sábado, 23 de agosto de 2014

Los católicos franceses en el siglo XIX - 13

El PRIMER FRACASO DEL “CATOLICISMO LIBERAL”

La lucha por la libertad de enseñanza, en el reinado de Luis Felipe, consiguió unir a todos los católicos franceses, pero la unión no podía ser duradera, debido al liberalismo que infeccionaba a muchos de ellos. Todos lucharon por un mismo objetivo; no todos, sin embargo, tenían los mismos principios ni concebían del mismo modo el ideal por la cual combatían.
Los ultramontanos consideraban la libertad religiosa como un derecho de la Iglesia, que, siendo divina, no podía tener su acción limitada por el poder civil, de modo especial en lo que dice respecto a la educación. Luis Felipe prometió la libertad de enseñanza, explícitamente garantizada por la Carta que juró al subir al trono. Por una cuestión de táctica, que no envolvía una renuncia o disminución de la verdadera doctrina, los ultramontanos se limitaron, durante la campaña, a pedir que el rey cumpliese la palabra empeñada. En cuanto a los católicos imbuidos de liberalismo, la libertad de enseñanza era apenas una de las formas de libertad que deseaban, esto es, un bien en sí, un ideal abstracto que se confundía con la propia esencia del catolicismo, y que concebían del modo más amplio posible, teniendo la Iglesia tanto derecho de enseñar la verdad cuanto un ateo de propagar el error.
Evidentemente los católicos liberales no llegaron a formular las últimas consecuencias de sus teorías. La condenación de Lamennais por Gregorio XVI aún era muy reciente, y además de eso se asociaba siempre al liberalismo el recuerdo de la persecución religiosa y de los horrores de la Revolución Francesa. De ahí un enfriamiento en los ardores liberales de ciertos católicos, obligados a ocultar un poco la propaganda de sus doctrinas.
Pío IX, sus primeras medidas como papa lo hicieron
ver como un liberal. Sin embargo, posteriormente
se constituyó en el líder del movimiento antiliberal
Los primeros actos de Pío IX, luego de subir al trono pontificio, llenaron de júbilo a los católicos liberales, pues parecían confirmar la reputación de liberal que rodeaba al nuevo papa y denunciaban su disposición de aplicar en parte en los Estados Pontificios las reformas por ellos preconizadas por ellos. Los liberales esperaban que Pío IX desease demostrar que había compatibilidad entre el liberalismo y la doctrina católica, tornando prácticamente sin efecto la condenación de Gregorio XVI. En 1848 fue proclamada la república en Francia, casi sin derramamiento de sangre, sin atentados contra iglesias y sacerdotes, y, por el contrario, precedida de una propaganda donde el Evangelio era frecuentemente citado y nuestro Señor Jesucristo mostrado como benefactor de la humanidad. Eso apagaba el temor de la persecución religiosa y el miedo de escenas semejantes a las de la Revolución Francesa.
Los católicos liberales juzgaban que había llegado el momento de retomar la bandera del L’Avenir y de lanzarse a la propaganda de las ideas de éste llevadas al extremo. Fundaron entonces L’Ère Nouvelle, periódico dedicado a la defensa de la república y de las clases obreras en nombre del catolicismo. Su alma era Federico Ozanam. Profesor de la Sorbonne, caballero de la Legión de Honra desde 1846, era el único lego de proyección que no tomó pare en la campaña de libertad de enseñanza. Proclamada la república, se alió al padre Maret que bajo Napoleón III sería el Gran Maestre de la Universidad y uno de los baluartes del galicanismo y procuró organizar a los católicos liberales para una acción común. L’Ère Nouvelle fue fundado para ser portavoz de ese grupo. Le faltaba, no obstante, un nombre bien conocido en los medios católicos, y que fuese una garantía para el movimiento. Este nombre fue Lacordaire, de quien Ozanam y el padre Maret persuadieron que adhiriese a la república y colaborara con ellos.
La ruptura entre los dos grupos católicos fue inevitable. Los ultramontanos, que habían aceptado la república como una cuestión de hecho, y que se disponían a continuar la lucha en defensa de los principios de la Iglesia como ya venían haciendo en los regímenes anteriores, vieron abrirse una brecha en las filas católicas con la fundación de L’Ère Nouvelle, que los forzaba también a combatir a quienes hasta la víspera habían sido sus hermanos de armas. Congregándose en torno de L’Univers, se vieron obligados, con pesar, a aceptar la lucha.
Felizmente los excesos del nuevo periódico abrieron los ojos de los católicos bien intencionados para las tendencias del grupo que lo dirigía. La república se vio obligada a entregarse a Lamartine, para poder mantenerse, y el partido republicano se apoderó de varios puestos en el gobierno. Pero Ledru-Rollin, Louis Blanc y otros corifeos del republicanismo se vieron obligados por las circunstancias a esconder sus ideas comunistas por detrás del gran nombre nacional que era Lamartine, y naturalmente sólo pasaron a la práctica con cuidado, para no desenmascararse delante de la opinión pública.
El arzobispo de París, Mons. Affré fue un abierto liberal
y republicano
A fin de ganarse la simpatía de los católicos, el gobierno se preparaba para revocar el decreto del Messidor del año XIII, que declaró ilícita “toda congregación y asociación religiosa”. Al mismo tiempo, trabajó para introducir la separación entre la Iglesia y el Estado. Monseñor Affre, arzobispo de París, apoyaba decididamente la medida, llegando a afirmar que era “de aquellos que tienen bastante fe para estar convencido de que la fe no tiene necesidad sino de sí misma”, y sobre la separación afirmaba que “ese pensamiento de la república es el mío”. A pesar de eso, el gobierno, que conocía el pensamiento católico, procuró actuar con prudencia, proponiendo preliminarmente la abolición gradual de los estipendios pagados al clero por el Estado. Así, se decía, la Iglesia no verá más intervenir al poder civil en el nombramiento de los obispos y en ningún acto de su apostolado. Es claro que se presuponía que los actos de apostolado fuesen exclusivamente religiosos, y como tales reconocibles por el gobierno, que por lo tanto pasaría a definir los límites de la acción de la Iglesia. Además de eso, los elementos izquierdistas del gobierno introdujeron poco a poco medidas socializantes, que socavaban el derecho de propiedad.
Por otro lado, Pío IX deshacía las impresiones nacidas de algunos de los actos que practicó al inicio de su reinado y reaccionaba contra la corriente liberal que tomó cuenta de los Estados de la Santa Sede. Irritados, los revolucionarios italianos perdieron la cabeza e hicieron pagar el pontífice con el exilio la firmeza con que desautorizaba las consecuencias que pretendían sacar de sus primeras actitudes. Las noticias venidas de Italia mostraban pues, al papa en guerra encendida contra el liberalismo.
L’Ère Nouvelle, que apoyaba la república y muchas otras medidas liberales del gobierno, fue perdiendo influencia y alejando incluso a aquellos que podrían colaborar con el periódico. Montalembert, que tenía formación liberal y no había extirpado completamente de su espíritu los errores de Lamennais, divergía de las tendencias de Ozanam y combatía desde la propia tribuna de la Cámara de los Diputados el periódico católico que ayudaba al gobierno a socializar la Francia. Lacordaire, electo diputado, se fue a sentar con los de la Montaña, grupo de izquierdistas organizados con el espíritu de la antigua Montaña de la Convención Nacional. Renunció a su cargo y se apartó lentamente del periódico que tanto lo comprometía. La opinión católica indecisa en los primeros momentos, veía claramente dónde estaba el verdadero pensamiento de la Iglesia, y pasó a apoyar decididamente al L’Univers.
L’Ère Nouvelle era atacado en la Cámara por Montalembert, y en la prensa por el L’Univers, que lo llamaba L’Erreur Nouvelle. Viendo que se apartaban sus propios amigos, y no encontrando resonancia siquiera en la opinión pública indiferente en materia religiosa, que se alarmaba con el carácter acentuadamente comunista que tomó el gobierno, quedó expuesto a cerrar por falta de lectores. Fue entonces que el marquésde La Rochejacquelein lo compró, transformándolo por algún tiempo en un periódico legitimista. L’Ère Nouvelle fue el primer intento de organización de los católicos liberales. Su tendencia izquierdista lo perdió, y estaría cerrado a la aventura del liberalismo católico si el padre Dupanloup y el conde de Falloux no viniesen a dar un impulso más serio y más duradero a esa corriente.


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