El PRIMER
FRACASO DEL “CATOLICISMO LIBERAL”
La lucha por la libertad de enseñanza, en el reinado
de Luis Felipe, consiguió unir a todos los católicos franceses, pero la unión no
podía ser duradera, debido al liberalismo que infeccionaba a muchos de ellos. Todos
lucharon por un mismo objetivo; no todos, sin embargo, tenían los mismos
principios ni concebían del mismo modo el ideal por la cual combatían.
Los ultramontanos consideraban la libertad religiosa
como un derecho de la Iglesia, que, siendo divina, no podía tener su acción limitada
por el poder civil, de modo especial en lo que dice respecto a la educación. Luis
Felipe prometió la libertad de enseñanza, explícitamente garantizada por la
Carta que juró al subir al trono. Por una cuestión de táctica, que no envolvía una
renuncia o disminución de la verdadera doctrina, los ultramontanos se
limitaron, durante la campaña, a pedir que el rey cumpliese la palabra
empeñada. En cuanto a los católicos imbuidos de liberalismo, la libertad de
enseñanza era apenas una de las formas de libertad que deseaban, esto es, un
bien en sí, un ideal abstracto que se confundía con la propia esencia del
catolicismo, y que concebían del modo más amplio posible, teniendo la Iglesia
tanto derecho de enseñar la verdad cuanto un ateo de propagar el error.
Evidentemente los católicos liberales no llegaron a
formular las últimas consecuencias de sus teorías. La condenación de Lamennais
por Gregorio XVI aún era muy reciente, y además de eso se asociaba siempre al
liberalismo el recuerdo de la persecución religiosa y de los horrores de la
Revolución Francesa. De ahí un enfriamiento en los ardores liberales de ciertos
católicos, obligados a ocultar un poco la propaganda de sus doctrinas.
Pío IX, sus primeras medidas como papa lo hicieron ver como un liberal. Sin embargo, posteriormente se constituyó en el líder del movimiento antiliberal |
Los primeros actos de Pío IX, luego de subir al trono
pontificio, llenaron de júbilo a los católicos liberales, pues parecían confirmar
la reputación de liberal que rodeaba al nuevo papa y denunciaban su disposición
de aplicar en parte en los Estados Pontificios las reformas por ellos
preconizadas por ellos. Los liberales esperaban que Pío IX desease demostrar
que había compatibilidad entre el liberalismo y la doctrina católica, tornando prácticamente
sin efecto la condenación de Gregorio XVI. En 1848 fue proclamada la república
en Francia, casi sin derramamiento de sangre, sin atentados contra iglesias y
sacerdotes, y, por el contrario, precedida de una propaganda donde el Evangelio
era frecuentemente citado y nuestro Señor Jesucristo mostrado como benefactor
de la humanidad. Eso apagaba el temor de la persecución religiosa y el miedo de
escenas semejantes a las de la Revolución Francesa.
Los católicos liberales juzgaban que había llegado el
momento de retomar la bandera del L’Avenir
y de lanzarse a la propaganda de las ideas de éste llevadas al extremo. Fundaron
entonces L’Ère Nouvelle, periódico dedicado
a la defensa de la república y de las clases obreras en nombre del catolicismo.
Su alma era Federico Ozanam. Profesor de la Sorbonne, caballero de la Legión de Honra desde
1846, era el único lego de proyección que no tomó pare en la campaña de
libertad de enseñanza. Proclamada la república, se alió al padre Maret —que bajo
Napoleón III sería el Gran Maestre de la Universidad y uno de los baluartes del
galicanismo— y procuró
organizar a los católicos liberales para una acción común. L’Ère Nouvelle fue fundado para ser portavoz de ese grupo. Le faltaba,
no obstante, un nombre bien conocido en los medios católicos, y que fuese una
garantía para el movimiento. Este nombre fue Lacordaire, de quien
Ozanam y el padre Maret persuadieron que adhiriese a la república y colaborara
con ellos.
La ruptura entre los dos grupos católicos fue
inevitable. Los ultramontanos, que habían aceptado la república como una cuestión
de hecho, y que se disponían a continuar la lucha en defensa de los principios
de la Iglesia como ya venían haciendo en los regímenes anteriores, vieron
abrirse una brecha en las filas católicas con la fundación de L’Ère Nouvelle, que los forzaba también a
combatir a quienes hasta la víspera habían sido sus hermanos de armas. Congregándose
en torno de L’Univers, se vieron
obligados, con pesar, a aceptar la lucha.
Felizmente los excesos del nuevo periódico abrieron
los ojos de los católicos bien intencionados para las tendencias del grupo que
lo dirigía. La república se vio obligada a entregarse a Lamartine, para poder
mantenerse, y el partido republicano se apoderó de varios puestos en el
gobierno. Pero Ledru-Rollin,
Louis Blanc y otros
corifeos del republicanismo se vieron obligados por las circunstancias a
esconder sus ideas comunistas por detrás del gran nombre nacional que era
Lamartine, y naturalmente sólo pasaron a la práctica con cuidado, para no
desenmascararse delante de la opinión pública.
El arzobispo de París, Mons. Affré fue un abierto liberal y republicano |
A fin de ganarse la simpatía de los católicos, el
gobierno se preparaba para revocar el decreto del Messidor del año XIII, que
declaró ilícita “toda congregación y asociación religiosa”. Al mismo tiempo,
trabajó para introducir la separación entre la Iglesia y el Estado. Monseñor Affre, arzobispo
de París, apoyaba decididamente la medida, llegando a afirmar que era “de
aquellos que tienen bastante fe para estar convencido de que la fe no tiene
necesidad sino de sí misma”, y sobre la separación afirmaba que “ese
pensamiento de la república es el mío”. A pesar de eso, el gobierno, que
conocía el pensamiento católico, procuró actuar con prudencia, proponiendo
preliminarmente la abolición gradual de los estipendios pagados al clero por el
Estado. Así, se decía, la Iglesia no verá más intervenir al poder civil en el
nombramiento de los obispos y en ningún acto de su apostolado. Es claro que se presuponía
que los actos de apostolado fuesen exclusivamente religiosos, y como tales
reconocibles por el gobierno, que por lo tanto pasaría a definir los límites de
la acción de la Iglesia. Además de eso, los elementos izquierdistas del
gobierno introdujeron poco a poco medidas socializantes, que socavaban el
derecho de propiedad.
Por otro lado, Pío IX deshacía las impresiones nacidas
de algunos de los actos que practicó al inicio de su reinado y reaccionaba
contra la corriente liberal que tomó cuenta de los Estados de la Santa Sede. Irritados,
los revolucionarios italianos perdieron la cabeza e hicieron pagar el pontífice
con el exilio la firmeza con que desautorizaba las consecuencias que pretendían
sacar de sus primeras actitudes. Las noticias venidas de Italia mostraban pues,
al papa en guerra encendida contra el liberalismo.
L’Ère
Nouvelle, que apoyaba la república y muchas otras medidas
liberales del gobierno, fue perdiendo influencia y alejando incluso a aquellos
que podrían colaborar con el periódico. Montalembert, que tenía formación liberal
y no había extirpado completamente de su espíritu los errores de Lamennais, divergía
de las tendencias de Ozanam y combatía desde la propia tribuna de la Cámara de
los Diputados el periódico católico que ayudaba al gobierno a socializar la Francia.
Lacordaire, electo diputado, se fue a sentar con los de la Montaña, grupo de
izquierdistas organizados con el espíritu de la antigua Montaña
de la Convención Nacional. Renunció a su cargo y se apartó lentamente del periódico
que tanto lo comprometía. La opinión católica indecisa en los primeros
momentos, veía claramente dónde estaba el verdadero pensamiento de la Iglesia,
y pasó a apoyar decididamente al L’Univers.
L’Ère
Nouvelle era atacado en la Cámara por Montalembert, y en la
prensa por el L’Univers, que lo
llamaba L’Erreur Nouvelle. Viendo que
se apartaban sus propios amigos, y no encontrando resonancia siquiera en la opinión
pública indiferente en materia religiosa, que se alarmaba con el carácter
acentuadamente comunista que tomó el gobierno, quedó expuesto a cerrar por
falta de lectores. Fue entonces que el marquésde La Rochejacquelein lo compró, transformándolo por algún tiempo en un periódico
legitimista. L’Ère Nouvelle fue el
primer intento de organización de los católicos liberales. Su tendencia
izquierdista lo perdió, y estaría cerrado a la aventura del liberalismo católico
si el padre Dupanloup y el conde de Falloux no
viniesen a dar un impulso más serio y más duradero a esa corriente.
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