Muchos aún repiten el viejo “cliché”
de que la Edad Media fue una época de tinieblas, ignorancia, superstición y represión
intelectual.
Pero no es preciso ir muy lejos
para verificar lo contrario.
Basta considerar una de las
máximas realizaciones medievales: las universidades.
Además, fue un aporte exclusivo a
la historia. Ni Grecia o Roma conocieron algo parecido.
La Cátedra de Pedro fue la mayor y
más decidida protectora de las universidades. El diploma de maestro, otorgado
por universidades como las de Bolonia, Oxford y París, daba derecho a enseñar
en todo el mundo.
Gregorio IX
La primera que obtuvo este poder
fue la universidad de Toulouse, en Francia, de las manos del papa Gregorio IX,
en 1233.
La Iglesia protegió a los
universitarios con los beneficios del clero. Los estudiantes de la Sorbona disponían
de un tribunal especial para oír sus causas.
En la bula Parens Scientiarum, Gregorio IX confirmó a la Universidad de París
el derecho a un gobierno autónomo y a fijar sus propias reglas, cursos y
estudios.
También la emancipó de la tutela
de los obispos y ratificó el derecho a la cessatio
—huelga de las aulas— si sus miembros fuesen objeto de abusos, como alquileres exorbitantes,
injurias, mutilación y prisión ilegal.
Los papas intervinieron con
fuerza, a fin de que los profesores fuesen pagados dignamente.
Completados los estudios, el nuevo
maestro era oficialmente investido. En París, eso ocurría en la iglesia de
Santa Genoveva, patrona de la ciudad. El nuevo maestro se arrodillaba delante
del vice-canciller de la Universidad, que pronunciaba esta bella fórmula:
“Yo, por la autoridad con que fui
revestido por los apóstoles Pedro y Pablo, os concedo la licencia de enseñar,
comentar, disputar, determinar y ejercer otros actos magisteriales sea en la
Facultad de Artes de París, sea en cualquier otra parte, en nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.
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Fuente: Gloriade la Edad Media
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