ODIO DE LA REVOLUCIÓN CONTRA LOS SACERDOTES Y LOS
RELIGIOSOS
Después del odio
contra Dios, contra Jesucristo, contra su Iglesia, contra el orden cristiano,
odio contra los sacerdotes, hemos dicho, odio contra los religiosos.
Odio específicamente
satánico…
… Pero, de igual
forma, odio específicamente revolucionario.
Y eso desde las
primeras manifestaciones de ese espíritu de donde había de brotar la
Revolución.
Sabemos cuál fue el
destino, en el siglo XVI, de las comunidades religiosas en los países donde
triunfó la Reforma[1].
Los enciclopedistas,
a su vez, tuvieron los mismos sentimientos que los reformadores respecto a los
religiosos.
El 24 de marzo de
1767 Federico II, rey de Prusia, escribía a Voltaire: “He observado, y otros
conmigo, que los lugares en que hay más conventos de monjas son aquellos en que
el pueblo está más a menudo ciegamente apegado a la superstición[2].
No hay ninguna duda de que si consigue destruir esos asilos del fanatismo, el
pueblo se volverá un poco indiferente y tibio respecto a ellos, que son objeto
de su veneración. Se impone destruir los conventos, o al menos, comenzar a
disminuir su número”.
La Revolución de 1789
se encargó de realizar metódicamente ese hermoso programa del rey de Prusia.
La muerte o el
destierro para muchos sacerdotes y religiosos[3].
La persecución para todos, salvo, claro está, para aquellos que traicionaron.
Su número, es verdad, fue pequeño si se le compara al de los que supieron
permanecer fieles; pero, por desgracia, no dejó de ser bastante elevado.
Tal es la táctica de
la Revolución: persiguiendo a los sacerdotes que no puede corromper, exalta a
los apóstatas y se encarga de hacer su fortuna. Hasta Renán, Loisy y ciertos
miembros del Instituto o del Colegio de Francia, se puede decir que se
establecerá una verdadera tradición.
Nada le gusta tanto
como descarriar a los hombres del santuario.
“Haced al sacerdote
patriota…”[4],
recomendaba Vindice[5].
Pues, precisaba Piccolo Tigre[6],
“la Revolución en la Iglesia es la Revolución permanente, es el derrocamiento
obligado de los tronos y de las dinastías”.
Por cierto, esta
táctica ya había sido aplicada antes del 89. Es el caso de esos monasterios que
sirvieron de planteles a las sociedades secretas y algunos de los cuales se
constituyeron en logias masónicas[7].
Miserable caso el de
este clero, corroído de jansenismo y de galicanismo, cuyo corazón, desde hacía
tiempo, se había apartado de Roma.
Miserable caso de
estos sacerdotes, religiosos o prelados que, desde monseñor de Brienne[8] a
Talleyrand, y desde el abate Gregoire a los Gavazzi, a los Gioberti, etc.,
deben su celebridad a su traición más o menos consciente o a la más escandalosa
de las apostasías. Tal es el caso de esos sacerdotes felones que encontramos
junto al diabólico Weishaupt, jefe de los “Iluminados de Baviera”[9];
tal es el caso de esos sacerdotes francmasones, entre los que se contaba el
capellán del mismo Luis XVI[10].
Tal es el caso de esos sacerdotes o religiosos, momentáneamente ganados al
liberalismo, como el P. Ventura, que, bajo el efecto de un carácter impetuoso,
se dejaron llevar a excesos, que contrastaban con una vida, por lo demás
edificante[11].
A su vez, Bonaparte,
como buen “ejecutor testamentario” de la Revolución, se esforzó por tener en
sus manos la formación, por no decir la ordenación de los sacerdotes. Los
obispos estaban obligados a enviar a París la lista de aquellos a quienes
querían conferir las órdenes sagradas. “Napoleón la recortaba a capricho —escribe monseñor
Delassus—[12].
Y así monseñor de Montault, obispo de Angers, y monseñor Simon, obispo de
Grenoble, no pudieron, el primero en siete años y el segundo en ocho, ordenar
cada uno más de dieciocho sacerdotes”.
La misma intervención
abusiva en la enseñanza de los seminaristas[13].
Con el triunfo de las
ideas revolucionarias y el advenimiento del liberalismo, la lucha se volvió más
brutal[14],
hasta el día en que, un Castagnari, por ejemplo, del cual Paul Bert hizo un
director de cultos, podrá exclamar: “¡No! ¡No! El sacerdote no es ni puede ser
un ciudadano. Darle esta cualidad sería restringir la libertad de todos, poner
en peligro la sociedad”[15].
Viviani, como
siempre, tendrá la franqueza del cinismo. “Las congregaciones no nos amenazan
solamente por sus actividades —exclama[16]—, sino por la
propagación de la fe”. El mismo Satanás no sería de otro parecer.
Respecto al
comunismo, son sobradamente conocidas las matanzas de sacerdotes y religiosos
que organiza desde que llega al poder[17].
ODIO DE LA REVOLUCIÓN
CONTRA LA HUMANIDAD
Odio contra Dios, su
Cristo, su Iglesia; odio contra los sacerdotes; los caracteres satánicos de la
Revolución, sin embargo, no se limitan solamente a eso.
Ya lo hemos dicho:
envilecer, corromper, aniquilar a esta humanidad a la que el Hijo de Dios quiso
descender, tal es el frenesí demoniaco. De ahí una incoercible necesidad de
destruir y de corromper. Destrucción moral, destrucción intelectual,
destrucción política y social, destrucción física pura y simple de la misma
vida corporal.
Una vez más, carácter
satánico, pero ¿no es ése el carácter mismo de la Revolución?
Vea los capítulos publicados haciendo clic aquí: Para que Él reine
[1] Los “humanistas” no fueron
menos hostiles a los religiosos. “En el siglo XV como en la actualidad —ha podido observar Jean Guiraud—, los monjes fueron atacados
por los humanistas del Renacimiento, porque representaban el ideal del
renunciamiento. Los humanistas llevaban el individualismo hasta el egoísmo; por
los votos de obediencia y de estabilidad, los monjes lo combatían y lo
suprimían. Los humanistas exaltaban el orgullo del espíritu; los monjes hacían
votos de pobreza. Los humanistas, en fin, legitimaban el placer sensual; los
monjes mortificaban su carne con la penitencia y la castidad. El Renacimiento
pagano sintió tan fuertemente esta oposición, que se encarnizó contra las
órdenes religiosas con tanto odio como nuestros sectarios modernos. Cuanto más
rigurosa era la observancia religiosa, tanto más excitaba la cólera del
humanismo”. “L’Eglise et les origines de
la Renaisance”, p. 305.
[2] Claramente: el cristianismo.
Cf. esta otra carta de Federico II, sobre el mismo asunto a Voltaire
(13-8-1775): “Si se quiere disminuir el fanatismo, no hay que tocar a los
obispos, pero si se consigue disminuir los monjes, sobre todo las órdenes
mendicantes, el pueblo se enfriará, y menos supersticioso, permitirá a las
potencias disponer (¡sic!) de los obispos en lo que convenga para el bien de
los Estados. Es el solo camino a seguir”.
[3] Si se piensa ordinariamente en
las víctimas de la guillotina, causa asombro cómo han sido olvidadas hoy los
deportados a Cayena y a los pontones de Rochefort: prisiones flotantes sobre dos
buques retirados de la navegación, el “Bon-homme Richard” y el “Boré”, a los
que se sumaron otros dos barcos que habían servido a la trata de negros: el
“Washington” y “Les Deux Associés”. Amontonaron 400 hombres en los
entrepuentes, cuando no había siquiera sitio para 40. En el espacio de tres
meses, 112 sacerdotes sucumbieron a bordo del sólo navío “Les Deux Associés”…
En cuanto a los sacerdotes deportados a la Guayana, si creemos a Víctor Pierre,
de los 155 que llevó “La Décade”, 99 murieron; de 109 transportados por “La
Bayonnaise”, 63 fallecieron en Cayena… Cf. el impresionante relato de su
martirio por monseñor Vion, obispo de Poitiers (“Bulletin religieux de la Rochelle et Saintes”, 17-7-58).
[4] Concretamente: ganad al
sacerdote para la causa revolucionaria.
[5] Nombre de guerra de uno de los
agentes de la Alta Venta. Ver, a este respecto, los textos citados por
Crétineau-Joly en la obra que Pío IX le encargó: “L’Eglise Romaine face à la Révolution”.
[6] Nombre de guerra de otro
agente de la Alta Venta (carta del 18 de enero de 1822, citada por
Crétineau-Joly, opus cit., t. II, p.
24). Debemos precisar que con el nombre de “Alta Venta” se designaba la logia
mayor en el carbonarismo italiano del siglo XIX. Era una especie de consejo
supremo con sede en Nápoles. Las logias ordinarias se llamaban “Ventas” y los
adeptos tenían seudónimos. El carbonarismo era una sociedad secreta política
revolucionaria.
[7] Cf. Deschamps, “Les sociétés secrètes et la Société”, t.
III, p. 43. Así, pues, la logia “La Triple Unidad” fue fundada en Fécanp, en
1778, por veinte personas, entre las cuales había nueve religiosos, tres
chantres y siete religiosos de la Abadía, más un sacerdote. En guisa, en 1774,
en el convento mismo de los Mínimos, quedó establecida la logia “La Franchise”,
etc.
[8] Monseñor de Brienne, arzobispo
de Tolouse, nombró a monseñor de Conzie arzobispo de Tours. Había trabajado en
1778 en “la comisión de los regulares” encargada de secularizar a los
monasterios, bajo pretexto de reformarlos. “En varias cartas dirigidas a
monseñor de Brienne se ve que, entre los franciscanos había cierto número de
francmasones. Monseñor de Conzie los buscaba con preferencia para ponerlos a la
cabeza de los conventos que fusionaba”. Estas cartas han sido publicadas por
Gérin en la “Revue des Questions
Historiques”, tomo XVIII, pp. 112-113, 1875. Vuelto a la Iglesia, como
tantos otros, monseñor de Conzie murió cristianamente, emigrado de La Haya, en
1795.
[9] Weishaupt tenía a su lado a un
sacerdote apóstata llamado Lanz, que murió alcanzado por un rayo en el momento
en que acababa de recibir instrucciones de Weishaupt para introducir sus
complots en Silesia; fue precisamente este accidente lo que permitió a la
policía apropiarse de los papeles de Lanz, y descubrir la secta entera,
comprendidos los archivos. En la lista por Barruel publicada, se encuentran: un
obispo, un cura párroco, cuatro eclesiásticos, un profesor de teología…
[10] El abate de Vermondans fue
nombrado, en 1787, Oficial del G. O. F.
[11] El padre Gavazzi, el abate
Gioberti, el padre Ventura, el abate Spola, llegaron a convertirse en acólitos
del sanguinario Mazzini cuando la Revolución expulsó a Pío IX de Roma. Respecto
al padre Ventura, promotor del voto familiar y célebre en algunos aspectos,
parece que fue demasiado “Siciliano” lo que le condujo a posiciones
inaceptables.
[12] Opus cit., p. 204.
[13] Napoleón quería vigilar y
dirigir la enseñanza de los seminarios: “No se debe abandonar a la ignorancia y
al fanatismo —decía— el cuidado de formar a los
jóvenes sacerdotes… Existen tres o cuatro mil curas o coadjutores, hijos de la
ignorancia y peligrosos por su fanatismo y sus pasiones. Hace falta prepararles
sucesores más esclarecidos, instituyendo, bajo el nombre de seminarios, escuelas
especiales que estén al arbitrio de la autoridad. Al frente de ellos pondremos
profesores instruidos, adeptos al gobierno y amigos de la tolerancia (sic). No
se limitarán a enseñar teología. Unirán a ello una especie de filosofía y una
mundanería honrada” (in Thibaudeau, t. II, p. 485). Por ello un decreto
imperial condenó la teología de Bailly como demasiado ultramontana.
[14] Cf. monseñor Delassus, opus
cit., p. 342, observa: “La Semana Religiosa de Madrid descubrió un manual
distribuido a los francmasones de España y dio cuenta de ello en noviembre de
1885. Se decía, entre otras cosas: “La acción de la masonería debe dedicarse
principalmente al descrédito de los sacerdotes y a disminuir la influencia que
tienen sobre el pueblo y en las familias. Para ello, emplear libros y
periódicos, establecer centros de acción para alimentar la hostilidad contra
los sacerdotes”.
[15] Cf. igualmente
Waldeck-Rousseau: “La ley (sobre las congregaciones) es, a nuestros ojos, el
punto de partida de la mayor y más libre evolución social, y también la
garantía indispensable de las prerrogativas más necesarias de la “sociedad
moderna”.
[16] En el Parlamento, el 15 de
enero de 1901.
[17] Cf. la hermosa obra del
Coronel Pems “Pourpe des Martyres”
(Fayard, editor) sobre la actual persecución de los católicos en China.
Inolvidables son también algunas cifras, siempre sugestivas, sobre las matanzas
de la Revolución en España: “Quinientos mil españoles asesinados únicamente por
odio a la fe y en torturas que, ni fieras ni caníbales podrían imaginar”. En
algunos meses, del 19 de julio de 1936 hasta febrero de 1937, “fueron
asesinados en España dieciséis mil setecientos cincuenta sacerdotes y once
obispos”. Cf. igualmente, la declaración de F. Dupont en la Cámara, en
diciembre de 1936: “Señores, traigo a esta tribuna documentos… Veréis en estos
documentos (cito al azar) que todos los franciscanos de Valencia y de Alcalá
han sido asesinados; que treinta y dos hermanos de las Escuelas Cristianas de
Barcelona han sido fusilados; que todos los del noviciado de Griñón, cerca de
Madrid, han sido fusilados; que todos los de la provincia de Alicante han sido
fusilados; que todos los maristas de Toledo han sido fusilados; que todos los
carmelitas de Barcelona han sido asesinados a hachazos; que en Sigüenza, el
obispo, veinte sacerdotes, diecinueve seminaristas, han sido asesinados el
mismo día; que en el monasterio de Montserrat veintiocho monjes han sido
asesinados; que las religiosas de las Escuelas Pías, en la calle de Aragón, en
Barcelona, han sido colgadas en la Concepción, la iglesia que se encontraba en
frente de su convento; que el cementerio de las Salesas ha sido profanado… Una
enfermera francesa en Madrid oyó a un miliciano contarle cómo el mismo había
asesinado a cincuenta y ocho sacerdotes…” (citado por Jacques d’Arnoux, “L’Heure de Héros”, páginas 155-156).
No hay comentarios:
Publicar un comentario