martes, 22 de julio de 2008

Los males del Naturalismo
P. Denis Fahey

El naturalismo es más que una herejía: es el más puro anticristiano. La herejía es la negación de algún dogma: pero el naturalismo es la negación de todos los dogmas.
La herejía es una alteración de una verdad Revelada por Dios: el naturalismo niega la existencia de la Revelación. De aquí procede la inevitable ley y la obstinada pasión de destronar a Nuestro Señor Jesucristo y acabar con Su influencia en la sociedad.
Esta es la suprema ambición de Satanás y del Anti-Cristo…
El mayor obstáculo para la salvación del hombre contemporáneo, como bien lo declara el Concilio Vaticano I (1879) en su Primera Constitución Doctrinaria, lo que envía a un mayor número de personas al infierno en nuestros días, más que en cualquier época, es el Racionalismo o Naturalismo…
El Naturalismo se empeña con todas sus fuerzas en excluir a Nuestro Señor Jesucristo, nuestro único Maestro y Salvador, de la mente de los hombres, como también de la vida cotidiana y de la costumbre de los pueblos, con el fin de instaurar el reinado de la razón o de la pura naturaleza.
Ahora, donde sea que los aires del Naturalismo han entrado, la propia fuente de la vida cristiana se marchita. El Naturalismo significa la completa esterilidad en cuanto a la salvación y a la vida eterna.

¡Perseverancia!
Hermanos míos, todos ustedes, si estamos condenados a ver el triunfo del mal, nunca lo aplaudamos. Nunca digamos al mal: “tú eres bueno”; a la decadencia: “eres progreso”; a la noche: “eres la luz”; a la muerte: “eres la vida”. Procuren vuestra santificación en estos tiempos en que nos ha colocado Dios; lamenten los males que Dios tiene que tolerar; opónganse a ellos con la energía de vuestras obras y esfuerzos, que vuestra vida no se contamine con el error, libres de ser extraviados, de tal manera que después de haber vivido aquí en este mundo, unidos al Espíritu del Señor, serán uno con Él para siempre jamás: Qui adhaeret Deo uno spiritus est (cf. I Cor 6:17).

Coraje en nuestras convicciones
Las voluntades están sin fuerza, los caracteres sin decisión; porque la inteligencia está sin luz, sin convicciones. Los proyectos son débiles, los propósitos son inciertos, porque la mente que los concibe ya no tiene ni claridad ni visión. Por medio de un justo juicio de Dios, el debilitamiento de la fe ha llevado a un debilitamiento de la razón y del sentido común. Nuestra era tiene la reputación de ser “de mentalidades fuertes”. Pero la historia, algún día la juzgará de haber sido la era de las mentes débiles. Cobardía es la palabra correcta.
Cuando les pregunto a las personas sabias de nuestros días cuál es la mayor plaga de la sociedad presente, la respuesta siempre es el deterioro del carácter, el debilitamiento de las almas… Pero esta respuesta levanta otra cuestión. ¿De dónde provienen estos síntomas de debilitamiento de los caracteres? ¿Podría ser verdadero decir que es la natural e inevitable consecuencia del debilitamiento de las doctrinas, de las creencias, y, para usar la palabra correcta, del debilitamiento de la Fe? La voluntad es una facultad ciega cuando no es iluminada por la inteligencia. Nadie camina firme cuando pisa en la obscuridad o en las penumbras. Entonces, si el hombre de hoy camina a tientas ¿no será acaso, oh Señor, porque tu palabra ya no es la luz que guía nuestros pasos, la luz que alumbra nuestros caminos?
Nuestros ancestros, en todas las cosas, buscaban la orientación en las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia; ellos caminaban a plena luz del día. Sabían lo que querían, lo que rechazaban, lo que amaban, lo que odiaban, y por eso ellos fueron fuertes en la acción. En cuanto a nosotros, caminamos en la obscuridad. Ya no tenemos nada definido, nada firme en la mente y ya no somos conscientes de la meta que queremos alcanzar. Y como consecuencia de ello, somos débiles y vacilantes.
Alimentémonos de las fuentes puras que fluyen de la fe cristiana. No nos contentemos a quedar a medio camino. Este empobrecido y debilitado cristianismo ¿producirá acaso de nuevo esos caracteres vigorosos y ordenados temperamentos de los antiguos tiempos? ¡No!
Padre Denis Fahey, en la introducción a su obra: El Cuerpo Místico de Cristo y la Reorganización de la Sociedad.

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