración y la salvación, afirmada por Hermas tan temprano como el siglo I, y repetida por todos los otros, incluyendo a San Justin Mártir, San Teófilo, Orígenes, Tertuliano, San Basilio, San Cirilo, San Agustín, San Ambrosio, etc., etc. etc., se resume en la declaración ya citada de San Ambrosio.
San Ambrosio: “Ni por otra parte hay ningún misterio de regeneración sin agua: porque ‘si un hombre no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar al reino de Dios’ [Juan 3, 5]. Hasta un catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, por cual también es santiguado; pero, si él no es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir la remisión de los pecados ni ser receptor del don de la gracia espiritual”[32].
Esta es la enseñanza unánime de los padres de la Iglesia sobre esta cuestión.
P. William Jurgens: “Si no hubiera una tradición constante en los Padres de que debe ser entendido absoluto el mensaje Evangélico de ‘quien no renaciere de agua y el Espíritu Santo, no puede entrar al reino de Dios’, sería fácil decir que nuestro Salvador simplemente no estimó pertinente mencionar las obvias excepciones de la ignorancia invencible y la imposibilidad física. Pero la tradición de hecho existe; y es bastante probable que se encuentre tan constante como para constituir revelación”[33].
SAN GREGORIO NACIANCENO (329-389)
Es apropiado también examinar las enseñanzas de algunos de los otros Padres. San Gregorio Nacianceno es uno de los cuatro grandes Doctores orientales de la Iglesia católica. Él rechazó explícitamente el concepto de bautismo de deseo.
San Gregorio Nacianceno, 381 d.C.: “De todos los que no han sido bautizados algunos son completamente animales y bestiales, según si sean necios o malvados. A esto, pienso, debe añadírseles sus otros pecados, que ellos no tienen ninguna reverencia por este don, sino que lo consideran como cualquier otro don, para aceptarlo si se les da, o abandonado si no se les da. Otros conocen y honran el don; pero demoran, algunos por descuido, algunos por el deseo insaciable. Sin embargo otros no pueden recibirlo, posiblemente por causa de la infancia, o alguna circunstancia perfectamente involuntaria que les impide recibir el don, incluso si lo desean…
”Si sois capaz de juzgar a un hombre que tiene la intención de cometer un asesinato, tan sólo en su intención y sin ningún acto de asesinato, entonces también podéis considerar como bautizado a quien deseó el bautismo, sin haber recibido el bautismo. Pero, ya que no podéis hacer lo primero, ¿cómo podéis hacer esto último? Yo no veo cómo. Si os parece, digámoslo de esta manera: si en vuestra opinión el deseo tiene el mismo poder que el bautismo real, entonces haced el mismo juicio con respecto a la gloria. Entonces os podéis contentar con anhelar la gloria, como si ese mismo anhelo fuese la gloria. ¿Sufrís algún daño por no alcanzar la gloria real, con tal que tengáis un deseo de ella?”[34].
¡Esto en cuanto a la afirmación de que “los Padres son unánimes” a favor del bautismo de deseo! Cuando los sacerdotes de la FSSPX aseveran públicamente esto, ellos están diciendo exactamente lo opuesto a la verdad y mienten descaradamente. Y lo que hace que esta mentira sea mucho más increíble, es el hecho de que ¡la FSSPX cita la declaración anterior de San Gregorio en las páginas 64-65 de su libro, ¿Es el Feeneyismo Católico?!
Esto es lo que la liturgia dice sobre la enseñanza del gran San Gregorio Nacianceno, quien claramente rechazó el bautismo el de deseo. En el Breviario Romano, una lección para la fiesta de San Gregorio Nacianceno (el 9 de mayo) declara:
Breviario Romano, 9 de mayo: “Él [San Gregorio] escribió mucho, tanto en prosa como en verso, con una admirable piedad y elocuencia. En la opinión de hombres sabios y los santos, no se encuentra nada en sus escritos que no sea conforme a la verdadera piedad y fe católica, ni que alguno pudiere razonablemente poner en duda”[35].
Este hecho, bastante significativo, refuta totalmente a los defensores el bautismo de deseo/sangre que argumentan que la enseñanza del Breviario prueba que los hombres pueden salvarse sin el bautismo (lo cual vimos que no es cierto). San Gregorio Nacianceno rechazó claramente el bautismo de deseo (véase arriba), ¡y el Breviario dice aquí que no hay nada en sus escritos que no esté conforme a la religión católica o que se pueda poner en duda! Por consiguiente, si aceptamos que la enseñanza del Breviario sea infalible sobre materias teológicas, entonces tendríamos que rechazar el bautismo de deseo. Como dice el defensor del bautismo de deseo Juan Daly: “Y, por supuesto, los teólogos consideran imposible que haya error teológico en el Breviario...” (2 de sept. 2006). Parece que este defensor del bautismo de deseo tendrá que rechazar el bautismo de deseo o revisar sus argumentos (espero lo primero). En realidad, San Gregorio fue el único Doctor en toda la historia de la Iglesia que tiene por sobrenombre “el teólogo”.
El famoso Abad Benedictino Dom Prospero Guéranger: “Es Gregorio [Nacianceno]... el único de todos los Gregorios que ha merecido y recibido el glorioso nombre de Teólogo, debido a la solidez de sus enseñanzas, la sublimidad de sus ideas, y la magnificencia de su dicción”[36].
Esto en cuanto a la mentira de que “los teólogos” son unánimes a favor del bautismo de deseo. ¡El único Doctor en la historia de la Iglesia apellidado “el teólogo”, lo rechazó explícitamente!
SAN JUAN CRISÓSTOMO (347-407)
Además de San Gregorio y los otros, San Juan Crisóstomo nos proporciona una gran cantidad de citas explícitamente en contra de la idea de salvación para los catecúmenos sin bautizar (los que se preparan para recibir el bautismo) por el bautismo de deseo. Que alguien más, aparte de los catecúmenos sin bautizar pudiera calificar para la salvación sin antes recibir el sacramento del bautismo no era incluso considerado como una posibilidad que valiera la pena refutar en este contexto. (¿Cuán horrorizados estarían estos Padres por la versión moderna de la teoría del bautismo de deseo, que salva a los paganos, judíos, herejes y cismáticos?).
San Juan Crisóstomo, El Consuelo de la Muerte: “Y así debería lamentarse el pagano, que no conociendo a Dios, muriendo se va directamente al castigo. Bien debe el judío lamentar, que no creyendo en Cristo, ha designado su alma a la perdición”[37].
Cabe señalar que dado que el término “bautismo de deseo” no se usaba en ese tiempo, no se encuentra a San Juan Crisóstomo o cualquier otro Padre rechazando explícitamente ese término. Ellos rechazan el bautismo de deseo cuando rechazan el concepto de que los catecúmenos sin bautizar pueden salvarse sin el bautismo, como San Juan Crisóstomo repetidamente hace.
San Juan Crisóstomo, El Consuelo de la Muerte: “Y claramente debemos lamentarnos por nuestros propios catecúmenos, en caso de que, o por su propia incredulidad o su propio descuido, dejen esta vida sin la gracia salvadora del bautismo”[38].
Esta declaración rechaza claramente el concepto de bautismo de deseo.
San Juan Crisóstomo, Homilía in Io. 25, 3: “Porque el catecúmeno es un extraño para el fiel... el uno tiene a Cristo por Rey; el otro al pecado y al diablo; la comida de uno es Cristo; la del otro, esa carne que decae y perece... Ya que no tenemos nada en común, ¿en qué, decidme, tenemos en comunión?... Seamos diligentes para que podamos hacernos ciudadanos de la ciudad de arriba... por tanto suceda que (¡que Dios no lo quiera!) que por la súbita llegada de la muerte saliéremos para allá no iniciados, aunque tuviéremos diez mil virtudes, nuestra porción no será otra que el infierno, y el gusano venenoso, y el fuego inextinguible, y los vínculos indisolubles”[39].
Esta declaración rechaza totalmente el concepto de bautismo de deseo.
San Juan Crisóstomo, Homilía III. de Phil. 1, 1-20: “¡Llorad por los incrédulos; llorad por los que no se diferencian en nada de ellos, por los que salen sin la iluminación, sin el sello! Ellos verdaderamente merecen nuestros lamentos, merecen nuestros gemidos; están fuera de la ciudad real, con los culpables, con los condenados: porque, ‘En verdad os digo, quien no renaciere del agua y el Espíritu, no puede entrar al reino de los cielos”[40].
El “sello” es el término de los Padres para referirse a la marca del sacramento del bautismo. Y aquí vemos a San Juan afirmando la verdad apostólica mantenida por todos los Padres: que nadie – incluyendo el catecúmeno – se salva sin haber renacido de agua y el Espíritu en el sacramento del bautismo. San Juan Crisóstomo rechazó claramente toda posibilidad de salvación para quien no ha recibido el sacramento del bautismo. Él ratificó las palabras de Cristo en Juan 3, 5 con una comprensión claramente literal, que es la enseñanza unánime de la tradición y de la enseñanza del dogma católico definido.
LA TRADICIÓN LITÚRGICA Y LA TRADICIÓN APOSTÓLICA DE LA SEPULTURA
Además de estos claros testimonios de los Padres contra la teoría del bautismo de deseo, tal vez lo más interesante es el hecho que en la historia de la Iglesia católica no hay ni una sola tradición que pueda citarse para orar por – o dar entierro eclesiástico a – los catecúmenos que murieron sin el bautismo. La Enciclopedia Católica (1907) dice lo siguiente sobre la verdadera tradición de la Iglesia al respecto:
Enciclopedia Católica, “Bautismo”, vol. 2, 1907: “Una cierta declaración en la oración fúnebre de San Ambrosio sobre el emperador Valentiniano II ha sido presentada como una prueba que la Iglesia ofrecía sacrificios y oraciones por los catecúmenos que morían antes del bautismo. No hay vestigio en ninguna parte de tal costumbre… La práctica de la Iglesia se muestra más exactamente en el canon (XVII) del segundo Concilio de Braga (572 d.C.): ‘Ni la celebración del sacrificio [oblationis] ni el servicio de la salmodia [psallendi] se empleará para los catecúmenos que han muerto sin bautizar”[41].
¡He aquí la enseñanza de la tradición católica! ¡Ningún catecúmeno que moría sin el sacramento del bautismo recibía la oración, el sacrificio, o el entierro cristiano! El Concilio de Braga, en 572 d.C., prohibió la oración por los catecúmenos que morían sin el bautismo. El Papa San León Magno y el Papa San Gelasio habían antes confirmado la misma disciplina de la Iglesia – que era práctica universal – prohibiendo a los católicos que orasen por los catecúmenos que hubiesen muerto sin bautizar[42]. Esto significa que la creencia abrumadora en la Iglesia primitiva y la tradición litúrgica era que no había tal cosa del bautismo de deseo, sin mencionar la posterior enseñanza infalible de la Iglesia sobre Juan 3, 5. No fue sino hasta la Edad Media que la teoría del bautismo de deseo – que postulaba la posible salvación de los catecúmenos que morían sin el bautismo – se convirtió en una creencia extendida, sobre todo, cuando Santo Tomás de Aquino y algunos otros eminentes teólogos la hicieron suya, causando que posteriormente muchos otros teólogos, por deferencia a ellos, la adoptasen.
La verdadera enseñanza de la tradición apostólica y católica sobre este tema también se ve por la enseñanza de la liturgia católica, de la que todos los cultos católicos en la Iglesia primitiva confesaban y creían, a saber: que ningún catecúmeno o persona sin bautizar era considerada parte de los fieles (véase la sección sobre “La única Iglesia de los fieles”). Esta era la creencia de todos los Padres, y esto era lo que se enseñaba a los católicos en la liturgia.
Dr. Ludwig Ott, Los Fundamentos de Dogma Católico, Calidad de miembro de la Iglesia, p. 309: “3. Los Padres trazan una línea clara de división entre los catecúmenos y ‘los fieles’”[43].
Esto significa que ninguna persona sin bautizar puede salvarse, porque el dogma católico ha definido que nadie se salva fuera de la una Iglesia de los fieles.
Papa Gregorio XVI, Summo iugiter studio, 27 de mayo de 1832, sobre la no salvación fuera la Iglesia: “Los actos oficiales de la Iglesia proclaman el mismo dogma. Así, en el decreto sobre la fe que Inocencio III publicó con el sínodo IV de Letrán, está escrito lo siguiente: ‘Hay una Iglesia universal de todos los fieles fuera de cual nadie se salva’”[44].
EL PAPA SAN SIRICIO (384-398)
En su carta al obispo de Tarragona en el año 385, el Papa San Siricio también muestra cómo la creencia en la Iglesia antigua rechazaba todo concepto de bautismo de deseo.
Papa San Siricio, Carta a Himerio, 385:
“En cuanto mantenemos que la observancia del santo tiempo Pascual no debe ser relajada de ninguna manera, de la misma manera deseamos que los infantes quienes, por causa de su edad, todavía no pueden hablar, o los que, en cualquier necesidad, carecen del agua del santo bautismo, sean socorridos a la mayor brevedad posible, por miedo a que, si dejasen este mundo, fuesen privados de la vida del reino por haber sido rechazada la fuente de salvación que deseaban, esto puede conducir a la ruina de nuestras almas. Si los que están en peligro de naufragio, o de ataque de enemigos, o en un cerco incierto, o puestos en una condición desesperada por causa de una enfermedad física, pidan lo que en su fe es su única ayuda, que reciban en el mismo momento en que piden el premio de la regeneración por el que ruegan. ¡Basta ya de los errores del pasado! A partir de ahora, que todos los sacerdotes observen la regla antedicha si no quieren ser separados de la sólida piedra apostólica en que Cristo ha fundado su Iglesia universal”[45].
Esta cita del Papa San Siricio es sorprendente, ya que de nuevo muestra claramente cómo la Iglesia primitiva rechazó la creencia en el concepto de bautismo de deseo. Él comienza afirmando que la observancia del tiempo Pascual no debe ser relajada (él se refiere al hecho de que los bautismos se administraban históricamente durante el tiempo Pascual). Tras afirmar que esta tradición debe ser mantenida, advierte que los infantes y los que por cualquier necesidad o peligro deben ser bautizados inmediatamente, por temor a que sean “privados de la vida del reino por haberles sido negado la fuente de salvación que ellos desean”. El latín del crítico pasaje es: “… ne ad nostrarum perniciem tendat animarum, si negato desiderantibus fonte salutari exiens unusquisque de saeculo et regnum perdat et vitam”[46].
En otras palabras, ¡el hombre que desea el bautismo de agua y pide la regeneración todavía se le niega el cielo si no lo recibe! ¡Nada podría rechazar más claramente el concepto de bautismo de deseo! (Esto también prueba que el retraso en bautizar a los adultos era para instruir y probar a los catecúmenos, no porque se creyera que los catecúmenos podrían salvarse sin el bautismo).
Este punto es hecho otra vez por el Papa en la segunda parte de la cita, donde dice que cuando esas personas sin bautizar “piden lo que en su fe es su única ayuda, que reciban en el mismo momento en que lo piden el premio de la regeneración por el que ruegan”. ¡Esto significa que recibir el bautismo de agua es la única ayuda para la salvación de esas personas que desean con ahínco recibir el bautismo! ¡No hay ninguna ayuda para la salvación de esas personas en su deseo o martirio, sino sólo en recibir el sacramento del bautismo!
LA EDAD MEDIA
Ahora que hemos demostrado que la enseñanza de la tradición definitivamente no favorece el bautismo de deseo, ¿de dónde viene este furor por el bautismo de deseo que ahora vemos? ¿Por qué llegó más tarde a convertirse en una creencia tan difundida? El bautismo de deseo nunca ha sido enseñado a la Iglesia por ningún Concilio, definición dogmática o encíclica papal, sin embargo, la mayoría de los católicos hoy cree que es una enseñanza de la Iglesia. Como ya se ha dicho, la teoría viene de una enseñanza errónea de San Agustín y de un pasaje ambiguo de San Ambrosio en el siglo cuarto. Pero debido a la enorme estatura de San Agustín como teólogo, muchos en la Edad Media adoptaron su opinión sobre el bautismo de deseo, a pesar de que era contraria a la creencia abrumadora en la Iglesia primitiva. Y cuando los ilustres San Bernardo y Santo Tomás de Aquino hicieron suya la teoría del bautismo de deseo en base a los pasajes de San Agustín y el pasaje ambiguo de San Ambrosio, ello hizo que muchos teólogos, desde la Edad Media y hasta nuestros días, subsiguientemente adoptasen el bautismo de deseo por deferencia a su gran erudición (particularmente la de Santo Tomás); una posición sobre la posible salvación de los catecúmenos que mueren sin el bautismo que era contraria a la abrumadora creencia y tradición litúrgica de la Iglesia primitiva, por no hablar de la posterior enseñanza infalible de la Iglesia sobre el sacramento del bautismo, de Juan 3, 5 y del único bautismo, como veremos.
SAN BERNARDO
San Bernardo, Tractatus de baptismo, II, 8, c. 1130: “Así que, creedme, sería difícil para mí apartarme de estos dos pilares – quiero decir de Agustín y Ambrosio. Confieso que, ya sea por error o conocimiento, estoy con ellos; porque creo que un hombre puede salvarse por la sola fe, con tal que desee recibir el sacramento, en un caso cuando la muerte sorprenda el cumplimiento de su deseo religioso, o algún otro poder invencible se interponga en su camino”[47].
Hay una serie de puntos muy importantes en este pasaje: En primer lugar, vemos que San Bernardo admite explícitamente que su creencia en el bautismo de deseo se basa solamente en lo que él cree que San Agustín y San Ambrosio enseñaron, dando mayor credibilidad a nuestro punto de que el bautismo de deseo es una tradición del hombre, no una enseñanza de Dios. Y como ya hemos visto, incluso los dos Padres que él cita (Agustín y Ambrosio) negaron claramente el concepto al afirmar muchas veces que ningún catecúmeno puede salvarse sin el sacramento del bautismo. De hecho, como se dijo – y vale la pena repetir – el P. Juan-Marco Rulleau (de la FSSPX) se ve obligado a admitir en su libro El Bautismo de Deseo (p. 37) que fue realmente durante el período de San Bernardo, cuando la idea del bautismo de deseo, basada en los pasajes de San Agustín y el discurso fúnebre de San Ambrosio por Valentiniano, empezó a tomar impulso. El conocido Pedro Abelardo (cuya ortodoxia sin embargo es sospechosa en otros puntos) afirmó que cualquier idea del bautismo de deseo basada en San Ambrosio “contradice la tradición en esta materia”[48]. Por lo tanto es evidente que San Bernardo no sólo basa su opinión en dos doctores falibles, sino que plantea una opinión claramente contraria al testimonio abrumador de la tradición, como se ha demostrado.
En segundo lugar, y quizás lo más importante, al expresar su creencia en el bautismo de deseo, ¡San Bernardo admite explícitamente que puede estar equivocado!
San Bernardo: “quiero decir de Agustín y Ambrosio. Confieso que, ya sea por error o conocimiento, estoy con ellos; porque creo que un hombre puede salvarse por la sola fe, con tal que desee recibir el sacramento…”.
Es importante notar que el P. Francisco Laisney, de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, al citar este pasaje de San Bernardo en su libro ¿Es el Feeneyismo Católico? (p. 67) omite deliberadamente la declaración de San Bernardo, “sea por error o conocimiento...”. Así es como aparece el pasaje en su libro ¿Es el Feeneyismo Católico?:
“Creedme, será difícil separarme de estas dos columnas, por cuales refiero a Agustín y Ambrosio... creyendo con ellos que las personas pueden salvarse por la sola fe y el deseo de recibir el sacramento...”.
Las palabras “ya sea por error o conocimiento” fueron eliminadas por el P. Laisney y reemplazadas por puntos suspensivos (...). Por supuesto, es perfectamente justificable el uso de puntos suspensivos (...) cuando se citan textos, para omitir las partes de la cita que no son cruciales o necesarias en la discusión. Pero, en este caso, a los lectores del libro del P. Laisney les habría servido ver esta breve y crucial admisión de San Bernardo: de que él podría estar correcto o equivocado sobre el bautismo de deseo. El P. Laisney deliberadamente la eliminó porque sabe que es devastadora para su argumento de que el bautismo de deseo es una enseñanza de la Iglesia basada en las opiniones de los santos. Esta admisión de San Bernardo, de hecho, echa por tierra la tesis del libro del P. Laisney, por tanto, tuvo que ser desechada. Pero a pesar del intento del P. Laisney de la FSSPX de esconder esto a sus lectores, el hecho es que: San Bernardo admite que no estaba seguro sobre el bautismo de deseo porque la idea no se basa en ninguna enseñanza de la Iglesia o tradición infalible, sino solamente en la opinión de hombre.
En tercer lugar, como ya he señalado, es un hecho increíble que en casi todos los casos en que un Santo o teólogo expresa su opinión en favor del bautismo de deseo o de sangre, él a veces comete un error distinto en el mismo documento (probando así su falibilidad). En el documento citado arriba, San Bernardo usa tres veces la frase “la sola fe” (que fue condenada posteriormente cerca de 13 veces por el Concilio de Trento en el siglo XVI).
San Bernardo, Tractatus de baptismo, II, 8, c. 1130: “Así que, creedme, sería difícil para mí apartarme de estos dos pilares – quiero decir de Agustín y Ambrosio. Confieso que, ya sea por error o conocimiento, estoy con ellos; porque creo que un hombre puede salvarse por la sola fe, con tal que desee recibir el sacramento, en un caso cuando la muerte sorprenda el cumplimiento de su deseo religioso, o algún otro poder invencible se interponga en su camino... Esto implica que a veces la fe sola basta para la salvación... De la misma manera, la fe sola y conversión de la mente a Dios, sin el derramamiento de sangre o el vertimiento de agua, trae sin duda la salvación a quien tiene la voluntad pero no el medio... para ser bautizado”[49].
Papa Pablo III, Concilio de Trento, sesión 6, can. 9: “Si alguno dijere que el impío se justifica por la sola fe, de modo que entienda no requerirse nada más con que coopere a conseguir la gracia de la justificación y que por parte alguna es necesario que se prepare y disponga por el movimiento de su voluntad, sea anatema”.
Papa Pablo III, Concilio de Trento, sesión 7, can. 8: “Si alguno dijere que por medio de los mismos sacramentos de la Nueva Ley no se confiere la gracia ex opere operato, sino que la fe sola en la promesa divina basta para conseguir la gracia, sea anatema”.
Papa Pablo III, Concilio de Trento, sesión 6, can. 19: “Si alguno dijere que nada está mandado en el Evangelio fuera de la fe… sea anatema”.
Papa Pablo III, Concilio de Trento, sesión 6, cap. 11: “Así, pues, nadie debe lisonjearse a sí mismo en la sola fe, pensando que por la sola fe ha sido constituido heredero y ha de conseguir la herencia, aun cuando no padezca juntamente con Cristo, para ser juntamente con Él glorificado (Rom. 8, 17)”.
Papa Pablo III, Concilio de Trento, sesión 6, cap. 10: “Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe (Sant. 2, 24)”.
Estoy seguro que San Bernardo en realidad no creía que la fe sola justifica y salva (la doctrina herética de Lutero); ¡pero esta es la frase que él utiliza tres veces! Esto hace aparecer el punto con claridad cristalina: que si alguien dogmatizara las enseñanzas de los santos (como les gusta hacer a muchos propugnadores de bautismo de deseo) y las citara como textos de prueba, entonces es posible que terminen con algún error e inclusive en herejía. Y ello demuestra, una vez más, que las expresiones de San Bernardo no son la enseñanza de la Iglesia católica, sino opiniones que no gozan del carisma de la infalibilidad y en las que podría estar equivocado (como él mismo admite), como es en este caso, en que está definitivamente equivocado.
En cuarto lugar, al expresar su opinión sobre el bautismo de deseo, San Bernardo dice que uno puede ser impedido de recibir el bautismo por algún “poder invencible”. Esto también es teológicamente incorrecto. ¡Dios es omnipotente; Él solo es el “poder invencible”! Nada le puede impedir a Él conducir al bautismo a un alma de buena voluntad.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, ex cathedra: “Todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y gobierna, alcanzando de un confín a otro poderosamente y disponiéndolo todo suavemente…”[50].
E, irónicamente, al hacer la antedicha declaración sobre un catecúmeno que se vea impedido de recibir el bautismo por algún “poder invencible”, San Bernardo también contradice directamente a San Agustín, sobre quien intenta apoyar su falible opinión sobre el bautismo de deseo.
San Agustín, 391: “Cuando nos encontremos ante su vista [de Dios], vamos a contemplar la equidad de la justicia de Dios. Entonces nadie dirá: (…) ¿Por qué éste hombre fue llevado al mandato de Dios para ser bautizado, mientras que aquél hombre, aunque vivió correctamente como un catecúmeno, fue asesinado en un desastre repentino, y no fue bautizado? Buscas recompensas, y encontrarás nada más que castigos”[51].
Todo esto prueba que la sanción de San Bernardo por el bautismo de deseo era defectuosa, contradictoria, confesadamente falible y basada solamente en lo que él creía eran las opiniones de los hombres. Ellas pierden todo valor frente al indefectible, perfectamente consistente e infalible dogma que proclama que ningún hombre puede ser salvo sin el sacramento del bautismo.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Exultate Deo, 22 de noviembre 1439, ex cátedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, si no renacemos por el agua y el Espíritu, como dice la Verdad, no podemos entrar en el reino de los cielos (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[52].
Y esta tradición del hombre (el bautismo de deseo) ganó más impulso después de San Bernardo, cuando lamentablemente Santo Tomás de Aquino la hizo suya, basado de nuevo en los pocos pasajes de San Agustín, el único de San Ambrosio y su propio razonamiento teológico especulativo.
SANTO TOMÁS DE AQUINO
Santo Tomás de Aquino, a pesar de todos sus fabulosos escritos y su inigualable erudición sobre la fe católica, siendo como todos nosotros un hombre falible, cometió algunas equivocaciones, por ejemplo cuando, en la Summa Theologica, declaró explícitamente que “La carne de la Virgen fue concebida en pecado original”[53]. Un escolástico señaló que el libro que Santo Tomás estaba escribiendo cuando murió, se llamaba Compendio de Teología, y que en él se encuentran al menos nueve errores explícitos[54]. De hecho, “hace más que treinta años, el Dr. Andre Daignes, profesor de filosofía en Buenos Aires, Argentina, señaló veinticuatro errores formales en la Summa de Santo Tomás”[55]. Esto simplemente demuestra que algunas de las especulaciones teológicas de nuestros mayores santos teólogos, a pesar de su admirable erudición, pueden, a veces, estar sujetas a error, puesto que ellos no gozan del carisma de la infalibilidad. Es sólo San Pedro y sus sucesores, los Papas, cuando hablan desde la Cátedra de Pedro, quienes gozan exclusivamente del carisma de la fe indefectible.
Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cátedra:
“Así, pues, este carisma de la verdad y DE LA FE NUNCA DEFICIENTE, FUE DIVINAMENTE CONFERIDO A PEDRO Y A SUS SUCESORES EN ESTA CÁTEDRA…”[56].
En la Summa Theologica III, q. 66, a. 11, Santo Tomás trata de explicar su creencia en el bautismo de deseo y de sangre. Él intenta explicar cómo puede haber “tres bautismos” (agua, sangre y deseo) cuando San Pablo declara, en Efesios 4, 5, que hay sólo uno. Él dice:
“Los otros dos bautismos quedan incluidos en el bautismo de agua, que recibe su eficacia de la pasión de Cristo y del Espíritu Santo”[57].
Con el mayor de los respetos a Santo Tomás, hay que decir que esto es un débil intento de responder a la objeción de cómo es posible que pueda haber “tres bautismos” cuando Dios ha revelado que hay sólo uno. Es un intento débil ya que Santo Tomás dice que los otros dos bautismos, de deseo y sangre, están incluidos en el bautismo de agua. Ahora bien, esto es objetivamente falso, porque quien recibe el bautismo de agua no recibe el bautismo de deseo y el bautismo de sangre, conforme incluso a la opinión de los defensores del bautismo de deseo. Por siguiente, es falso decir, como hace Santo Tomás, que los otros dos bautismos se incluyen en el bautismo de agua; ya que ciertamente no lo están.
Además, al enseñar la teoría del bautismo de deseo, Santo Tomás admite repetidas veces que ninguno de ellos es sacramento.
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica III, q. 66, a. 11, respuesta 2: “Como ya se dijo más arriba (q. 60 a. 1), el sacramento pertenece a la categoría de los signos. Pero los otros dos convienen con el bautismo de agua no porque sean signos, sino en el efecto del bautismo. Y por eso no son sacramentos”[58].
El fiero defensor del bautismo de deseo, el P. Laisney, admite lo mismo en su libro, ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 9:
P. Laisney, ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 9: “El bautismo de deseo no es un sacramento; no tiene el signo exterior que se requiere en los sacramentos. Los teólogos, siguiendo a Santo Tomás... lo llaman ‘bautismo’ sólo porque produce la gracia del bautismo... pero no produce el carácter sacramental”[59].
Ahora bien, el Concilio de Trento (unos pocos siglos después de Santo Tomás, en 1547) definió infaliblemente como dogma que ¡EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO es necesario para la salvación!
Papa Pablo III, Concilio de Trento, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema”[60].
Por tanto, ¿a quién hay que seguir? ¿A Santo Tomás o al infalible Concilio de Trento? Compárese a ambos:
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica III, q. 68, a. 2: “… parece que sin el sacramento del bautismo es posible conseguir la salvación por la santificación invisible…”.
Papa Pablo III, Concilio de Trento, canon 5 sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema”[61].
Aquí hay una contradicción obvia. Santo Tomás de Aquino dice que es posible obtener la salvación sin el sacramento del bautismo, mientras que el infalible Concilio de Trento define que el sacramento es necesario para la salvación. ¿Y qué significa “necesario”? Según la Parte III, q. 68, a. 2, obj. 3 en la propia Summa Theologica de Santo Tomás, “necesario es aquello sin lo cual una cosa no puede existir, como se dice en V Metaphys”[62]. Por lo tanto, “necesario” significa aquello sin lo cual una cosa no puede ser o existir, entonces, no puede haber salvación – es imposible – sin el sacramento del bautismo (de fide, Concilio de Trento). Los católicos deben aceptar esta verdad y rechazar la opinión de Santo Tomás sobre el bautismo de deseo en la Summa Theologica.
Papa Benedicto XIV, Apostolica, # 6, 26 de junio de 1749: “La sentencia de la Iglesia es preferible a la de un Doctor conocido por su santidad y enseñanza”[63].
Papa Pío XII, Humani generis, # 21, 12 de agosto de 1950: “Y el divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de sus fieles, ni un a los teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia”[64].
Papa San Pío X, Pascendi dominici gregis, # 45, 8 Sept. 1907: “A la verdad, si hay alguna cosa tratada por los escolásticos con demasiada sutileza o enseñada inconsideradamente, si hay algo menos concorde con las doctrinas comprobadas de los tiempos modernos, o finalmente, que de ningún modo se puede aprobar, de ninguna manera está en Nuestro ánimo el proponerlo para que sea seguido en nuestro tiempo”[65].
Y si alguien sostiene que se puede recibir el sacramento del bautismo sin agua, cito la definición del Concilio de Trento en el canon 2.
Papa Pablo III, Concilio de Trento, can. 2 sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: Si alguno dijere que el agua verdadera y natural no es necesaria en el bautismo y, por tanto, desviare a una especie de metáfora las palabras de nuestro Señor Jesucristo: Si alguno no renaciere del agua y del Espíritu Santo (Juan 3, 5), sea anatema”[66].
EL CONCILIO DOGMÁTICO DE VIENNE (1311-1312)
Hubiera sido interesante ver, sin embargo, lo que Santo Tomás habría dicho si hubiese vivido hasta el Concilio dogmático de Vienne en 1311. Santo Tomás murió en 1274, 37 años antes del Concilio. El Concilio de Vienne definió infaliblemente como dogma que sólo hay un bautismo que debe ser confesado por todos los católicos, y que el único bautismo es el bautismo de agua.
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, 1311-1312, ex cathedra: “Además ha de ser por todos fielmente confesado un bautismo único que regenera a todos los bautizados en Cristo, como ha de confesarse un solo Dios y una fe única (Ef. 4, 5); bautismo que, celebrado en agua en nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, creemos ser comúnmente, tanto para los niños como para los adultos, perfecto remedio de salvación”[67].
Esta definición es crucial para este debate, porque no se puede afirmar un bautismo de agua y al mismo tiempo aferrarse obstinadamente a la creencia de que hay “tres bautismos”, de los cuales dos no son de agua. Eso es una contradicción evidente. Los que entienden y comprenden este dogma deben repudiar los llamados “tres bautismos”.
SANTO TOMÁS RECHAZÓ LA “IGNORANCIA INVENCIBLE”
También es muy importante señalar que si bien Santo Tomás de Aquino estaba equivocado sobre bautismo de deseo, él mantenía el dogma fuera de la iglesia no hay salvación y rechazaba la herejía moderna de que pueden salvarse quienes son “invenciblemente ignorantes” de Jesucristo. En muchos lugares Santo Tomás aborda directamente la cuestión llamada ignorancia invencible.
Santo Tomás de Aquino, De Veritate, 14, a. 11, ad 1: Objeción – “Es posible que alguien pueda ser criado en el bosque, o en medio de lobos; tal hombre no puede saber nada explícitamente sobre la fe. Santo Tomás responde – Es característica de la Divina Providencia proporcionar a cada hombre lo necesario para la salvación… siempre que de su parte no haya ningún obstáculo. En el caso de un hombre que busca el bien y se aparta del mal por la guía de la razón natural, Dios o le revelará a través de la inspiración interior lo que ha de creer, o le enviará algún predicador de la fe…”[68].
Santo Tomás de Aquino, Sent. II, 28, q. 1, a. 4, ad 4: “Si un hombre nacido entre las naciones bárbaras, hace lo que puede, Dios mismo le mostrará lo que es necesario para la salvación, ya sea por inspiración o el envío de un maestro para él”[69].
Santo Tomás de Aquino, Sent. III, 25, q. 2, a. 2, solute. 2: “Si un hombre no tuviere a alguien que lo instruyese, Dios le mostrará, a menos que desee culpablemente permanecer donde está”[70].
En la Summa Theologica, Santo Tomás enseña de nuevo la verdad que todos hombres por sobre la edad de razón están obligados a conocer los misterios principales de Cristo para la salvación sin excepciones como la ignorancia.
Santo Tomás, Summa Theologica: “Mas en el tiempo de la gracia revelada, mayores y menores están obligados a tener fe explícita en los misterios de Cristo, sobre todo en cuanto que son celebrados solemnemente en la Iglesia y se proponen en público, como son los artículos de la encarnación de que hablamos en otro lugar”[71].
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica: “Por consiguiente, en el tiempo subsiguiente a la divulgación de la gracia están todos obligados a creer explícitamente el misterio de la Trinidad”[72].
Por lo tanto, Santo Tomás, como todos los Padres de la Iglesia, rechazó la herejía moderna de la “ignorancia invencible” que salva a los que mueren como no católicos. Su especulación y enseñanza errada sobre el bautismo de sangre/deseo sólo se refería a los catecúmenos. Y este punto verdaderamente muestra la falta de honradez de los herejes modernos, a quienes les gusta citar a Santo Tomás de Aquino sobre el bautismo de deseo para justificar de algún modo su idea herética de que los miembros de las religiones falsas pueden salvarse por el “bautismo de deseo”.
Próxima publicación: Cap. 15: EL PAPA SAN LEÓN MAGNO CIERRA EL DEBATE
[1] P. Jean-Marc Rulleau, Baptism of Desire «El Bautismo de Deseo», edición inglesa, Kansas City, MO: Angelus Press, 1999, p. 36; Sulpicius Severus, Life of St. Martin «La Vida de San Mártin», edición inglesa, 7, 1-7.
[2] Padre Albert J. Herbert, Raised From The Dead «Resucitados de la Muerte», edición inglesa, Rockford, IL: Tan Books, 1986, en la nota contiguo en la p. 93.
[3] Michael Malone, The Only-Begotten «El Unigenito», edición inglesa, p. 384.
[4] Michael Malone, The Only-Begotten «El Unigenito», edición inglesa, p. 385.
[5] Michael Malone, «El Unigenito», edición inglesa, p. 386.
[6] Padre E. Laveille, S.J., The Life of Fr. De Smet «La Vida del Padre de Smet», edición inglesa, Rockford, IL: Tan Books, 2000, p. 93.
[7] Padre E. Laveille, S.J., «La Vida del Padre de Smet», edición inglesa, p. 172.
[8] Citado por Michael Malone, «El Unigenito», edición inglesa, p. 364; Malone está citando The Catechist «El Catequista», edición inglesa, por el Rev. Canon Howe, cf. 9ª ed., London: Burns, Oates, y Washbourne, 1922, vol. 1, p. 63.
[9] Padre E. Laveille, S.J., «La Vida del Padre de Smet», edición inglesa, pp. 165-166, nota 7.
[10] Introducción a The Catholic Controversy «La Controversia Católica» por San Francisco de Sales, edición inglesa, Tan Books, 1989, p. lv.
[11] San Francisco de Sales, The Catholic Controversy «La Controversia Católica», edición inglesa, pp. 156-157.
[12] Citado por Michael Malone, «El Unigenito», edición inglesa, p. 386; tomado del Rev. Canon Howe, The Catechist «El Catequista», edición inglesa, London: Burns, Oates, y Washbourne, Décima Edición, 1922, vol. 2, cf. pp. 596-597.
[13] Denzinger 1784.
[14] Denzinger 530.
[15] P. Jean-Marc Rulleau, Baptism of Desire «El Bautismo de Deseo», edición inglesa, p. 63.
[16] P. Francois Laisney, Is Feeneyism Catholic? «¿Es Católico el Feeneyismo?», edición inglesa, Angelus Press, 2001, p. 79.
[17] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 1630.
[18] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 69.
[19] The Catechism of the Council of Trent «Catecismo del Concilio de Trento», edición inglesa, p. 171
[20] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 1536.
[21] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 1717.
[22] Jurgens, «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 3: 1496.
[23] Citado por Jean-Marc Rulleau, Baptism of Desire «El Bautismo de Deseo», edición inglesa, p. 33.
[24] Citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, pp. 30-31; también por P. Francois Laisney, ¿Es Feeneyismo Católico?, p. 61.
[25] Hno. Robert Mary, P. Feeney y la Verdad Sobre la Salvación, p. 132.
[26] Hno. Robert Mary, P. Feeney y la Verdad Sobre la Salvación, p. 133.
[27] P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, p. 37.
[28] Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, vol. 2: 1330.
[29] Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, vol. 2: 1323.
[30] Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, vol. 2: 1324.
[31] Michael Malone, El Unigénito, p. 404.
[32] Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, vol. 2: 1330.
[33] Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, vol. 3, pp. 14-15 nota a pie 31.
[34] Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, vol. 2: 1012.
[35] Dom Prosper Guéranger, El Año Litúrgico, vol. 8, p. 478.
[36] Dom Prosper Guéranger, El Año Litúrgico, vol. 8, p. 475.
[37] San Juan Crisóstomo, “La Consolación de la Muerte,” Sermónes Dominicales de los Grandes Padres, vol. IV, p. 363.
[38] San Juan Crisóstomo, “La Consolación de la Muerte,” Sermónes Dominicales de los Grandes Padres, vol. IV, p. 363.
[39] Hom. in Io. 25, 3 = PG 59 151-152; citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, p. 34.
[40] Los Padres Nicenos y Post-Nicenos, vol. XIII, p. 197.
[41] La Enciclopedia Católica, “Bautismo”, volumen 2, 1907, p. 265.
[42] J. Corblet, Histoire du sacrement de bapteme, (Paris: Palme, 1881), pp. 155-56; citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, p. 36.
[43] Dr. Ludwig Ott, Los Fundamentos del Dogma Católico, St. Louis, MO: B. Herder Book, Co., 1954, p. 309.
[44] Las Encíclicas Papales, vol. 1 (1740-1878), p. 230.
[45] P. Jacques Dupuis, S.J. y P. Josef Neuner, S.J., La Fe Cristiana, Sexta Edición Revisada y Aumentada, Staten Island, NY: Alba House, 1996, p. 540.
[46] Latín encontrada en Enchiridion Symbolorum redactada por Denzinger-Schonmetzer, Edición Latín, 1962, no. 184.
[47] Citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, p. 37.
[48] Citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, p. 37.
[49] Citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, p. 37.
[50] Denzinger 1784.
[51] Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, vol. 3: 1496.
[52] Denzinger 696; Decretos de los Concilios Ecuménicos, vol. 1, p. 542.
[53] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Pt. III, q. 14, art. 3, Respuesta a obj. 1.
[54] Michael Malone, El Unigénito, p. 395.
[55] Michael Malone, El Unigénito, p. 70.
[56] Denzinger 1837.
[57] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Parte III, P. 66, a. 11.
[58] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Parte III, q. 66, a. 11, Respuesta 2.
[59] P. Francois Laisney, ¿Es Feeneyismo Católico?, p. 9.
[60] Denzinger 861; Decretos de los Concilios Ecuménicos, vol. 2, p. 685.
[61] Denzinger 861; Decretos de los Concilios Ecuménicos, vol. 2, p. 685.
[62] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Parte III, q. 66, a. 2, obj. 3.
[63] Las Encíclicas Papales, vol. 1 (1740-1878), p. 29.
[64] Las Encíclicas Papales, vol. 4 (1939-1958), pp. 178-179.
[65] Las Encíclicas Papales, vol. 3 (1903-1939), p. 92.
[66] Denzinger 858.
[67] Denzinger 482.
[68] Citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, pp. 55-56.
[69] Citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, p. 55.
[70] Citado por P. Jean-Marc Rulleau, Bautismo de Deseo, p. 55.
[71] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Pt. II-II, q. 2., a. 7.
[72] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Pt. II-II, q. 2., a. 8.
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