LEGITIMISTAS Y CATÓLICOS AL SERVICIO DEL BONAPARTISMO
Conde de Falloux |
La Asamblea Constituyente de 1848 formó quince comités
especiales destinados a orientar mejor sus trabajos, dentro de los cuales los
de la instrucción pública y de la educación. Cada diputado escogía libremente
el comité al que deseaba pertenecer. Los diputados católicos seguían la orientación
de Montalembert, que deseaba el mayor número posible de miembros del partido católico
en el comité de enseñanza, a fin de llevar adelante la reforma que era la razón
de ser de su fundación. La indecisión de Montalembert, entretanto, minaba su
autoridad. Y el conde
de Falloux, a pesar de causarle el más vivo descontento, prefirió el comité
del trabajo, destinado a tener una gran importancia política en la república
que se inauguraba.
De hecho, el nuevo régimen ostentaba un programa de
reforma social casi comunista, y sería en el comité del trabajo que se daría la
lucha entre los elementos conservadores y la izquierda revolucionaria.
Luego después de victoriosa la revolución de febrero
de 1848, el gobierno proclamó el derecho del trabajo y organizó, por
decreto, los llamados talleres nacionales, destinados a acoger y a dar servicio
a quien estuviese desempleado. Pasado el entusiasmo de las primeras horas,
todos los desocupados y agitadores se dirigieron para los talleres, que en poco
tiempo llegaron a tener 100.000 miembros. Éstos eran pagados por el gobierno a
un franco por día, a fin de no hacer nada, pues no había trabajo para tan
grande multitud. Los agitadores no dejaron pasar la ocasión, y transformaron
los talleres en focos de agitación que amenazaban al gobierno y a la Asamblea, ponían
en peligro la paz e incentivaban a los obreros a abandonar el trabajo. En realidad
los talleres se constituyeron en una huelga permanente, sustentada por el poder
público.
La Asamblea Constituyente y el propio gobierno tenían conciencia
del creciente peligro representado por los talleres, pero no tuvieron el coraje
de disolverlos, y procuraron una solución de compromiso. Esa fue una de las
principales preocupaciones del comité del trabajo. El conde de Falloux fue
incansable en el combate a los talleres, ya sea en el comité, ya sea en la
tribuna de la Asamblea, pero sin resultado hasta el día 15 de mayo de 1848.
En ese día, los miembros de los talleres invadieron la
Asamblea, la dominaron y quisieron revivir las escenas de la Revolución
francesa. El gobierno, que a costo los subyugó, resolvió entonces crear coraje y
solucionar de una vez el problema. Llegó la hora del conde de Falloux. Él fue
el que combatió más tenazmente, propuso medidas, intentó ejecutarlas, trabajó,
conversó, se convirtió por último en el líder de la campaña. Finalmente, el 21
de junio se promulgó un decreto obligando a los miembros de los talleres a
escoger entre el servicio en el ejército o en el campo. Al día siguiente, no conformándose
con la resolución del gobierno, los obreros se rebelaron y la insurrección estalló
en París. Reprimida con la máxima energía, los talleres desaparecieron con
ella, y el conde de Falloux se tornó en el héroe parlamentario de la victoria.
Delante de la amenaza socialista, los partidos
conservadores se aliaron y formaron lo que se llamó el “partido del orden”. Sus
jefes se reunían en la calle Poitiers, por lo que fueron apellidados de “notables
de la calle Poitiers”. Entre ellos, Berryer, jefe
legitimista, luchó lado a lado con Thiers, orleanista, y Odilón Varrot, uno de los
promotores de la república, pues fue el organizador de los banquetes de la oposición.
Montalembert
representaba el elemento católico, sin embargo su liderazgo ya no era
indiscutible, ya que, gracia a su creciente prestigio, el conde de Falloux se
transformó en el verdadero jefe del partido católico entre los notables de la
calle de Poitiers.
Por otro lado, Montalember, apartándose de Louis Veuillot, con sus
relaciones con Dom
Guéranger día a día más tensas, y cada día más próximo de la orientación de
Mons. Dupanloup,
abandonó insensiblemente la línea nítidamente católica que había observado
hasta entonces y perdió la confianza de los católicos. En el rumbo político que
entonces escogió, era él superado por el conde de Falloux, que se convertía así
realmente jefe del “catolicismo liberal”. En carta a Dom Guéranger, el propio
Montalembert reconoció esa situación: “Siento
perfectamente el aislamiento que se hace en torno de mí, sea por la envidia de
algunos, sea por la timidez de otros. Pero eso no me detendrá. Después de
reflexiones tan prolongadas cuanto comporta el género de vida que llevo, mi
partido está definitivamente tomado”.
Luis Napoleón Bonaparte |
La insurrección de los talleres, mostrando la disposición
de los partidos izquierdistas de tomar el gobierno por la fuerza, lanzó el
pánico entre los notables. Se aproximaba la época de elección del presidente de
la república, y entre los candidatos el príncipe Luis Napoleón Bonaparte,
sobrino de Napoleón I, apareció con gran electorado en el seno de la masa
popular. El partido del orden, no deseando dividirse y queriendo aprovecharse
del prestigio que reveló poseer el príncipe al elegirse diputado en cinco
circunscripciones diferentes, adoptó su candidatura. Así, el 10 de diciembre de
1848, Luis Napoleón fue electo presidente de Francia por aplastadora mayoría de
votos.
Habiendo vivido siempre fuera del país, Luis Napoleón
era incapaz de formar un ministerio, y Thiers se encargó de la tarea. A no ser
pocas indicaciones directas del príncipe-presidente, casi todos los nombres de
ministros venían de la calle de Poitiers. Entre los candidatos de Luis Napoleón
estaba uno que era para él el hombre ideal: el conde de Falloux. Notable de la
calle de Poitiers, uno de los jefes ostensivos del partido legitimista, era
Falloux un político respetado. Además de todas esas ventajas, traía para el
gobierno el apoyo del partido católico, que maniobraba como entendía. Le fue
ofrecida la cartera de educación. No se sabe muy bien qué fue lo que pasó,
cuáles los motivos que lo llevaron a aceptar. El hecho es que el conde de
Falloux aceptó e hizo parte del primer ministerio de Luis Napoleón.
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